La escuela, hoy reducida a escombros, ni siquiera está junto al mar, sino en el lecho de un río, el Kitakami, por el que la gran ola ascendió y ganó altura hasta superar los 30 metros. El sábado, el profesor de caligrafía del centro, Ryouichi Sakurada, llevó flores en memoria de los alumnos a los que daba clase cada lunes. «Es peor que un bombardeo», reflexiona.

Junto a los restos de la escuela solo hay silencio. Cuesta hablar. Los soldados retiran lentamente lodo del colegio y unos jóvenes rebuscan entre el fango en busca de objetos de los chicos y los colocan en un improvisado altar.

Hay rotuladores, cuadernos, el zumo de la merienda, una manzana, latas de bebida… En medio, una foto de una clase ante un cerezo en flor, el árbol de Japón. Diecinueve niños, acompañados por dos profesoras, hacen la ve de la victoria con los dedos. Los vecinos llegan, dejan flores, se arrodillan y se van. Una joven no dice nada. Solo se tapa la boca para intentar contener las lágrimas.

Algunos de los que pasan por allí cuentan la peor de las historias. «Cuando hay un terremoto, la orden es salir al patio. Así que estaban los alumnos y los profesores en la calle», explica Sakurada, que rota por distintas escuelas de la comarca para enseñar.

Toyota vuelve a abrir todas sus plantas

Toyota reanudó ayer la actividad en todas las fábricas japonesas cerradas desde el sismo y el tsunami del 11 de marzo, aunque el volumen de producción es del 50%, debido a la falta de suministro de autopartes.

El fabricante dijo que había empezado a medir los niveles de radiación de sus vehículos exportados, y confirmó que no presentan riesgos para la salud. La medida fue tomada ante las inquietudes internacionales sobre la seguridad de los productos procedentes de Japón, afectado por el accidente nuclear en la central Fukushima, dañada por el sismo y el tsunami.

De las 18 plantas que Toyota posee en Japón, tres ya funcionaban previamente, y el resto reanudó la producción ayer.