Entre esos 3.000 hay 300 que están en el corredor de la muerte. El 21 es el día en que Hardy recibe, impresos, los correos electrónicos que le llegan. Él responde por envío postal. Ha pasado la mitad de su vida en una celda de nueve metros cuadrados en el corredor de la muerte de una prisión de Raleigh (Carolina del Norte), donde espera su ejecución por inyección letal. En su perfil afirma que le «gusta hablar de cualquier tema bajo el sol. Música, política, el mundo, lo que quieras. Y sobre todo, me encanta aprender». En su primera carta, de marzo pasado, reconoce su culpa, pero insiste en que el trato que recibe es «inhumano». De puño y letra, relata: «Sé que estamos encarcelados y que nos merecemos este castigo, pero esto es más. ¡Es una tortura!».

La pena de muerte está vigente en 38 de los 50 estados de EEUU. Hay cerca de 3.200 reos que aguardan su ejecución en estas cárceles. Su vida es distinta a la de otros presos. Son marginados de los programas de educación, tienen más restricciones para visitas y un ínfimo contacto con el exterior. De lunes a viernes, pasan 22 o 23 horas en su celda. Son encerrados el fin de semana.

«Desde mi condena, los amigos comenzaron a abandonarme, las cartas dejaron de llegar y las visitas cesaron. Todos se dieron cuenta de que estaría aquí para siempre, que no volveré y siguieron con sus vidas. Hasta las cartas de mi familia disminuyeron.

Es la peor sensación del mundo», afirma Hardy en una carta tras ser contactado a través de www.writeaprisoner.com. Esta web recibe dos millones de visitas al día, explica su director, Adam Lovell, y fue fundada hace 10 años. «Todo era mucho más pequeño cuando comenzó. Simplemente quería hacer un sitio de correspondencia para presos», comenta. Cada año, la web reparte 35.000 cartas en más de 50 cárceles de EEUU. Aunque el 90% de los presos saldrá libre algún día, los condenados a muerte son «por mucho» los que reciben más correo. «Algunos les escriben por compasión, otros por curiosidad», asegura Lovell.

Los perfiles ofrecen rostros sonrientes y fotografías de su niñez y juventud. Algunos comparten pinturas y poemas. Contrastan con los detalles de los crímenes por los que tuvieron condena.

Hardy fue condenado por matar a un miembro de una banda rival. Tenía 18 años y se dedicaba al tráfico de drogas. «Odio lo que hice. El dinero no valía la pena. Si hubiera pensado durante un segundo en el daño que causaría a mi familia y amigos no estaría aquí. Fui egoísta. Ya no tengo 18 años. No soy el mismo, ni siquiera me veo igual», señala.

Entre la sentencia y la ejecución de la condena pasa un promedio de 10 años, según la ONG Death Penalty Information Center, pero algunos presos han rebasado los 30 años. Hardy lleva 18. «Cuando llegué, no podía creerlo. Es el corredor de la muerte. Entonces era el más joven de los seis presos. No dormía. Pasaba toda la noche con la ropa puesta hasta que un oficial ordenó que me desvistiera cuando se apagan las luces».

Robert Garza (27) lleva siete años en el corredor. En sus cartas, no habla demasiado sobre su ejecución. «No se puede hablar de compasión si se promueve la pena de muerte». Garza era pandillero, fue condenado por el asesinato de cuatro mujeres en un tiroteo por un ajuste de cuentas. Su foto muestra a un joven moreno, sonriente. «Prefiero distraerme, conversar, dibujar. Ya es suficientemente duro estar aquí».

Hardy describe su rutina. «Las luces se encienden a las 6.00, a las 7.00 cambian los turnos. Cuando recién has llegado conoces a tus compañeros. ‘Hola, soy tal y tal y llevo aquí cinco años’. Es raro, pero con el tiempo te das cuenta de que estos tipos no son monstruos. Yo sé que no lo soy».

Tras la ejecución de Teresa Lewis en Virginia —la primera mujer en 2005—, en EEUU hay 52 féminas en el corredor de la muerte. De los 300 perfiles de condenados a muerte que hay en la web, tres son mujeres. Una de ellas es Virginia Caudill. «Busco a una persona para tener una amistad o quizá algo más, alguien con quien compartir mis pensamientos». Caudill fue sentenciada a la pena capital en 2000 en Kentucky por asesinar a una mujer de 73 años.

Hardy no tiene hijos, pero considera que los niños son los primeros que deberían enterarse de las condiciones en las que vive. «Los niños deberían disfrutar de la vida y no pensar en cómo robar o vender droga. Mucha música glorifica el tráfico y los crímenes. ¿Por qué estos raperos no dicen la verdad? Si vendes drogas, vas a la cárcel o te mueres».

Adam Lovell, el director de la web, explica que «lo más terrible» en la vida de los condenados a muerte es la soledad. Su web se inició como un proyecto sin ánimo de lucro, pero comenzó a cobrar hace seis años. El coste para que un preso cuelgue durante un año su información y fotografía es de 40 dólares. El dinero sirve para pagar su propio sueldo, el de dos empleados a tiempo completo, un programador y dos trabajadores a tiempo parcial que les ayudan «a fin de año, la temporada con más trabajo». A los usuarios, el sitio les exige tener más de 18 años y recomienda usar como remitente un apartado postal.

«Estoy muy agradecido a los que se han tomado el tiempo para conocerme. Espero demostrarles que no todos los que estamos aquí somos gente horrible. A veces solamente se trata de personas que tomaron malas decisiones en su juventud, pero no malas personas. Y esto no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Nadie se merece esto. Yo no soy un monstruo». Cada una de sus cartas termina con la misma despedida —»Sincerely» (sinceramente)— y tienen el mismo final: «Gracias por su última carta». Lo peor es que sabe que llegará un mes en el que ya no habrá un día 21.

Función dEl sitio web
Adam Lovell, el director y creador de la web, explica que «lo más terrible» en la vida de los condenados a muerte es la soledad. «Los prisioneros que reciben cartas tienden a comportarse mejor en prisión, les mantiene lejos de los problemas. Lo más importante es humanizar al preso. Son también personas», subraya.

TESTIMONIOS

Lisa Montgomery
Asesinó a una embarazada para robarle al bebé

«Estoy interesada en intercambiar cartas con alguien que quiera realmente conocerme. Se han dicho muchas cosas negativas sobre mí, pero me gustaría conocer a alguien que pueda ver todo lo positivo que hay en mí».
En diciembre de 2004, casada y con tres hijos, estranguló a Bobbi Jo Stinnet, embarazada de ocho meses, le abrió el vientre y le robó a la bebé para criarla.

Daniel A. Troya
Mató a tiros a un matrimonio y a sus dos hijos

«Me llaman Homer y busco amigos que me ayuden en este viaje llamado corredor de la muerte. Aparte de mi situación, me gustaría ser la persona que ponga una sonrisa en tu cara».
Fue condenado en 2009 con Ricardo Sánchez por disparar a José Luis Escobedo (28), a su esposa Yessica Guerrero (25) y a sus dos hijos Luis Julián y Luis Damián, de cuatro y tres años.

Kerry Lyn Dalton
Torturó y mató a una joven drogadicta

«Tuve una vida muy libre y alocada (lo que, naturalmente, me llevó hasta aquí), pero he crecido mucho en otros sentidos. ¿Mi crimen? Fui condenada sin que apareciese el cuerpo del delito, ni el arma y sin evidencias. Quiero sonreír y reír y divertirme».
Condenada por la tortura y el asesinato, en junio de 1988, de Irene Louise May (23) a la que acusó de haber robado sus joyas.

Arthur Williams
Asesinó a un policía que no llevaba uniforme

«¿Sabes por qué el pájaro canta en la jaula? Porque, pese a su situación, no han roto su alma. Leo mucho: periódicos, revistas y dos libros por semana. Juego al ajedrez y escribo poemas y ensayos. Disfruto mucho escribiendo cartas. No necesito una mano afuera, sólo un apoyo».
Fue condenado en 1983 por el asesinato del policía Daryl Shirley, de 34 años.