DIBUJO LIBRE

En la historia política moderna las sociedades y los gobiernos posteriores a las revoluciones burguesas del siglo XIX se enfrentaron a un dilema que aún no han logrado resolver. Ese dilema contrapone dos valores en tensión permanente: la libertad y la igualdad. En torno a esas ideas se fueron ubicando las posiciones ideológicas: “más a la izquierda” quienes planteaban la supremacía del valor “igualdad”, “más a la derecha” los que priorizaban la libertad. Así también fue como se desarrollaron a grandes rasgos las experiencias políticas del siglo XX, sintetizadas en capitalismo y socialismo.

En política siempre nos hemos enfrentado a situaciones complejas. Un dilema es un problema que puede resolverse optando por elegir o priorizar una de las soluciones, pero ninguna resultará completamente aceptable. Eso ocurre si anteponemos el valor “igualdad” por sobre “libertad” o viceversa. A mayor libertad, menos igualdad, dicen los igualitaristas. A mayor igualdad, menos libertad, dicen los liberales. Esos principios se encuentran en tensión permanente y según el signo de cada gobierno en cualquier rincón del planeta la balanza se inclina hacia uno u otro lado. Así es como vemos experiencias de países más igualitarios o naciones que —a pesar de sus riquezas—, son enormemente desiguales, pero son democracias “liberales”.

Ahora bien, de la teoría política clásica nos trasladamos a la realidad pandémica que nos sorprendió a principio de 2020 y que algunos autores ya han bautizado como coronacapitalismo. Diversos pensadores como Slavoj Zizek, Yuval Harari o el coreano-alemán Byung Chul-Han han analizado el impacto del COVID- 19 en el sistema capitalista global, en las condiciones de vida de las sociedades y, por supuesto, en la psiquis y el comportamiento de los individuos. Está claro que es muy difícil vivir en pandemia. No es fácil en un mundo caótico. De igual manera, es un desafío enorme gobernar en pandemia. Si uno muchas veces piensa que no puede con sí mismo, imaginemos ejercer la responsabilidad de gobernar.

Los gobiernos en pandemia se han enfrentado a problemáticas generales propias de la sorpresiva —o no tanto— aparición del virus global. Al mismo tiempo, cada país o región tiene sus propias dificultades.

Frente a esta realidad y volviendo a un análisis político global del fenómeno pandémico, los Estados y sus gobiernos nos hemos enfrentado no a un dilema, sino a un trilema. Ese “trilema” lo hallamos en un mundo que ya no reconoce “exterioridad” al capitalismo. Esto significa que el capitalismo es global. Ya sea en su versión americana, china, rusa o la que intenta unificar todas las opciones, el “coronacapitalismo” enfrenta a los gobiernos a este “trilema” de muy difícil solución: salud, economía y libertades.

A un año del comienzo de la pandemia el gobierno del presidente Alberto Fernández tomó una decisión basada en los problemas heredados en el sistema de salud argentino y en la evidencia científica, priorizando la vida y la salud de los argentinos. Reformó y reforzó la infraestructura sanitaria de todo el país de tal manera que frente a la llegada del virus, a ningún argentino le faltó atención médica. En esa lógica trilémica la salud asomó la cabeza por sobre la economía y las libertades, pero manteniendo un equilibrio posible con los ATP (Asistencia al Trabajo y la Producción) para las pymes, las IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) para las personas y limitando temporalmente la circulación masiva de gente en aras de su propia protección.

Lo cierto es que a este trilema le tuvieron y tienen que hacer frente desde Merkel a Bolsonaro, pasando por Xi Xinping, Boris Johnson, Macron o López Obrador. La manta corta de tres puntas plantea desafíos permanentes a los gobernantes, que muchas veces se dejan arrastrar por el fundamentalismo de movimientos negacionistas, antivacunas o simplemente anti-Estado o gobierno. Esto ha dado lugar a las catástrofes sanitarias y de pérdidas evitables de vidas en Brasil o en los Estados Unidos de Trump y al oportunismo político de las derechas más reaccionarias como ha ocurrido en Argentina. Otros países, con menor resistencia a las restricciones a la libertad personal, en aras del bienestar general, utilizaron mecanismos más efectivos para el control de la pandemia, por ejemplo a través de dispositivos de geolocalización de personas.

Hoy el mundo se encuentra en una nueva etapa. Mientras hace frente a una segunda/tercera ola de contagios, da una batalla contra el tiempo con la vacunación. El Gobierno argentino, otra vez en defensa de ese derecho a la salud y a la vida, tomó la decisión —ponderando que es lo mejor para la sociedad—, antes que muchos países, de intentar abastecerse de vacunas y al mismo tiempo reclamó al mundo por cooperación y solidaridad para la distribución equitativa. Sin embargo, la realidad global por ahora no lo permitió y mostró crudamente la cara del “coronacapitalismo”; los efectos del capitalismo actual se trasladaron a la vacuna. La descarada concentración de la riqueza cada vez más visible se expresó en el acaparamiento obsceno de vacunas por parte de algunos países ricos, frente a la falta de abastecimiento para el mecanismo cooperativo multilateral de provisión COVAX de la Organización Mundial de la Salud.

Otro problema que inevitablemente iba a surgir fue el cuello de botella en la producción. Por un lado, el cúmulo de demanda que supera ampliamente, por ahora, la capacidad de producir. Y, por otro, el faltante de insumos, también por exceso de demanda o por restricciones por parte de países al no permitir la exportación de esos insumos a los lugares donde se fabrican vacunas.

Finalmente, algo de lo que se habló mucho y no se hizo nada a nivel multilateral: la liberación de las patentes o de los derechos de propiedad intelectual a través de la compra, por ejemplo, por parte de un fondo financiado por la comunidad de naciones, de forma tal de liberar rápidamente la producción. Por ello el reclamo permanente del presidente Fernández con respecto a la cuestión, a lo que se sumó su par francés Macron. Pero aquí también triunfó la lógica de ese ultracapitalismo sin sensibilidad; sin embargo, Fernández expone en cada foro internacional ese reclamo humanitario.

En tiempo récord desde la aparición del virus, la cooperación científica logró la herramienta para vencer el virus, ahora el desafío es político. La ciencia le dio el ejemplo a la política. Alberto Fernández cuando habla de cooperación se refiere a eso. En la batalla contra el tiempo por la vacunación, el Gobierno ha demostrado sus prioridades en esta realidad trilémica. En la búsqueda de un equilibrio de estos tres valores en tensión avanza responsablemente tomando decisiones para cuidar la salud y la vida, respetando los derechos y poniendo el ojo en la economía, ya que 2021 debe ser el año del comienzo de la reconstrucción argentina.

(*)Guillermo J. Chaves es abogado, jefe de gabinete de la Cancillería argentina