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Suecia y el debate sobre una rígida cuarentena

Después de varias semanas de un confinamiento obligado para contener el avance de la pandemia provocada por el coronavirus, la mayoría de los países se han visto en la necesidad de flexibilizar las medidas de aislamiento social. Esto debido a los severos impactos en la economía en general y en las familias de menores recursos en particular, así como también por el malestar social y los efectos psicológicos negativos experimentados por muchos ciudadanos. Y ante este nuevo escenario, están cobrando fuerza e interés modelos alternativos que han apostado por un aislamiento más relajado, siendo Suecia el país abanderado en esta materia.

Al respecto, en el artículo ¿Suecia está haciendo lo correcto? (The New York Times, 29.04.20), el periodista Thomas Friedman explica que las autoridades del país nórdico han asumido que el objetivo de las sociedades pasa por adaptarse a este nuevo virus en lugar de intentar vencerlo. Esto porque no se trataría de un “enemigo invisible”, como asegura el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sino de un fenómeno natural, más allá de la responsabilidad humana detrás del surgimiento del coronavirus por causa del maltrato animal. Y “cuando nos enfrentamos a un desafío de la naturaleza (como un virus o el cambio climático)”, la meta debe ser adaptarse, ya sea de manera natural o por medio de una vacuna, algo que puede demorar varios meses o incluso años.

Por tanto, los especialistas suecos, al igual que muchos otros investigadores, consideran que hoy en día la mejor manera de adaptarse al nuevo coronavirus sería a través de una “inmunidad colectiva”, la cual se alcanza cuando aproximadamente el 70% de la población se contagia y se cura de la nueva enfermedad (bautizada en este caso como COVID-19). Entre los partidarios de esta estrategia, conocida también como “inmunidad de rebaño”, se encuentra el médico David Katz, quien en un artículo publicado el 20 de marzo en The New York Times subrayaba que la inmunidad colectiva “ha sido, a lo largo de la historia, la forma que tiene la naturaleza de acabar con las pandemias”.

Ante esta disyuntiva, los especialistas recalcan que existen dos maneras de alcanzar la inmunidad colectiva frente a un nuevo virus: de manera gradual y controlada, o bien a través de un proceso desordenado y caótico, con elevadas tasas de mortalidad, el colapso del sistema de salud y terribles consecuencias (económicas y sociales) para los países en general. Lo cual a su vez abre otro dilema, que pasa por identificar la mejor manera de materializar la primera opción.

Y para las autoridades suecas, la aplicación de una cuarentena rígida, tal como han apostado la mayoría de los países (entre ellos Bolivia) no constituiría la mejor alternativa. Esto porque, a su entender, un aislamiento de este tipo resulta insostenible en el tiempo, por sus impactos económicos y sociales. Algo bastante evidente, por cierto. Además, cuando concluya la cuarentena rígida, la mayoría de la población seguirá siendo vulnerable al virus, y lo más probable es que llegue a contagiarse en un segundo o tercer brote. En palabras del epidemiólogo Johan Giesecke, uno de los especialistas que diseñó la estrategia sueca para enfrentar la pandemia: “el coronavirus se propaga como un incendio y no importa lo que uno haga, todos se van a contagiar”.

CONTAGIO. Ante esta realidad, según explica Anders Tegnell (epidemiólogo jefe de la Agencia de Salud Pública de Suecia y el principal artífice de la respuesta sueca contra el coronavirus), su país considera que la mejor manera de transitar por esta pandemia de manera sustentable sería “a través de un contagio colectivo controlado”, procurando que los sectores más vulnerables de la población (mayores de 65 años y personas con enfermedades preexistentes de consideración) se mantengan aislados, y garantizando al mismo tiempo la atención para quienes necesiten cuidados de urgencia u hospitalización.

Con la mirada puesta en esta meta, las autoridades suecas han decidido cerrar las universidades y otras instituciones de educación superior, exhortando al mismo tiempo a las personas mayores de 70 años a que se queden en casa, y prohibiendo las visitas a los asilos de ancianos, así como también las reuniones y eventos que congreguen a más de 50 personas, ya sea en restaurantes, supermercados, eventos deportivos, etc. Entretanto, las escuelas de preescolar hasta el noveno grado se han mantenido abiertas, así como muchos restaurantes, tiendas y empresas.

Hasta el momento, esta estrategia ha evitado el colapso del sistema de salud y ha permitido salvaguardar la economía y los empleos. A pesar de ello, el número de contagios y de fallecidos por COVID-19 se muestra mucho más elevado en comparación con las naciones vecinas. Por ejemplo, hasta el jueves Suecia, que tiene 10,23 millones de habitantes, contabilizó 25.582 contagios confirmados y 3.529 muertes. Hablamos entonces de una tasa de contagio de 250 personas por cada 100.000 habitantes y de 34 fallecidos. Muy por encima de las tasas registradas en Dinamarca (184; 9,2), Noruega (152; 4,32) o Finlandia (111; 5,2).

Sin embargo, como bien han recalcado las autoridades suecas, se trata de una estrategia a largo plazo cuya efectividad y resultados respecto a otros países solamente podrán compararse “de aquí a un año”, por lo menos, según estimaciones de Giesecke. Esto sin tomar en cuenta los enormes costos en términos de empleos y negocios derivados de la cuarentena rígida que están sufriendo el resto de las naciones. Junto al hecho de que en estos lugares no se ha avanzado significativamente en la meta de lograr la inmunidad colectiva; simplemente se habría diferido la confrontación del problema para más adelante, con la esperanza de tener mejores condiciones para asumir esta tarea.

Gonzalo Jordán (con datos de The New York Times, BBC News e Infobae)