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¿Ronaldos o Messis?

Veo futbolistas bolivianos muy engominados, con ‘high lights’ en el cabello

/ 10 de agosto de 2012 / 05:43

Bolivia se encuentra en la mitad de la tabla del ranking FIFA, cerca al puesto 100. Un triunfo esporádico más allá de nuestras fronteras no hace verano, y sin embargo hay hinchas fieles que se encienden solos, aunque muy interiormente estén convencidos de que el déficit de hoy pasa también por la falta de pasión, de calor, de expresividad para entusiasmar a las tribunas y a las audiencias. Son lunares los que en nuestras canchas pueden despertar los grandes fervores de las hinchadas.

Cristiano Ronaldo y varios niñatos de pelajes parecidos y fama incuestionable, no saben cuánto daño pueden estar inflingiéndole a mitad de la humanidad futbolística infantil, mientras Lio Messi salta a la cancha despreocupado por el look. Sucede que muchos de los chicos que hoy dicen jugar al fútbol están preocupados por pelotudeces como la camiseta “alternativa” del cuadro de su preferencia, el gel que utilizan sus ídolos, los zapatos fosforescentes naranjas o verdes que exhiben, los autos deportivos que manejan o con las chicas con las que van a brindar con champán a las discotecas. O sea, el fútbol para esos chicos se constituye en una moda que puede franquear acceso a un status y a una vida tan glamorosa como estúpida, esto es, el fútbol vaciado de su  polisémico sentido lúdico y de sus inciertas y apasionantes características de profunda aventura humana. Estaría bien que todos esos elementos vinculados a la ritualidad de mercadeo que domina hoy fueran accesorios y no que los fetiches generaran tantos precoces impostores especialmente instalados en las clases medias-altas.

Veo futbolistas bolivianos muy engominados, con high lights en el cabello, con crestas que les aumentan unos centímetros a sus estaturas (“esos raros peinados nuevos” diría Charly García). Sé que muchos de ellos salen de los vestuarios como si nada cuando acaban de jugar y terminan derrotados. Y estoy informado que varios otros han adoptado estilos de vida donde la jarana se ha trasladado de los boliches a los cómodos apartamentos en los que no hay cámaras, policías o radiotaxistas chismosos. Busco afanoso en las canchas bolivianas futbolistas sanguíneos, con temperamento, con bríos al momento de trepar la boca del túnel y me encuentro con jovenzuelos que corretean de a ratos, hacen un par de jugadas y se marchan como aquellos oficinistas aburridos de tanta rutina.

En ese contexto debo compadecer a Miguel Ángel Portugal que hasta hace unos días andaba llorando debido al panorama tan desolador. Bolívar tiene que buscar a algún amauta o yatiri de vasta experiencia para llamar por la noche al alma perdida que anda vagando quién sabe por cuáles cielos y mares, y probar si de esa manera vuelve el ánima del futbolista que lleva el juego en las entrañas, con autoridad en el campo para encender a las tribunas y que todos quienes se sitúan en ellas queden convencidos de que hay que traducir el respaldo en arengas para restablecer las conexiones con la pasión. Parecía que el solitario candidato a ese lugar era Wálter Flores, pero lamentablemente, víctima de una lesión, no podrá estar en la primera convocatoria hecha por Xabier Azkargorta para enfrentar a la selección de Guyana.

Felizmente hay constataciones que pasan por el humor y nos devuelven al territorio de la esperanza: Un pastor evangélico se acerca a un chico de siete años y le pregunta:

“¿Hijo mío te gustaría ser cristiano?”. Y el chico con la apabullante simplicidad de su edad le contesta: “No gracias señor, prefiero ser Messi”. Pues bien, aquí están las antípodas del fútbol de hoy: Mientras el uno concibe el fútbol como espectáculo televisivo en el que pavonea su vanidad y su ferocidad competitiva, el otro va a la cancha a jugar, a disfrutar del contacto con la pelota, a celebrar las paredes interminables, las jugadas perfectas y los goles con los que se rematan festivamente las variantes del divertimento. Eso sí, cada uno, a su modo, son líderes, el uno en plan insoportablemente coqueto y crispado, y el otro solamente con la certificación a cada paso que da, que nadie puede hacer con el balón lo que hace él en cada partido del Barcelona.

El fútbol boliviano necesita a gritos liderazgo, ése que indiscutiblemente expone Pablo Escobar cuando juega con la oro y negro,  pero que todavía no puede encarnar con la Verde de nuestra selección. Unos metros atrás, Alejandro Chumacero es otro caso de expresividad sobre el que no hay dudas: Marca, quita, traslada y remata con la energía de los valores alejados del burócrata insensible y satisfecho. Un futbolista que presta servicios en un equipo llamado profesional tiene que ser primero un auténtico amante del juego en el que la actitud vaya por delante en cada partido y lo demás será la suma de unas virtudes que lo harán más o menos buen jugador.

El fútbol boliviano necesita baldiviesos y melgares, cristaldos y etcheverrys, truccos y borjas, es decir, futbolistas capaces de expresar vocación por el juego, su hambre por la lucha y la búsqueda de la victoria, esos que llaman a miles y miles de futboleros a retornar a las gradas, y cuando están lejos, a no perderse el próximo partido por Tv porque saben que estarán esos exponentes del juego por los que hay que hinchar sin reservas y ninguna desconfianza, renovando el pacto entre el público y el juego, ése que precisamente hace que el fútbol no tenga parangón como “dinámica de lo impensado” o “pasión de multitudes”.

Se buscan líderes en el fútbol de Bolivia. Flores y Escobar pueden terminar consolidándose como tales, ojalá, porque si piensan que con Papá Xabier en el trabajo semanal es suficiente, estamos en problemas, él no juega, lo máximo que puede es intentar dirigir de la mejor manera que se lo permitan sus conocimientos y experiencia. Lo demás, lo esencial, corre por cuenta de los once que salgan al verde césped.

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Amarás a Evo por sobre todas las cosas

/ 21 de septiembre de 2024 / 07:49

Las valoraciones acerca del rendimiento del gobierno de Luis Arce son una cosa y la crisis que ha quebrado al MAS-IPSP es otra, pensarán algunos, cuando en realidad las posibilidades de conducir una gestión presidencial medianamente fluida pasan ineludiblemente por la gobernabilidad, condición indispensable con la que Evo Morales estuvo al mando del país durante casi 14 años, gozando primero de mayoría parlamentaria y al final, incluso, con dos tercios del voto de la Asamblea Legislativa Plurinacional.

A estas alturas hay que decirlo de manera clara y concisa: Evo Morales nunca creyó en el triunfo de Luis Arce en las urnas. Impuso su candidatura porque argumentaba que era el momento de la clase media y por ello había que desplazar a lo indígena originario campesino a un segundo plano en el binomio. A partir de una investigación a cargo de este periodista, la conclusión, confirmada por varias voces es que Morales calculaba que el ganador sería Carlos Mesa, que el MAS pasaría a la oposición y se dedicaría a sembrar el camino hacia las elecciones de 2025. 

Los candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia de las organizaciones sociales, información de dominio público, eran David Choquehuanca y Andrónico Rodríguez, pero como Evo odia con toda el alma al Jilata, porque entre otra cosas alguien lo inflamó contándole que es “agente de los gringos”, forcejeó hasta imponerse al Pacto de Unidad que se vio en la durísima tarea de convencer a las organizaciones y a sus bases que esta era la salida para garantizar la unidad, imprescindible requisito en la búsqueda del triunfo para las elecciones que finalmente se realizaron el 18 de octubre de 2020. En aras de no quebrar al “Instrumento”, Choquehuanca se bajó de la candidatura presidencial por decisión propia y de esa manera el temporal amainaba y se podía comenzar a encarar la campaña con “Arce Presidente” y el “vamos a salir adelante”.

Nunca Evo Morales aceptó que el MAS podía continuar su camino en la construcción de su llamado Proceso de Cambio con alternancia interna y continuidad programática. Pensó siempre —sigue pensando— que después de Evo Morales solamente existe Evo Morales, lo que nos lleva a pensar que el oriundo de Orinoca se convirtió en la entidad humana en la que se concentraba el Estado, con todo lo que eso significa en términos estalinistas de utilización del poder y de decisiones para el funcionamiento del país.

Cuando Arce Catacora ganó las elecciones con un rotundo 55.10 por ciento, Evo seguramente quedó bien sentado en la primera silla que encontró, que por supuesto ya no era la presidencial, para intentar reaccionar ante un resultado que para él era impensado. A esas alturas, ya había inventado el Conalcam para sustituir al Pacto de Unidad y privilegiar a un entorno de ministros a los que consolidó como su círculo íntimo en su exilio en Buenos Aires, sobre todo a partir del momento en que las organizaciones le dijeron que no querían saber de ninguno de sus colaboradores, “de García Linera para abajo”, es decir, comenzando por el exvicepresidente.

“Esos exministros son más leales que ustedes”, les dijo Evo Morales a dirigentes del Pacto de Unidad con lo que quedaba sellada en términos prácticos una ruptura entre el expresidente y esas organizaciones que con el nombre de Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (IPSP) dio lugar al surgimiento del Movimiento al Socialismo (MAS). 

No es cierto que en principio Luis Arce comenzó sometiéndose a las directivas de Evo. Desde los inicios mismo de la campaña electoral se advirtieron diferencias y quedó claro que Evo era el jefe de campaña desde Buenos Aires y Arce el candidato que tenía el derecho de tomar algunas decisiones estratégicas en tanto era él quien asumía el desafío de por lo menos igualar o superar los números que había logrado Evo en anteriores elecciones. Dicho y hecho, Lucho pulverizó las previsiones de encuestas que decían que partía con una base del 20 por ciento del voto duro: Logró el 55.1, superando el 53.7 logrado por Evo en su primera elección de 2005.

En ese trayecto Evo tenía que decidir si le sumaba el acompañar al gobierno de Lucho como jefe del partido experimentado expresidente, o era mejor desmarcarse precisamente para sacarle rédito a esa ruptura y proyectar su candidatura hacia las elecciones de 2025. Las decisiones están a la vista, y a estas alturas del resquebrajamiento del MAS-IPSP, Evo pasó efectivamente a la oposición, pero no de Carlos Mesa, sino de su mismísimo exministro de Economía y Finanzas Públicas.

Así llegamos, luego de muchísimos encontrones, congresos frustrados y no reconocidos, incumplimiento con las obligaciones ante el Tribunal Supremo Electoral y una feroz campaña opositora para socavar al gobierno de Arce, que Evo está otra vez en la carretera en marcha, parece que caminando poco y viajando cómodamente en una 4 por 4 con vidrios polarizados, dice que para “salvar a Bolivia”, lo que traducido a sus expectativas y agenda significa alcanzar nuevamente la candidatura presidencial pase lo que pase, cueste lo que cueste.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El éxito no se analiza

/ 7 de septiembre de 2024 / 07:20

Decía César Luis Menotti, entre las tantísimas cosas inteligentes que lo distinguían acerca de su capacidad para leer-escribir el fútbol, que el éxito no se analiza. Eso significaría que el éxito puede derivar en exitismo que consiste en el exceso de celebración luego de conseguido un objetivo. No analizar en el contexto de un resultado feliz lo acontecido en un campo de juego significa que se impone la hora de tirar cohetes y descorchar botellas y que no cabe otra cosa que danzar y saltar, que gritar vivas hasta secar gargantas.

Para el lenguaje empresarial, lo acontecido en el estadio de Villa Ingenio de El Alto es un Caso de Éxito, basado en el modelo aplicado por Fernando Costas, Presidente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF) en su club, el Always Ready de La Paz, que terminó convirtiendo en equipo alteño con el propósito, finalmente conseguido, de ascenderlo a la división profesional . El pasado 20 de febrero, el llamado equipo de la banda roja le propinó una histórica goleada al Sporting Cristal del Perú (6-1) en su casa a un poco más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, por Copa Libertadores de América. El entrenador de ese equipo era Oscar Villegas, el mismo que hace cuarenta y ocho horas debutó como seleccionador en las clasificatorias o eliminatorias que conducen hacia la Copa del Mundo a jugarse en 2026 en canchas de México, Estados Unidos y Canadá.

Contradigamos por esta vez a Menotti para diseccionar los componentes que dieron lugar a ese rotundo 4-0 con el que la verde boliviana se impuso incuestionablemente a la vinotinto venezolana. En esta misma columna, hace catorce días, se dijo que Bolivia había decidido jugar en el cielo, que subir del histórico Hernando Siles de La Paz al estadio alteño era una apuesta, en primer lugar, por maximizar la ventaja que supone desempeñarse en la altura. Pues bien, este primer argumento puesto en práctica por la FBF ha funcionado a la perfección, en tanto Venezuela decidió no ser ni la sombra de lo que había expuesto en sus partidos de Copa América y de esta misma etapa mundialista que la sitúa en el cuarto lugar de la tabla de posiciones y que hasta el partido con Bolivia estaba invicta con dos triunfos y tres empates.

La recuperación de la ventaja de jugar a cuatro miles de metros sobre el nivel del mar, por lo tanto, funcionó sin fisuras. El argentino Fernando Baptista, seleccionador de Venezuela, se mantuvo invariable, antes y después del partido, en su posición de no referirse al argumento-pretexto de la altura, exhibiendo una ética deportiva infrecuente en el mundillo futbolero caracterizado por las excusas para justificar malos resultados. Queda claro entonces: La altura juega cuando el equipo nacional sabe que hacer en la cancha haciendo valer su condición de anfitrión y en esa medida, así como Villegas supo sacarle ventaja a la ciudad y al estadio en el que jugaba cuando dirigía Always Ready, puso en evidencia su oficio, experiencia y algo que hacía muchísimo tiempo les faltaba a quienes se hacían cargo de la selección boliviana y que pasa por la actitud y el inicio de la construcción de una mística, aspectos claramente expuestos por el joven equipo por el que apostó el seleccionador.

Para completar el análisis, pensemos a continuación lo que sucede con la selección boliviana cuando queda obligada en su condición de visitante a prescindir de la ventaja de la altura. La verde debe jugar en 72 horas contra Chile en Santiago, ciudad que se encuentra al nivel del mar. Nuestra selección llega a ese partido con un abrumador antecedente: La última vez que Bolivia ganó fuera de casa fue el 18 de julio de 1993 precisamente contra Venezuela en Puerto Ordaz (7-1!!!), lo que quiere decir que su último triunfo se produjo hace 67 partidos y 31 años.

A partir de las cinco de la tarde del martes 10 de septiembre, Bolivia estará obligada solamente a pensar en el juego, en su propuesta exclusivamente futbolística frente a una selección chilena que acaba de ser pasada por encima (0-3) en Buenos Aires, por ese equipo de autor como definiera Marcelo Bielsa a la selección argentina campeona del mundo dirigida por Lionel Scaloni.

Villegas tiene clarísimo el guión de su emprendimiento. Dice que en la lista de sus prioridades figura el trabajo que demandará una década con las juveniles, pero que eso no signfica que vaya a descuidar a la selección mayor en la que finalmente, después de tanto debate reiterativo, se ha decidido apostar por una nueva generación de futbolistas que han comenzado esta nueva etapa desatando una celebración que los alteños y las alteñas se merecen. Bolivia ha sabido jugar con la altura a su favor frente a Venezuela. Ahora contra Chile debe dedicar sus esfuerzos nada más que a jugar al fútbol. Los futboleros tan proclives al exitismo, saben que esto recién comienza y que la paciencia es clave para permitir que un trabajo pensado a mediano y largo plazo pueda generar algún fruto.

Julio Peñaloza Bretel
es periodista.

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A jugar en el cielo

/ 24 de agosto de 2024 / 01:59

Si algo tiene el fútbol boliviano es materia inagotable para la discusión acerca del lugar en el que se encuentra la frontera entre realidad y ficción, y sucede que conforme transcurren los días nos queda cada vez más claro que tal frontera no existe. Por décadas Bolivia defendió su derecho a jugar en la sede histórica de sus ilusiones y de sus esporádicas patriadas con la pelota rodando en el césped del Hernando Siles.

Sucedió alguna vez que el poderoso trío sudamericano brasileño-argentino-uruguayo intentó maniobrar en el escenario multilateral de las decisiones corporativas futbolísticas (FIFA) para dejar de venir a la tortuosa La Paz, esa ciudad a la que se llega a jugar con fastidio y temor a perder la capacidad de respirar, salvo que alguno se llame Ángel Di María y corra más y mejor en el estadio miraflorino que todos los componentes de nuestra verde selección juntos.

Desde que nuestro fútbol comenzó a desandar el camino y se fue tornando cada vez más irrelevante y sin capacidad competitiva, la urgencia por intentar dejar de jugar en la altitud paceña se hizo cada vez más innecesaria. Brasil nos convirtió cuatro goles en la anterior eliminatoria y Argentina tres en esta que se juega con destino a la Copa del Mundo 2026. Nosotros: cero. Ya ni con el flecheiro Marcelo Moreno Martins se logró anotar por lo menos el gol del honor.

El pasado 23 de marzo, en esta misma columna pregunté si el fútbol boliviano pasaba por altura o buen juego, y hace algunas semanas ha llegado la respuesta: altura, futboleros y futboleras, altura en primer lugar, y si se puede jugar algo de fútbol, tanto mejor. Como ya casi no se puede con futbolistas de buen pie —que casi no los tenemos hace muchos años—y por lo tanto ya no se puede técnica y tácticamente, acudamos a las fuerzas del cielo como invoca Javier Milei.

Como nunca antes sucedió, tenemos un presidente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF) con una notable capacidad de persuasión que ha logrado convencer a la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) y a la mismísima FIFA no solo de continuar jugando en las alturas andinas, sino de hacerlo ahora algunos peldaños más arriba, esto es, en los 4.000 metros sobre el nivel del mar de la aguerrida y corajuda ciudad de El Alto.

Con este nuevo panorama, la selección boliviana de fútbol recibirá en el estadio de Villa Ingenio, con las autorizaciones internacionales respectivas en regla, a la Vinotinto venezolana, que hace por lo menos dos décadas superó las goleadas recibidas de a siete por partidos de ida y vuelta en la eliminatoria de 1993, para pasar al frente y tener ahora una escuadra que ocupa el cuarto  lugar en la tabla de las eliminatorias mundialistas y que en la Copa América recientemente ganada por Argentina en canchas estadounidenses, ganó su grupo con puntuación perfecta y fue eliminada en la tanda de penales frente a Canadá en cuartos de final, mientras nosotros, cada vez más verdes, regresábamos con el rabo entre las piernas sin un solo punto habiendo recibido 10 goles y anotado apenas uno.

Venezuela llegará a jugar a El Alto sin haberse manifestado ni en lo mínimo acerca de la incomodidad que supondría rendir en las mejores condiciones con semejante altitud, mientras en los ámbitos municipales y de la FBF se hacen denodados esfuerzos por tener las butacas plásticas necesarias exigidas por la FIFA que reducirán el aforo del estadio en el que habitualmente juega de local Always Ready, para dotarlo de las condiciones de seguridad y de comodidad que son parte del protocolo FIFA, también en esta fase eliminatoria de la nueva versión de la Copa del Mundo.

Con este panorama, Bolivia ha decidido apostar por una propuesta de características más medioambientales y climáticas que futbolísticas. Enfrentará a Venezuela, pensando en que los visitantes comenzarán a perder el partido en el vestuario, de solo pensar que en el primer sprint de sus extremos podrían quedar jadeando por insuficiencia de oxígeno. Bolivia jugará con la altura antes que con la pelota. Lo que parece no haber pensado la intrépida dirigencia federativa es que como bien dice la gran Camila en casa: “El fútbol boliviano es tan alucinante que hasta cuando ganamos, perdemos”, en alusión a los triunfos por 1-0 de The Strongest y Bolívar frente a Peñarol de  Montevideo y al carioca Flamengo, con los que nuestros históricos equipos quedaron eliminados en octavos de final de la Copa Libertadores de América.

Todas las selecciones nacionales se preparan para jugar. La  selección boliviana ha decidido, de aquí en adelante, aferrarse al ventajero expediente de la altura. Todas las realidades futbolísticas competitivas del planeta se ocupan, en primer lugar, de formar deportistas, atletas, futbolistas y en lo posible personas de bien. Bolivia consolida así la excepción a la regla: total, si ganamos con la altura, no hay para qué preocuparse por jugar al fútbol.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Acabar con el prorroguismo

/ 10 de agosto de 2024 / 01:23

A Evo Morales la palabra referéndum le debe doler en el alma. Fue a partir de una súbita y hasta ahora inexplicable decisión en tiempo y forma que el expresidente encaminó al país hacia el 21 de febrero de 2016 para preguntarle acerca de su aceptación o rechazo a una nueva repostulación, luego de estar gobernando por tres períodos consecutivos. La respuesta fue terminante. Fue no. Y el mismísimo Evo se rindió ante la evidencia acerca de la decisión expresada en las urnas. Tuvieron que transcurrir 20 meses, hasta noviembre de 2017, que buscando y rebuscando argumentos jurídico electorales, se instrumentó al Tribunal Constitucional —ese mismo al que el propio Evo ahora  tacha de prorroguista y funcional a los designios del actual poder gubernamental— para inventar una disparatada habilitación invocando al Pacto de San José, arguyendo que una candidatura presidencial es un derecho humano, razón por la cual se abrían las compuertas para la consolidación del liderazgo caudillista en el ejercicio presidencial.

Corregido semejante despropósito constitucional a partir de la respuesta a una consulta hecha por el entonces presidente Iván Duque de Colombia, a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se concluyó que no había tal (agosto, 2021), que de ninguna manera, bajo ningún concepto jurídico se podría aceptar que es un derecho eterno ser candidato cuantas veces le plazca a quien ostenta un gran liderazgo y cree gozar de una legitimidad ilimitada, otorgada por el pueblo soberano.

Hasta aquí la historia es archiconocida y repetida hasta el cansancio. Desde 2019, Bolivia se bambolea en la incertidumbre que genera desde y hasta dónde existe el derecho de acceder a la candidatura presidencial. El país no ha podido superar esta discusión que se ha agravado con la decisión del mismísimo tribunal que habilitó a Evo en 2017, que el Día de los Inocentes, 28 de diciembre de 2023, emitió  la sentencia constitucional 1010 en la que queda expresamente determinada la reelección “por única vez continua”. En consecuencia, Evo Morales queda inhabilitado para las presidenciales de 2025.

En un día de iluminación, alguien cercano al presidente Luis Arce se levantó una mañana para sugerirle el camino más expedito y transparente para acabar con este exasperante debate que le ha costado al Gobierno, en los últimos dos años, tener que malgastar su tiempo en una interna partidaria que prácticamente ha destrozado al MAS-IPSP. Esa ruta está marcada por la convocatoria a un nuevo referéndum en el que bolivianas y bolivianos diremos qué hacer con esta cantaleta que nos tiene complicados en un momento en el que la gestión de Arce debiera estar exclusivamente enfrascada en buscar salidas a una situación económica que se viene tornando cada vez más compleja e irresoluble, sobre todo porque la desaparición del dólar callejero y el más grande, el necesario para las transacciones importadoras y exportadoras, está complicando el funcionamiento económico productivo del país.

Caudillismo. Mesianismo. Endiosamiento. Culto a la personalidad. Todos estos son conceptos que mucho tienen que ver con el estalinismo que desfiguró la revolución rusa y la construcción de una unión de repúblicas socialistas, y que con acento latinoindocaribeño se han incorporado a este lado del mundo, atribuyéndoles facultades y poderes especiales a nuestros libertadores republicanos del siglo XIX, de los cuales llegarían las herencias de lo bolivariano para atribuirse capacidades ilimitadas de ejercer el poder, descartando de un plumazo la imprescindible alternancia de nombres en las jefaturas de Estado.

Con sentido de previsión,  lo primero que le sugirieron a Nicolás Maduro cuando se estrenaba en la presidencia de Venezuela (2013), si quería tener relativo éxito en su gestión, era deshacerse de los chavistas en tanto se presagiaba que si los mantenía en la estructura de poder, su presidencia podía sufrir fuertes embates internos. Así son los grandes caudillos: hasta después de muertos son capaces de seguir influyendo en el estilo decisional de manejar el poder. Pues bien, todo indica que con el referéndum de próxima realización, el presidente Arce podrá neutralizar el asedio evista que tantas averías le ha generado en su ejercicio gubernamental, debido a que es altamente probable que esta nueva consulta popular sirva para ajustar cuentas con el pasado y reivindicar el valor del voto del 21F pisoteado con una habilitación que terminó con sindicaciones de fraude, derrocamiento y golpe de Estado.

Las sociedades del siglo XXI quieren gobernantes que no jueguen a la tentadora activación de la idolatría, y la única forma de marcarles los límites a los caudillos que creen en la perpetuidad del tiempo en el poder es a través de las restricciones que impone la ley. En ese sentido, el modelo mexicano de seis años en el gobierno de un presidente y sanseacabó parece no exhibir márgenes de error.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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La derecha evista y arcista

/ 27 de julio de 2024 / 00:02

Nunca antes la derecha en Bolivia había sido tan impresentable. Es de vergüenza, pero sus figuras hacen papelones sin sonrojarse. A la hora de obstaculizar decisiones parlamentarias como la aprobación de créditos, la derecha es evista, porque junto con dicha ala masista se ha puesto de acuerdo para boicotear al Gobierno; por ahí, en una de esas le sale de chanfle y logra el tan ansiado acortamiento de mandato del presidente Arce. No por otra cosa el vicepresidente David Choquehuanca ha etiquetado como troika a la sociedad antigubernamental Evo-Mesa-Camacho que se manifiesta en la Asamblea Legislativa.

El otro escenario es el de los magistrados autoprorrogados que un par de días antes de la finalización de 2023, es decir, antes de autoprorrogarse, determinaron la inhabilitación a una nueva candidatura a la presidencia de Evo Morales, asunto sobre el que dos de esa misma troika, los golpistas Mesa y Camacho, se transfiguran en antievistas y se alinean con el discurso de algunos personeros gubernamentales que afirman, sin lugar a dubitaciones, que el todavía vigente presidente del MAS no puede volver a ser candidato debido al pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que en 2021 desahució el argumento de la candidatura presidencial como un derecho humano.

La derecha conformada por las también divididas Comunidad Ciudadana (CC) y Creemos es por lo tanto evista para bloquearle al Gobierno la posibilidad de recuperar oxígeno económico con la materialización de créditos internacionales hace más de un año gestionados, y es arcista para bloquear la candidatura presidencial de Morales. Esta conducta bipolar podría tener sentido si de lo que se tratara es de debilitar al MAS en sus ahora bien diferenciadas expresiones partidarias, una en el Gobierno despojada de gobernabilidad parlamentaria, la otra, cabeza de la oposición que sustenta su estrategia en mostrar a Luis Arce como a un traidor autoritario, inepto y vendido a la derecha.

Avejentada y demacrada, la derecha boliviana sigue bailando al ritmo que impone el MAS —o los “mases”—, debido a que todo servirá para que se haga pedazos por dentro como efectivamente está sucediendo y de esa manera se generen las condiciones para sacarle ventaja a los destrozos ajenos, porque desde 2006 fue incapaz de hacer lo que pudieron Paz Estenssoro, Paz Zamora, Sanchez de Lozada y Banzer, que consistía en una idea de país, en una proyección sobre su futuro basada en los preceptos político económicos del neoliberalismo. Son tan poco inspirados los actores de la derecha de hoy que ni siquiera encontraron una manera viable de construir un proyecto con la ventaja que permite un golpe de Estado y las limitaciones de movilizaciones sociales que imponía una pandemia. Ni siquiera así supieron encontrar la manera de enfrentar al MAS para intentar derrotarlo en la cancha electoral. Solo pudieron con un derrocamiento inconstitucional que les duró un cuarto de hora.

La derecha es arcista. La derecha es evista. En buenas cuentas, la derecha en Bolivia se ha hecho, en las dos últimas décadas, repetitiva, desangelada, carente de talento político e incapaz de erigir liderazgos.  Está volviendo a decir que la fórmula para ganar en 2025 es la unidad, esa que no pueden conseguir hace 20 años y que pone en evidencia su falta de confianza en sí misma. La unidad tenía algún sentido cuando el MAS era una roca indestructible y no ahora que está fragmentado, lo que significa que subconscientemente tiene alojada la idea de la indestructibilidad azul cuando ya no pueden quedar dudas de que tal cosa ha terminado por cambiar y parece que irremediablemente desde 2022.

Sucede, si profundizamos el análisis, que la derecha, desde sus entrañas, desprecia a la Bolivia nacional y popular. Que volverá a apostar por candidaturas de soplar y hacer botellas, por lo que no hay para qué incomodarse concibiendo una estrategia nacional con visión de país. No importa, al final de cuentas, como el MAS está hecho trizas, piensan, llegarán al gobierno más fácilmente de lo que parece, lo que significa que pierden de vista que si algo ha promovido el MAS en su mejor momento, fue transformar las condiciones para que la sociedad desde su identidad indígena y campesina comenzara a intervenir en decisiones ciudadanas que hasta antes de 2006 miraba de lejos.

Hay en este momento por lo menos 10 precandidaturas presidenciales; tres organizaciones partidarias nacionales, todas ellas divididas en dos o tres facciones, y algún jubilado que perdió la personería jurídica de su partido que amenaza con volver, pero si en este escenario de incertidumbre y fragmentaciones varias, la derecha se resiste a comprender que las organizaciones sociales de hoy ya no son las mismas funcionales a sus intereses de ayer, significará que pretende ningunearlas como en los años 80 o 90, y consecuentemente el fracaso y la violencia política volverán a quedar a la vuelta de la esquina.    

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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