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Once partidos y ningún empate, ¡qué Mundial!

Once partidos y ningún empate. No es casual: con distintos estilos, con disímil poderío, todos buscan la victoria. Hoy, más que nunca, el fútbol le debe un homenaje a Jimmy Hill, el futbolista-entrenador-comentarista inglés que lanzó la genial idea de otorgar tres puntos a la victoria. ¡Cómo un simple cambio administrativo pudo causar un efecto tan revolucionario en el fútbol…! Hill, todo un personaje en Inglaterra, impulsó la iniciativa desde la radio, la Federación Inglesa la experimentó, la puso en marcha oficialmente en su campeonato en 1980 y tras varias temporadas de positivos resultados, la sugirió a la FIFA. Se implantó en el Mundial ’94 y en 20 años exactos se ve cuán brillante ha sido su aplicación.

El empate, antes un negocio con moderados dividendos, una especie de plazo fijo que conservaba el capital y daba utilidades para sobrevivir, era el favorito de cuadros pequeños y técnicos temerosos. Con tres empates se podía clasificar, ahora no sirve. Quedó en desuso.

También hay goles en buena cantidad. Y sobre todo buen fútbol, abierto, de ida y vuelta, veloz, sin tácticas ultradefensivas. ¡Qué arranque de Mundial…! De lo que llevamos visto (Inglaterra ’66 hacia acá) esto es lo mejor, incluido México ’70. México fue bonito por la constelación de estrellas, pero se jugaba un fútbol muchísimo más lento, se marcaba de lejos, se permitía recibir y encarar, los arqueros no tenían la evolución de los actuales. Era un fútbol agradable y también permisivo. El nivel de obstáculo actual es infinitamente mayor, la dinámica, la velocidad, la presión, la preparación de todos los equipos (no solo de los  grandes) hace que sea más difícil lograr cosas. Por eso, esto que vemos tiene un mérito mucho mayor.

¿MIEDO A QUÉ…? Si bien no es la favorita principal a ganar el título, Argentina tiene argumentos que permiten ilusionar. Para empezar, Messi, el as de oro, por lejos el mejor del mundo. Y algunos de sus compinches de ataque, como Agüero, Higuaín, Di María, cartas con las que se puede apostar.

Más de 40.000 argentinos coparon el Maracaná, ilusionados con el cuarteto imperial. El tono que marcaban los hinchas fue reflejando lo que era el equipo.

Comenzaron atronando con sus cánticos y se fueron silenciando de a poco; la selección los iba apagando. Porque al público lo enciende el juego del equipo, nunca es al revés.

Pero el equipo no es responsable, los jugadores no se ponen solos, es obra del técnico. Sabella plantó cinco defensas bien atrás. Y no alineó a Higuaín. Sacó a Gago, que otorga claridad en el medio y se junta bien con Messi. Un respeto desmesurado hacia Bosnia, debutante en los Mundiales, futbolísticamente de tercer orden.

Faltaron candados, trabas, rejas y alarmas. ¿Cómo será frente a Holanda, Alemania o Brasil…?

Tan insólito y timorato planteo le cayó del cielo a Bosnia: de temer a Messi y compañía pasó a comandar el juego, a aventurarse ofensivamente. Y mostró un rostro más bello que el de Argentina, que compuso un primer tiempo de espanto.

CAMBIÓ SABELLA Y APARECIÓ MESSI. El DT sacó un defensa (Campagnaro), agregó un delantero (Higuaín) y cambió el juego. Apareció Messi. Leo es un jugador de conjunto, necesita estar rodeado de gente que comulgue con su idea, tocar, buscar, triangular, hasta que ve el espacio y el momento de lanzarse al gol. Fue lo que aconteció en el segundo tiempo. Ahí apareció el crack en su dimensión, se vitalizó, encaró, marcó un golazo, se desahogó.

Ganó Argentina en el debut. Igual, quedó entre signos de interrogación. El responsable, su entrenador.

¡QUÉ PECADO, ECUADOR…! ¡Perder así…! ¡Qué rabia…! Una falla individual (y monumental) desmoronó el trabajo de todo el partido. Caer en un estreno mundialista hace trizas las ilusiones; si además sucede en el minuto 93 y ante un rival apenas correcto como esta Suiza… ¡Y cuando estaba para definirlo a favor…! Cuántas circunstancias le echan sal a la herida…

Pongámoslo en presente… Antonio Valencia, inadvertido casi en el juego, elabora su mejor acción en ese fatídico minuto 93. Encuentra el callejón derecho, se manda a fondo, levanta la cabeza y ve entrando libre a Michael Arroyo. Se la pasa al pie; Arroyo tiene el arco de frente, para pegarle de primera y decretar el triunfo, en cambio duda, amaga, amaga… no remata y el serbio-kosovar Valon Berhami, con notable resolución, le traba desde el suelo, le roba la pelota (mientras Arroyo se queda lamentando), se levanta e inicia un contraataque postrero de Suiza que toma a todo Ecuador desacomodado. Y pasa lo peor: gol de Suiza, un zurdazo al mentón que manda a la lona a la selección Tricolor cuando, al menos, tenía un punto en la mochila.

Los hinchas ecuatorianos se tapaban la cara con las manos en gráfica expresión. Ese gol derrumbaba el edificio de la esperanza. Ecuador llega con lo justo a este Mundial, no le sobran jugadores, carece de estrellas, depende de la eficiencia colectiva. Una falla en un engranaje, sobre todo tan grosera, se paga a precio de oro.

REFLEXIONES AL MARGEN. 1) Da la impresión de que los europeos hacen más con menos. Los latinoamericanos, a la inversa. Ellos se adaptan mejor al marco mundialista y con futbolistas menos técnicos o creativos, llegan más lejos. 2) FIFA debería revisar una vez más la norma que permite a las selecciones alistar jugadores extranjeros, endurecerla. No está bien que Francia fuera campeón en 1998 con gran porcentaje de futbolistas no nacidos en su país. La Suiza de ayer está plagada de jugadores extranjeros, sobre todo bosnios, macedonios y kosovares; Djourou es de Costa de Marfil, Gelson Fernandes, de Cabo Verde. Hay que reducir estos casos. En este Mundial hay decenas de nacionalizados que, sin duda, son “refuerzos” para varias selecciones. Gabriel Paletta fue campeón mundial Sub-20 con Argentina y ahora disputa esta copa para Italia. No debería ser el espíritu. Si esto comienza a generalizarse, un día va a aparecer una selección árabe con 6 brasileños y 5 argentinos. Y será competitiva.

 Periodista argentino, columnista de La Razón