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Amaneceres borrascosos

San José no aprendió la lección. Tal como le sucedió frente a Corinthians, anoche, antes de los 5 minutos, ya estaba en desventaja (Castillo). Más tarde, inmediatamente después del descanso, sufrió dos estocadas letales (Aguilar y Corona).  Y así —más aún actuando como visitante— era muy difícil evitar no sólo la derrota, sino la diferencia lapidaria con la que concluyó el juego en el estadio Caliente. Entre notorias desatenciones y/o desconcentraciones defensivas se esfumó muy pronto la ilusión. Y eso que Carlos Lampe conjuró más de una situación clara, incluyendo una doble, luego de la apertura del marcador.

Tuvo el equipo nacional, hay que subrayarlo, media hora interesante en la etapa inicial, cuando dejó de lado el miedo escénico. De hecho, Diego Cabrera probó y exigió con reiteración al arquero Saucedo, sin olvidar un disparo que Marcelo Gomes desvió increíblemente desde interesante posición. En ese lapso bien pudo registrarse el empate. Entre la solidez de Lampe y el despliegue de García y Carrizo, además de la porfía de Cabrera, enhebraron lo mejor del visitante.

A la defensa “santa”, no obstante, le costó hacer pie. Cada vez que el cuadro de Mohamed apretó el acelerador generó evidente peligro. Al margen, hubo una ostensible diferencia de ritmo. Sí, las revoluciones de unos y otros —sobre todo de tres cuartos de cancha hacia adelante— no resistieron paralelo alguno.

Y cuando ya todo estaba anticipadamente resuelto, Martínez puso la guinda sobre la torta.

La aurora de los partidos debe representar actitud lozana, ojos bien abiertos, reacciones frescas, mente diáfana. Y al cuadro de Oruro le acontece exactamente lo contrario. Otorga demasiada ventaja. Queda expuesto a remar en la adversidad —con todo lo que eso significa— a partir de concesiones que cuesta comprender, al menos desde afuera. Es el obligado punto de partida para explicar el duro contraste que marcó el debut lejos de casa.