Diez años después de la guerra, Irak no ha logrado alcanzar la paz ni es el “modelo de democracia para la región, prometido por EEUU, y enfrenta graves problemas como la corrupción, el desempleo, la fragilidad democrática y la falta de servicios públicos. 

Sin embargo, la seguridad ciudadana ha mejorado bastante y casi “ya no se oyen explosiones y tiroteos” en esta ciudad que la invasión estadounidense transformó en 2003 hasta dejarla irreconocible a base de alambradas, muros de hormigón y calles cortadas.

La población celebró entonces la caída de Sadam Husein y a pesar de que la violencia les confinó a sus casas durante buena parte de la década nunca perdió la esperanza, aunque ahora teme el regreso del sectarismo.

Desde diciembre de 2012, los suníes vienen organizando manifestaciones semanales para pedir el fin de las detenciones arbitrarias, la anulación de las leyes antiterroristas y la puesta en libertad de sus correligionarios. Hasta hora, el primer ministro Nuri al Maliki (chií) ha logrado evadir la situación, pero cada vez hay más voces que alertan de que, sin compromisos sustanciales, esas protestas constituyen un bomba de tiempo que puede devolver al país a la guerra entre confesiones que lo desangró entre 2006 y 2008.

Diez años y 122 mil muertos después, el nuevo Irak tiene poco que ver con aquel “modelo de democracia para la región” que les prometiera George W. Bush. La distancia entre las expectativas creadas y la realidad es enorme.

“Tenemos una paz, una seguridad y un sistema político muy frágiles. A pesar de la nueva Constitución y las dos elecciones, no se han puesto las bases para un sistema democrático sólido. Queda mucho por construir: el respeto de los derechos humanos, la igualdad de género, la justicia social… Está siendo un parto muy complicado” para el país, explica la activista social Hanaa Edwar.

Más grave aún, en vez de “un país económicamente próspero que iba a arrastrar a los vecinos” —como auguraba EEUU— Irak se ha convertido en el octavo país más corrupto del mundo, según Transparencia Internacional.

“Carecemos de Estado, las instituciones no funcionan, no se respeta la ley… Sigue habiendo presos sin acusaciones claras, gente a la que se destituye sin compensación, jóvenes sin trabajo, corrupción y un absoluto colapso de los servicios públicos”, dijo Edwar.

La penuria de los servicios públicos es sin duda lo que más irritación causa entre los iraquíes. El sistema educativo está destrozado; el transporte público es una quimera; gran parte de la población sigue sin agua potable; y aunque el abastecimiento de electricidad se ha duplicado entre 2004 y 2012 no se ha conseguido acabar con el desquiciante olor del diésel que expulsan los miles de generadores de la capital.

Pérdidas. “Se está agravando la brecha entre ricos y pobres”, subraya Edwar que recuerda que tres décadas de guerras dejaron 1,5 millones de viudas sin fuente de ingreso. Además, todavía hay 1,3 millones de desplazados que no han podido volver a sus casas, bien porque están destruidas o porque han sido ocupadas por familias de otra secta, tras la limpieza que ha uniformado zonas que hasta hace unos años eran mixtas.

“Se necesitan dos millones de viviendas en todo el país, al menos una cuarta parte de ellas en Bagdad. Las disputas políticas han frenado los proyectos”, señala Ghada al Siliq, una arquitecta que trabaja como consultora para el Gobierno.

La vida para la población es difícil. Muchos tienen familiares o amigos que les cuentan lo que se pierden en el exterior. Dos millones de iraquíes viven en el extranjero e incluso quienes volvieron en los últimos años dejaron una puerta abierta en el país de acogida. Aunque a largo plazo todos aseguran que Irak saldrá adelante, ese tiempo puede ser muy largo.

“Los iraquíes estamos cansados de vivir la guerra. ¡Queremos vivir una vida normal como el resto del mundo!”, afirmó la profesora El Samir, expresando así un ansiado anhelo de toda la población.