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El enigma Arce

A un poco más de la mitad del mandato del presidente Arce, el escenario político aparece más incierto y paradojal de lo que se podría haber pensado cuando asumió las riendas del país allá por noviembre de 2020. En medio de la agitación de estos años, persisten, desde mi punto de vista, incógnitas sobre el personaje y su estilo de ejercicio del poder.

Debo precisar que le tengo aprecio por su valentía en 2020, ese año en que todos vivimos en peligro, y un respeto por su trayectoria de servidor público. Hay que ser muy mezquinos para no entender lo compleja que debió haber sido su labor como el piloto de una economía que tuvo resultados positivos durante más de un decenio.

Parece que Arce será nomás el hombre de la gestión de las crisis, ese es su karma, su misión. Se hizo cargo de una nación convulsionada, no solo por la pandemia sino por una crisis política en la que sorprende cuanto llegamos a odiarnos entre nosotros. Con nuestro voto nos aferramos a una salida pacífica y esperábamos un retorno a cierta calma. Lamentablemente, los reflejos polarizadores de unos y otros y un mundo pospandémico desordenado nos precipitaron a nuevos episodios de inestabilidad. Así estamos desde hace cuatro años.

Pese al vértigo de un país que parece atrapado en desequilibrios permanentes, el hecho de que estemos algo maltratados pero vivos, es quizás uno de sus grandes resultados. Las encuestas lo ratifican, la salida ordenada de la pandemia y cierta estabilización económica son los logros que siguen sosteniendo su imagen. Después de un semestre muy complicado, el hombre sale magullado, pero lejos de estar fuera del juego, la economía parece resistir en un contexto difícil y su apoyo se estabilizó en torno a un 35%, porcentaje modesto pero el más elevado entre todos los dirigentes políticos.

Y sospecho que los números serían mejores si no habría subestimado los desequilibrios financieros que desataron la escasez de dólares y si el conflicto interno en el oficialismo no se hubiera adelantado sin tener, al parecer, mucha idea de lo que eso iba a implicar. El destino tiene vericuetos traicioneros.

Lo llamativo es que, en ese tipo de episodios, el Presidente aparece poco y no se explaya demasiado sobre sus razones y soluciones. Ya conocemos algo la mecánica de su manejo de las crisis, mientras el furor se desata a su alrededor, algunas cosas se hacen y se resuelven a su propio ritmo, pero todo en un silencio que a veces irrita. Algunos lo atribuyen a una decisión de ser prudente y tomarse su tiempo en una sociedad hastiada del barullo y los falsos afanes, mientras otros le reprochan su indecisión y escasas ideas. En todo caso, no parece querer ser el hiperjefe ni el peleador callejero que algunos anhelan.

Es así que las percepciones sobre su estilo de gestión son llamativamente contradictorias según el paladar del opinador: ¿paloma o halcón? ¿renovador de un proceso de cambio anquilosado o apparátchik con apoyos poco escrupulosos? ¿tecnócrata modernizador o ideólogo rígido? ¿persistente o testarudo? ¿silencioso por estrategia o sin narrativa?

Lo cierto es que su presidencia parece inevitablemente marcada por nuestra entrada paulatina a un mundo político nuevo, sin hegemonías evidentes y con poderes reconfigurándose, lo cual explica que haya más dudas que certezas y donde no existe manual para hacer funcionar una gobernabilidad y un mundo descompuestos.

Por todo eso, su futuro político depende principalmente de sus resultados concretos y no tanto de su capacidad discursiva. Si el hombre logra llevarnos a un momento más estable en lo económico, desbaratando el fatalismo del colapso que montón andan deseando y alentando, y mostrarnos además con claridad que tenemos opciones de progreso con el litio como locomotora, habrá cumplido largamente con su mandato. Será el que supo evitarnos el abismo, el que callado resolvió mientras el resto se agitaba. Pero atención, esa es solo la condición necesaria para que pueda pensar en seguir dirigiendo a la nación en un tiempo que quizás será más benigno y estable. Sin mayor claridad sobre lo que viene después, es decir sin innovaciones y más escucha de las expectativas de la gente sobre el futuro, posiblemente sus logros no sean suficientes para imponerse en un juego electoral que será el más abierto y feroz de este decenio. ¿Cómo se verá Arce en una batalla que podría culminar, en su peor escenario, en algo fatal para su legado histórico: entregar el Estado Plurinacional a un opositor al MAS? Gran destino y riesgo, al tiempo.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.