Icono del sitio La Razón

En Irak, después del trauma del EI, la ansiedad del COVID-19

Durante años, Zedan sufrió pesadillas por el recuerdo de los yihadistas que tomaron su ciudad en el norte de Irak. Y cuando este yazidí empezaba a recuperarse, el COVID-19 y el confinamiento lo hundieron de nuevo.

Tenía 15 años cuando logró huir en 2014 de la rápida y mortal ofensiva del grupo del Estado Islámico (EI), que martirizó a su pequeña comunidad yazidí.   En un pequeño centro de salud del campo de refugiados de Bajet Kandala (noroeste), el joven de 21 años se balancea en su silla.

«Éramos agricultores, con una situación muy buena», le cuenta a Bayda Othman, una psicóloga para la oenegé Première Urgence.  

«Entonces entró el EI», matando hombres, reclutando niños por la fuerza y convirtiendo a las mujeres en esclavas sexuales, un posible «genocidio» según la ONU. «Tuve pesadillas todas las noches sobre hombres de negro que venían a matarnos», dice.  

Como muchos otros en el campo, que alberga a unos 9.500 desplazados según Première Urgence, Zedan sufre estrés postraumático. Ya hizo varios intentos de suicidio.

Pero gracias al seguimiento de la psicóloga y a los ejercicios de respiración, los ataques de pánico han disminuido. Incluso puede volver a dormir por la noche.    

«Ganas de morir»

El gobierno de Irak, que declaró la victoria sobre el EI hace tres años, decretó en marzo un confinamiento en un intento de contener la pandemia, impidiendo que la gente del campo fuera a trabajar o que los niños fueran a la escuela.

«Las pesadillas han vuelto y con ellas las ganas de morir», dice Zedan, retorciéndose nerviosamente los dedos.   Al miedo a los yihadistas se añade ahora el miedo al virus y a la pobreza que provoca.  

«Tengo miedo de que mi familia contraiga el coronavirus o me lo transmita. Estoy obsesionado con eso», dice.

Su hermano, que trabaja en una fábrica de papel, ha perdido su trabajo. «No hay dinero en la familia. Cuando pienso en ello, tengo ataques de pánico», asegura.

Detrás de Zedan, hay mucha gente haciendo fila en el centro de salud.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de cada cuatro iraquíes es psicológicamente vulnerable, en un país con sólo tres psiquiatras por cada millón de habitantes, en comparación con 209 en Francia, por ejemplo.  

«Detectamos un aumento del resurgimiento de los trastornos postraumáticos y de los intentos de suicidio», dijo Othman a la AFP.  

Sólo en octubre «hubo tres intentos de suicidio en el campo» porque los desplazados sufren de restricciones de movimiento.

En el campamento, hay numerosos desempleados, despedidos de fábricas o plantaciones como consecuencia de la pandemia.

En Iraq alrededor de una cuarta parte de los que tenían trabajo lo perdieron con el confinamiento, así como el 36% de los jóvenes de entre 18 y 24 años, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).  

«Esto provoca problemas financieros pero también una pérdida de confianza en sí mismo que reaviva el trauma», dice Othman.