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Que empiece a rodar la pelota

Sao Paulo no es la única ciudad que apura los preparativos. En las 12 sedes hay cuestiones por resolver. Pero es que el Mundial ya está, ya llegó. “Brasil tuvo siete años para preparar su Copa, tiempo más que suficiente, y aún hay muchas cosas a medio hacer”.

El Mundial ya había empezado, pero se jugaba en otras canchas porque el estadio Centenario todavía no estaba terminado. El 18 de julio, día de la inauguración del moderno coliseo, jugaron Uruguay y Perú. El público entró en tropel, con gran entusiasmo, pero el cemento en algunas partes aún estaba blando y los hinchas se divertían escribiendo sobre las tribunas leyendas como ‘Viva Uruguay’, ‘Dale Peñarol’… Dibujaban con el dedo sobre el concreto fresco un corazón y le ponían ‘Pepe y Luisa’, cosas como ésas…”. La anécdota —de 1930— la contó Diego Lucero, inolvidable amigo, genial periodista y escritor uruguayo que fue la única persona que asistió a los primeros 15 mundiales de fútbol.

En Sao Paulo, 84 años después, 300 obreros trabajan día y noche contra el reloj para terminar las obras en el Arena Corinthians, que mañana será el centro del universo: allí, Brasil y Croacia abrirán la vigésima Copa del Mundo. Aún estaban soldando butacas… Seguramente, cuando comience a rodar la pelota, el juego ocupará toda la atención y la prensa internacional dejará a un lado el tema organizativo, las obras inconclusas, los proyectos que ni siquiera arrancaron, las huelgas y protestas sociales.

Sao Paulo no es la única ciudad que apura los preparativos. En las 12 sedes hay cuestiones por resolver. Pero es que el Mundial ya está, ya llegó. “Brasil tuvo siete años para preparar su Copa, tiempo más que suficiente, y aún hay muchas cosas a medio hacer”, se quejan observadores internacionales.

Un alto funcionario de la FIFA, que trajo una legión para atender todas las áreas del torneo, precisó que la Copa Confederaciones se ha tornado un elemento crucial para los países que deben hospedar la Copa. “Todas las sedes tienen sus problemitas y demoras, pero las seis que albergaron la Copa Confederaciones del año pasado están en mejores condiciones que las otras. Les llevan un año de ventaja”, dijo. Como ya se jugó allí en 2013, Belo Horizonte, Brasilia, Fortaleza, Recife, Río y Salvador tienen sus estadios terminados y una experiencia importante. La pregunta que mucha gente se hace aquí es por qué Brasil se dejó estar.

Más allá de los atrasos, al llegar a Río de Janeiro se palpa el porqué del malhumor del ciudadano brasileño: no se ve la prometida obra pública. Las erogaciones para el Mundial, que fueron gigantescas, se las llevaron principalmente los estadios. En el caso de Río, según publicó el diario O Globo el domingo, las mejoras y transformaciones que se anunciaron para el Mundial tal vez estén prontas para los Juegos Olímpicos de 2016. “Pero para ello deberán ser aprobados nuevos presupuestos”.

También está el tema de la seguridad: 157.000 efectivos de las fuerzas públicas han sido movilizados para cuidar la tranquilidad. Quince mil de ellos solo para Río de Janeiro.

Afortunadamente, el Gobierno brasileño logró una tregua con el gremio de los empleados del subterráneo paulista y éstos levantaron —por 48 horas— la huelga que mantenía a la megaciudad en una convulsión de tránsito y generaba una fuerte tensión social, pues millones de personas sufren horrores para llegar a su trabajo o hacer cualquier desplazamiento. Ni hablar el día del juego inaugural.

Los medios locales, primero consustanciados con las quejas y reclamos de organizaciones sociales y trabajadores, ahora hablan de “oportunismo en vísperas del Mundial”, como titula el diario O Globo. Y al Gobierno, con el mundo clavándole la vista, no le queda otra que ceder. El lunes, el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) anunció la suspensión de sus protestas durante el torneo, pues las autoridades accedieron a todas sus reivindicaciones.

Ayer se difundió que la presidenta Dilma Rousseff no hablará durante la apertura oficial del torneo, lo cual es muy explicativo de cómo están los ánimos con la política. Lo que queda claro, después de todo lo que se lleva hablado de este torneo —que vuelve a Sudamérica después de 36 años— es que viendo esta experiencia, antes de solicitar un evento de tal magnitud, los países lo pensarán muy bien. Los costos políticos son altos, y las presiones sociales, fortísimas. También la FIFA meditará mucho a quién dárselo. Ya tiene bastante con Catar… El pequeño emirato está muy cuestionado, y su nombramiento para 2022, dicen en la propia FIFA, podría ser retirado.

Lo que es seguro es que las próximas sedes mundialistas no las designará el Comité Ejecutivo de la FIFA (24 miembros) sino su congreso, que incluye 209 asociaciones. Será una elección mucho más representativa y democrática, por el voto de todos los países.

En otro plano, aún no se advierten grandes legiones de aficionados extranjeros. En Río, donde estamos, se ven muchos chilenos (muchos de verdad), lo que induce a pensar que tienen enorme fe en su selección. También se notan en las calles grupos de colombianos y, en menor medida, mexicanos. Algún que otro argentino aislado, no más.

Aún no se advierte clima de Copa. Apenas se ven en Río de Janeiro algunos carteles aislados en ciertas calles. “Sorprende, sorprende, el clima de la gente sigue frío, nada parecido a ediciones anteriores, y eso que no se jugaba en casa. Ha sido difícil encontrar casas o autos engalanados de verde y amarillo. La gente está como avergonzada, y no por la selección, que es muy buena”, escribe Joao Carlos Assumpçao, columnista del diario deportivo Lance.

Sudáfrica, que abrigaba enormes dudas en 2010, finalmente pasó el Mundial con muy buena nota. Esperemos lo mismo para Brasil. Las protestas sociales merecen el máximo respeto, pero ojalá liberen al fútbol de toda tensión. Que empiece a rodar la bola.