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¿Tener o no tener la pelota?

Como todo negocio que centuplica sus posibilidades de diversificación y ganancias, el fútbol también se ha sofisticado y de manera notable en la última década a partir del lenguaje que se utiliza para narrar partidos e implícitamente tener conceptualizado el espíritu, los secretos y las tretas de sus andamiajes. Los abanderados de su complejización fueron los tácticos a ultranza, esos entrenadores convencidos de empezar a ganar partidos en los pizarrones a partir de los cuales se inculca disciplina táctica en primer lugar, aunque la materia prima, es decir, las condiciones físicas y técnicas de los jugadores de los que disponen no sean siempre las ideales para emprender esas que son consideradas batallas casi de vida o muerte antes que divertimentos de un par de horas de duración.

Pasar entre líneas, marcar de manera escalonada, jugar a la posesión del balón o al control de la pelota son conceptos que las transmisiones televisivas se encargan de repetir y a fuerza de tanto hacerlo se ha conseguido estimular una glotonería retórica pasada de rosca que puede simplificarse para su comprensión en dos maneras de asumir el juego: Jugar proponiendo hacia adelante, es decir, manejando la pelota para buscar el arco contrario, o hacerlo esperando, resistiendo para salir de contra, —salir de contra otra frase machaconamente repetida— y de esa manera conseguir las opciones desequilibrantes que permitan ganar.

El fútbol profesional que se practica hoy, por lo tanto, no ha variado fundamentalmente en sus referencias ideales, aunque las maneras de esquematizar y sistematizar a los equipos se hayan diversificado notablemente, y de ahí tenemos que 9 de los 19 torneos mundiales que se disputan desde 1930 han sido ganados por los más preclaros representantes de esas dos grandes corrientes con sus respectivos matices en función de cada momento específico en que fueron disputados: Juego bonito, Brasil, pentacampeón (1958, 1962, 1970, 1994, 2002) versus catenaccio (cerrojo), Italia tetracampeón (1938, 1982, 1990, 2006).

Todo esto tiene que ver con la historia, las realidades socioculturales y la genética, elementos que se han puesto nítidamente sobre el tapete en la última fecha de las eliminatorias sudamericanas en la que volvió a ganar la acción sobre la reacción, la posesión sobre la espera, la iniciativa ofensiva sobre una pretendida entereza defensiva.  Goleó Colombia, pero especialmente ganó Argentina que enfrentó a un rival que en varios pasajes expresó la voluntad de no replegarse hasta su última línea, intentando, también, disputar la tenencia del balón, duelo en el que perdió debido a la mayor sapiencia, precisión y velocidad de un equipo rioplatense que busca jugar con la exquisitez que le ha otorgado siempre su identidad y con dinámica europea en lo concerniente a velocidad y capacidad para sorprender y poner al rival a contramano de acuerdo con el trabajo que va edificando partido a partido Alejandro Sabella.

El fútbol con balón, especialmente encabezado por el Barcelona, le está ganando a ése que se juega renunciando a su posesión. Para ganar de contraataque hay que jugar con la perfección destructiva conseguida excepcionalmente por el AC Milan frente al Barcelona en el partido de ida de octavos de final por la Champions League. O hay que contar con jugadores fuera de serie como Cristiano Ronaldo que con un slalom por alguna banda, cabeceando gracias a su inalcanzable salto o ejecutando con balón detenido es capaz de ofrecer una efectividad cercana al 100%, asistido, por supuesto, por abastecedores creativos y rápidos como Ozil o Di María.

Examino el palmarés de las copas del mundo y los datos no admiten especulaciones: De 19 torneos, y en la actualidad con 209 asociaciones nacionales registradas en la FIFA, solamente ocho selecciones han conseguido ganarla en 80 años, de las cuales tres lo lograron una sola vez (Inglaterra, Francia, España), dos lo han hecho en dos ocasiones (Uruguay y Argentina),  una que lo consiguió en tres ocasiones (Alemania) y como decíamos más arriba, Italia que se llevó cuatro y Brasil cinco.

¿Qué quiero significar con esto? Simplemente que examinando la propuesta futbolística de cada uno de estos campeones,  ganaron más los que fueron al frente que aquellos que calcularon el triunfo a partir del negocio de entregarle la pelota al rival. Así de sencillo, bastante más sencillo que las maneras con que se han sofisticado  la narrativa televisual del fútbol del siglo XXI.

¿Merecimientos o goles?

Seguramente el más grande subcampeón de los torneos mundiales sea Holanda, que por la calidad de su juego, con el gran Johan Cruyff (foto) encabezando el revolucionario fútbol total, debió llevarse la Copa en Alemania 1974 y luego en Argentina 1978. Sin el mismo brillo, pero conservando la característica de su juego ofensivo, perdió la final en Sudáfrica 2010 con España.
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Otra selección de la que se dicen maravillas es la húngara de Ferenc Puskás, que perdió la final contra Alemania en Suiza 1954, habiendo jugado, según coincide el periodismo mundial de la época, de mejor manera y, por lo tanto, haber hecho los merecimientos para conseguirlo.
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En ese apartado, en el de la calidad del juego vinculada al resultado final, no cabe duda de que los alemanes lograron un híbrido de fútbol ofensivo y cálculo táctico, si se tiene en cuenta que Hungría el 54 y Holanda el 74, por sus campañas, eran los llamados a conseguir el título.