Eléctrico, intenso, polémico, vibrante… No se acaban los adjetivos para definir el partido que Barcelona y Real Madrid regalaron al fútbol en el clásico español jugado el sábado. El Camp Nou vivió un choque con muchas alternativas en su control y en la ejecución, y que se llevó el azulgrana (2-1) por méritos propios y porque contó con la ayuda de Undiano Mallenco al no pitar un penal a Cristiano cuando el marcador reflejaba una ventaja mínima local.

A pesar de las quejas, no debería el Madrid lamentarse de lo que pudo haber sido y no fue, sino preguntarse por qué Ancelotti decidió inventar a Bale como delantero centro y mover a Ramos de la zaga para cubrir el medio campo. La genética italiana de su entrenador jugó una mala pasada al equipo blanco, que regaló la primera mitad a un Barcelona muy cómodo en el campo bajo la dirección de Iniesta y el juego de Neymar.  

Sin Guardiola ni Mourinho —los anteriores entrenadores del Barcelona y el Real Madrid— el clásico fue menos previsible. Eso sí, se podrán decir muchas cosas de los blancos, pero su fe en sus posibilidades roza la obsesión y se ha convertido en uno de los elementos distintivos del club. Si hay que morir, que sea en la orilla y nadando.

No es así el Barcelona, mucho más dado a madurar el partido hasta encontrar el momento justo de perforar. Lo hizo Neymar desde el área al recibir un pase de Iniesta a los 20 minutos. El brasileño confirmó que cada vez que toca el balón el contrario tiembla, y día tras día adquiere más protagonismo.

Si en la primera mitad el respeto entre ambos equipos predominó, la segunda parte ofreció un partido mucho más bonito y dinámico por la mayor ambición visitante. El Madrid empujó al Barça en su área que, ansioso, se dejó vencer por la necesidad de finiquitar por la vía rápida.

El Madrid creció y creyó en sus posibilidades, que se hubieran materializado de no haber sido por el travesaño y porque el árbitro Undiano entendió como carga legal el atropello de Mascherano a Cristiano.

Pero si algún mérito tiene Martino es haber devuelto la confianza a Alexis, que puso el Camp Nou en pie tras una maravillosa vaselina que superó la estirada de Diego López y cerraba el asedio blanco. El chileno se está especializando en golazos, pero el del sábado es probablemente el más importante de esta temporada. Con la ventaja, el Barcelona se relajó y regaló momentos de alta calidad a su extasiada afición, ya convencida del triunfo. Alves, túnel incluido a CR7, estuvo a punto de conseguir una antología, pero a su chute la faltó confianza. Solo Jesé pudo maquillar el marcador y poner suspense a los minutos finales tras una rápida contra de Cristiano.

El Barcelona, tras la victoria en el clásico español, sigue líder en la tabla, ahora con seis puntos de ventaja sobre el conjunto de Carlo Ancelotti.

Bernat Coll (@Bernatti) es periodista, colaborador en España de Marcas de La Razón.

La capital catalana se anima con el choque de grandes

Barcelona se despierta bajo un sol radiante. Temperatura primaveral, manga corta, comercios abiertos… Los sábados en la Ciudad Condal desprenden la tranquilidad propia del descanso. El Paseo de Gracia y la plaza Cataluña son los escenarios preferidos de turistas y locales para disfrutar del inicio del fin de semana. Pero hay algo en el ambiente que difiere del resto de sábados del año. Al colorido propio de Las Ramblas se le une el azul y grana de las camisetas de muchos aficionados del Barça, y el rojo y amarillo de la segunda equipación, especialmente popular por su relación con la senyera, la bandera de Catalunya, en un año donde el independentismo regional se ha disparado. El clásico ya ha comenzado en la calle horas antes que Messi se calce las botas.

La capital catalana no es conocida especialmente por su fervor futbolístico. No es que no apoye a su equipo, ni mucho menos, pero simplemente el Camp Nou nunca será célebre por sus constantes arrebatos de entusiasmo durante los partidos. Se anima y se canta, sí; pero a excepción de los últimos tiempos donde la comunión equipo-afición ha sido máxima, el estadio es de los más fríos de Europa. Y no hablo de temperatura, precisamente. Por esto, ver camisetas por la calle una mañana de sábado significa que hay un partido de los grandes.

El barcelonista es difícil de entender: puede llegar a irse a la cama sin cenar por un mal resultado. Pero con los años y los triunfos, el eterno complejo de inferioridad del aficionado del Barça frente al Madrid ha ido de-   sapareciendo. La semilla de Cruyff y los frutos de Guardiola han conseguido que los aficionados muestren su orgullo por formar parte de la familia barcelonista e incluso muestren cierto sentimiento de superioridad moral por el estilo de juego realizado.

Lo mejor de un Barça-Madrid es lo que llega a condicionar la vida de los aficionados. No hay obra de teatro, exposición o restaurante que no note los efectos del partido. Para bien o para mal.