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A punta de penales

No por sus últimas actuaciones, sí por su brillante trayectoria, quedará para el registro histórico que Ronaldinho Gaúcho es uno de los pocos jugadores sudamericanos que ha podido conseguir el doblete de ser campeón en Champions League y Copa Libertadores de América, un torneo que se inauguró con la trágica muerte del joven orureño Kevin Beltrán, hincha de San José, producto de la estupidez e inconsciencia de unos hinchas que han convertido el fútbol en un asunto de vida o muerte.

Atlético Mineiro fue el menos brasileño de los equipos brasileños conforme fue avanzando a instancias finales y Olimpia fue el más paraguayo de los paraguayos que en esta Copa Libertadores confirmó las razones por las que se alzó con el título en tres oportunidades para dejar inscrito su nombre entre los grandes equipos de Sudamérica. Para confirmar los temores y las reservas que mantengo acerca del principal torneo de clubes de nuestro continente, el encuentro jugado en Belo Horizonte tuvo todos los ingredientes característicos del antifútbol y la incidencia arbitral en el resultado final que se podían esperar.

Para resumir el juego del equipo dirigido por Ever Almeyda pongamos una frase que radiografía la identidad futbolística guaraní: Su coraje es incomparable, pero su tosquedad es insoportable y esto se manifestó con fidelidad a partir de la decisión de jugar de contra, armando una especie de fortín en área propia, dejando incluso despejadas las bandas para que los albinegros comandados por un cansino Ronaldinho Gaúcho se repitieran con centros, porque con la pelota contra el piso les era muy dificultoso concebir un circuito ofensivo, producto de la velocidad y creación de espacios.

El partido fue un ida-vuelta de colisiones, contraataques mal finalizados por Olimpia, torpes movimientos en el área a cargo de Jo, que demora una eternidad en acomodarse para la puntada final, sin el aporte de Tardelli de jornadas anteriores, con los vanos esfuerzos del propio Gaúcho y de Bernard, que en tiempo suplementario fue presa de unos calambres que se convirtieron en la ofrenda testimonial de un juego en el que se impuso el inmenso esfuerzo físico para aguantar 120 minutos por sobre las bondades futbolísticas de un anfitrión que terminó campeón de las definiciones por penales (consiguió imponerse a Tijuana y a Newell’s Old Boys de la misma manera), allí donde el arquero Victor se adelantó en la primera ejecución para atajar el primero con la correspondiente anuencia del árbitro colombiano Wilmar Roldán y condicionando anímicamente los lanzamientos posteriores que darían lugar a un segundo disparo marrado por los asunceños.

Olimpia jugó por decisión propia al suicidio. Esperó muy replegado y sus defensores supieron contrarrestar lo más que pudieron las impetuosas y garabateadas intentonas del Mineiro, fieles a su estirpe, por aire y tierra, mandando la pelota lo más lejos posible del arco propio para que casi en solitario, a su turno, Salgueiro, Bareiro y Silva probaran a ser eficaces, cosa que no pudieron pues las manos del meta brasileño más las dubitaciones, demoras y resbalones les impidieron liquidar un cotejo en el que estaban para llevarse el triunfo, como saben, jugando a no jugar.

Cuando se defiende con los dientes apretados, con el balón rebotando de un lado a otro, siendo despejado o quedando en los pies de un delantero porque un marcador central resbala, la pifia y genera la apertura del marcador (Pittoni, el mismo que anotó el segundo de tiro libre en el Defensores del Chaco), las posibilidades del fracaso se multiplican, especialmente si pensando en el cero de arco propio, las esporádicas oportunidades de desnivelar son escandalosamente desaprovechadas para marcar el uno en la meta ajena.

Crispado y con la ansiedad por delante de la calidad, el Atlético Mineiro encontró premio a un pelota por elevación que le permitió a Silva anotar el segundo para emparejar las cosas y así forzar el tiempo suplementario con un otro elemento disonante que poco tiene que ver con la apreciación especializada de un juego, en tanto la narración en castellano del partido, a cargo de un equipo periodístico argentino, afeó más lo ya feo que era el encuentro con afirmaciones destempladas, tal como sucediera con el cotejo de ida, enalteciendo el espíritu espartano paraguayo y machacando con las limitaciones brasileñas cuando en realidad las cosas debían plantearse exactamente al revés ya que con imperfecciones y probablemente equivocándose muy seguido, fue el Atlético Mineiro el que propuso juego, mientras Olimpia apostó de principio a fin a preservar el 2-0 de Asunción, equivocando tácticamente el lugar del campo en que debía plantearse la disputa por el balón, pues las cosas muy probablemente habrían sido diferentes si se intentaba poner el cerrojo a la salida brasileña lo más arriba posible con el objeto de evitar que toda la gran carga se convirtiera en el ajetreo de los defensores centrales que terminaron desechos en peripecias, bien respaldados por el guardameta Silva, que por lo menos evitó cuatro o cinco goles que ya se cantaban.

Sucede siempre que con el resultado final puesto no es habitual mirar hacia atrás para preguntarse, por ejemplo, qué habría sucedido en la tanda de los penales si el colegiado colombiano, como correspondía, hacía repetir el primer lanzamiento paraguayo y éste se convertía en gol. Seguramente la progresión de las ejecuciones hubiera sido diferente, pues en un cotejo en el que se juega un título, errar el primero significa resignar más de la mitad de las posibilidades de éxito, si se considera que el rival gana en confianza y en puntería. Así, con este tipo de manchas, desempeños irregulares y profusión de conductas resultadistas, un equipo brasileño obtiene por cuarto año consecutivo la Copa Libertadores, reduciendo la brecha con la supremacía argentina que sigue mandando en la tabla general de los campeones: 22 contra 17.

Termina así esta versión de la Copa Libertadores que queda tristemente manchada por la muerte del adolescente Kevin Beltrán, hincha de San José de Oruro, que había salido de su casa en Cochabamba para presenciar el debut de su equipo frente al Corinthians paolista que llegaba, además, con una representación de desaforados que anda disparando bengalas de calibre militar a los estadios que concurren, una de las cuales, desgraciadamente, impactó en la cabeza de este jovencito de 14 años.