En medio de protestas, con el comercio y el transporte limitado, largas filas en supermercados y gasolineras y las clases suspendidas en la mayoría de los colegios, los chilenos hacen frente con muchísimas dificultades al extendido estallido social que logró alterar sus rutinas.

Después de la destrucción de casi la mitad de las estaciones del metro, uno de los grandes retos ha sido movilizarse en esta ciudad de casi siete millones de habitantes, en estado de emergencia desde hace cuatro días.

La capital chilena es epicentro de manifestaciones que comenzaron por el alza del precio de la tarifa del metro, pero derivaron en un mayor movimiento que pone sobre la mesa un cúmulo de demandas sociales.

El ferrocarril metropolitano funcionó este martes sólo con una de sus siete líneas, apoyado de unos 4.300 autobuses del transporte público, que no daban abasto para transportar a los miles que intentaban movilizarse, en una ciudad en que de mañana todavía humeaban las fogatas encendidas la noche anterior por manifestantes y en la que cientos de semáforos tampoco funcionaban.

Pero, ante la escasez del transporte público, ha surgido también la solidaridad de los conductores de vehículos particulares, muchos de los cuales se habían organizado en redes sociales para compartir con otras personas su trayecto.

Ante este escenario, cientos de empresas hicieron eco del llamado del ministerio del Trabajo y entregaron facilidades a sus trabajadores para trabajar desde la casa o modificar sus horarios de entrada o salida.

Incertidumbre más que desabastecimiento

Y algo tan cotidiano como ir al supermercado se convirtió en todo un reto. "í10 personas más!", gritaba al mediodía un empleado de uno de los principales supermercados en la comuna de La Florida en Santiago, donde habían restringido sus accesos para evitar saqueos y en que las filas de personas daban vuelta la cuadra.

Escenas similares se vivieron en otras ciudades como el puerto de Valparaíso, a 120 km al oeste de Santiago.

En algunos supermercados, que en su mayoría funcionaban sólo hasta media tarde y con resguardo militar, ya que han sido blanco de saques, se repartían también números de atención.

"Ha corrido rápido la fila, va avanzando rápido", comenta Ximena, de 62 años, mientras aguardaba por entrar en un establecimiento en Santiago. Su suegra, que espera a su lado, asegura que la jornada ha sido traumática, ya que ante el temor de que empeore la situación política prefieren abastecerse de la mayor cantidad de productos.

Cerca de la entrada, una mujer venezolana que vende bolsas reciclables cuenta que el improvisado sistema funciona "de forma ordenada y rápida" a pesar de que las filas, los bloqueos, la falta de movilización y las protestas, las que dice, le recuerdan a su país: "Lamentablemente me siento en Venezuela y no quiero repetición", afirma.

Una dinámica similar se repetía en las gasolineras, donde también había grandes filas pese a que se ha asegurado el suministro de combustibles. "Es incertidumbre más que desabastecimiento. Hay gente que vino a cargar bencina (gasolina) con el auto casi lleno", dice Benjamín, constructor de 33 años, que esperó 40 minutos para cargar combustible.

Los hospitales y policlínicos funcionaron con normalidad, pero la mayoría de las farmacias permanecieron cerradas. Los grandes centros comerciales no abren sus puertas desde el sábado y los bancos también limitan su acceso.

Los niños también han visto alteradas sus rutinas. En la mayoría de los colegios de Santiago las clases estaban suspendidas ya por dos días y se esperaba que no retornaran a la normalidad en al menos una semana más.

Sin colegios, los niños abundan en las plazas públicas y muchos padres no saben qué hacer con ellos. "No tengo con quién dejar a mi hija", cuenta Macarena, quien trabaja en una multitudinaria del centro de la capital. (22/10/2019)