LR en la Memoria

Monday 15 Apr 2024 | Actualizado a 22:33 PM

Luis Fernando Camacho: El macho alfa del Cristo de la Banzer

Luis Fernando Camacho ha superado con creces los desempeños de antecesores suyos como Germán Antelo y Rubén Costas en la presidencia del Comité Cívico pro Santa Cruz.

/ 8 de agosto de 2021 / 01:52

Como si se tratara de un enviado por algún comando especial intergaláctico para luchar contra Evo Morales que se pretendía eternizar en la presidencia, según lo afirman convencidos quienes fueron despojados del triunfo del 21F de 2016, como si fuera un jovenzuelo acelerado que nada más arenga y se encomienda a Dios para lograr sus objetivos, Luis Fernando Camacho supo conducir durante 21 días las movilizaciones y las citas multitudinarias para, en nombre de Dios, luchar contra la “dictadura masista” y finalmente contra ese hasta ahora no demostrado fraude electoral que se convirtió en la puesta en escena clave para que en las cabezas y en los corazones de las clases medias citadinas se enquistara la idea ya no solo de un Evo que se había burlado de la voluntad en las urnas tres años atrás, sino que nuevamente lo hacía para imponer, a través de malas artes, un triunfo en primera vuelta en las elecciones del 20 de octubre de 2019.

Luis Fernando Camacho ha superado con creces los desempeños de antecesores suyos como Germán Antelo y Rubén Costas en la presidencia del Comité Cívico pro Santa Cruz. Y no solo eso, porque quienes esperaban que el retorno de Branko Marinkovic desde Brasil, luego de una década de autoexilio, se tornara apoteósico, se quedaron con los crespos hechos, porque no habían asumido conciencia de que 10 años eran demasiados y no cabía esperar más para que un nuevo liderazgo como el asumido por este hijo de un empresario que fuera presidente de la Confederación del rubro, con antecedentes paramilitares y falangistas para el triunfo de la dictadura de Banzer en agosto de 1971, se perfilara con energía y mística para cuestionar al poder ya no desde la comodidad y el confort que permiten las redes sociales, sino desde las calles, esas en las que el MAS y sus organizaciones sociales fueron ganando espacios y concretando victorias parciales desde 2002 hasta lograr alcanzar el gobierno y el poder.

Camacho no es el de la sonrisa publicitaria forzada con apariencia de querer vender alguna nueva pasta dental exhibiendo innecesariamente las encías. Esa imagen corresponde a los días en que ya había alcanzado los objetivos que se trazó con los activistas cívicos que lo acompañaron entre el 21 de octubre y el 12 de noviembre de 2019. Camacho es más bien el de los dientes apretados y los ojos cerrados utilizando la Biblia, dispuesto a emprender viaje hacia La Paz para arrancarle a Evo su renuncia. Actuó en nombre de Dios, vitoreado por la cristiandad cruceña y los cambas que viven en ciudadelas como el Plan Tres Mil y la Villa Primero de Mayo que no dudaron en alterar el orden público, bloqueando calles, avenidas y anillos, controlando a quienes osaran romper con la paralización total de la ciudad. Tal cantidad de gente coordinada por el Comité Cívico necesita dinero para transportarse y comer, a fin de cumplir con cada larga jornada de vigilia y protesta. ¿De dónde salió ese dinero? ¿Quién financió el transporte y el alimento para que se pudiera aguantar durante tres semanas? Es la parte de la historia que necesita averiguaciones todavía pendientes.

Protestas. Santa Cruz de la Sierra fue un bastión en las movilizaciones contra el gobierno de Evo Morales en 2019.

LA PAZ.

Camacho era esperado por los “pititas” collas de La Paz, sincronizadamentre acompañado a través de Marco Pumari por los incendiarios antimasistas del Comité Cívico Potosinista en la ciudad del Cerro Rico, y cuando la crisis alcanzó su pico más alto, es quien consolidó el retiro del apoyo policial y militar a un gobierno que reacciona tarde, que ya no controla nada, y ni siquiera tiene la capacidad de articular movilizaciones sociales que no pasen por la participación de militantes convencidos penetrados por vándalos, saqueadores e incendiarios de propiedades públicas y privadas, y por eso el MAS, al ser rebasado por el lumpen, sobre todo en zonas paceñas como El Pedregal, donde caen cuatro muertos a manos de policías y militares, Ovejuyo y Chasquipampa, termina estigmatizado como horda de facinerosos y delincuentes.

La ecuación es perfecta: los movilizados de la Unión Juvenil desde el Cristo de Santa Cruz de la Sierra, que la emprenden contra campesinos en Montero o Yapacaní, y en la zona sur de Cochabamba la Resistencia Juvenil acosa, humilla y agrede a militantes y a supuestos militantes del llamado “proceso de cambio”; se encuentran sintonizados con los bloqueadores paceños de los suburbios residenciales de la sede de gobierno, temerosos y parapetados contra la indiada que podría descolgarse de sus zonas urbano-rurales.

Durante la crisis, Camacho reúne a diario a una multitud desde las 19.00 a los pies de ese Cristo Redentor esculpido por el talentoso artista plástico Emiliano Luján y que se erigió en uno de los principales símbolos de la ciudad cuando en 1961 sus 7,5 metros fueron instalados en esa rotonda que es como un paréntesis de la que fuera la avenida Norte que conecta con la carretera que lleva a Warnes y Montero, más tarde avenida Banzer y ahora finalmente denominada Cristo Redentor, aunque sus primeras cuadras sigan bajo el denominativo de Monseñor Rivero (Daniel), quien fuera arzobispo de Santa Cruz en tiempos del Cuarto Congreso Eucarístico, cuando se inauguró este monumento al hijo de Dios que ilumina y bendice la insurrección contra el evismo.

Luis Fernando Camacho Vaca, de padre cruceño y de madre beniana, es el macho alfa del Cristo de la Banzer. El primer líder cruceño del nuevo siglo tiene mucho que ver con eso de levantar el nombre de Dios por causas justas y aunque oficialmente la avenida más larga e importante de Santa Cruz de la Sierra ya no lleve el nombre del General, no hay cruceño o cruceña que no diga “vamos por la Banzer”.

Para saber quién es este presidente del Comité Cívico pro Santa Cruz no es necesario investigar su trayectoria como, por ejemplo, la de Oscar Ortiz, de quien en esta serie periodística de Memoria y Archivo hemos dicho que fue el consumador de la presidencia de Jeanine Áñez en el Senado, junto a Arturo Murillo. Camacho no tiene antecedentes más que los de sus responsabilidades con una empresa de seguros de vida y contra accidentes, y asuntos tributarios pendientes como muchísimos de los que existen en el país. De él podemos enumerar acciones que lo posesionan como el materializador callejero de la derrota política de Evo Morales que termina asilándose para salvar el pellejo, porque aunque exhiba una extraordinaria habilidad para hacerse el distraído, el jefe de esta manada de lobos dispuestos a jugarse al todo o nada para sacar a Evo del poder sabe que el pellejo del defenestrado presidente está en riesgo y de eso sabe con detalle el general Gonzalo Terceros, en ese momento comandante de la Fuerza Aérea.

Expresidente. Evo Morales, tras ganar las elecciones de 2019.

Camacho ora y arenga en el Cristo de la Banzer. Camacho llega con la carta de pedido de renuncia a Evo y un grupo organizado de masistas no lo deja ingresar por el aeropuerto de El Alto; debe volver sobre sus pasos, pero no se da por vencido porque al segundo intento logra penetrar a La Paz como el Libertador enviado por el Cristo cincelado por Emiliano Luján para instalar su cuartel en esa otra Casa Grande (Exprés), no la del Pueblo, sino la de la zona Sur de La Paz con cinco estrellas reconocidas por la hotelería internacional y en la que recibe a Jeanine Áñez y a Oscar Ortiz, luego de que estos arriban en helicóptero desde El Alto hasta el Colegio Militar del Ejército de Irpavi.

Camacho, luego, el mismo 10 de noviembre, mete una Biblia monumental para decir que “ha vuelto al Palacio”. A la mierda el Estado laico, viva la Iglesia Católica, viva la religión oficial de la República de Bolivia. Camacho demuestra que la política, en primer lugar, aunque no tengamos certeza de cuánto sabe sobre los santos evangelios, es una cuestión de fe o por lo menos el mecanismo para movilizar almas en contra del “tirano” bajo su influjo.

PODER.

Los apolíticos de La Paz que votaron por el No a la repostulación de Evo Morales y la “izquierda de Sopocachi” terminan coincidiendo en lo que no quieren, porque lo que quieren no es necesario que importe. No quieren que Evo se eternice en la silla presidencial. No quieren que Bolivia sea como Cuba o Venezuela. En fin, no quieren que los indígena originario campesinos retengan la torta del poder y sigan monopolizando la repartija de beneficios que facilita la burocracia gubernamental y en ese gran contexto habría sido justo y agradecido hacerle un homenaje a este Camacho que no se desdice ni en una coma por todo lo encarado, a diferencia de sus circunstanciales cómplices políticos que lloriquean cuando el Ministerio Público los llama a declarar o bajan el perfil para intentar pasar inadvertidos la tormenta de la recuperación del Estado de derecho que ha vuelto a poner al MAS en el centro de los poderes públicos con su triunfo del 18 de octubre de 2020, cuando las coartadas sobre prorroguismo y fraude han quedado atrás.

Más imágenes: Camacho deja la Biblia en el hall central del Palacio Quemado y el 12 de noviembre sube al balcón principal a festejar el triunfo. Participa inicialmente de la organización y arranque del nuevo gobierno, con dos ministros en el gabinete (Presidencia y Defensa), lo que significa que el aparato político del gobierno de la transición, producto de una sucesión que viola el artículo 169 de la Constitución —en la que el astuto macho alfa de la conspiración no participa en lo más mínimo—, va a pasar necesariamente por su mirada y decisiones. A continuación, al presidente del comité cívico nada más le queda fundar su propia agrupación ciudadana, que el 24 de enero de 2020 emerge con el nombre de Creemos y lo conduce a la candidatura presidencial.

La idea de la transición gubernamental a la cabeza de Jeanine Áñez, desde sectores camachistas, es conformar un gabinete de ciudadanos, perfil que Murillo, Ortiz y la propia Áñez desestiman, porque quienes imponen la nueva rosca de poder son estos militantes del Movimiento Demócrata Social, el partido de Rubén Costas, que declara que ellos no participan oficialmente del gobierno como estructura partidaria.

El ministro de Defensa, Luis Fernando López, que había sido un asesor clave en materia político militar, decide quedarse con Áñez y romper con su amigo del alma, decisiones que terminan favoreciendo a Camacho, lo que le permite marcar distancia de un gobierno que usa la pandemia con sus tiempos excepcionales para convertirse en un régimen de corruptos, de represores políticos y extorsionadores judiciales.

Colaboradores. Jeanine Áñez, rodeado por quienes la colaboraron en su proclamación como presidenta, el 12 de noviembre de 2019.

Sin sospecharlo, Murillo, que se hace dueño y señor del Ejecutivo, provoca que Camacho suba y suba en las encuestas como candidato presidencial, lo que obliga a Áñez a bajarse de la carrera electoral. No es poco: el ya jefe de Creemos se ha cargado a un presidente que gobernó durante 14 años y ahora se carga a una candidata que en principio pintaba como factor de unidad opositora frente al MAS.

Camacho es una topadora y, al mismo tiempo que se ha desmarcado con nitidez de la impresentable transitoriedad gubernamental, sube del 1% hasta el 15% de la preferencia electoral, cifra con la que queda tercero en las elecciones que gana Arce Catacora. La corporación de opinadores y algunos otros sectores lo presionan para que, al igual que Áñez, deponga su candidatura, pero, como su lógica no es la de los pactos forzados e inconsistentes, sigue al frente, y aunque sabe del riesgo de perecer en el intento, recibiendo solamente la votación cruceña (45%), no se baja, porque no hay factores que le permitan coincidir con Comunidad Ciudadana (CC) que, al igual que un año antes, vuelve a perder en las urnas. Ni sumando los votos de Mesa con el macho alfa de octubre-noviembre de 2019 habrían logrado ganarle al MAS-IPSP.

Tuto era conceptualmente el mejor candidato neoliberal, pero su 1% en las encuestas lo obliga a renunciar a la candidatura. Mesa, el supuesto caballo ganador, único con posibilidades de ganarle al MAS según sus autoengañosas encuestas, llega a la misma cifra que Tuto frente a Evo en 2005, 28%. Doria Medina, sin pena ni gloria, se queda sin candidatura vicepresidencial, debido a que Jeanine se baja porque hace un gobierno más que lamentable, convertido en funcional a los intereses de recomposición y rearticulación del MAS. Ortiz termina como el título de la novela del gran Osvaldo Soriano: Triste, solitario y final, botado por Áñez del cargo de ministro de Economía y Finanzas Públicas, al influjo de su excolega y examigo Arturo Murillo, ahora encarcelado en Miami por lavado de dinero y sobreprecios de materiales para reprimir al pueblo masista.

Áñez pierde su libertad, y enfrenta una interminable lista de acusaciones que van desde sedición y terrorismo, pasando por masacres y por contravenciones a la Constitución y a las leyes. En buenas cuentas, la transición y las candidaturas contra el partido azul quedan despedazadas, mientras Luis Fernando Camacho se encamina sin mirar a los costados hacia su triunfo producido el 7 de marzo en las subnacionales que le permiten acceder a la Gobernación del departamento de Santa Cruz con el mismo porcentaje con el que Arce había ganado la presidencia, 55%. Todos quienes estuvieron directa o indirectamente ligados a las reuniones de la Universidad Católica del 10, 11 y 12 de noviembre de 2019 han perdido en la transición, la propia Áñez que apenas logra un tercer lugar con un 13% en el intento de ser gobernadora del Beni por la Alianza Ahora, un invento de último momento electoral.

La Paz. Camacho, junto a Pumari y León, en el Palacio Quemado.

Durante el año en que Bolivia se hundió en la peor crisis de Estado de los últimos tiempos, expresada en su desinstitucionalización democrática, quien ha salido ileso y triunfante de ese crítico momento es Luis Fernando Camacho. Recuerda a esos tiroteos cinematográficos en los bares de los polvorientos pueblos del lejano oeste norteamericano en los que mientras todos se matan, siempre hay uno, muy ágil, que se escabulle por debajo de las mesas sin dejar rastro.

Nada amedrenta a este que alguien calificó del “nuevo Banzer”, comparación que nada tiene que ver con estos tiempos de fake news y TikTok en los que Luis Fernando Camacho no tiene relación directa con el cúmulo de desmanes y atrocidades cometidos por el gobierno de Áñez. ¿De qué se lo podría acusar por lo sucedido en octubre y noviembre de 2019? Máximo de haberle pedido la renuncia a Evo, si se considera este un acto de sedición contemplado en el artículo 123 del Código Penal.

Nada más. Nada menos. Legitimado y empoderado en su condición de nuevo gobernador del departamento más extenso y económicamente más fuerte del país, declara sin dubitar que acudirá a declarar a la Fiscalía cuando se lo convoque, para ratificar todas y cada una de las acciones emprendidas que, según su visión y convicciones, llevaron a recuperar la verdadera democracia en Bolivia. Su frontalidad y el hacerse cargo de todo lo actuado en los violentos días de fines de 2019 explican por qué Luis Fernando Camacho deberá ser considerado para la historia el autor principal de la caída de Evo Morales.

¿Qué le falta a este hombre de la derecha boliviana, orgulloso de su antimasismo, rabioso anticomunista que todavía no comprende que Evo, su gran enemigo, no es comunista, al menos no de acuerdo con el manual ideológico de los años 70? Conocer Bolivia. Superar las aprisionantes barreras de una clase dominante ombliguista en su regionalismo para intentar comprender las lógicas diversas del Estado Plurinacional. Rubén Costas decía que su partido había logrado alcance nacional. Los hechos demostraron que no había sido cierto. Los Demócratas cruceños dejaron de existir como partido. A Camacho le toca explicarle al resto del país que autonomías y federalismo no necesariamente son sinónimo de separatismo, que lo suyo puede ser alternativo a lo nacional popular expresado a través no solo del MAS, sino fundamentalmente del Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (IPSP), donde se encuentran nucleadas las organizaciones sociales, negadas en sus existencias por conservadores y liberales, negación que los ha llevado a un sistemático fracaso, en los que la nueva izquierda boliviana terminará gobernando por lo menos 20 años, si es que no logra reproducir el poder en 2025.

La Razón publica una serie de artículos relacionados con el poder y los medios de comunicación en Bolivia. El periodista Julio Peñaloza Bretel investiga trayectorias de la esfera política con peso específico, así como las relaciones complejas y conflictivas entre personalidades públicas y la estructura mediática urbana dominante en el país. La base de esta propuesta está inspirada en la necesidad de acudir a la memoria para combatir el olvido y el desconocimiento.

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Destrozo de un Vestuario

/ 6 de abril de 2024 / 07:42

Se llama Vestuario, así con mayúscula, y no camarín como aquí se dice por fuerza de la costumbre. Vestuario es el espacio sagrado del fútbol para los creyentes y para quienes no lo son, el lugar en el que se inicia el ritual que precede a un partido y al que se regresa en el entretiempo y al final del mismo con la extenuación que implica el haber evolucionado en un campo de juego durante más de 90 minutos. El Vestuario es, a la hora del juego, propiedad de futbolistas y cuerpo técnico, al que suelen visitar los dirigentes de un club cuando el equipo gana, pero al que difícilmente asoman cuando lo que ha sucedido es una derrota.

El Vestuario es un lugar en el que se ha impuesto históricamente un código de secretismo que si se viola, se incurre, otra vez para los creyentes, en pecado mortal, considerando que gran parte de quienes juegan al fútbol creen en Dios y al que muchísimos de ellos agradecen mirando el firmamento cada vez que anotan un gol. En efecto, lo que se diga y haga, lo que se debata y discuta, lo que se reflexione o se calle queda en el Vestuario y el que ose cometer alguna infidencia de lo que allí se habla, estará rompiendo un código de convivencia o un primer mandamiento del amplísimo catálogo de cábalas futboleras.

El que no es futbolista, entrenador o parte del cuerpo técnico de un equipo, sabe que cuando ingresa en el Vestuario, está ingresando en una zona que se debe respetar con humildad parroquiana, pues en cada banqueta ocupada por los jugadores de un equipo está lo íntimo, lo más personal de cada uno de ellos. Un utilero de la selección boliviana de fútbol de los años 90 me contó alguna vez por qué era diferente de sus compañeros Erwin Platini Sánchez a la hora de ataviarse con la indumentaria antes de un partido: “Erwin es distinto hasta por la forma en que se pone las vendas, eso marca que ha pasado por el rigor del trabajo en Europa”. Estas que parecen anécdotas son las cosas que marcan un riquísimo conjunto de detalles que en términos generales solo tienen derecho a conocer los componentes del equipo. Nadie más. Nadie menos. 

El que conoce el fútbol y lo ama por su esencia lúdica sabe, por más dirigente que sea, que es mejor no ingresar en el Vestuario de manera intempestiva y permanecer en él no más allá de un tiempo breve, a no ser que se esté celebrando la obtención de un campeonato y sean los propios futbolistas quienes lo abran para invitar a quienes les bancaron el torneo para sumarse a los festejos. En consenso entre todos los futbolistas, pueden subirse videos a las cuentas de las redes de cada uno de ellos sobre lo que allí sucede, por soberana decisión grupal, como aquella ya memorable arenga del capitán Lionel Messi a sus compañeros antes de jugar la final de la Copa América que Argentina le ganó a Brasil en el mismísimo Maracaná de Río de Janeiro en 2021.

El que respeta el Vestuario está comprometido con el fútbol, con una ética que debe prevalecer en todos quienes tienen que ver con clubes y equipos, incluidos los aficionados y los hinchas, o probablemente en primer lugar en ellos, cosa que dejó de suceder el sábado 31 de marzo en el estadio de Villa Ingenio de la ciudad de El Alto, cuando luego de una derrota en condición de locales (0-1 frente a Independiente Petrolero de Sucre), los futbolistas de Always Ready se encontraron con que su desempeño en el campo de juego había desatado un desquiciamiento que derivó en destrozos, sustracción de pertenencias, acaloradas recriminaciones por lo sucedido en la cancha hasta la renuncia del lateral afroboliviano Diego Medina (jugador de selección) a seguir vistiendo la camiseta de la banda roja, decisión de la que reculó pocos días después, luego de que el presidente de Bolívar, Marcelo Claure, denunciara violencia e insultos racistas por parte de la dirigencia del club, presidido por un joven de apellido Costa, hijo del presidente de la Federación Boliviana de Fútbol, Fernando Costa.

Un colega e hincha de Always Ready considera que lo sucedido fue producto de una “liberación de la zona” que significaría que la propia dirigencia del club generó las condiciones para que los vándalos disfrazados de hinchas cometieran  los desmanes que dieron lugar a una crisis finalmente apagada por los futbolistas y la dirigencia, a través de un pacto de silencio, es decir, el retorno a la inviolabilidad del Vestuario, tres días después de que fuera precisamente violado de la manera más grosera e inadmisible y que hoy tiene nuevamente al fútbol boliviano en el privilegiado sitial de la vergüenza, producto de los exabruptos de los unos con la supuesta permisividad de los otros para asumir una especie de lección dictatorial sobre la derrota: En casa no se pierde y si sucede, ya saben lo que les puede pasar muchachos.

De esta manera nuestro fútbol consolida una identidad plagada de incidentes con los que lo extradeportivo termina casi siempre imponiéndose a lo esencialmente futbolístico, motivo por el cual estoy siempre atento la Premier inglesa, allá donde códigos y juego son parte de un solo discurso.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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¿Altura o buen juego?

/ 23 de marzo de 2024 / 08:05

Desde que la razón futbolera nos asiste, el balompié de este lado del mundo es más conocido por la altitud en la que se encuentra su principal estadio, antes que por las virtudes de sus equipos principales, o las capacidades competitivas de aquellos que ingresan anualmente en la arena de Copa Libertadores, Copa Sudamericana y en las eliminatorias mundialistas.

Bolivia ha defendido invariablemente su derecho a jugar en los 3.640 metros sobre el nivel del mar de La Paz y esa defensa se hace extensiva a practicar el fútbol en los 2.558 de Cochabamba, los 2.790 de Sucre, los 4.070 de Potosí, los 3.709 de Oruro y ahora también los 4.000 de El Alto. A tal punto ha calado hondo el asunto que hasta los cuadros nacionales de las ciudades del llano instalaron desde hace algunos años la excusa de que subir a jugar a La Paz, El Alto, Oruro y Potosí implica una desventaja deportiva certificada por la ciencia médica.

Parapetados en la cima de nuestra cordillerana identidad, cada vez que nos visitan equipos brasileños, argentinos o uruguayos, la discusión sobre las virtudes del anfitrión generalmente ocupan un segundo plano, debido a que desde que Daniel Passarella dijera en 1997 que “jugar en la altura es inhumano”, sentimos que tal afirmación se constituía en una intolerable impugnación a nuestro derecho a jugar donde vivimos. Passarella se pasó de la raya, incurrió en una ofensa imperdonable, han afirmado muchos periodistas dedicados a cubrir las actividades futbolísticas del país.

A 24 años de la sentencia del que fuera técnico de la selección argentina —que protagonizó una bochornosa puesta en escena con uno de sus futbolistas autoinfligiéndose una herida en el rostro—, resulta necesario recordar que la celeste y blanca le ha ganado a Bolivia en La Paz nada menos  que cinco veces (eliminatorias para los mundiales 1966, 1974, 2006, 2022, 2026), Bolivia se impuso con la misma cantidad de partidos (eliminatorias para los mundiales 1958, 1970, 1998, 2010, 2018) y se produjeron dos empates (eliminatorias para los mundiales 2002, 2014). Conclusión: La altura no gana partidos.  Datos complementarios: El último triunfo de la selección argentina dirigida por Lionel Scaloni (3-0 en el Hernando Siles en septiembre de 2023) consistió en un baile desplegado a distintos ritmos, entre tango y chacararera; y en el último partido jugado contra Brasil en Miraflores (marzo, 2022), nuestra sufridora selección soportó una goleada de 0-4. Segunda conclusión: La altura no gana partidos y hasta puede convertirse en el peor dispositivo de autoengaño de los equipos nacionales que terminan aplastados en su propia casa. Tercera conclusión: Argentina y Brasil, temerosos por la falta de oxígeno en nuestra cancha, le han ganado a la selección boliviana, triunfando en primer lugar contra la altura, nuestra supuesta principal ventaja.

En 2001, el preparador físico Alfredo Weber me dijo en Buenos Aires que Bolivia no podía darse el lujo de perder con tan grande prerrogativa, que si se prepara convenientemente lo más probable es que se haga imbatible en La Paz. Weber tenía razón hasta cierto punto, pero vistas las cosas dos décadas después, está claro que mientras Bolivia ha ido perdiendo habilidades para usufructuar de la potestad que le da su ecosistema, las selecciones visitantes han encontrado la manera de humanizar el jugar en estas alturas que para mentalidades como la de Passarella era imposible.

El expediente de la altura, tal como se persiste en concebirlo, se ha convertido en la excusa que ha trascendido décadas y a la que en las últimas horas hay que agregar ciertas percepciones que dicen que nuestros jugadores son de madera (Faustino Asprilla), que la selección mexicana no debería perder el tiempo midiéndose con Bolivia porque no sirve como adversario de partido preparatorio a un torneo. La altura sería temible si tuviéramos un fútbol competitivo, tal como el desarrollado por Colombia que no juega en la altura de Bogotá (2.625 m.s.n.m), que lo hace en la calurosa Medellín, porque ha privilegiado el construir un fútbol de calidad con el impulso de conductores como Carlos Bilardo y Francisco Maturana (años 80 y 90).

La altura de El Alto sirvió de cuco cuando Always Ready demolió con suficiencia hace algunas semanas a Sporting Cristal (6-1), ese mismo equipo peruano que hace un año le ganó en la altura de La Paz a The Strongest sepultando sus aspiraciones de pasar a octavos de final de Copa Libertadores. Para decirlo sin vueltas: El fútbol se construye con fútbol, con procesos de largo aliento, con estructuras formativas y recién a partir de esa escala de prioridades se podrá pensar en que la altura sirve como última cuña  —no como primera— para alcanzar el triunfo o el éxito deportivo, y será sensato y síntoma de madurez entender a los que a pesar del pánico vienen y ganan, certificación indiscutible de que el juego se gana con juego y no con falsos fantasmas.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El periodista Julio Peñaloza agrega sexta parte a edición de su libro

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte).

El Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) publicó el libro en su segunda edición.

/ 17 de marzo de 2024 / 19:16

“Este libro es en gran medida producto de mi trabajo en La Razón en los últimos cuatro años, sin su respaldo difícilmente habría sido posible” dice Julio Peñaloza Bretel, habitual columnista de este diario, acerca de la publicación de este libro que el Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) acaba de publicar en su segunda edición y que forma parte de la oferta del stand de la Vicepresidencia del Estado en la primera feria del libro que se desa-rrolla en la ciudad de El Alto.

El momento mismo en que se produjo el derrocamiento de Evo Morales, Peñaloza Bretel decidió construir un relato que contemplara una visión estructural acerca de la violencia política, las violaciones a los derechos humanos y las masacres sufridas por bolivianas y bolivianos a lo largo de la historia del país. Con este espíritu, la primera edición organizada en cinco partes fue presentada en abril de 2022 por el vicepresidente David Choquehuanca, el expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé y la entonces embajadora de México, María Teresa Mercado, que tuvo refugiados en su residencia a varios personeros del defenestrado gobierno del MAS durante el gobierno transitorio de Jeanine Áñez.

EDICIÓN

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte) acerca de personajes, víctimas y actuaciones que permitieron esta nueva edición en la que figuran, por ejemplo, “La coartada del fraude/golpe”, “Cierre de filas contra el golpismo”, “El asesinato político de Sebastián Moro”, “Operadores mediáticos ad nauseam”, “Un libro que Luis Fernando Camacho debería leer” (acerca de las masacres de Sacaba y Senkata), “La canciller”, “La Embajadora”, “El paramilitar” “¿Por qué se enjuició a Jeanine Áñez por la vía ordinaria?”, “El antimasismo de Página Siete y su fase terminal” y “La sentenciada”.

En términos temáticos, la parte 1 se refiere a la historia política de Bolivia, la parte 2 a las noticias sobre el gobierno de facto, la parte 3 a la interpretación y contextualización de los acontecimientos y protagonistas durante el gobierno de Áñez.

PARTES 4 Y 5

La parte 4 a la recapitulación de las masacres sufridas por el pueblo boliviano desde la República en el siglo XX hasta el vigente Estado Plurinacional, en la parte 5 se abordan a través de reportajes periodísticos, los hechos y los personajes que dieron lugar a la interrupción del Estado de Derecho a partir del 10–12 de noviembre de 2019.

Finalmente, en la parte 6, incorporada en esta segunda edición, se abordan aspectos que quedaron en el tintero y que repercutieron en términos de noticias y generaron opinión entre 2021 y 2023.

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Nación Osage

/ 9 de marzo de 2024 / 03:21

La historia de los Estados Unidos de América, el portaestandarte indiscutido de la democracia occidental, el paradigmático país que se ufana de exhibir el catálogo más amplio de derechos y libertades en todo el planeta, es nuevamente puesta en entredicho y en evidencia acerca de cómo se construyó está nación especializada en tutelar e imponerse sobre otras naciones a partir de su expansión imperial y su lucha a brazo partido contra el comunismo de la Unión Soviética durante la llamada Guerra Fría, continuación del triunfo en la Segunda Guerra Mundial contra el delirio nazi.  En efecto, Martin Scorsese ha echado mano del libro del escritor David Grann —Los asesinos de la luna de las flores: Los crímenes en la Nación Osage y el nacimiento del FBI (2017)— para entregarnos la película más lúcida que haya podido verse en las últimas décadas acerca de esa otra historia, aquella labrada por los pueblos indígenas que en el caso norteamericano fueron reducidos a reservas de cualidades “semisoberanas”.

El actor John Wayne, y todos los agentes del orden establecido formateados desde la industria cinematográfica, atiborraron una filmografía (películas del far west) de por lo menos medio siglo en la que los indios nacidos antes de que se plantara la bandera de barras y estrellas eran unos facinerosos pieles rojas que asaltaban diligencias de familias como la Ingalls, conformada por el papá patriarca, la mamá abnegada y los hijos rubiecitos y luminosos, paradigmas de la belleza y la inocencia humanas. Así, a través del cine y la televisión, se fue construyendo en el imaginario colectivo de la modernidad urbana de la Indoamérica colonizada por España y sus piratas del Caribe y territorios aledaños, la idea de que lo indio era feo, salvaje, peligroso, violento y asesino, tal como sucedió en la zona Sur de La Paz en 2019, aterrorizada ante la posibilidad de que unos campesinos violentos se descolgaran de sus cerros para atacar las casas de los blancos, saquearlas y matar a sus habitantes para finalmente apropiarse de lo ajeno, digamos que coronando el triunfo de la barbarie sobre la civilización.

Gracias a la investigación periodística convertida en literatura y más tarde en película, nos encontramos con que la historia se había producido exactamente al revés: Que unos pérfidos hombres blancos tramaron un macabro plan de exterminio de los indios Osage, propietarios de tierras en Oklahoma de las que salía petróleo a borbotones y de las que por supuesto eran dueños originarios. Para tal cometido, entre otras estratagemas y trampas, William Hale (Robert de Niro) y su sobrino Ernest Burkhart (Leonardo Di Caprio) deciden que hay que conquistar, en el sentido más colonial de la palabra, a Molly Kyle, impresionantemente interpretada por Lily Gladstone, con la que éste debe casarse para ir eliminando del camino a esos indios que con el dinero que les provee el oro negro se dan el lujo de tener choferes blancos y de mandar con la soberanía que les asiste.

La película de Scorsese, que involucra al FBI de Edgar Hoover frente al desafío del esclarecimiento de los hechos, está nominada para 10 estatuillas Oscar. Como antecedente importa el hecho de que Lily Gladstone obtuvo el Globo de Oro, el premio del Sindicato de Actores, y los de las asociaciones de críticos norteamericanos y de Boston. Si la academia hollywoodense le entrega el premio a mejor actuación protagónica, significará que a 51 años del rechazo de Marlon Brando a recibir el premio por su interpretación como Vito Corleone (El Padrino de Francis Ford Coppola, 1973), en protesta por la discriminación practicada por la industria cinematográfica contra los indígenas, quedará simbólicamente reparada; pero no nos hagamos ilusiones, hay una gran probabilidad de que ese Oscar no será para Lilly Gladstone, actriz indígena lo mismo que Sacheen Littlefeather, quién subió al escenario para leer el discurso-protesta de Brando por “el trato vejatorio contra los indios”… se trataba de Brando, el más grande actor que se haya podido ver en la pantalla grande en la historia del cine, según lo dicta mi recuerdo agradecido.

Los asesinos de la luna llena es un peliculón de tres horas y media para mirar con detenimiento y ejercitar nuestra memoria audiovisual con admiración hacia el italoneoyorkino Martin Scorsese, sabio narrador de historias cinematográficas que a sus 81 años sigue dirigiendo a grandes actores con la misma lucidez con la que guiara al mismísimo De Niro en Taxi Driver (1976) y dirigirá otra vez a Di Caprio en su próxima película The wager (La apuesta), también basada en un libro de David Grann, “una historia de un naufragio, motín y asesinato”.

Ya se sabe: el Oscar es el Oscar. Tiene para premiar una película sobre el genio de la bomba atómica, otra sobre un asesinato enigmático en un lugar nevado, la Zona de interés sobre la normalidad con la que habitan el mundo unos criminales genocidas y ésta sobre los Osage que nos conduce a comprobar que la gran historia humana puede estar debajo de la alfombra roja de Hollywood. Venga el diablo o el Tío Sam y escoja.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El anverso del horror

/ 24 de febrero de 2024 / 07:01

Ha sucedido en distintas latitudes que varios creadores audiovisuales fueron advertidos a través de preguntas formuladas por la crítica especializada, acerca de ciertas consecuencias perceptivas que no habían considerado a la hora de escribir con la cámara. Me visita la sensación de que el director británico Jonathan Glazer todavía no sabe del tamaño de la incidencia de su película, la más lúcida y esclarecedora acerca del Holocausto (La zona de interés, 2023) que hayamos podido visionar por lo menos en medio siglo y que ya se ha llevado los premios mayores en el Reino Unido (Bafta) y en Francia (Cannes).

Alguna vez, algún cineasta consagrado comentó que algo que un crítico le estaba preguntando y que había advertido en alguna de sus grandes obras, no lo había considerado, pero ya que lo mencionaba, efectivamente se podía leer de la manera en que el entrevistador se lo señalaba. Algo parecido tiene que suceder con Glazer en tanto su película multipremiada, inspirada en la novela del recientemente fallecido escritor, también inglés, Martin Amis (“su escritura es un triunfo de la inteligencia”, dice el periodista Eduardo Lago), es una portentosa explicación acerca de la estructura mental del poderoso que ha alcanzado el macabro privilegio de decidir quién vive y quién debe morir, quién sobrevive y quién debe ser incinerado, a quién se somete —por más judía que sea la joven de turno— si lo que va a ocurrir es vaciar la necesidad fálica propia del mandato patriarcal: El racismo exterminador es lo de menos si lo que viene es el entretenimiento de cualquier macho depredador y para insinuar tal situación, Glazer sitúa al Comandante del campo de concentración de Auschwitz reclinado en su escritorio de ejecutivo de la muerte con las botas debidamente relucientes, mientras la chica en cuestión aparece en una silla con una falda larga, abriendo discretamente las piernas como abandonándose descalza: la ley de cierre según la psicología de la Gestalt decide en cada cabeza de espectador cómo pudo haber evolucionado y culminado el momento sin necesidad de mostrar, exhibiendo sin exhibir.

Dicho esto, la crítica que apunta a destacar el fuera de campo o fuera de encuadre de La zona de interés, está diciendo que los ruidos de lo que sucede del otro lado de la confortable residencia del Comandante, con algunas referencias fugaces de judíos que ayudan en las tareas domésticas de la casita perfecta habitada por su preciosa familia, le dan sentido al discurso cinematográfico, cuando la auténtica y más profunda connotación reside en lo que muestra para develar todo un perfil humano caracterizado por la más absoluta normalidad, la más encantadora de las cotidianidades, el más amoroso de los comportamientos con el jefe de familia leyéndoles a sus rubias niñas cuentos cual si fueran canciones de cuna para que duerman plácidamente y que son expuestos con imágenes en negativo como en la fotografía analógica, en las que se conservaban los registros en caso de necesitarse nuevas reproducciones en papel.

La zona de interés es en primer lugar lo que muestra, no lo que sugiere con los sonidos en off y si se lee así, estamos ante una normalidad que arropa a los psicópatas como palomas inofensivas en tanto consideran que su transcurrir por la vida les exige obligaciones funcionarias por las que no hay que alarmarse, y de ninguna manera sentir remordimiento si de lo que se trata es de limpiar el mundo de la escoria, de la bestialidad racial mal nacida, de la desventaja física, o las inventadas imperfecciones mentales del otro. Por ello los planos que en grandes tramos sugieren álbumes fotográficos con cámara estática, nos dejan unas postales de esa gente que a la hora de la reunión ejecutiva están decidiendo el mejoramiento de la tecnología para la incineración y la cremación como si se tratara de la planimetría del próximo condominio exclusivo para millonarios.

El horror no estará, por tanto, en los escombros de los exterminados que podríamos imaginar o haber visto en tantísimas películas, sino en la pulcra conducta familiar en que la señora de la casa recibe a la abuela de sus hijos y le va explicando cómo su jardín precioso y cuidado hasta el mínimo detalle es una pequeña huerta trabajada con amor, sin que se le mueva un pelo acerca de la barda color cemento que separa el verdor del campo aquél del otro lado en el que para ella nunca pasa nada, salvo la estabilidad laboral de su señor esposo que por nada del mundo debiera ser transferido a otra misión porque es allí donde se ha construido la felicidad.

El comportamiento de los personajes de Amis-Glazer explica por qué nunca escucharemos un acto de contrición de estos fascistas felices conmovidos por la ternura de la tradición, la propiedad y la familia donde la palabra perdón no cabe, simple y llanamente porque sienten que no hay motivo alguno por el cual arrepentirse. Se trata del lado A del horror, la cara de una normalidad en la que la eliminación del otro no es otra cosa que un asunto de eficiencia militar y gerencial.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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