El Gobierno de Nueva Zelanda declaró ayer el estado de emergencia e impuso el toque de queda en la ciudad de Christchurch tras un seísmo de 7,2 grados en la escala abierta de Richter, que causó decenas de heridos e importantes daños en infraestructuras públicas y edificios del sur del país.

Pocas horas después del seísmo, el primer ministro neozelandés, John Key, se desplazó a la zona afectada para supervisar los daños y a los equipos de emergencia que trabajan para restablecer el suministro de electricidad y agua, y el despliegue de agentes de la policía con la misión de evitar el pillaje. «Está resultando difícil mantener la tranquilidad entre los ciudadanos tras el violento temblor. La mayoría de los residentes de Christchurch han respondido bien, aparte de algunos lamentables casos de saqueo», afirmó el Primer Ministro tras descender del avión.

El terremoto ocurrió de madrugada a 28,4 kilómetros de profundidad bajo el lecho marino y 31 kilómetros, al noroeste de Christchurch, según el Servicio Geológico de Estados Unidos, que vigila la actividad sísmica mundial.

El toque de queda fue declarado en Christchurch a partir de las siete de la tarde por un periodo de doce horas y la Policía desplegó cerca de cien agentes en los barrios más afectados por el seísmo para la seguridad ciudadana.

En prevención, las autoridades cerraron temporalmente el aeropuerto de la ciudad y la red de telefonía móvil se saturó a raíz de la cantidad de llamadas. Las autoridades abrieron centros de emergencia para las víctimas e informaron que los colegios y universidades no abrirán el lunes.