Está todo por hacer. Juba es una ciudad aplastada en todos los sentidos. A pocos segundos de aterrizar, ya con el avión enfilando la pista, la imagen de la capital de Sudán del Sur es todavía de dos dimensiones: apenas hay edificios de más de dos alturas y muchos están destruidos.

Muy cerca del aeropuerto, un poblado de chozas de paja forma un cuadrado casi perfecto sobre la tierra roja de la sabana y, más allá, el Nilo Blanco y la vegetación se abren paso a los márgenes de la ciudad.

Bienvenida. Minutos después, en la terminal, los pasajeros, la mayoría periodistas y trabajadores de ONG, reciben sus equipajes. Un operario del aeropuerto lanza los bultos al suelo sin mucha consideración. Una treintena de maletas se han quedado atrás en Kenia. «No nos cabían en este avión. Podrán recogerlas mañana a las tres de la tarde», dice otro operario con una sonrisa forzada que trata de pedir todas las disculpas posibles.

Ante las protestas, uno de los pasajeros intenta calmar los ánimos. «No podemos exigir mucho. Es normal que ocurran estas cosas. Este país está por hacer».

Claro que está todo por hacer. Sudán se acaba de convertir en un nuevo Estado. La escena del aeropuerto ocurría en enero, pocos días antes de que los sudaneses del sur, población negra cristiana y animista, votaran en un referéndum separarse de sus hermanos del norte, musulmanes y de origen árabe.

Decisión. El estado de euforia se extendió entonces por todo el sur, especialmente en Juba. La capital recibió a miles de personas que, tras un largo viaje por el Nilo, retornaban a su patria de origen después de años de sentirse ciudadanos de segunda en el norte. Otras esperaron durante horas bajo el sol en los colegios electorales para colocar su huella en las papeletas y dar el sí a la separación. El 99% optó por el divorcio. Hubo banderas, tambores, bailes, vino George Clooney y, además, hubo discursos para dar la bienvenida al nuevo país africano, el número 54 del continente.

Pero, pasada la euforia del momento y coincidiendo con el nacimiento oficial del nuevo Estado este fin de semana, todo lo conseguido puede irse al traste. Ni siquiera está claro cuál será exactamente la frontera que delimitará los dos países.

Un simple vistazo a un mapa físico de Sudán, hasta ahora el país más grande de África, basta para darse cuenta de que siempre ha estado dividido en dos.