LR en la Memoria

Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 04:24 AM

Óscar Ortiz, el logiero que hizo presidenta a Jeanine Áñez

Ortiz ya nada tenía que ver con Tuto Quiroga en 2009 y comenzó a trabajar con Samuel Doria Medina, mientras Costas estructuraba a los “Verdes” que se convertirían en el Movimiento Demócrata Social (MDS).

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 6 de junio de 2021 / 08:37

Cuando una tarde de sábado pasé por la heladería de la plaza de Concepción (Chiquitania, provincia Ñuflo de Chávez, Santa Cruz), jamás hubiera imaginado que quien esperaba unos conos de chocolate y frutilla, Óscar Ortiz Antelo, hubiera formado parte en sus jóvenes años de iniciación de la agrupación de laicos católicos conocida en Bolivia como Cristiandad, con jóvenes que salían a las calles con rectangulares estandartes color escarlata y un león dorado tatuado con una cruz roja erguido en dos patas, preparado para la cacería, a advertirnos sobre los peligros que se cernían sobre nuestras cabezas si nos dejábamos tentar por el diablo.

En realidad, la organización católica fundada en 1960 no se llama Cristiandad. Lleva el nombre de Tradición, Familia y Propiedad que según su fundador, el brasileño Plinio Correia de Oliveira, “no es un lema cualquiera. Es el lema anticomunista por excelencia, que atrae las simpatías de todos aquellos que aman la civilización cristiana, y provoca aversión, cuando no odio, en todos aquellos que se han dejado infectar por el virus del comunismo”.

No habrá sido casualidad, sino algo así como un alineamiento simbólico, el haber encontrado a Ortiz comprando helados (año 2010), mientras su familia esperaba en una 4×4, exactamente a una cuadra del museo histórico que originalmente fue la casa de Hugo Banzer Suárez, concepcioneño de origen alemán que gravitaría en la política boliviana durante tres décadas (1971-2001), de cuyo gobierno democrático este administrador de empresas graduado en la UPSA formó parte como asesor de comercio exterior e inversiones, y de vivienda y servicios básicos entre 1997 y 1999.

De Ortiz dicen varios que lo conocen, los que le tienen aprecio y los otros, que era lo que se conoce desde el estereotipo, un nerd, es decir un estudiante aplicado, obsesivo en el propósito de alcanzar metas, y algo retraído socialmente, lo que en alguna medida resulta contradictorio para alguien que decide hacerse anticomunista y salir a gritar su filiación católica conservadora a la plaza 24 de Septiembre, y años más tarde convertirse en un seguidor del banzerismo/adenismo/ tutismo, lo que nos confirma que este operador de la cruceñidad (*) era anticomunista por fe religiosa y más tarde, por adscripción ideológico-partidaria, es decir anticomunista aquí en la tierra como en el cielo.

PODEMOS. Si Ortiz parecía un nerd, seguramente esa pinta era lo que menos le importaba a este hijo de médico prestigioso y respetable familia tradicional, que entre 2008 y 2009 fue presidente del Senado durante el primer mandato de Evo Morales, cuando el masismo afirmaba que había alcanzado el gobierno pero que todavía no había conquistado plenamente el poder. En ese momento representaba a Poder Democrático y Social (Podemos), al que fue invitado por Jorge Tuto Quiroga, que en 2005 había perdido las elecciones frente al MAS y que llegaba de una larga relación partidaria con Banzer en Acción Democrática Nacionalista (ADN) formando binomio presidencial y a quien sucedió por muerte, producto de un cáncer que acabó con el General.

El haber llegado a gerente de la Cámara de Industria y Comercio (Cainco) posicionó a Ortiz como a un nítido representante de los Caballeros del Oriente, logia caracterizada por el pragmatismo en sus acciones, que además controlaba la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO), varios colegios profesionales y la Cooperativa de Telecomunicaciones de Santa Cruz (Cotas), envuelta en escándalos de corrupción en el último lustro. Era la época en la que el gerente de la Cainco recibía un plus —refuerzo salarial le llamaríamos en castellano— de todas las instituciones y empresas afiliadas, lo que le permitía un ingreso anual de banquero transnacional.

Hasta aquí estaba claro que visto desde una estrategia de marketing, Óscar Ortiz era un producto programado para un trayecto reglamentario de ascenso religioso, económico y político, que supo diagramar una agenda propia con el respaldo del gobernador Rubén Costas, quien lo convirtió en hombre de confianza como asesor de asuntos institucionales, aunque se hubiera equivocado desde la lógica del Consejo Nacional Democrático (Conalde) articulado por los gobernadores de la llamada “media luna” conformada por Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando, primero con el alargamiento de la Asamblea Constituyente (2006- 2008) y luego con la puesta en vigencia de la Ley de Revocatoria de Mandato que lo convirtió en “enemigo de Santa Cruz” según quienes consideran que esa decisión generaría un impacto negativo en la agenda paralela de poder que se había iniciado con el referéndum autonómico cruceño el 4 de mayo de 2008, realizado por fuera del ordenamiento electoral boliviano.

Dicho y hecho, la ley del referéndum revocatorio se materializó en una aplastante ratificación plebiscitaria el 10 de agosto de ese mismo 2008, que le valió al binomio Morales-García Linera el 67,43% de los votos, mientras que los gobernadores de La Paz, José Luis Paredes, y de Cochabamba, Manfred Reyes Villa, tuvieron que dejar sus cargos producto de derrotas que oscilaron entre el 16 y el 29%.

Eran tiempos de polarización entre el MAS, que seguía camino hacia la concreción de una hegemonía política y de la “media luna” sindicada de separatista-independentista que dio lugar a los bullados casos Terrorismo I y II, sostenidos por más de una década durante la administración de Morales y que finalmente fueron cerrados durante el régimen de facto presidido por Jeanine Áñez, gobierno del que Ortiz sería gestor y protagonista indiscutido.

A pesar de sus significativos traspiés, Rubén Costas veía en Óscar Ortiz al operador ideal que representa intereses económico- empresariales, considerando sus habilidades como organizador de campañas y administrador de agendas de medios en óptimas relaciones con televisoras como Unitel. Costas no dubitó en romper acuerdos con Germán Antelo, que representaba a Nuevo Poder Ciudadano y era respetado miembro de la otra logia cruceña, Toborochis. Al exgobernador se lo conoce en los círculos influyentes cruceños como a alguien que ha estado muchas veces dispuesto a no cumplir con su palabra.

Ortiz ya nada tenía que ver con Tuto Quiroga en 2009 y comenzó a trabajar con Samuel Doria Medina, mientras Costas estructuraba a los “Verdes” que se convertirían en el Movimiento Demócrata Social (MDS). A partir de ese momento, Ortiz dejaría un pie en occidente a través de su relación con Unidad Nacional (UN) y pondría el otro en la Gobernación de Santa Cruz. Era el momento en que el vampirismo político del gobernador invisibilizaría al mismísimo Germán Antelo y a otra figura del movimiento cívico cruceño, Carlos Dabdoub, que alguna vez pensó y propuso una “Nación Camba”.

El apabullante triunfo de Evo Morales en las elecciones de 2009 (62%) daría lugar a la desaparición de la “media luna”, al repliegue de actores como Óscar Ortiz a su cuartel regional para relanzarse en 2014 con la supuesta conformación de un frente amplio promovido por Doria Medina, cosa que en los hechos nunca sucedió, articulándose otro artefacto que con el nombre de Unidad Demócrata (UD) cobijó a los “Verdes” del MDS, UN y hasta a facciones marginales del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).

Rubén Costas es considerado “el epítome de la sobrevivencia política” como gobernador de Santa Cruz. Sus principales detractores hacen la siguiente comparación: Desde 1957 (conquista del 11% por regalías), el departamento más extenso y económicamente más pujante del país dispuso de $us 750 millones, esto es durante casi cuatro décadas. Entre 2006 y 2021, es decir solamente en 15 años, Costas dispuso de $us 2.600 millones, contexto en el que se lo acusa de haber transado una agenda con el gobierno del MAS por debajo la mesa, mientras Óscar Ortiz se erige, como se dice en clave de modismo, en “el mandado de la cruceñidad”.

OPERADOR. El declive de la gestión de Costas comenzaría a producirse cuando éste dejó de apoyar a los distintos gremios en un escenario en el que continuó funcionando a fuerza de agrupaciones ciudadanas sin características de estructuras partidarias orgánicas. En ese marco, Óscar Ortiz es el último gran operador en un ámbito considerado, por los más críticos analistas cruceños, de promiscuidad política en la que no hay actores formales ni reglas nítidas. Con la expiración de lo que algunos llaman “Rubenato”, se sabe hoy que Santa Cruz ya no es más el departamento en el que todo se decide desde un comité cívico, dos logias y tres cooperativas.

El departamento más grande del Estado Plurinacional de Bolivia tiene hoy aproximadamente tres millones y medio de habitantes con un alto grado de movilidad social y étnica, en el que personajes que desde muy jóvenes creyeron en “Cristiandad”, ya no encajan en su lógica, ni están a la altura de los nuevos desafíos. El cabildo del 4 de octubre de 2019 señalaba el inicio de la carrera en las preferencias de la clase media cruceña de Luis Fernando Camacho, hoy gobernador, con el que generacionalmente Ortiz no tiene mucho que ver. En ese cabildo, la Cainco y la CAO ya no tuvieron prácticamente incidencia alguna.

En todo ese recorrido de la mano de Tuto primero, de la de Samuel más adelante, pero sobre todo del brazo derecho de Rubén Costas, Óscar Ortiz desplegó una andadura en la que se las arregló para acceder a la presidencia de la Unión de Partidos Latinoamericanos (UPLA), a la vicepresidencia de la Unión Democrática Internacional (IDU) y a convertirse en miembro del Patronato de la Fundación Internacional para la Libertad, además de haber promovido la creación de la Fundación Nueva Democracia. Ortiz mantiene nexos con sectores conservadores de los Estados Unidos y con reductos formativos españoles vinculados al Opus Dei que “ayuda a encontrar a Cristo en el trabajo, la vida familiar y el resto de actividades ordinarias”. Mejor conectado que en estas condiciones, muy difícil.

PRESIDENCIABLE. Wikipedia define al reaccionario como a quien “es partidario de mantener los valores políticos, sociales y morales tradicionales y se opone a reformas o cambios que representan progreso en la sociedad.” La aplicación de esta definición diría que Óscar Ortiz se ha distinguido por defender una visión-acción excluyentes, en la que el conglomerado plurinacional boliviano no figura como sujeto de sus desvelos y es en ese cuadrilátero electoral que finalmente alcanzó la candidatura presidencial para las elecciones de 2019, representando al Movimiento Demócrata Social (MDS) por el que Rubén Costas sacaba pecho en tanto lo exhibía como un partido serio y orgánico “con proyección nacional”.

A partir del momento en que Ortiz se hizo presidenciable, apartando de en medio a Samuel Doria Medina, el más perdedor de todos los candidatos perdedores frente al MAS, había que replantearse la vida entera, por lo que sus asesores de imagen le aconsejaron que archivara la cabellera postiza para sustituirla por un implante capilar que le otorgaría un aire remozado con raíces de cuero cabelludo rejuvenecido. A esas alturas, Ortiz lucía mejor y conforme iba avanzando su campaña, se animaba a sí mismo diciendo que subía y subía en las encuestas.

El resultado obtenido el 20 de octubre de 2019 fue lapidario: Alcanzó apenas el 4,24% de los votos a nivel nacional, catástrofe porcentual amortiguada por la anulación de dichos comicios por presunto fraude y que tuvo como consecuencia la caída del presidente Evo Morales.

Había llegado la hora de ejecutar ágiles movimientos para gestar una transición gubernamental a la medida de sus expectativas y ambiciones, y es en ese escenario que Ortiz cometió la proeza, junto a su colega senador Arturo Murillo, de fabricar en medio de la violencia y el desconcierto nacional la presidencia del Estado para su colega del Beni, Jeanine Áñez. Si se considera que Áñez ya se había autoproclamado por televisión el mismo 10 de noviembre y se ponía en ejecución el “plan B” referido por Doria Medina entre el 11 y 12 en reuniones en la Universidad Católica, la verdad material dice que Óscar, Arturo y Jeanine armaron el triángulo perfecto para violar el ordenamiento de la sucesión constitucional: los Demócratas se habían hecho del poder en 48 horas a sabiendas de las consecuencias jurídico-legales por las que hoy debe responder, en primer lugar, la autoproclamada e inconstitucional presidenta/ candidata de la transición.

Ortiz continuó como senador durante casi la mitad del gobierno de facto, pero apenas iniciado éste, se perfiló como pieza clave de la nueva maquinaria de poder, aunque se sabe que siempre apocado por el temperamento arrasador de Murillo de quien se había hecho compinche desde que fueran electos en 2014. Era el amigo sumiso del capo de la cuadra.

Orgulloso de sus tareas fiscalizadoras contra hechos de corrupción del gobierno del MAS, alguno de ellos comprobado, Ortiz había investigado el manejo del Fondo Indígena, CAMC y Gabriela Zapata, barcazas chinas, taladros en YPFB, y las habituales prácticas de contratación directa. El 8 de mayo asumió el Ministerio de Desarrollo Productivo y exactamente dos meses después llegó al de Economía y Finanzas Públicas. Desde allí continuaría enganchado en plan cacería junto a sus colegas Murillo y Yerko Núñez, ministro de la Presidencia, para acusar, por ejemplo, al presidente del directorio de la empresa de seguros Pro Vida, Marcelo Hurtado, de haber sacado del país $us 15 millones sin el conocimiento de la autoridad en el rubro, sin que dicha acusación pudiera probarse en lo más mínimo.

“He presentado una denuncia frente al Ministerio de Economía, en la cual pido que se realice una investigación sobre la transferencia que ha hecho la empresa Provida, de $us 15 millones, a un banco en Estados Unidos; $us 15 millones que corresponden a los seguros previsionales que forman parte del seguro”, afirmó Ortiz el 15 de enero de 2019 cuando todavía era senador.

Según responde el acusado Hurtado, se trata de una falsedad que lo ha decidido a procesar penalmente a Ortiz. En buenas cuentas, a Hurtado, que además forma parte de la estructura propietaria de las televisoras ATB y PAT, le montaron un caso que lo despachó durante nueve meses al penal de San Pedro por el que en primera instancia le pidieron $us 3 millones para dejarlo en paz y luego le rebajaron el monto a la mitad. No cedió ante las presiones. Este fue el modus operandi con el que el gobierno que fabricó Ortiz junto a Murillo se dedicó a perseguir, criminalizar, encarcelar y extorsionar.

“La virtud de Óscar es la moderación”, dice alguien que lo percibe desde la buena fe. ¿Sabrá el exsenador, exministro, despedido del gabinete de Áñez el día de su cumpleaños (28 de septiembre de 2020), si su contabilidad diaria lo da como ganador o perdedor? En la actualidad, luego de haber renunciado como militante de los Demócratas, conduce el streaming Óscar Ortiz de frente. En su última emisión se refirió al “Estado corrosivo”.

Quienes conocen muy bien a Ortiz, dicen que no le interesan las audiencias nacionales. Lo que busca es sostener su prestigio más allá de nuestras fronteras, donde no se conoce su carrera hacia el poder. Donde no saben que por ahora ha dejado la política, luego del estruendoso fracaso del transitorio gobierno de facto, obra de su creación.

(*) La Asamblea de la Cruceñidad es la instancia suprema de decisión conformada por el Comité Cívico pro Santa Cruz, el Comité Cívico Femenino y la Unión Juvenil Cruceñista. También participan directores y delegados de cada sector institucional, así como los presidentes de las instituciones provinciales y subcomités.

LA RAZÓN inicia hoy la publicación de una serie de artículos relacionados con el poder y los medios de comunicación en Bolivia. El periodista Julio Peñaloza Bretel investiga trayectorias de la esfera política con peso específico, así como las relaciones complejas y conflictivas entre personalidades públicas y la estructura mediática urbana dominante en el país. La base de esta propuesta está inspirada en la necesidad de acudir a la memoria para combatir el olvido y el desconocimiento.

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¿Altura o buen juego?

/ 23 de marzo de 2024 / 08:05

Desde que la razón futbolera nos asiste, el balompié de este lado del mundo es más conocido por la altitud en la que se encuentra su principal estadio, antes que por las virtudes de sus equipos principales, o las capacidades competitivas de aquellos que ingresan anualmente en la arena de Copa Libertadores, Copa Sudamericana y en las eliminatorias mundialistas.

Bolivia ha defendido invariablemente su derecho a jugar en los 3.640 metros sobre el nivel del mar de La Paz y esa defensa se hace extensiva a practicar el fútbol en los 2.558 de Cochabamba, los 2.790 de Sucre, los 4.070 de Potosí, los 3.709 de Oruro y ahora también los 4.000 de El Alto. A tal punto ha calado hondo el asunto que hasta los cuadros nacionales de las ciudades del llano instalaron desde hace algunos años la excusa de que subir a jugar a La Paz, El Alto, Oruro y Potosí implica una desventaja deportiva certificada por la ciencia médica.

Parapetados en la cima de nuestra cordillerana identidad, cada vez que nos visitan equipos brasileños, argentinos o uruguayos, la discusión sobre las virtudes del anfitrión generalmente ocupan un segundo plano, debido a que desde que Daniel Passarella dijera en 1997 que “jugar en la altura es inhumano”, sentimos que tal afirmación se constituía en una intolerable impugnación a nuestro derecho a jugar donde vivimos. Passarella se pasó de la raya, incurrió en una ofensa imperdonable, han afirmado muchos periodistas dedicados a cubrir las actividades futbolísticas del país.

A 24 años de la sentencia del que fuera técnico de la selección argentina —que protagonizó una bochornosa puesta en escena con uno de sus futbolistas autoinfligiéndose una herida en el rostro—, resulta necesario recordar que la celeste y blanca le ha ganado a Bolivia en La Paz nada menos  que cinco veces (eliminatorias para los mundiales 1966, 1974, 2006, 2022, 2026), Bolivia se impuso con la misma cantidad de partidos (eliminatorias para los mundiales 1958, 1970, 1998, 2010, 2018) y se produjeron dos empates (eliminatorias para los mundiales 2002, 2014). Conclusión: La altura no gana partidos.  Datos complementarios: El último triunfo de la selección argentina dirigida por Lionel Scaloni (3-0 en el Hernando Siles en septiembre de 2023) consistió en un baile desplegado a distintos ritmos, entre tango y chacararera; y en el último partido jugado contra Brasil en Miraflores (marzo, 2022), nuestra sufridora selección soportó una goleada de 0-4. Segunda conclusión: La altura no gana partidos y hasta puede convertirse en el peor dispositivo de autoengaño de los equipos nacionales que terminan aplastados en su propia casa. Tercera conclusión: Argentina y Brasil, temerosos por la falta de oxígeno en nuestra cancha, le han ganado a la selección boliviana, triunfando en primer lugar contra la altura, nuestra supuesta principal ventaja.

En 2001, el preparador físico Alfredo Weber me dijo en Buenos Aires que Bolivia no podía darse el lujo de perder con tan grande prerrogativa, que si se prepara convenientemente lo más probable es que se haga imbatible en La Paz. Weber tenía razón hasta cierto punto, pero vistas las cosas dos décadas después, está claro que mientras Bolivia ha ido perdiendo habilidades para usufructuar de la potestad que le da su ecosistema, las selecciones visitantes han encontrado la manera de humanizar el jugar en estas alturas que para mentalidades como la de Passarella era imposible.

El expediente de la altura, tal como se persiste en concebirlo, se ha convertido en la excusa que ha trascendido décadas y a la que en las últimas horas hay que agregar ciertas percepciones que dicen que nuestros jugadores son de madera (Faustino Asprilla), que la selección mexicana no debería perder el tiempo midiéndose con Bolivia porque no sirve como adversario de partido preparatorio a un torneo. La altura sería temible si tuviéramos un fútbol competitivo, tal como el desarrollado por Colombia que no juega en la altura de Bogotá (2.625 m.s.n.m), que lo hace en la calurosa Medellín, porque ha privilegiado el construir un fútbol de calidad con el impulso de conductores como Carlos Bilardo y Francisco Maturana (años 80 y 90).

La altura de El Alto sirvió de cuco cuando Always Ready demolió con suficiencia hace algunas semanas a Sporting Cristal (6-1), ese mismo equipo peruano que hace un año le ganó en la altura de La Paz a The Strongest sepultando sus aspiraciones de pasar a octavos de final de Copa Libertadores. Para decirlo sin vueltas: El fútbol se construye con fútbol, con procesos de largo aliento, con estructuras formativas y recién a partir de esa escala de prioridades se podrá pensar en que la altura sirve como última cuña  —no como primera— para alcanzar el triunfo o el éxito deportivo, y será sensato y síntoma de madurez entender a los que a pesar del pánico vienen y ganan, certificación indiscutible de que el juego se gana con juego y no con falsos fantasmas.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El periodista Julio Peñaloza agrega sexta parte a edición de su libro

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte).

El Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) publicó el libro en su segunda edición.

/ 17 de marzo de 2024 / 19:16

“Este libro es en gran medida producto de mi trabajo en La Razón en los últimos cuatro años, sin su respaldo difícilmente habría sido posible” dice Julio Peñaloza Bretel, habitual columnista de este diario, acerca de la publicación de este libro que el Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) acaba de publicar en su segunda edición y que forma parte de la oferta del stand de la Vicepresidencia del Estado en la primera feria del libro que se desa-rrolla en la ciudad de El Alto.

El momento mismo en que se produjo el derrocamiento de Evo Morales, Peñaloza Bretel decidió construir un relato que contemplara una visión estructural acerca de la violencia política, las violaciones a los derechos humanos y las masacres sufridas por bolivianas y bolivianos a lo largo de la historia del país. Con este espíritu, la primera edición organizada en cinco partes fue presentada en abril de 2022 por el vicepresidente David Choquehuanca, el expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé y la entonces embajadora de México, María Teresa Mercado, que tuvo refugiados en su residencia a varios personeros del defenestrado gobierno del MAS durante el gobierno transitorio de Jeanine Áñez.

EDICIÓN

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte) acerca de personajes, víctimas y actuaciones que permitieron esta nueva edición en la que figuran, por ejemplo, “La coartada del fraude/golpe”, “Cierre de filas contra el golpismo”, “El asesinato político de Sebastián Moro”, “Operadores mediáticos ad nauseam”, “Un libro que Luis Fernando Camacho debería leer” (acerca de las masacres de Sacaba y Senkata), “La canciller”, “La Embajadora”, “El paramilitar” “¿Por qué se enjuició a Jeanine Áñez por la vía ordinaria?”, “El antimasismo de Página Siete y su fase terminal” y “La sentenciada”.

En términos temáticos, la parte 1 se refiere a la historia política de Bolivia, la parte 2 a las noticias sobre el gobierno de facto, la parte 3 a la interpretación y contextualización de los acontecimientos y protagonistas durante el gobierno de Áñez.

PARTES 4 Y 5

La parte 4 a la recapitulación de las masacres sufridas por el pueblo boliviano desde la República en el siglo XX hasta el vigente Estado Plurinacional, en la parte 5 se abordan a través de reportajes periodísticos, los hechos y los personajes que dieron lugar a la interrupción del Estado de Derecho a partir del 10–12 de noviembre de 2019.

Finalmente, en la parte 6, incorporada en esta segunda edición, se abordan aspectos que quedaron en el tintero y que repercutieron en términos de noticias y generaron opinión entre 2021 y 2023.

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Nación Osage

/ 9 de marzo de 2024 / 03:21

La historia de los Estados Unidos de América, el portaestandarte indiscutido de la democracia occidental, el paradigmático país que se ufana de exhibir el catálogo más amplio de derechos y libertades en todo el planeta, es nuevamente puesta en entredicho y en evidencia acerca de cómo se construyó está nación especializada en tutelar e imponerse sobre otras naciones a partir de su expansión imperial y su lucha a brazo partido contra el comunismo de la Unión Soviética durante la llamada Guerra Fría, continuación del triunfo en la Segunda Guerra Mundial contra el delirio nazi.  En efecto, Martin Scorsese ha echado mano del libro del escritor David Grann —Los asesinos de la luna de las flores: Los crímenes en la Nación Osage y el nacimiento del FBI (2017)— para entregarnos la película más lúcida que haya podido verse en las últimas décadas acerca de esa otra historia, aquella labrada por los pueblos indígenas que en el caso norteamericano fueron reducidos a reservas de cualidades “semisoberanas”.

El actor John Wayne, y todos los agentes del orden establecido formateados desde la industria cinematográfica, atiborraron una filmografía (películas del far west) de por lo menos medio siglo en la que los indios nacidos antes de que se plantara la bandera de barras y estrellas eran unos facinerosos pieles rojas que asaltaban diligencias de familias como la Ingalls, conformada por el papá patriarca, la mamá abnegada y los hijos rubiecitos y luminosos, paradigmas de la belleza y la inocencia humanas. Así, a través del cine y la televisión, se fue construyendo en el imaginario colectivo de la modernidad urbana de la Indoamérica colonizada por España y sus piratas del Caribe y territorios aledaños, la idea de que lo indio era feo, salvaje, peligroso, violento y asesino, tal como sucedió en la zona Sur de La Paz en 2019, aterrorizada ante la posibilidad de que unos campesinos violentos se descolgaran de sus cerros para atacar las casas de los blancos, saquearlas y matar a sus habitantes para finalmente apropiarse de lo ajeno, digamos que coronando el triunfo de la barbarie sobre la civilización.

Gracias a la investigación periodística convertida en literatura y más tarde en película, nos encontramos con que la historia se había producido exactamente al revés: Que unos pérfidos hombres blancos tramaron un macabro plan de exterminio de los indios Osage, propietarios de tierras en Oklahoma de las que salía petróleo a borbotones y de las que por supuesto eran dueños originarios. Para tal cometido, entre otras estratagemas y trampas, William Hale (Robert de Niro) y su sobrino Ernest Burkhart (Leonardo Di Caprio) deciden que hay que conquistar, en el sentido más colonial de la palabra, a Molly Kyle, impresionantemente interpretada por Lily Gladstone, con la que éste debe casarse para ir eliminando del camino a esos indios que con el dinero que les provee el oro negro se dan el lujo de tener choferes blancos y de mandar con la soberanía que les asiste.

La película de Scorsese, que involucra al FBI de Edgar Hoover frente al desafío del esclarecimiento de los hechos, está nominada para 10 estatuillas Oscar. Como antecedente importa el hecho de que Lily Gladstone obtuvo el Globo de Oro, el premio del Sindicato de Actores, y los de las asociaciones de críticos norteamericanos y de Boston. Si la academia hollywoodense le entrega el premio a mejor actuación protagónica, significará que a 51 años del rechazo de Marlon Brando a recibir el premio por su interpretación como Vito Corleone (El Padrino de Francis Ford Coppola, 1973), en protesta por la discriminación practicada por la industria cinematográfica contra los indígenas, quedará simbólicamente reparada; pero no nos hagamos ilusiones, hay una gran probabilidad de que ese Oscar no será para Lilly Gladstone, actriz indígena lo mismo que Sacheen Littlefeather, quién subió al escenario para leer el discurso-protesta de Brando por “el trato vejatorio contra los indios”… se trataba de Brando, el más grande actor que se haya podido ver en la pantalla grande en la historia del cine, según lo dicta mi recuerdo agradecido.

Los asesinos de la luna llena es un peliculón de tres horas y media para mirar con detenimiento y ejercitar nuestra memoria audiovisual con admiración hacia el italoneoyorkino Martin Scorsese, sabio narrador de historias cinematográficas que a sus 81 años sigue dirigiendo a grandes actores con la misma lucidez con la que guiara al mismísimo De Niro en Taxi Driver (1976) y dirigirá otra vez a Di Caprio en su próxima película The wager (La apuesta), también basada en un libro de David Grann, “una historia de un naufragio, motín y asesinato”.

Ya se sabe: el Oscar es el Oscar. Tiene para premiar una película sobre el genio de la bomba atómica, otra sobre un asesinato enigmático en un lugar nevado, la Zona de interés sobre la normalidad con la que habitan el mundo unos criminales genocidas y ésta sobre los Osage que nos conduce a comprobar que la gran historia humana puede estar debajo de la alfombra roja de Hollywood. Venga el diablo o el Tío Sam y escoja.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El anverso del horror

/ 24 de febrero de 2024 / 07:01

Ha sucedido en distintas latitudes que varios creadores audiovisuales fueron advertidos a través de preguntas formuladas por la crítica especializada, acerca de ciertas consecuencias perceptivas que no habían considerado a la hora de escribir con la cámara. Me visita la sensación de que el director británico Jonathan Glazer todavía no sabe del tamaño de la incidencia de su película, la más lúcida y esclarecedora acerca del Holocausto (La zona de interés, 2023) que hayamos podido visionar por lo menos en medio siglo y que ya se ha llevado los premios mayores en el Reino Unido (Bafta) y en Francia (Cannes).

Alguna vez, algún cineasta consagrado comentó que algo que un crítico le estaba preguntando y que había advertido en alguna de sus grandes obras, no lo había considerado, pero ya que lo mencionaba, efectivamente se podía leer de la manera en que el entrevistador se lo señalaba. Algo parecido tiene que suceder con Glazer en tanto su película multipremiada, inspirada en la novela del recientemente fallecido escritor, también inglés, Martin Amis (“su escritura es un triunfo de la inteligencia”, dice el periodista Eduardo Lago), es una portentosa explicación acerca de la estructura mental del poderoso que ha alcanzado el macabro privilegio de decidir quién vive y quién debe morir, quién sobrevive y quién debe ser incinerado, a quién se somete —por más judía que sea la joven de turno— si lo que va a ocurrir es vaciar la necesidad fálica propia del mandato patriarcal: El racismo exterminador es lo de menos si lo que viene es el entretenimiento de cualquier macho depredador y para insinuar tal situación, Glazer sitúa al Comandante del campo de concentración de Auschwitz reclinado en su escritorio de ejecutivo de la muerte con las botas debidamente relucientes, mientras la chica en cuestión aparece en una silla con una falda larga, abriendo discretamente las piernas como abandonándose descalza: la ley de cierre según la psicología de la Gestalt decide en cada cabeza de espectador cómo pudo haber evolucionado y culminado el momento sin necesidad de mostrar, exhibiendo sin exhibir.

Dicho esto, la crítica que apunta a destacar el fuera de campo o fuera de encuadre de La zona de interés, está diciendo que los ruidos de lo que sucede del otro lado de la confortable residencia del Comandante, con algunas referencias fugaces de judíos que ayudan en las tareas domésticas de la casita perfecta habitada por su preciosa familia, le dan sentido al discurso cinematográfico, cuando la auténtica y más profunda connotación reside en lo que muestra para develar todo un perfil humano caracterizado por la más absoluta normalidad, la más encantadora de las cotidianidades, el más amoroso de los comportamientos con el jefe de familia leyéndoles a sus rubias niñas cuentos cual si fueran canciones de cuna para que duerman plácidamente y que son expuestos con imágenes en negativo como en la fotografía analógica, en las que se conservaban los registros en caso de necesitarse nuevas reproducciones en papel.

La zona de interés es en primer lugar lo que muestra, no lo que sugiere con los sonidos en off y si se lee así, estamos ante una normalidad que arropa a los psicópatas como palomas inofensivas en tanto consideran que su transcurrir por la vida les exige obligaciones funcionarias por las que no hay que alarmarse, y de ninguna manera sentir remordimiento si de lo que se trata es de limpiar el mundo de la escoria, de la bestialidad racial mal nacida, de la desventaja física, o las inventadas imperfecciones mentales del otro. Por ello los planos que en grandes tramos sugieren álbumes fotográficos con cámara estática, nos dejan unas postales de esa gente que a la hora de la reunión ejecutiva están decidiendo el mejoramiento de la tecnología para la incineración y la cremación como si se tratara de la planimetría del próximo condominio exclusivo para millonarios.

El horror no estará, por tanto, en los escombros de los exterminados que podríamos imaginar o haber visto en tantísimas películas, sino en la pulcra conducta familiar en que la señora de la casa recibe a la abuela de sus hijos y le va explicando cómo su jardín precioso y cuidado hasta el mínimo detalle es una pequeña huerta trabajada con amor, sin que se le mueva un pelo acerca de la barda color cemento que separa el verdor del campo aquél del otro lado en el que para ella nunca pasa nada, salvo la estabilidad laboral de su señor esposo que por nada del mundo debiera ser transferido a otra misión porque es allí donde se ha construido la felicidad.

El comportamiento de los personajes de Amis-Glazer explica por qué nunca escucharemos un acto de contrición de estos fascistas felices conmovidos por la ternura de la tradición, la propiedad y la familia donde la palabra perdón no cabe, simple y llanamente porque sienten que no hay motivo alguno por el cual arrepentirse. Se trata del lado A del horror, la cara de una normalidad en la que la eliminación del otro no es otra cosa que un asunto de eficiencia militar y gerencial.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El devaneo cruceñista

/ 10 de febrero de 2024 / 04:22

“Santa Cruz toca la puerta” (La cuestión cruceña, FES, 2023) y quiere hacer política a partir de su clase media propietaria, liberal y republicana, en contrastación con el nacionalismo popular del MAS, dice Manuel Suárez, diputado del MNR y presidente de la Comisión de Ética que propició la expulsión de Evo Morales de la Cámara de Diputados (2002), secretario privado del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada (2002-2003), vicecanciller y responsable de estudios de opinión de la presidenta Jeanine Áñez (2019-2020). También asesor de Branko Marinkovic, alguna vez pensó que el gran acuerdo entre lo nacional popular y el inversionismo empresarial, ente occidente y oriente,  debía darse entre Evo y Branko, en su momento presidente del Comité pro Santa Cruz, acusado de conspiración en el primer tramo gubernamental del Movimiento Al Socialismo (MAS), lo que forzó al cruceño croata a refugiarse en Brasil por casi una década para luego retornar como ministro de Economía del gobierno de Áñez.

Suárez escribe su lectura-propuesta acerca de una pretendida Santa Cruz de nuevo siglo desde la experiencia de la militancia partidaria y el asesoramiento a poderosos empresarios, por lo que pensar que nos encontramos con un texto resultante de una vocacional vida académica sería una inexactitud. En buenas cuentas se trata del texto de un operador político que ha formado parte de la estructura de la democracia de pactos en la que el jefe histórico del MNR, Víctor Paz Estenssoro, se sometió a las condiciones puestas por el Gral. Hugo Banzer Suárez para cogobernar en dictadura primero (Frente Popular Nacionalista, FPN) y luego recibir el apoyo del mismo Banzer con el Pacto por la Democracia (1985) a través de un incondicional apoyo de su partido fundando, en 1979, Acción Democrática Nacionalista (ADN), lo que permite concluir que estamos frente a un político de adscripción Paz Estenssorista-Banzerista y no otra cosa: Los hijos y nietos de los jerarcas de las dictaduras y el neoliberalismo provenientes del MNR, FSB y más tarde de ADN y el MIR, son predominantemente herederos de una cultura política basada en el supremacismo y el anticomunismo construido durante la Guerra Fría, clasificando al colla y al indio como “bestia humana”, tal como lo afirmara en su momento Rómulo Calvo, el muy clasemediero y anterior presidente del Comité pro Santa Cruz, lo que significa que intenta clasificar a una clase media sin olores ni colores ideológicos solamente como republicanas y liberales de la expansión inmobiliaria y agroexportadora, significa presentarlas como desprovistas de memoria con antecedentes históricos, político partidarios y orígenes hacendales y terratenientes.

Si no se examinan las rutas críticas de dos cruceños fundamentales de nuestra historia contemporánea como Banzer y Percy Fernández (MNR), el hacedor de la Santa Cruz de la Sierra moderna (seis gestiones, 15 años como alcalde), significa incurrir en una notoria omisión en el análisis riguroso de lo histórico político de la “locomotora de la economía boliviana”, y eso es lo que precisamente hace con su texto Suárez, en el que cita muy al pasar a varios personajes de la vida pública, pero no ejercita una imprescindible mirada profunda acerca del banzerismo y el movimientismo Paz Estenssorista y el de varios de sus actores de última data, comenzando por Luis Fernando Camacho, al que algún lambiscón calificó en tiempos de campaña electoral como el “nuevo Banzer”, cuando a estas alturas se puede afirmar que el General es una figura de dimensión histórica participando e influyendo en la política boliviana durante medio siglo, y Camacho es apenas un agitador de rotondas con una fijación de odio antimasista que manipuló astutamente con la Biblia en mano una movilización de esas clases medias propietarias y de “sus cambas” para manifestarse contra el prorroguismo evista. Suárez opone el republicanismo liberal al nacionalismo centralista, cuando en realidad Paz Estenssoro (Revolución del 52) y Banzer (Golpe de Estado del 71) fueron nacionalistas de derecha en la política, y capitalistas de Estado y neoliberales privatizadores en la economía, en las distintas fases de sus carreras políticas.

Las categorizaciones de Suárez en su tocada de puerta para que las clases medias cruceñas ingresen a la política boliviana como si no estuvieran adentro, son esquemáticas y no contienen elementos informativos acerca de las mutaciones temporales de sus actores. La política se hace con políticos, con estructuras partidarias que contemplen, por ejemplo, esa Alianza de Clases propugnada por Guevara Arce en la tesis de Ayopaya (1946) que el autor cita, y fundamentalmente con liderazgos como el de Banzer o Percy Fernández. Santa Cruz necesita líderes  de carne y hueso con el necesario talento político y visión de mundo para armonizar la patria chica con la plurinación, como lo hiciera el General, padre espiritual del golpismo alentado por las clases medias republicanas y liberales de Santa Cruz en 2019, a las que seguramente Suárez considera pertenecer.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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