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Blatter, el humorista

Si hay adefesio en los estadios es el de los sectores VIP de la Liga española en que los presidentes de los clubes, espantosamente encorbatados, deben someterse al ceremonial de espectar los partidos guardando la compostura propia de los palcos de teatro silencioso en los que no hay posibilidades de saltar de las butacas para celebrar, debido al riesgo de cometer el acto reflejo de intentar abrazar al adversario de turno que provocaría un papelón propio del acartonamiento burgués, para regocijo de las masas resignadas a mirar a sus equipos por televisión por los siglos de los siglos.

Concordante con tales usos y costumbres, Joseph Blatter, el políglota presidente de la FIFA, debe predicar con el ejemplo y jamás perder la sobriedad, cosa que hace con disciplina suiza desde sus épocas de lugarteniente de Joao Havelange, correctamente trajeado, encabezando los rituales que exigen su presencia premiadora en los partidos finales de los grandes torneos.

Tal cosa sucedió hasta el día en que un distendido ambiente académico de jóvenes muy informales de la soberbia Universidad de Oxford recibió a un Blatter que decidió tomarse la licencia, probablemente por única vez en su ejercicio presidencial, de actuar como un aficionado común y corriente, de esos que pueden encontrarse en una terraza de capital europea, en una playa brasilera o en un café de Buenos Aires, y mandarse un par de travesuras reñidas con su investidura de número uno de la organización transnacional con más países miembros que las mismísimas Naciones Unidas. 

Muy suelto de cuerpo, como si hubiera salido dichoso de una película de vaqueros de los años 60, Monsieur Blatter se pronunció por el bueno de Messi diciendo que cualquier padre o madre desearía tenerlo como hijo y por el pesado de Cristiano Ronaldo al que comparó, mímica incluida, con un rígido comandante militar. Reducidos a estereotipos, el uno fue elevado a categoría de inmaculado y el otro condenado al sótano de los niñatos fresa que gastan mucho dinero en el peluquero. 

Al día siguiente, fiel a su parquedad cotidiana, Messi apareció como si nadie hubiera dicho nada, mientras la teatralidad de CR7 era estimulada para una respuesta que, traducida la ironía de desearle larga vida, significaba algo así como “viejo de mierda, así tratas a mi país, a mi club y a mí”, para cerrar la polémica con un saludo castrense luego de anotar uno de los goles del partido en el que el Madrid goleó al Sevilla (7-3).

Las disculpas posteriores ofrecidas a Cristiano, afirmando ser socio honorario del club merengue, lejos de sonar a acto de contrición, olieron a sutil final de fiesta con el que Blatter pareció decirle al mundo, “muchachos yo también tengo derecho a divertirme” y además “el que no tenga sentido del humor que se joda”. Al final de cuentas, ninguno de los aludidos demostró ingenio, el uno reafirmando ese comportamiento distante y casi secreto de su día a día, y el otro, incapaz de pensar que ser humano genuinamente inteligente es aquél que sabe reírse de sí mismo.

Habrá que atribuirle a Blatter su muy notable capacidad de síntesis para esquematizar las personalidades de los dos futbolistas más resonantes del momento, y será bueno, entre líneas, intentar un ejercicio imaginativo que permita reflexionar acerca de que no todo lo que parece es exactamente como se advierte desde la superficie, pues hay varios indicios que informan que Lionel Messi no es el joven impecable que aparenta, que su estatus de mejor jugador del planeta le permite administrar a placer y verticalmente el vestuario del Barcelona, mientras que el antipático portugués, ídolo del club más poderoso del orbe es bastante más simple y fácil de tratar de lo que sus ínfulas de divo manifiestan a través de los primeros planos televisivos de celebración de sus goles.

Messianismo y cristianismo. Hasta Blatter cayó en las garras del cotilleo o el chisme y la indiscreción, y a estas alturas está claro que demasiada concentración en estos dos personajes, da lugar a que en el mundo latino no se preste la debida atención a otras grandes figuras que deben sentirse aliviadas por el hecho de no haber caído en los delirios del manoseo mediático. De veras que para mi paladar futbolero, por estos días prefiero cerebrales itinerarios como el de Iniesta en el Barcelona, el de Özil con la camiseta del Arsenal o las arremetidas en bloque de los creativos del Borussia Dortmund con Lewandowsky terminando las jugadas.

Julio Peñaloza Bretel es periodista y asesor de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF).

Admirados, no amados

Aplaudido, admirado, capaz de levantar de las gradas a la agradecida tribuna madridista, Cristiano Ronaldo fue sentenciado por un chiste del presidente de la FIFA que resume una mirada extendida y generalizada por quienes aborrecen o por lo menos resisten al equipo de Santiago Bernabéu y Francisco Franco, y en consecuencia a su principal figura del presente.

Aplaudido a rabiar, admirado también, capaz de provocar exclamaciones de asombro militante, pero difícilmente querido y apreciado como en su tiempo lo fueron Pelé en Brasil y lo es todavía Diego Maradona en Argentina.

CR7 debió ser el más pintón del barrio, Messi el más bajito, pero endiabladamente talentoso con la pelota, aunque ninguno de los dos parecen estar en condiciones hasta ahora de generar esa fuerte identificación propia de la pasión futbolera en las grandes hinchadas. Los dos son tremendos, cada uno con su estilo, pero están lejos, muy lejos, allende los mares.