Tuesday 16 Apr 2024 | Actualizado a 04:45 AM

La ‘receta’ para cazar a un niño futbolista

El periodista chileno Juan Pablo Meneses se viste de agente para develar en un libro la despiadada trastienda sobre la búsqueda y compraventa de futuras estrellas

/ 12 de julio de 2013 / 04:16

En 2008, Juan Pablo Meneses (Santiago de Chile, 1969) se compró un ternero, La Negra, para contar su vida hasta que llegaba a la parrilla; la carne como metáfora del consumo: la vida de una vaca. Era una experiencia de lo que ha bautizado como periodismo cash: “Comprar y contarlo: consumo + escritura”, dice.

Hace dos años se le ocurrió repetir la experiencia pero con otro tipo de carne, la de un niño que apuntara a ser futbolista. Unos 74.000 kilómetros, 134 partidos, 89 horas de grabación, 16 ciudades, nueve países y 15 libretas después aparece Niños futbolistas (Blackie Books), para constatar que “la compraventa de un crack en ciernes del balompié es más hermética y oscura que la de una vaca”. De su lectura surge la gran táctica para convertirse en cazador de un futuro Messi.

Marcaje por zonas. Cuesta un horror hallar en América Latina un niño prometedor que esté libre, sin agente. Por eso, se paga mensualmente a periodistas para que, desde sus países, faciliten listas de los mejores jugadores menores de 20 años que vayan viendo. Meneses detecta que se abonan hasta 500 dólares por un teléfono directo de los niños. “Los de las escuelas de fútbol, desde que están en campeonatos, ya tienen algo firmado”, constata el autor en Barcelona. Por ello, cada vez el marcaje es más estrecho: a los 16 años, “quien no ha triunfado ya está más bien cerca de la vejez”, escribe.

Ahora, se les pilla a los diez años, como el mexicano Giovanni Riera, ofrecido al Barça a esa edad; o Nelson, chileno sacado de un semáforo, con 14 años y debiendo vivir solo, vendido al Brescia por 300.000 dólares. Por 200, uno puede quedarse hoy con los derechos de menores de 12 años; serán 700 o 1.000 dólares si el niño está ya federado. Los precios se multiplican por cinco si tiene entre 13 y 14. En Europa, uno de 12 años que destaque no se vende por menos de 5.000 dólares. La compra será regateada bajo el formato de una invitación o como intercambio de clubes.

Creativos y goleadores. “Carácter. Inculcarle eso, ¿viste? La fe. La actitud”, recomienda Guillermo Coppola, exrepresentante de Maradona, a Meneses cuando le pregunta sobre cómo tratar a la futura pieza que cace. Mediocampistas creativos y goleadores son los más buscados. “Que sea rápido; pero el problema es la mente… Preferible que venga de un barrio bravo porque ayuda a formarle el carácter”, dice brusco Dante Mandriotti, el pescador de la Academia Deportiva Cantolao, en Perú. “Parte de esta maquinaria juega con eso del fútbol como una salida a la pobreza. Lo que no se dice jamás es que la mayoría queda en el camino”, reflexiona el autor.

Como si se hablara de reses con denominación de origen, los mejores, por su carácter competitivo ya de pequeños, son los argentinos; seguidos de los uruguayos, por su facilidad de adaptación y porque muchos tienen pasaporte europeo por ascendente familiar; los más caros, los brasileños, clasifica el abogado y agente de jugadores argentino Luis Smurra.

“¿Con qué debo tener cuidado para que no fracase mi niño futbolista?”, pregunta Meneses al presidente del equipo chileno Santiago Wanderers. “A tres cosas: la droga, la polola (la novia) y los estudios”.

Al límite del reglamento. La FIFA puso en marcha en 2010 el Transfer Matching System, que registra electrónicamente los datos de los jugadores para evitar el fraude en los traspasos siguiendo el historial de cada joven jugador. Parece servir de poco: el 57% de los niños llegados a Italia en 2012 para jugar al fútbol tenían menos de 12 años. Brasil intenta aplicar leyes de protección específicas, como en Italia. “Lo de la protección y control de menores son simples declaraciones para los medios”, tranquiliza el anónimo contacto español de Meneses para introducir a su futura joya en la península. “La FIFA no ha querido tomarse eso en serio porque muestra la peor cara del fútbol. Prohibió que los niños viajaran solos; entonces los clubes europeos contrataban a sus padres. Luego prohibieron eso y los clubes se instalaron en América Latina… A la FIFA parece convenirle que salgan nuevas estrellas que renueven la oferta de consumo”, chuta Meneses.

Juego duro, sin concesiones. “Lo ideal es conocerlo poco y hacer el negocio lo antes posible. Trata de no verlo fuera de la cancha; para ganar dinero, lo mejor es no encariñarse con los chicos”, coinciden el abogado que hace de enlace en España y un agente FIFA que sorbe marisco en Santiago de Chile. El primero también avisa de que la familia se le tirará encima: están en los entrenamientos y aprietan como demonios al niño (uno está una semana sin hablar a su hijo por fallar un penal). Todos se juegan mucho.

La competencia es fuerte entre los mismos agentes FIFA: hay 5.000 autorizados. Los contactos son vitales: Coppola señala que, en cinco minutos y por teléfono, consigue para el niño de Meneses una prueba en Boca o River. Los representantes presionan para llevarlos a los clubes más grandes porque pagan más, pueden ofrecer un porcentaje del contrato al contado.

Hay que rentabilizar la cosa porque la inversión será notable: llevar al chico a probar en un club europeo costará sólo el primer mes 10.000 dólares: hay que hacer un video, una página web y cerrar un contrato con algún familiar… “En la sociedad de consumo, el empresario te dirá: ‘no te encariñes con tu fuente de ingresos’”, acaba Meneses.

El “sueño del pibe” de Meneses es un niño chileno de 11 años. Juega de siete, su ídolo es Alexis Sánchez y proviene de una familia desestructurada… Cuando lo tiene apalabrado con el abuelo, termina su historia.

Los datos

Derechos

En el mundo del fútbol, por 200 dólares una persona puede quedarse hoy con los derechos de jugadores menores de 12 años.

Suben

En Europa, un futbolista de 12 años que destaque en su juego no se vende por menos de 5.000 dólares.

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La ‘receta’ para cazar a un niño futbolista

El periodista chileno Juan Pablo Meneses se viste de agente para develar en un libro la despiadada trastienda sobre la búsqueda y compraventa de futuras estrellas

/ 12 de julio de 2013 / 04:16

En 2008, Juan Pablo Meneses (Santiago de Chile, 1969) se compró un ternero, La Negra, para contar su vida hasta que llegaba a la parrilla; la carne como metáfora del consumo: la vida de una vaca. Era una experiencia de lo que ha bautizado como periodismo cash: “Comprar y contarlo: consumo + escritura”, dice.

Hace dos años se le ocurrió repetir la experiencia pero con otro tipo de carne, la de un niño que apuntara a ser futbolista. Unos 74.000 kilómetros, 134 partidos, 89 horas de grabación, 16 ciudades, nueve países y 15 libretas después aparece Niños futbolistas (Blackie Books), para constatar que “la compraventa de un crack en ciernes del balompié es más hermética y oscura que la de una vaca”. De su lectura surge la gran táctica para convertirse en cazador de un futuro Messi.

Marcaje por zonas. Cuesta un horror hallar en América Latina un niño prometedor que esté libre, sin agente. Por eso, se paga mensualmente a periodistas para que, desde sus países, faciliten listas de los mejores jugadores menores de 20 años que vayan viendo. Meneses detecta que se abonan hasta 500 dólares por un teléfono directo de los niños. “Los de las escuelas de fútbol, desde que están en campeonatos, ya tienen algo firmado”, constata el autor en Barcelona. Por ello, cada vez el marcaje es más estrecho: a los 16 años, “quien no ha triunfado ya está más bien cerca de la vejez”, escribe.

Ahora, se les pilla a los diez años, como el mexicano Giovanni Riera, ofrecido al Barça a esa edad; o Nelson, chileno sacado de un semáforo, con 14 años y debiendo vivir solo, vendido al Brescia por 300.000 dólares. Por 200, uno puede quedarse hoy con los derechos de menores de 12 años; serán 700 o 1.000 dólares si el niño está ya federado. Los precios se multiplican por cinco si tiene entre 13 y 14. En Europa, uno de 12 años que destaque no se vende por menos de 5.000 dólares. La compra será regateada bajo el formato de una invitación o como intercambio de clubes.

Creativos y goleadores. “Carácter. Inculcarle eso, ¿viste? La fe. La actitud”, recomienda Guillermo Coppola, exrepresentante de Maradona, a Meneses cuando le pregunta sobre cómo tratar a la futura pieza que cace. Mediocampistas creativos y goleadores son los más buscados. “Que sea rápido; pero el problema es la mente… Preferible que venga de un barrio bravo porque ayuda a formarle el carácter”, dice brusco Dante Mandriotti, el pescador de la Academia Deportiva Cantolao, en Perú. “Parte de esta maquinaria juega con eso del fútbol como una salida a la pobreza. Lo que no se dice jamás es que la mayoría queda en el camino”, reflexiona el autor.

Como si se hablara de reses con denominación de origen, los mejores, por su carácter competitivo ya de pequeños, son los argentinos; seguidos de los uruguayos, por su facilidad de adaptación y porque muchos tienen pasaporte europeo por ascendente familiar; los más caros, los brasileños, clasifica el abogado y agente de jugadores argentino Luis Smurra.

“¿Con qué debo tener cuidado para que no fracase mi niño futbolista?”, pregunta Meneses al presidente del equipo chileno Santiago Wanderers. “A tres cosas: la droga, la polola (la novia) y los estudios”.

Al límite del reglamento. La FIFA puso en marcha en 2010 el Transfer Matching System, que registra electrónicamente los datos de los jugadores para evitar el fraude en los traspasos siguiendo el historial de cada joven jugador. Parece servir de poco: el 57% de los niños llegados a Italia en 2012 para jugar al fútbol tenían menos de 12 años. Brasil intenta aplicar leyes de protección específicas, como en Italia. “Lo de la protección y control de menores son simples declaraciones para los medios”, tranquiliza el anónimo contacto español de Meneses para introducir a su futura joya en la península. “La FIFA no ha querido tomarse eso en serio porque muestra la peor cara del fútbol. Prohibió que los niños viajaran solos; entonces los clubes europeos contrataban a sus padres. Luego prohibieron eso y los clubes se instalaron en América Latina… A la FIFA parece convenirle que salgan nuevas estrellas que renueven la oferta de consumo”, chuta Meneses.

Juego duro, sin concesiones. “Lo ideal es conocerlo poco y hacer el negocio lo antes posible. Trata de no verlo fuera de la cancha; para ganar dinero, lo mejor es no encariñarse con los chicos”, coinciden el abogado que hace de enlace en España y un agente FIFA que sorbe marisco en Santiago de Chile. El primero también avisa de que la familia se le tirará encima: están en los entrenamientos y aprietan como demonios al niño (uno está una semana sin hablar a su hijo por fallar un penal). Todos se juegan mucho.

La competencia es fuerte entre los mismos agentes FIFA: hay 5.000 autorizados. Los contactos son vitales: Coppola señala que, en cinco minutos y por teléfono, consigue para el niño de Meneses una prueba en Boca o River. Los representantes presionan para llevarlos a los clubes más grandes porque pagan más, pueden ofrecer un porcentaje del contrato al contado.

Hay que rentabilizar la cosa porque la inversión será notable: llevar al chico a probar en un club europeo costará sólo el primer mes 10.000 dólares: hay que hacer un video, una página web y cerrar un contrato con algún familiar… “En la sociedad de consumo, el empresario te dirá: ‘no te encariñes con tu fuente de ingresos’”, acaba Meneses.

El “sueño del pibe” de Meneses es un niño chileno de 11 años. Juega de siete, su ídolo es Alexis Sánchez y proviene de una familia desestructurada… Cuando lo tiene apalabrado con el abuelo, termina su historia.

Los datos

Derechos

En el mundo del fútbol, por 200 dólares una persona puede quedarse hoy con los derechos de jugadores menores de 12 años.

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En Europa, un futbolista de 12 años que destaque en su juego no se vende por menos de 5.000 dólares.

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El periodismo fosforescente

La crisis en los grandes medios escritos del mundo es una señal clara de que, pronto, aquéllos desaparecerán y serán sustituidos por los periódicos digitales. Así describe la situación Lluís Bassets, el director adjunto de El País. Esto obligará al gremio a cambiar radicalmente de oficio. Parece sentencia fatal.

/ 3 de marzo de 2013 / 04:02

Se acabó lo del periódico en papel; durará, como mucho, hasta 2025, por poner una fecha optimista. Lo demuestran la sangría de la desaparición de cabeceras y la eliminación de los puestos de trabajo, así como la más silenciosa pero constante desinversión en contenidos. Y es que por no quedar, empieza a ni encontrarse quioscos donde los vendan. Moraleja: el oficio de periodista, tal y como se ha conocido hasta ahora, ya no da más de sí. “A partir de ahora quienes quieran seguir deberán pensar en cambiar de oficio o en cambiar radicalmente el oficio, que quiere decir cambiar ellos mismos”, escribe Lluís Bassets, director adjunto de El País, que como lleva 40 años a sus espaldas de ejercicio profesional y desde atalayas privilegiadas, se comporta como tal y, sin tapujos, disecciona con descarnada frialdad la situación del periodismo en El último que apague la luz. Sobre la extinción del periodismo (Taurus).

“Lo que me angustia es que la añoranza no nos entretenga: hay que pasar página del absurdo debate sobre la pervivencia o no del diario de papel; éste está liquidado, la nueva etapa será totalmente digital; lo que urge ahora ya es cómo encontrar los recursos para poder ejercer el periodismo de máximo nivel y rigor en los nuevos entornos”, resumió Bassets durante la presentación de su trabajo en el Colegio de Periodistas de Cataluña, moderado por el no menos reconocido Josep Cuní, que definió el libro como “demoledor y clarividente, escrito con coraje y honestidad”.

El mismo escenario del evento ya funcionaba de metáfora de la situación del oficio: mezcolanza entre jóvenes y veteranos periodistas, algún exconsejero delegado de gran diario de papel hoy promotor y accionista de un diario en la red y una quinta parte del auditorio, como mínimo, escuchando mientras deslizaba dedos por las pantallas de sus móviles.

Aprovechando que se encontraba frente a uno de los pocos “periodistas intelectuales” que dice que conoce, Cuní fue ladinamente sacando los ejes que recorren el ensayo, trabado a partir de cinco textos escritos a lo largo de los ya casi seis años que la crisis azota especialmente al sector. Por un lado está la decadencia del negocio (“los lectores perdidos difícilmente se recuperarán y la publicidad, tampoco”), que no parece que la versión digital de los diarios vaya a subvertir. “El margen comercial de los periódicos de papel ha oscilado entre el 20% y el 30%; el de los diarios digitales se calcula sobre un 3%”, puso en su sitio Bassets.

La moraleja de esa situación es inmediata: “La clave del oficio está en el precio de la información de calidad”. Algo muy vinculado, según Bassets, a la función institucional de los medios: “La vitalidad social y democrática se verá afectada si no sabemos crear un modelo de negocio periodístico, si no logramos reformas de tipo empresarial que garanticen un periodismo de calidad en la red; si no lo conseguimos, cuestionaremos los valores centrales del oficio y acabaremos con él”.

Ante un hipotético fracaso de esa vía, el periodista ya detecta dos graves peligros: la consolidación y proliferación de lo que bautiza en el libro como “periodismo soberano” (tipo cadena Al Jazeera o la china CCTV), descaradamente a favor de intereses familiares y políticos, al que se unen ya también los grandes conglomerados empresariales (fondos de inversión, petroleras, lobbies…), “que crean plataformas informativas en la red respondiendo tácitamente, claro, a sus intereses; o, tanto o más peligroso, plataformas periodísticas “esponsorizadas, no una mala salida según quién sea el mecenas”.

Wikileaks y Julian Assange no podían quedar al margen, un fenómeno fruto de “la ruptura de la mediación periodística, como en tantos otros ámbitos sociopolíticos han comportado el movimiento del 15-M o las primaveras árabes en tiempos de sociedades muy fragmentadas”. Bassets, sin embargo, deja muy cerca el famoso Cablegate de los escándalos provocados por las actuaciones de los periodistas de Rupert Murdoch, “cuya posición moral estaría muy cerca de la de Assange y sus hackers”. De ese episodio le preocupa “la arrogancia de Assange, que al final necesitó al viejo periodismo para decodificar sus cables, y la sensación última de que todo el mundo puede ser espiado”. Bautiza Bassets como “práctica del preperiodismo” otro de los males de la red: “La trascendencia que se le da al rumor, no hay muchas veces verificación”, una característica de una red social demasiado usada también por los propios periodistas de manera irreflexiva “al confundirlas con un canal a caballo entre el teléfono particular y el medio masivo, lo que mancha su imagen profesional”.

Apagada la luz, quedan por los menos algunas fosforescencias. Si es cierto que en el periodismo digital no hay cierre (es el 24 horas sobre 24); no hay posibilidad de scoops o noticias exclusivas (las red las difunde al nanosegundo y sin citar la fuente, claro) y no hay noticias estrictas (“hay muchas menos de lo que creemos: se da mucha no-noticia sobre no-acontecimientos”), siempre sobrevivirá, cree Bassets, el espíritu del corresponsal de guerra, en el sentido de los que saben “generar una noticia que nadie más podrá contar, ya sea porque él está sobre el terreno o porque es el único en verla, entenderla y desentrañarla con su contextualización”. Y algunos de esos valores y códigos de calidad de los periodistas de papel es lo que éstos pueden aportar al mundo digital y a las generaciones profesionales más jóvenes, enriqueciendo sus códigos de calidad aún en construcción. Una luminiscencia en la noche periodística.

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