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Sudacas con doctorado europeo

El fútbol de hoy, como nunca antes, es producto del trabajo, de la repetición de movimientos en las prácticas, de los ensayos con pelota parada, del esfuerzo sin concesiones para alcanzar la condición física ideal a fin de lograr el mejor ritmo posible durante 90 minutos de idas y vueltas, de aguante con pelota dividida, de contactos resultantes de todo tipo de intenciones, desde agarrones de camiseta hasta patadones arteros.

Eso en Bolivia nos empeñamos en pretender no saberlo o en eludir el debate y las acciones acerca de estos elementos que se entrenan integralmente para ser reproducidos en cada partido de la manera más fiel posible a lo concebido y ejercitado en el campo de entrenamiento. Solo así se comprende por qué Arjen Robben comienza a correr detrás de Sergio Ramos a quien termina superando a un promedio de casi 40 kilómetros por hora con pelota dominada y doblega a Iker Casillas. Solo así se entiende que Robin van Persie vuele para meter un cabezazo bombeado y cuelgue al mismo portero español. Solo así se comprende cómo pudo Luis Suárez consagrarse goleador de la Liga inglesa durante la última temporada y batir de cabeza y de remate cruzado ayer a Joe Hart, meta del Manchester City y de la selección dirigida Roy Hodgson.

Hoy el fútbol es más físico que en el siglo pasado, pero eso no significa que se circunscriba a ese aspecto debido a que esta característica se ha convertido en potenciadora de habilidades técnicas, en herramienta fundamental para embellecer el juego en tanto precisión y velocidad forman parte de una estética acorde con los vertiginosos tiempos que nos ha tocado vivir y así lo han comprendido hace bastante entrenadores y seleccionadores sabedores de que el talento sin esfuerzo y constancia, choca, más temprano que tarde, contra las fortalezas del sacrificio, la organización, las previsiones y la puntualidad.
Esto significa que si a las naturales condiciones para jugar al fútbol en Sudamérica se le agrega el rigor en las prácticas, tenemos resultados como los conseguidos hasta ahora por Colombia, Chile y con la emoción a flor de piel, Uruguay, que otra vez mezcla con éxito su marca rioplatense y su talante charrúa, aguerrido, inclaudicable y ganador.

Uruguay le ganó espectacularmente a Inglaterra y de eso se hablará más por la forma en que lo consiguió, pero se ha notado con mayor claridad la orientación desde el banquillo (José Pekerman y Jorge Sampaoli), con Chile que venció a España y Colombia a Costa de Marfil a partir de ritmos sostenidos en los que se impusieron el temperamento, la concentración, la aplicación en la marca, la inteligente disposición de la pelota a la hora de tenerla, más los gravitantes cambios de ritmo y la capacidad para convertir goles de Eduardo Vargas, Charles Aranguiz, James Rodríguez y Juan Fernando Quintero.

La vieja discusión de los años 60-70 en sentido de que los europeos eran más atléticos y los sudamericanos más fantasistas, ha sido superada porque es más fácil igualarse en términos de resistencia y velocidad con quienes mejor lo hacen, que buscar, casi siempre infructuosamente, intentar equiparar las cosas en lo concerniente al dominio de balón, aunque al final de cuentas las cualidades hayan terminado cruzándose —europeos exquisitos y sudamericanos con cada vez mayor capacidad psicomotriz—. En otras palabras, los que creían que pisarla, pasarla, hacer un caño o ejecutar una chilena hacían la diferencia, ahora saben que no, que la diferencia se consigue a partir del entrenamiento, la buena utilización del tiempo libre y el desarrollo intelectual, y en eso, las potencialidades de los diamantes en bruto que parten del sur hacia la tierra prometida de los millones de millones de euros, terminan convirtiéndose en piezas inimitables porque de la joyería se encargan los equipos multidisciplinarios que consiguen valor agregado en uno o dos años.

El gran fútbol que se está jugando en esta Copa del Mundo, en consecuencia, lo están produciendo las casas matrices —semilleros y clubes—de Alemania, Holanda, España y ahora también Italia que se reinventó quitándose el corsé del catenaccio, y que al trabajo de los guías especializados en todas las disciplinas vinculadas al gran juego, le agregan contrataciones claves de lo mejor que pueda surgir en Brasil, Argentina, Uruguay, Colombia y Chile. Es decir, Neymar, Messi, Suárez, Falcao y Alexis Sánchez como botones de muestra.

Cómo se nota todo esto? En la forma de concebir y procurar la recuperación de la pelota. En la manera de trasladarla hacia el campo adversario, en la forma de resolver encarando por adentro o por afuera hacia el área rival, por el empeño en la exactitud con que se ejecutan envíos aéreos y cómo son recibidos éstos para intentar goles de cabeza, y todo junto con la constante del ritmo y la capacidad de sorprender. En otras palabras como Chile maniató y fulminó a España y Colombia sacó marca diferenciada de efectividad frente a la mejor selección africana presente en Brasil, esa Costa de Marfil de Toure Yaya, Gervinho y todavía de rato en rato, Didier Drogba.

La calidad de varios partidos hasta aquí jugados nos permite avizorar que este será el mejor mundial de los 20 realizados desde 1930, que si bien las selecciones históricas todavía están en condiciones de mantener supremacía, en la mayoría de los casos deben pasar por las exigencias de rivales de segunda fila, pero con una gran capacidad competitiva como lo han podido demostrar Bosnia frente a Argentina (1-2) o Australia frente a Holanda (2-3). Aunque no dejen de existir favoritos por acumulación de méritos, ahora queda más claro que la capacidad competitiva ha crecido y esto se ha venido consiguiendo con mucho y muy responsable compromiso de los futbolistas con los valores deportivos de cada país. Solamente así se puede. Los milagros en el fútbol son cada vez más esporádicos y se hacen cada vez más imposibles.