Icono del sitio La Razón

La templanza de Tito Vilanova

Tito Vilanova fue armando el Barcelona modelo 2013-2014 desde la convalecencia en Nueva York, mientras su segundo, Jordi Roura, terminó de conducirlo hacia los 100 puntos con los que logró obtener la última Liga española. Se ha sabido que ya vislumbraba ciertos cambios y muy íntimamente seguro que pensaba en Neymar, finalmente fichado por los blaugranas a través de un contrato probablemente menor en cuantía económica que los ofrecidos por clubes como el Real Madrid y el Bayern Múnich. 

Y es que felizmente sucede, y esto se nota mucho en el fútbol cuando afloran los valores humanos esenciales, que no todo pasa por el vil metal, o para decirlo con crudeza y de otra manera, hay intangibles como el valor simbólico de una camiseta que regulan las ambiciones de una vida de lujo y comodidades, ya que ésta solamente queda pospuesta y no clausura el engordamiento de las cuentas bancarias en esa muy reducida élite conformada por no más de una decena de clubes que son verdaderas transnacionales del espectáculo futbolístico a la que llegan estos jugadores de excepción con ganas de llevarse por delante todo lo que encuentran a su paso con una gambeta reproducida por miles durante una cierta época.

Mientras el perro mundo demasiado humano de los que subconcientemente van por la vida convencidos en su petulancia de ser dueños del fútbol, Vilanova fue recuperándose de la segunda intervención quirúrgica ineludible para combatir el cáncer a la glándula parótida con un ojo puesto en su propias dolencias y otro en el Camp Nou desde la Gran Manzana. Hasta el momento en que se vio obligado a marcharse, cada fecha era motivo de un nuevo récord, aunque en determinado momento el armazón que construyera junto al que fuera su amigo del alma, Pep Guardiola, temblequeara al extremo del 0-7 frente a los alemanes en semifinales de Champions que ahora dirige el que alguna vez le anotó un gol de penal a Bolivia en un mundial jugado en Estados Unidos en 1994.

El cáncer de Tito puso a prueba la amistad con Pep, esa con la que desde las entrañas de la cantera catalana supieron construir durante un lustro, el mejor equipo de fútbol del que tengamos memoria a través de todos los tiempos y las distintas generaciones de grandes talentos y protagonistas, y esa prueba fue lamentablemente reprobada por Guardiola que mintió endilgándole mala fe a la directiva barcelonista acerca de su compromiso con el amigo de siempre. Pues bien, la semana pasada Vilanova puso en evidencia que los lauros han hinchado en demasía el ego del nuevo entrenador del Bayern, al extremo de haber mentido, y lo peor, de no haber visitado siquiera diez minutos a su compañero de lucha, cuando éste se reponía de la operación, mientras el otro, indiferente, no distraía un solo segundo de su agenda de año sabático, aprestándose a estudiar el idioma alemán.

Sin perder los papeles, sin poner cara de molestia, tal vez con un gesto de triste resignación, Tito desenmascaró sin ninguna mala intención al hasta hace poco impecable y genial Pep que ya tuvo un primer disgusto provocando un incidente verbal con el peruano Pizarro al borde del campo cuando había finalizado un primer partido de práctica del Bayern, el último campeón europeo al que dirige desde hace un mes. Tito esperaba una palabra de aliento de su amigo, al que había secundado en el Barça, y éste ni siquiera llamó por teléfono quién sabe por qué indescifrables motivos, revelación a la que siguió, siete días después, esta indeseada decisión de alejarse de su puesto por incompatibilidad entre recuperación y actividad laboral.

La vanidad humana se torna pérfida cuando un personaje cree que después de él solo es posible el desastre, y en esto, qué paradoja indigesta, Pep Guardiola termina pareciéndose a José Mourinho, con la diferencia de que había sido hasta aquí un hombre de buenos modales y prudentes comparecencias públicas, y el otro, sin falsedades, un descarado orgulloso de su perfil, mientras Tito Vilanova ha sabido, nada más que en una temporada, fusionar el sentido profundo de la vida con el imprevisible resultado del día siguiente a partir de una auténtica simplicidad para conducirse como persona primero, y luego como entrenador al que le quedará el profundo orgullo de haberle puesto el toque final a la obra que, me parece, Guardiola pensó que se derrumbaría con su partida.

Los futboleros del planeta, los que hemos percibido la sensibilidad de Vilanova, estamos esperando que vuelva a ganar esta nueva partida contra la enfermedad y que en algún momento pueda retornar a las canchas, allí donde ha dejado su impronta de gran formador de talentos en primer lugar y luego de conductor principal de este Barcelona de Messi, que según el propio Tito se encargó, podría comenzar a ser también el Barcelona de Neymar.

Julio Peñaloza Bretel es periodista y asesor de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF)

Pesadumbre en el vestuario barcelonista

No era para menos, los jugadores del primer equipo del Barcelona recibieron como un palazo en el corazón la noticia comunicada por el presidente del club, Sandro Rosell (foto): Tito Vilanova tiene que marcharse porque ha sido enterado de una recaída en su lucha contra el cáncer y esto, ahora sí, hace incompatible el intenso trabajo de una temporada con dos torneos de alta intensidad y la necesidad de concentrarse debidamente en lo que debe ser una lucha a brazo partido para superar la enfermedad.

Pero como la vida continúa y el show debe seguir, será durante las próximas horas que se deba anunciar al nuevo entrenador que recibirá una posta llena de éxitos, resultado de una filosofía, una escuela y una enaltecedora cultura de la competencia.

Con una misma base de extraordinarias figuras, hay un antes y después con este Barcelona de Guardiola y Vilanova que ha terminado hace unas horas, y comienza otro que no deberá variar su esencia si quiere seguir en la senda del protagonismo y el triunfo. En todo caso se trata de un desafío que por el momento no se sabe el tamaño que tiene.