LR en la Memoria

Thursday 25 Apr 2024 | Actualizado a 09:05 AM

Aviones, helicópteros y la mala memoria del general Terceros

/ 11 de julio de 2021 / 09:12

Para quienes suelen treparse a algún púlpito en el plan de ofrecer directrices sobre los deberes del periodismo, es oportuno hacer notar que no todos juegan a la dicotomía del fraude o golpe de Estado, en estos tiempos postraumáticos de interrupción de la democracia y autoritarismo de transición producida entre el 12 de noviembre de 2019 y el 7 de noviembre de 2020.

El 20 de octubre de 2019 pudo haberse generado un fraude electoral y eso no quita que a continuación, como producto de la indignación por aquel hecho, también resultara posible optar por una salida inconstitucional luego de la renuncia del presidente Evo Morales. Una vez producida la sucesión, sobre la que venimos abundando en argumentos acerca de los motivos que nos llevan a afirmar que la asunción de Jeanine Áñez estuvo caracterizada por la ilegalidad, el gobierno que la exsenadora encabezó disponía de todos los instrumentos, incluido el año de ejercicio del poder, para encontrar pruebas reales e incontrastables sobre el presunto fraude. No sucedió aquello. El informe vinculante de la OEA, admitido en esos términos por el gobierno de Evo Morales, nunca llegó a demostrar técnica y jurídicamente en qué consistió con precisión y detalle el proceso fraudulento, esto es, en qué mesas electorales se habría producido, con la manipulación de qué y cuántas actas para fraguar los resultados planeados a la medida del binomio del MAS, y así sucesivamente para llegar a la conclusión de cuántos votos o qué porcentajes fueron finalmente los registrados como fraudulentos.

En consecuencia, lo que tenemos hoy siguen siendo consignas: “Fraude monumental” o “no fue golpe, fue fraude”, y otras frases de prosapia republicana, trasladadas a las redes sociales con las que no se demuestra absolutamente nada. En cambio, sobre la sucesión inconstitucional los datos verificables son cada vez más evidentes en los planos político (Asamblea Legislativa), militar (sugerencia de renuncia y movimientos de efectivos), policial (motines y represión callejera) y ciudadano: civiles “haciendo justicia” por mano propia como la Unión Juvenil Cruceñista y la Resistencia Juvenil Cochala. Supongo que a eso, un personero de la corporación de opinadores que publica a control remoto le llama “formidable convergencia de fuerzas sociales e institucionales”.

TERCEROS. Capturados el pasado 3 de julio los excomandantes de la Fuerza Aérea Jorge Gonzalo Terceros y de la Armada, almirante Gonzalo Jarjuri, conviene recuperar algunos indicios sobre la participación del primero en la administración de aeronaves militares entre el 9 y el 12 de noviembre de 2019, días en los que Evo Morales dejó el gobierno para ser sustituido por la senadora JeanineÁñez.

En la edición del 20 de junio de esta serie periodística (Memoria y Archivo, Los senadores que impusieron la presidencia de JeanineÁñez) publicamos la siguiente versión con respecto de los contactos que mantenía Tuto Quiroga con el entonces comandante de la Fuerza Aérea, Jorge Gonzalo Terceros: “Tuto Quiroga se encargó de comprometer al comandante de la Fuerza Aérea, Gral. Jorge Gonzalo Terceros, para que tal condición (la salida de Evo Morales del país), previa a cualquier diálogo, se cumpliera. Las representantes del MAS que conversaron con Quiroga entre el lunes 11 y el martes 12 (Salvatierra, Morales, Rivero) no sabían que cuando Evo Morales, Álvaro García Linera y Gabriela Montaño aterrizaron en Chimoré (domingo 10 por la noche), estaban siendo inicialmente conducidos a la zona militar del aeropuerto muy probablemente para ser detenidos, decisión cambiada por el piloto de la nave ante una advertencia hecha por García Linera que dijo que con la marea cocalera que esperaba en la plataforma principal podía generarse una tragedia espeluznante. Una vez en tierra, los exmandatarios y la exministra de Salud fueron envueltos por sus compañeros hasta ser internados monte adentro, donde policías y militares no pudieran llegar para capturarlos”.

ALIADOS. Ortiz, Murillo y Núñez, los excolegas de Áñez que la llevaron al poder e impulsaron su candidatura. Foto. La Razón-archivo

En su edición del miércoles 7 de julio, producto de una entrevista concedida a la red Uno de televisión, el diario El Deber apunta siete mentiras establecidas por Álvaro García Linera con respecto de la declaración informativa ofrecida por el Gral. Terceros al fiscal Omar Mejillones (3 de julio, hs. 23.17) en calidad de sindicado. Entre ellas figura la relacionada con nuestra versión periodística que queda confirmada: “García Linera dijo que Terceros mintió al decir que se reunió con Evo Morales el 10 de noviembre; también aseguró que el exjefe militar ordenó guardar el avión presidencial para que no traslade a Morales de El Alto a Chimoré y que, una vez en el Chapare, los hizo aterrizar en el hangar militar y no en el aeropuerto. Opinó que su intención era detener al exmandatario y al exvicepresidente.” Esta información ya se conocía gracias a una conversación sostenida en diciembre de 2019, en Buenos Aires, con una fuente confiable, ciudad en la que Evo Morales, en su calidad de refugiado político, en entrevista ofrecida a la emisora televisiva C5N, el 15 de ese último mes del año, apuntó al Gral. Terceros como “principal golpista”.

Leída con detenimiento y detalle su declaración informativa ante la Fiscalía, es evidente que el excomandante de la Fuerza Aérea Boliviana no fue preguntado por el episodio del hangar militar de Chimoré. Habría sido interesante tener alguna respuesta para comprobar hasta qué punto el ahora jubilado militar estaba diciendo la verdad. Cuando se le consultó si conocía a JeanineÁñez, a líderes cívicos y a otros políticos, fue tajante: “No conozco a nadie”. Pero cuando el fiscal, a continuación, requiere respuesta sobre si entre el 10 y el 12 de noviembre de 2019 habló con Tuto Quiroga, dice textualmente: “No recuerdo haberme comunicado con él”. Si se comparan ambas afirmaciones, la una es rotunda e indiscutible, mientras que la otra es de esas en que para no mentir, se decide salir por la tangente, pretextando olvido. Lo interesante de esta parte de la conspiración que terminó con la caída de Evo Morales es que Quiroga no desmintió autorizaciones de vuelos y llamados por celular que el lunes 11 de noviembre se produjeron para que una vez convenida la salida de Evo en avión mexicano, vía Paraguay, las representantes masistas aceptaran sentarse a conversar en la Universidad Católica con quienes fueron durante 48 horas dueños del destino constitucional del país, sin sustento representativo y jurídico alguno, por obra y gracia de la jerarquía eclesiástica que convocó a una primera reunión el mismo domingo 10 de noviembre.

Para que no haya ni la más mínima duda acerca de la actuación de Tuto Quiroga, LA RAZÓN se encargó de recordárnoslo en su edición digital del 7 de julio: “ Tras la dimisión del presidente Evo Morales, el exmandatario Jorge Tuto Quiroga admitió, el 12 de noviembre de 2019, que gestionó con autoridades de la Fuerza Aérea Boliviana (FAB) el vuelo del jefe del MAS rumbo a México, donde estuvo asilado por un mes (…). ‘A todos ustedes quiero pedirles disculpas, que comprendan que ayer tuve que hacer algo que nunca pensé que iba a tener que hacer, gestiones con la Fuerza Aérea Boliviana para que el tirano salga de Bolivia, a fin de que pacifiquemos el país’, comentó en un video que fue difundido en redes sociales, pero luego fue retirado”.

SALUDO. La llegada de Morales a México, tras una odisea en Bolivia. Foto. La Razón-archivo

MÉXICO. En este contexto, en mi columna Contragolpe del 5 de diciembre de 2020, afirmé lo siguiente: “… decirle cobarde a Evo Morales por haber salido del país en noviembre del año pasado, cuando fue él (Tuto) quien intercedió ante el Gral. Jorge Terceros, comandante de la Fuerza Aérea, ya que del puñado de golpistas entre los que por esas horas se movía (…) era el más lúcido: ‘Si Evo Morales se queda en el país, el nuevo gobierno no aguanta’, pensaba, por lo que era aconsejable que se le diera el visto bueno para salir hacia México vía Paraguay.” Con este significativo dato, quienes afirman que el lunes 11 de noviembre, Evo y Álvaro todavía mandaban sobre las Fuerzas Armadas, buscan vanamente desvirtuar los hechos conspirativos aquí descritos.

Dice Terceros que solo estuvo para la foto en la conferencia de prensa ofrecida por el Gral. Williams Kaliman cuando “sugirió” a Evo Morales renunciar. En otras palabras se trataba, según su declaración jurada, casi de un convidado de piedra, ante lo que cabría preguntarle: ¿Quién autorizó los vuelos de los aviones T-33 el 9 de noviembre sobre Achacachi y Viacha? ¿Quién ordenó los vuelos rasantes sobre La Paz de los aviones K-8 el 11 de noviembre en plan de amedrentamiento? La respuesta a esta última pregunta la dio el propio Kaliman a radio Fides en diciembre de 2019: Él mismo junto a sus comandantes. Sigamos. ¿Quién facilitó el helicóptero H425Z-9 Harbin para que Jeanine Áñez y Óscar Ortiz pudieran llegar hasta el Colegio Militar de Ejército de La Paz el lunes 11 de noviembre, a objeto de reunirse minutos después con Luis Fernando Camacho, que los esperaba en el hotel Casa Grande? Se sabe que ese mismo helicóptero, el H425, es el que se utilizó para disparar sobre la población civil en Senkata el martes 19 de noviembre. Estas preguntas llevan a una conclusión incontrastable: había una coordinación civil militar que facilitaba tareas y en ese contexto encaja perfectamente el rol jugado por el padre de Camacho (José Luis) que se habría acercado a militares y policías “para que no salieran a reprimir al pueblo” o, dicho de otro modo, para que se insubordinaran violando la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas contra su Capitán General, Evo Morales.

Los comandantes de los regimientos Calama, Ingavi, Bolívar, Bilbao la Vieja, Lanza, Ayacucho y del Batallón Vidaurre decidieron no intervenir en la crisis porque consideraban peligrosísimo entrar en acción sin un panorama con órdenes expresas. En ese contexto, es el mismo Terceros quien declaró ante el Ministerio Público que el Gral. Gróver Rojas increpó a Kaliman pidiéndole que “ordene que salgan a los militares para defender al pueblo”, a lo que el Comandante en Jefe respondió “qué pueblo vamos a defender, porque los dos que se están enfrentando son el pueblo.” Este panorama deja en claro las tensiones instaladas entre comandantes y Estado Mayor, estructura de la que formaba parte el Gral. Rojas, el Gral. Luis Fernando Valverde (con detención preventiva por los hechos de Senkata desde el 1 de abril) y el Gral. Sergio Orellana, que sucedería en el Comando en Jefe a Kaliman, una vez consolidada la presidencia de Áñez. En la actualidad, Orellana, el “desaparecido en acción” en noviembre de 2020, se encontraría en algún lugar de Colombia debidamente camuflado por los habitantes de alguna ciudad populosa.

CONFERENCIA. El Alto Mando militar, cuando ‘sugirió’ la dimisión de Evo Morales. Arriba, de azul, el comandante Jorge Terceros.

En los últimos 15 días, el brazo mediático que jugó un rol determinante de consolidación del gobierno de JeanineÁñez patalea duro y parejo en el frenético intento de querer tapar el sol con un dedo.

Quiere instalar la idea de que Evo pretendía incendiar La Paz con 2.000 personas. Que García Linera dijo que 15.000 campesinos generarían un baño de sangre si no permitían el despegue del avión hacia México. Que Evo debe declarar ante la Fiscalía por pirómano. Que la Iglesia Católica les ofreció la presidencia a una senadora y a una diputada del MAS. Que esto. Que aquello. Y lo de más allá. Es decir, convirtiendo el ejercicio periodístico en un manojo de conjeturas, del dice que dice, cuando las verdades materiales de lo acontecido se encuentran en los hechos consumados, no en las suposiciones o en las interpretaciones forzadas de los colaboracionistas del golpe o de los analistas de manual. Será por la insosteniblidad de sus pretendidos argumentos que varios de ellos dejaron de redactar esos penosos panegíricos en forma de columnas de opinión y emprendieron la retirada, una vez recuperada la democracia a través del voto popular.

ORTIZ. Los militares no iban a tomar el poder, aunque a Luis Fernando Camacho una junta civil militar le pareciera la mejor fórmula.

Una decisión de semejante vuelo significaba un golpe al estilo de los años 70, por lo que había que maquillar con un delgado revestimiento “lo más cercano a la Constitución”, la resolución final luego de conseguido el derrocamiento de Evo Morales. En ese contexto, el jugador decisivo se llama Óscar Ortiz Antelo, senador del Movimiento Demócrata Social (MDS), que preguntó a Adriana Salvatierra y Susana Rivero el martes 12 de noviembre “¿qué hacen ustedes aquí? (Universidad Católica) Esto hay que resolverlo en la Asamblea.” Se sabe que en las reuniones auspiciadas por curas y embajadores, Ortiz ni se sentó en la mesa. No abrió la boca. Su discreción era estratégica.

¿Quién pregunta hoy por Ortiz? Nadie. Puede darse el lujo de tomar café con el editor de un diario cruceño a media mañana de un día cualquiera en un café del Tercer Anillo. Puede escribir y publicar sobre la ausencia de Estado en el diario paceño de la derecha, cuando es bien sabido que quien condujo todo el operativo en el Senado para colgarle la banda presidencial a Jeanine Áñez sin posesión en la Asamblea fue él, con el acompañamiento de su colega y entonces amigo Arturo Murillo, quien pasaría al frente de las acciones gubernamentales a partir del 13 de noviembre cuando fue posesionado como ministro de Gobierno.

Ortiz acompañó en helicóptero militar a Jeanine para aterrizar en Irpavi (Colegio Militar de Ejército) y reunirse con Camacho, el macho alfa de la revuelta cívica “pitita”. Lo suyo era el razonamiento con vistas a quitarle la personería jurídica al MAS, pero eso hubiera sido encaminado si Áñez no se tragaba la versión de que el plan de su colega era generar un par de movidas en el Senado para reemplazarla poco tiempo después en la presidencia, intriga a cargo del murillismo, que impuso el estilo atrabiliario y represivo que le significó un desgaste que permitió la recuperación de la musculatura masista. En buenas cuentas, Ortiz tenía un proyecto político, y Murillo un proyecto personal —por eso está preso en Miami, ya se sabe con detalle— que terminó siendo funcional a los intereses del partido azul.

Ortiz continuó como senador, probablemente barajando posibilidades acerca de su influencia en el gobierno transitorio hasta que la pandemia trastocó los planes de la propia presidenta y de su mano derecha que sin pudor le corregía al oído frente a cámaras, y que obligaron a la reorientación gubernamental, al extremo de que el propio Ortiz quedó fuera de combate aquejado por la enfermedad que lo postró durante aproximadamente un mes. Cuando estuvo listo para volver, Murillo ya se había consolidado como el Taita del poder y las ambiciones ideológicas y estructurales de Ortiz habían quedado en el canasto. Todo se había reducido a perseguir, encarcelar y extorsionar a masistas y a quienes lo parecieran; de hacer negocios con barbijos, respiradores, gases lacrimógenos, y con lo que se pudiera, al punto que el senador cruceño terminó destituido del cargo de ministro de Economía por la presidenta a la que él había encumbrado a la silla, al declararse contrario a la privatización de la Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica Cochabamba (ELFEC), gestión en la que, por supuesto, también mandaba Murillo. Los esfuerzos civiles y militares terminaron desembocando en una desastrosa transición que terminó con el regreso del MAS al gobierno, más temprano de lo previsto, producto de una suma de atropellos y atrocidades.

LA RAZÓN publica una serie de artículos relacionados con el poder y los medios de comunicación en Bolivia. El periodista Julio Peñaloza Bretel investiga trayectorias de la esfera política con peso específico, así como las relaciones complejas y conflictivas entre personalidades públicas y la estructura mediática urbana dominante en el país. La base de esta propuesta está inspirada en la necesidad de acudir a la memoria para combatir el olvido y el desconocimiento.

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LLAKI: un viaje de cuerpo y alma en clave kallawaya

El director Diego Revollo estrenó su película documental el 18 de abril en la Cinemateca Boliviana

La cinta boliviana está dirigida por Diego Revollo y producida por Miguel Nina.

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 21 de abril de 2024 / 06:49

Lunlaya es el lugar en el mundo en el que un niño comienza narrando de cuántas vacas dispone su comunidad: 16. Trepa hacia lo más alto de un cerro para revisar si están todas, y en ese trayecto cuenta como el cóndor ataca al ternero y dice que si luego de someter al mamífero van apareciendo más cóndores, significa algo así como el arribo de la destrucción, de la rapiña que destroza y mata. Ese mismo niño juega y ríe con una maquinita entre sus manos, y repite hakuna matata, frase que hiciera universal El rey león, cinta de la poderosísima transnacional del audiovisual Disney. Es muy probable que ese niño de sonrisa luminosa no sepa que hakuna matata significa “no hay problema”, “sé feliz” o “no te preocupes” y que pertenece a la lengua africana suajili (Tanzania, Kenia, Uganda), que la canción de la película de animación que ha circulado por todos los mares y continentes fue compuesta por Elton John y Tim Rice y que con el impulso de la voracidad mercantil, Disney se la apropió, lo que provocó la indignación de sus hablantes originarios.

Si introduzco el abordaje de Llaki con esta referencia a Disney es porque se debe tener presente, ahora más que antes, que prácticamente ya no existe rincón en el mundo que no haya sido penetrado por la dominación informática y tecnológica, pero que a pesar de ello, todavía es posible encontrar una inquebrantable resistencia cultural de los habitantes inmersos en sus orígenes, desde la respiración hasta la piel, exponiendo su granítica identidad, y en este caso, esa notable y casi milagrosa fusión entre la materialidad de la sanación ancestral y la espiritualidad con la que se viaja hacia las profundidades de la naturaleza y sus bondades que alimentan y curan, que conducen al inacabable viaje hacia la comprensión de que sanar significa no necesariamente superar plenamente una enfermedad, sino asumirla desde los límites humanos a partir de un laborioso reaprendizaje de construcción de la identidad/entidad humana hecho de músculo y hueso, pero en primer lugar de pensamiento y sensibilidad.

En un radio receptor popularmente llamado radio canchera, de esos en los que se escuchaban las transmisiones de partidos de fútbol décadas atrás, un locutor hace una mención al “Estado Plurinacional de Bolivia” sin más, único elemento informativo acerca del país del que forma parte la familia kallawaya Ortíz Ramos, que dialoga e interactúa con los Revollo, hijo y padre, cineasta y médico urólogo, formados en universidades convencionales del occidente urbano, que acuden continuamente a Lunlaya sin el mínimo atisbo de ese paternalismo conservador que suele subestimar la vida rural en la que tiempo y espacio difieren de la vorágine del mundanal ruido de las ciudades.

La combinación de fotografía fija, que se constituye en memoria de viaje, con planos generales de un lugar en que la magia no es folklore ni exotismo étnico, y los primeros planos de sus protagonistas, hacen que Llaki pueda sustentar su marca audiovisual a partir del sentido en el que no aparece una intención de “hagamos una película sobre los kallawayas”, sino más bien un viaje existencial que genera como consecuencia un documental en el que la experiencia intercultural de sus participantes enfatiza la riqueza de la comunicación, a través del registro de la calidez de rostros y gestos y la calidad de los testimonios a través de las breves narraciones de esos que son simultáneamente guías espirituales y sanadores.

Diego Revollo, luego de sufrir la pérdida auditiva del oído izquierdo y experimentar una parálisis facial parcial, imposibilitado de encontrar respuestas médicas en la consulta del especialista que trabaja en hospitales y clínicas —la medicina suele no ofrecer soluciones a muchísimos males desde la frialdad científica—, se decide a viajar y escuchar las voces que nacen de otros saberes sobre los procesos de curación que no terminarán resolviendo una limitación física, pero sí le permitirán descubrir una nueva manera de comprender, asumir y cultivar su interioridad humana: Una de las voces abrigada por fuegos de leño nocturnos reflexiona con la sabiduría que da la experiencia acerca de nuestra incapacidad humana para agradecer todo lo que la madre tierra nos provee, que así como nutre puede destruir: el fuego que nos abriga, puede también quemarnos.

Llaki es una experiencia cinematográfica, y por lo tanto, bastante más que sólo una película.  Completa una década de cercanía, y por lo tanto confianza y afectividad, entre el director de la película, su propio padre, su pequeña hija y su equipo en diálogo continuo con la familia Ortíz Ramos, que certifica el valor identitario de la cosmovisión kallawaya en la que su ritualidad cotidiana privilegia espíritu y naturaleza como sentido existencial y es a partir de estos términos que debe ser leída como narración del acercamiento humano y los rasgos esenciales de una cultura que ha trascendido fronteras y ha sido reconocida en sus cualidades originarias.

La palabra con la que se titula la película significa tristeza, melancolía o pesadumbre, pero a partir de su irrupción, con sus hallazgos y certezas, Llaki termina resignificando el renacimiento y el encuentro donde se impone la horizontalidad en la comunicación en clave de respeto por las convicciones mutuas.

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Ficha Técnica

  • Título LLaki. Dirección: Diego Revollo.
  • Fotografía: Miguel Nina y Mauricio Ovando.
  • Música: Jorge Zamora (Zamorita).
  • Casa productora: Transbordador Audiovisual.
  • Con la participación de: Aurelio Ortiz, Juan Ortiz Jiménez, Melisa Ortiz, Valentín Ortiz, Justina Ramos, Apolinar Ramos, Fernando Revollo, Amaya Revollo. Duración: 72 minutos. AÑO: 2023. PAÍS: Bolivia.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Transbordador Audiovisual

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La vara que dejó García Linera

/ 20 de abril de 2024 / 00:00

En tiempos de una cada vez más aplastante mediocridad, Alvaro García Linera está desaparecido. Por decisión propia. Porque los tiempos que corren así parecen aconsejarle. E incluso se podría llegar al extremo de pensar que ante tanta burrada cotidiana, a él, como a algunos más, les tiene que provocar flojera dar batalla en simulacros de guerras repletas de soldaditos de plomo.

En estos tiempos de descalificación de azules contra azules, García Linera, a lo largo de más de un año, ha ofrecido unas cuantas entrevistas por streaming, radio y TV (dos con este periodista) y parece no estar dispuesto a formar parte de la fotografía diaria de un paisaje gris en el que el entrenador de San Antonio de Bulo Bulo, Thiago Leitao, sobresale por astucia al desafiar a un poderoso empresario diciéndole que podrá estar enterrado en millones de dólares, pero que de fútbol no entiende nada, luego que su humilde y principiante equipo del Trópico de Cochabamba eliminara a Bolívar del torneo de un fútbol que de profesional tiene solo el nombre.

García Linera está desaparecido. No está. No quiere estar. Sabe exactamente lo que está sucediendo con Bolivia, pero se niega a responder más allá de la sensatez y la lógica con la que se deben leer los hechos que producen las coyunturas, esas efímeras etapas de las que se alimenta el periodismo y que así como se encienden y relampaguean un par de días a partir de algún hallazgo estremecedor o de algún hecho que produce rabia de impotencia, al tercer día pueden desaparecer de los escenarios públicos por falta de seguimiento, y peor incluso, por falta de compromiso con el rigor crítico, por la laxitud a la que invita este tiempo en que todo lo público, o casi todo, se iguala para abajo, con afirmaciones como esa de que la Ley 348 sería una ley “antihombres”, o que el Tribunal Supremo Electoral juega políticamente a favor de unos en perjuicio de otros, como si no existieran leyes, reglas de juego, estatutos y reglamentos, es decir, un mínimo ordenamiento jurídico y una mínima institucionalidad.

La vara que el vicepresidente de Evo Morales ha dejado, se ha convertido en inalcanzable y por lo tanto en insuperable. En los mejores momentos gubernamentales del evismo,  se podía percibir una gran mística de los equipos de trabajo con los que se encaraban las obligaciones de un Estado redimensionado desde la laboriosidad teórica de García Linera y las convicciones prácticas de quienes hacían funcionar la maquinaria para que tuviéramos un país, ese país que en algún momento estaba comenzando a ser de todos, sin que nadie quedara afuera de la lucha y de la fiesta, del combate y la celebración, sin que nunca más, desde esa combinación entre lo indígena y plurinacional, y la filosofía marxista, pudiéramos tener una Bolivia en que apellidar Mamani, Quispe, Tomichá o Parabá fuera motivo de vergüenza y resignación, para convertirse en razón de vida nacional popular, lo que significa que aquí no hay comunismo, señoras y señores. Aquí lo que puede haber son algunos comunistas de corazón y formación, pero no comunismo como se concibe desde la paranoia camachista, microclima en el que pululan agentes del retorno al orden del racismo, la discriminación, y los ricos blancoides sometiendo con palo y zanahoria a los mugrosos indios de mierda masiburros, cruce de llama con monolito… ¿O no hablan así en los salones de las “fraters”, los militantes de la logia y del exterminio?

Tiene que resultar cuando menos desagradable que se trate de traidor a quien se ha quemado las pestañas por construir una estrategia política y cultural en que lo indígena y lo campesino se fundieran a través de lo originario. Tiene que resultar decepcionante para García Linera que Evo Morales se haya olvidado que fueron un tándem virtuoso durante casi tres lustros para gobernar el país, con la visión conceptual de uno y el potente liderazgo del otro.

El día que Alvaro García Linera dejó de gravitar en la política y en lo político de Evo Morales, el líder perpetuo de las seis federaciones cocaleras del Chapare bajó de los aviones del liderazgo internacional al barro de las carreteras en el que manda la bazofia verbal de Héctor Arce, ex alcalde de Omereque o de Rolando Cuéllar, un odiador a tiempo completo del nacido en Orinoca. Desde el día en que García Linera dejó de estar cerca a Evo, todo volvió a los tiempos de la rústica pelea anterior a 2005. Como si Evo nunca hubiera sido presidente. Como si hubiera olvidado todo lo aprendido que le permitiera trascendencia a sus gestiones gubernamentales.

La vara dejada por García Linera ha quedado muy alta para el evismo. García Linera está ausente y Bolivia vive una incertidumbre política como no había sucedido en este nuevo ciclo antineoliberal desde 2006, que amenaza con volver debido al empecinamiento de un solo personaje que ha renunciado a sus propios códigos de respeto y lealtad, para hacer de la obsesión su nueva forma de vida. 

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Destrozo de un Vestuario

/ 6 de abril de 2024 / 07:42

Se llama Vestuario, así con mayúscula, y no camarín como aquí se dice por fuerza de la costumbre. Vestuario es el espacio sagrado del fútbol para los creyentes y para quienes no lo son, el lugar en el que se inicia el ritual que precede a un partido y al que se regresa en el entretiempo y al final del mismo con la extenuación que implica el haber evolucionado en un campo de juego durante más de 90 minutos. El Vestuario es, a la hora del juego, propiedad de futbolistas y cuerpo técnico, al que suelen visitar los dirigentes de un club cuando el equipo gana, pero al que difícilmente asoman cuando lo que ha sucedido es una derrota.

El Vestuario es un lugar en el que se ha impuesto históricamente un código de secretismo que si se viola, se incurre, otra vez para los creyentes, en pecado mortal, considerando que gran parte de quienes juegan al fútbol creen en Dios y al que muchísimos de ellos agradecen mirando el firmamento cada vez que anotan un gol. En efecto, lo que se diga y haga, lo que se debata y discuta, lo que se reflexione o se calle queda en el Vestuario y el que ose cometer alguna infidencia de lo que allí se habla, estará rompiendo un código de convivencia o un primer mandamiento del amplísimo catálogo de cábalas futboleras.

El que no es futbolista, entrenador o parte del cuerpo técnico de un equipo, sabe que cuando ingresa en el Vestuario, está ingresando en una zona que se debe respetar con humildad parroquiana, pues en cada banqueta ocupada por los jugadores de un equipo está lo íntimo, lo más personal de cada uno de ellos. Un utilero de la selección boliviana de fútbol de los años 90 me contó alguna vez por qué era diferente de sus compañeros Erwin Platini Sánchez a la hora de ataviarse con la indumentaria antes de un partido: “Erwin es distinto hasta por la forma en que se pone las vendas, eso marca que ha pasado por el rigor del trabajo en Europa”. Estas que parecen anécdotas son las cosas que marcan un riquísimo conjunto de detalles que en términos generales solo tienen derecho a conocer los componentes del equipo. Nadie más. Nadie menos. 

El que conoce el fútbol y lo ama por su esencia lúdica sabe, por más dirigente que sea, que es mejor no ingresar en el Vestuario de manera intempestiva y permanecer en él no más allá de un tiempo breve, a no ser que se esté celebrando la obtención de un campeonato y sean los propios futbolistas quienes lo abran para invitar a quienes les bancaron el torneo para sumarse a los festejos. En consenso entre todos los futbolistas, pueden subirse videos a las cuentas de las redes de cada uno de ellos sobre lo que allí sucede, por soberana decisión grupal, como aquella ya memorable arenga del capitán Lionel Messi a sus compañeros antes de jugar la final de la Copa América que Argentina le ganó a Brasil en el mismísimo Maracaná de Río de Janeiro en 2021.

El que respeta el Vestuario está comprometido con el fútbol, con una ética que debe prevalecer en todos quienes tienen que ver con clubes y equipos, incluidos los aficionados y los hinchas, o probablemente en primer lugar en ellos, cosa que dejó de suceder el sábado 31 de marzo en el estadio de Villa Ingenio de la ciudad de El Alto, cuando luego de una derrota en condición de locales (0-1 frente a Independiente Petrolero de Sucre), los futbolistas de Always Ready se encontraron con que su desempeño en el campo de juego había desatado un desquiciamiento que derivó en destrozos, sustracción de pertenencias, acaloradas recriminaciones por lo sucedido en la cancha hasta la renuncia del lateral afroboliviano Diego Medina (jugador de selección) a seguir vistiendo la camiseta de la banda roja, decisión de la que reculó pocos días después, luego de que el presidente de Bolívar, Marcelo Claure, denunciara violencia e insultos racistas por parte de la dirigencia del club, presidido por un joven de apellido Costa, hijo del presidente de la Federación Boliviana de Fútbol, Fernando Costa.

Un colega e hincha de Always Ready considera que lo sucedido fue producto de una “liberación de la zona” que significaría que la propia dirigencia del club generó las condiciones para que los vándalos disfrazados de hinchas cometieran  los desmanes que dieron lugar a una crisis finalmente apagada por los futbolistas y la dirigencia, a través de un pacto de silencio, es decir, el retorno a la inviolabilidad del Vestuario, tres días después de que fuera precisamente violado de la manera más grosera e inadmisible y que hoy tiene nuevamente al fútbol boliviano en el privilegiado sitial de la vergüenza, producto de los exabruptos de los unos con la supuesta permisividad de los otros para asumir una especie de lección dictatorial sobre la derrota: En casa no se pierde y si sucede, ya saben lo que les puede pasar muchachos.

De esta manera nuestro fútbol consolida una identidad plagada de incidentes con los que lo extradeportivo termina casi siempre imponiéndose a lo esencialmente futbolístico, motivo por el cual estoy siempre atento la Premier inglesa, allá donde códigos y juego son parte de un solo discurso.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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¿Altura o buen juego?

/ 23 de marzo de 2024 / 08:05

Desde que la razón futbolera nos asiste, el balompié de este lado del mundo es más conocido por la altitud en la que se encuentra su principal estadio, antes que por las virtudes de sus equipos principales, o las capacidades competitivas de aquellos que ingresan anualmente en la arena de Copa Libertadores, Copa Sudamericana y en las eliminatorias mundialistas.

Bolivia ha defendido invariablemente su derecho a jugar en los 3.640 metros sobre el nivel del mar de La Paz y esa defensa se hace extensiva a practicar el fútbol en los 2.558 de Cochabamba, los 2.790 de Sucre, los 4.070 de Potosí, los 3.709 de Oruro y ahora también los 4.000 de El Alto. A tal punto ha calado hondo el asunto que hasta los cuadros nacionales de las ciudades del llano instalaron desde hace algunos años la excusa de que subir a jugar a La Paz, El Alto, Oruro y Potosí implica una desventaja deportiva certificada por la ciencia médica.

Parapetados en la cima de nuestra cordillerana identidad, cada vez que nos visitan equipos brasileños, argentinos o uruguayos, la discusión sobre las virtudes del anfitrión generalmente ocupan un segundo plano, debido a que desde que Daniel Passarella dijera en 1997 que “jugar en la altura es inhumano”, sentimos que tal afirmación se constituía en una intolerable impugnación a nuestro derecho a jugar donde vivimos. Passarella se pasó de la raya, incurrió en una ofensa imperdonable, han afirmado muchos periodistas dedicados a cubrir las actividades futbolísticas del país.

A 24 años de la sentencia del que fuera técnico de la selección argentina —que protagonizó una bochornosa puesta en escena con uno de sus futbolistas autoinfligiéndose una herida en el rostro—, resulta necesario recordar que la celeste y blanca le ha ganado a Bolivia en La Paz nada menos  que cinco veces (eliminatorias para los mundiales 1966, 1974, 2006, 2022, 2026), Bolivia se impuso con la misma cantidad de partidos (eliminatorias para los mundiales 1958, 1970, 1998, 2010, 2018) y se produjeron dos empates (eliminatorias para los mundiales 2002, 2014). Conclusión: La altura no gana partidos.  Datos complementarios: El último triunfo de la selección argentina dirigida por Lionel Scaloni (3-0 en el Hernando Siles en septiembre de 2023) consistió en un baile desplegado a distintos ritmos, entre tango y chacararera; y en el último partido jugado contra Brasil en Miraflores (marzo, 2022), nuestra sufridora selección soportó una goleada de 0-4. Segunda conclusión: La altura no gana partidos y hasta puede convertirse en el peor dispositivo de autoengaño de los equipos nacionales que terminan aplastados en su propia casa. Tercera conclusión: Argentina y Brasil, temerosos por la falta de oxígeno en nuestra cancha, le han ganado a la selección boliviana, triunfando en primer lugar contra la altura, nuestra supuesta principal ventaja.

En 2001, el preparador físico Alfredo Weber me dijo en Buenos Aires que Bolivia no podía darse el lujo de perder con tan grande prerrogativa, que si se prepara convenientemente lo más probable es que se haga imbatible en La Paz. Weber tenía razón hasta cierto punto, pero vistas las cosas dos décadas después, está claro que mientras Bolivia ha ido perdiendo habilidades para usufructuar de la potestad que le da su ecosistema, las selecciones visitantes han encontrado la manera de humanizar el jugar en estas alturas que para mentalidades como la de Passarella era imposible.

El expediente de la altura, tal como se persiste en concebirlo, se ha convertido en la excusa que ha trascendido décadas y a la que en las últimas horas hay que agregar ciertas percepciones que dicen que nuestros jugadores son de madera (Faustino Asprilla), que la selección mexicana no debería perder el tiempo midiéndose con Bolivia porque no sirve como adversario de partido preparatorio a un torneo. La altura sería temible si tuviéramos un fútbol competitivo, tal como el desarrollado por Colombia que no juega en la altura de Bogotá (2.625 m.s.n.m), que lo hace en la calurosa Medellín, porque ha privilegiado el construir un fútbol de calidad con el impulso de conductores como Carlos Bilardo y Francisco Maturana (años 80 y 90).

La altura de El Alto sirvió de cuco cuando Always Ready demolió con suficiencia hace algunas semanas a Sporting Cristal (6-1), ese mismo equipo peruano que hace un año le ganó en la altura de La Paz a The Strongest sepultando sus aspiraciones de pasar a octavos de final de Copa Libertadores. Para decirlo sin vueltas: El fútbol se construye con fútbol, con procesos de largo aliento, con estructuras formativas y recién a partir de esa escala de prioridades se podrá pensar en que la altura sirve como última cuña  —no como primera— para alcanzar el triunfo o el éxito deportivo, y será sensato y síntoma de madurez entender a los que a pesar del pánico vienen y ganan, certificación indiscutible de que el juego se gana con juego y no con falsos fantasmas.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El periodista Julio Peñaloza agrega sexta parte a edición de su libro

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte).

El Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) publicó el libro en su segunda edición.

/ 17 de marzo de 2024 / 19:16

“Este libro es en gran medida producto de mi trabajo en La Razón en los últimos cuatro años, sin su respaldo difícilmente habría sido posible” dice Julio Peñaloza Bretel, habitual columnista de este diario, acerca de la publicación de este libro que el Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) acaba de publicar en su segunda edición y que forma parte de la oferta del stand de la Vicepresidencia del Estado en la primera feria del libro que se desa-rrolla en la ciudad de El Alto.

El momento mismo en que se produjo el derrocamiento de Evo Morales, Peñaloza Bretel decidió construir un relato que contemplara una visión estructural acerca de la violencia política, las violaciones a los derechos humanos y las masacres sufridas por bolivianas y bolivianos a lo largo de la historia del país. Con este espíritu, la primera edición organizada en cinco partes fue presentada en abril de 2022 por el vicepresidente David Choquehuanca, el expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé y la entonces embajadora de México, María Teresa Mercado, que tuvo refugiados en su residencia a varios personeros del defenestrado gobierno del MAS durante el gobierno transitorio de Jeanine Áñez.

EDICIÓN

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte) acerca de personajes, víctimas y actuaciones que permitieron esta nueva edición en la que figuran, por ejemplo, “La coartada del fraude/golpe”, “Cierre de filas contra el golpismo”, “El asesinato político de Sebastián Moro”, “Operadores mediáticos ad nauseam”, “Un libro que Luis Fernando Camacho debería leer” (acerca de las masacres de Sacaba y Senkata), “La canciller”, “La Embajadora”, “El paramilitar” “¿Por qué se enjuició a Jeanine Áñez por la vía ordinaria?”, “El antimasismo de Página Siete y su fase terminal” y “La sentenciada”.

En términos temáticos, la parte 1 se refiere a la historia política de Bolivia, la parte 2 a las noticias sobre el gobierno de facto, la parte 3 a la interpretación y contextualización de los acontecimientos y protagonistas durante el gobierno de Áñez.

PARTES 4 Y 5

La parte 4 a la recapitulación de las masacres sufridas por el pueblo boliviano desde la República en el siglo XX hasta el vigente Estado Plurinacional, en la parte 5 se abordan a través de reportajes periodísticos, los hechos y los personajes que dieron lugar a la interrupción del Estado de Derecho a partir del 10–12 de noviembre de 2019.

Finalmente, en la parte 6, incorporada en esta segunda edición, se abordan aspectos que quedaron en el tintero y que repercutieron en términos de noticias y generaron opinión entre 2021 y 2023.

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