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¿Quiénes pueden el ‘jogo bonito’?

Los mexicanos consiguieron desde la táctica el cero final contra los dueños de casa que se marcharon con sabor amargo porque en el aspecto en que más se empeña Scolari, perdió frente a su colega, Miguel Herrera. El Tri marcó bien, contraatacó lo suficiente y tuvo en su arquero Guillermo Ochoa a la figura del encuentro.

El 30 de junio de 2002, Brasil le ganó 2-0 a Alemania en la final de la Copa del Mundo jugada en Japón/Corea en el estadio Yokohama de Tokyo.  De aquel partido, solamente Miroslav Klose continúa convocado a la escuadra germana, mientras que en Brasil ya no queda nadie, excepto el seleccionador que ha regresado en busca de su segundo título, Luiz Felipe Scolari.

En esa selección del Brasil y en ese partido que le franqueaba el camino hacia su quinto título jugaron nada menos que Roberto Carlos, Cafú, Ronaldinho Gaucho, Ronaldo y Rivaldo.

Con semejante constelación de virtuosos, la verde amarilla garantizaba el juego atildado apreciado por la torcida, aunque su entrenador no quisiera porque disponía de la materia prima cincelada gracias a esa combinación de genética talentosa con experiencia, pero aún con tan tremenda alineación, los amantes de la estética futbolera a rajatabla consideraban a Felipao un tacticista negador de la esencia histórica del fútbol más ganador de la historia.

El toque, la devolución o la pared, el amague, la gambeta, la folha seca (chanfle), el desdoblamiento de los laterales para quitar y crear, la pegada de media distancia, en síntesis, todo un repertorio acumulado por nombres y años de grandes exponentes que hicieron que Brasil fuera Brasil por encima del resto, estaban garantizados y aún así Scolari ya era un empecinado del orden, un minimizador de riesgos, el teniente coronel del paso a paso, del no tajante a la improvisación con Roque Junior, Lucio y Edmilson en la retaguardia.

Si esa era la realidad de la verde amarilla hace 12 años, la de hoy es bastante menos llamativa en términos de individualidades, por lo que resulta de una frivolidad mayúscula pensar que este Brasil se encontraría en condiciones de practicar ese lugar común que ya suena antipático y que en portugués tiene más musicalidad: Jogo bonito. Esa aspiración como quien piensa en la idealidad del paraíso terrenal es bastante improbable en una canarinha que tiene jugadores disciplinados, correctos, cumplidores de requisitos mínimos, más Neymar, a quien le falta muchísimo evolucionar y más Oscar, habituado a la mano militar de la recuperación en el Chelsea, nuevamente bajo el mando de José Mourinho, pero que se las arregla para buscar las raíces cuando se enfunda con la camiseta de su selección.

Una sola diagonal en que el extremo izquierdo del Barcelona dejó mexicanos en el camino y por los suelos fue lo que produjo contra México en materia de jogo bonito, sin acompañamiento, sin incursión en bloque para el necesario arrastre de marcas que facilitara alguna posibilidad de buscar un mano a mano con el arquero y por ahí encontrarse ante la inminente opción de un gol de antología. Pero eso está bien para los buenos deseos si no se tiene a Dinho, Ronaldo y Rivaldo, y hay que conformarse con lo que hay, justamente frente a un cuadro mexicano que con la misma disciplina y férrea marca pretendida por Scolari, marcó, quitó y contraatacó para conseguir el segundo empate —segundo sin apertura de marcador— en lo que va de torneo.

Y  aunque Brasil fue gris durante casi todo el partido, fue más incisivo y mereció llevarse el triunfo, cosa que no llegó a suceder porque el portero mexicano Guillermo Ochoa se convirtió en un cíclope que impidió desnivelar el marcador con media docena de esas atajadas que no parecen de este mundo, y que lo catapultan de un rato a otro como al guardameta de mejor rendimiento en esta copa de sorpresas y en la que el dueño de casa ya ha malogrado las posibilidades de buscar el título con puntuación perfecta, tal como lo consiguiera el pasado año en la Copa Confederaciones.

Si Brasil logra su sexto título mundial, ahora sí que no hay duda que lo conseguirá sin brillo —a no ser que Neymar pueda maximizar un talento que por cierto le falta afinar— en un contexto en el que se impondrá la idea de que ahora sí, los pentas, el único camino posible con el que contaban para lograr su sexto título era el del fundamentalismo táctico. Ya está claro, este Brasil no tiene ginga.