¿Ronaldos o Messis?
Veo futbolistas bolivianos muy engominados, con ‘high lights’ en el cabello
Bolivia se encuentra en la mitad de la tabla del ranking FIFA, cerca al puesto 100. Un triunfo esporádico más allá de nuestras fronteras no hace verano, y sin embargo hay hinchas fieles que se encienden solos, aunque muy interiormente estén convencidos de que el déficit de hoy pasa también por la falta de pasión, de calor, de expresividad para entusiasmar a las tribunas y a las audiencias. Son lunares los que en nuestras canchas pueden despertar los grandes fervores de las hinchadas.
Cristiano Ronaldo y varios niñatos de pelajes parecidos y fama incuestionable, no saben cuánto daño pueden estar inflingiéndole a mitad de la humanidad futbolística infantil, mientras Lio Messi salta a la cancha despreocupado por el look. Sucede que muchos de los chicos que hoy dicen jugar al fútbol están preocupados por pelotudeces como la camiseta “alternativa” del cuadro de su preferencia, el gel que utilizan sus ídolos, los zapatos fosforescentes naranjas o verdes que exhiben, los autos deportivos que manejan o con las chicas con las que van a brindar con champán a las discotecas. O sea, el fútbol para esos chicos se constituye en una moda que puede franquear acceso a un status y a una vida tan glamorosa como estúpida, esto es, el fútbol vaciado de su polisémico sentido lúdico y de sus inciertas y apasionantes características de profunda aventura humana. Estaría bien que todos esos elementos vinculados a la ritualidad de mercadeo que domina hoy fueran accesorios y no que los fetiches generaran tantos precoces impostores especialmente instalados en las clases medias-altas.
Veo futbolistas bolivianos muy engominados, con high lights en el cabello, con crestas que les aumentan unos centímetros a sus estaturas (“esos raros peinados nuevos” diría Charly García). Sé que muchos de ellos salen de los vestuarios como si nada cuando acaban de jugar y terminan derrotados. Y estoy informado que varios otros han adoptado estilos de vida donde la jarana se ha trasladado de los boliches a los cómodos apartamentos en los que no hay cámaras, policías o radiotaxistas chismosos. Busco afanoso en las canchas bolivianas futbolistas sanguíneos, con temperamento, con bríos al momento de trepar la boca del túnel y me encuentro con jovenzuelos que corretean de a ratos, hacen un par de jugadas y se marchan como aquellos oficinistas aburridos de tanta rutina.
En ese contexto debo compadecer a Miguel Ángel Portugal que hasta hace unos días andaba llorando debido al panorama tan desolador. Bolívar tiene que buscar a algún amauta o yatiri de vasta experiencia para llamar por la noche al alma perdida que anda vagando quién sabe por cuáles cielos y mares, y probar si de esa manera vuelve el ánima del futbolista que lleva el juego en las entrañas, con autoridad en el campo para encender a las tribunas y que todos quienes se sitúan en ellas queden convencidos de que hay que traducir el respaldo en arengas para restablecer las conexiones con la pasión. Parecía que el solitario candidato a ese lugar era Wálter Flores, pero lamentablemente, víctima de una lesión, no podrá estar en la primera convocatoria hecha por Xabier Azkargorta para enfrentar a la selección de Guyana.
Felizmente hay constataciones que pasan por el humor y nos devuelven al territorio de la esperanza: Un pastor evangélico se acerca a un chico de siete años y le pregunta:
“¿Hijo mío te gustaría ser cristiano?”. Y el chico con la apabullante simplicidad de su edad le contesta: “No gracias señor, prefiero ser Messi”. Pues bien, aquí están las antípodas del fútbol de hoy: Mientras el uno concibe el fútbol como espectáculo televisivo en el que pavonea su vanidad y su ferocidad competitiva, el otro va a la cancha a jugar, a disfrutar del contacto con la pelota, a celebrar las paredes interminables, las jugadas perfectas y los goles con los que se rematan festivamente las variantes del divertimento. Eso sí, cada uno, a su modo, son líderes, el uno en plan insoportablemente coqueto y crispado, y el otro solamente con la certificación a cada paso que da, que nadie puede hacer con el balón lo que hace él en cada partido del Barcelona.
El fútbol boliviano necesita a gritos liderazgo, ése que indiscutiblemente expone Pablo Escobar cuando juega con la oro y negro, pero que todavía no puede encarnar con la Verde de nuestra selección. Unos metros atrás, Alejandro Chumacero es otro caso de expresividad sobre el que no hay dudas: Marca, quita, traslada y remata con la energía de los valores alejados del burócrata insensible y satisfecho. Un futbolista que presta servicios en un equipo llamado profesional tiene que ser primero un auténtico amante del juego en el que la actitud vaya por delante en cada partido y lo demás será la suma de unas virtudes que lo harán más o menos buen jugador.
El fútbol boliviano necesita baldiviesos y melgares, cristaldos y etcheverrys, truccos y borjas, es decir, futbolistas capaces de expresar vocación por el juego, su hambre por la lucha y la búsqueda de la victoria, esos que llaman a miles y miles de futboleros a retornar a las gradas, y cuando están lejos, a no perderse el próximo partido por Tv porque saben que estarán esos exponentes del juego por los que hay que hinchar sin reservas y ninguna desconfianza, renovando el pacto entre el público y el juego, ése que precisamente hace que el fútbol no tenga parangón como “dinámica de lo impensado” o “pasión de multitudes”.
Se buscan líderes en el fútbol de Bolivia. Flores y Escobar pueden terminar consolidándose como tales, ojalá, porque si piensan que con Papá Xabier en el trabajo semanal es suficiente, estamos en problemas, él no juega, lo máximo que puede es intentar dirigir de la mejor manera que se lo permitan sus conocimientos y experiencia. Lo demás, lo esencial, corre por cuenta de los once que salgan al verde césped.