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El fin de la cultura del empate

Estamos en Uruguay, la antigua “Suiza de América”, durante décadas pequeño baluarte de la educación pública y la seguridad, el país de los eternos tres millones de habitantes, antaño “orientales”, luego uruguayos. Nación donde la vida parece transcurrir a una marcha menos que en el resto, y en el que el fútbol y el asado son ritos inviolables y las playas, maravillosas. Asistimos al Sudamericano Sub-20, viejo cofre del que siempre surgen joyas fabulosas. En los primeros 20 partidos, una sola igualdad, y porque con ella clasificaban ambos: Perú 1 – Paraguay 1. “Está lindo el campeonato”, escuchamos. Cuando no hay empates en el horizonte, el hincha se entusiasma. El empate deja un sabor pastoso en la boca, y si es en blanco, mucho peor. Como polo opuesto, el triunfo genera alegría o tristeza, parte esencial de este juego, cuyo condimento básico es la emoción.

En Brasil 2014 debieron pasar cinco jornadas y 13 partidos antes de registrarse un empate: Irán 0 – Nigeria 0. Veníamos de un arranque espectacular del torneo: 12 victorias y 41 goles. Salvo vibrantes excepciones (Colombia 4 – Unión Soviética 4 en Chile 1962, Alemania 3 – Francia 3 en 1982), los empates no tienen muchos gritos de gol.

La igualdad era antiguamente sinónimo de especulación (“Éstos salen a empatar”, desconfiaba el público). El ocaso de la igualdad comenzó hace justo 20 años, cuando se instauró el nuevo sistema de puntaje que otorga 3 puntos a la victoria. Antes, si un equipo igualaba sus diez primeros encuentros de un certamen se consideraba una campaña discreta; ahora es decididamente mala. Los jóvenes que están hoy comenzando en el fútbol profesional no son hijos del empate como objetivo (por ende, de la especulación), son de la cultura del ir a ganar. Este cambio tiene un por qué…

El fútbol es un invento inglés. Está probado que en la remota antigüedad, los chinos se entretenían con un juego de pelota; también los mayas ejercitaban con un esférico; y en el Renacimiento se popularizó el calcio florentino. Sin embargo, el juego y el reglamento tal como lo conocemos hoy, su organización como deporte, es obra británica. Indiscutible.

Tenía que ser, pues, un inglés, Jimmy Hill, quien ideara el cambio más revolucionario desde que el juego existe: los 3 puntos a la victoria. Auténtico personaje del fútbol británico, futbolista, mánager, entrenador, dirigente, comentarista, ejecutivo de televisión y etcéteras varios, Hill recibió de la Reina la Orden del Imperio Británico por su extraordinaria contribución al fútbol de su país. Una estatua de cuerpo entero lo evoca en la entrada del estadio del Coventry.

Corría 1980. Mientras el mundo se devanaba los sesos pergeñando cambios reglamentarios para tornar más ofensivo el juego como agrandar los arcos, reducir el número de jugadores y otros disparates, a Hill se le encendió la lamparita; un pequeño retoque podría asestar un golpe a la especulación: otorgar un punto más al equipo vencedor. El objetivo era romper con la mezquindad de la “media inglesa” (ganar en casa y empatar afuera), ecuación que alcanzaba para ser campeón. Al revalorizar el triunfo, los equipos dejarían de pensar tanto en el fenicio negocio del empate y, con ello, en defenderse.

La sencilla iniciativa (que el tiempo demostró era genial) se puso en práctica por primera vez en Inglaterra en 1981. Funcionó y nunca más se volvió atrás. En 1982 se sumó Israel; en 1983, Nueva Zelanda; en 1987, Turquía y Noruega. Y a partir de allí, se fueron agregando cada vez más países. Bert Milichip, presidente de la Football Association, recomendó a la FIFA adoptar los 3 puntos, aduciendo que en Inglaterra había tenido un efecto notable. La entonces FIFA de Havelange, advirtiendo el acierto, lo adoptó como propio y ordenó jugar el Mundial de 1994 ya con ese parámetro.

El 1 de julio de 1995 entró en vigencia a nivel universal. Se cumplen 20 años. Lo increíble es que una medida de índole administrativa generó el mayor vuelco en la mentalidad del fútbol. No es solo una opinión basada en la apreciación, sino en estadísticas concretas.
Tomando como referencia la Copa Libertadores, analizamos los últimos diez años en que regían los 2 puntos (1985-1994) y los primeros diez de 3 puntos (1995-2004).

La medida generó tres variaciones significativas: 1) decrecieron los empates; 2) aumentaron los triunfos como visitante; 3) hay más goles.
Tomando los partidos de grupo, donde se enfrentan todos contra todos a ida y vuelta, entre 1985 y 1994 se registraron 170 empates en 588 cotejos (29%). De 1995 a 2004 hubo también (¡increíblemente!) 170 igualdades, pero en 792 encuentros (21%). Significa que se redujo en 27,5% la cantidad de igualdades. Enorme proporción, pues el empate es un resultado que no desaparecerá nunca. Lo que decreció es el empate inducido, el que se buscaba como sistema.

En los mundiales ocurre lo mismo. Aparte del fútbol veloz y ofensivo que se vio en Brasil 2014, uno de los puntos favorables fueron las pocas igualdades: apenas 13 en 64 partidos (20%). Como comparación, digamos que en España 82 se dieron 17 igualdades en 52 cotejos (33%).

La disminución de los empates aumentó las victorias como visitante: en la Libertadores subieron del 22,79 al 25,12%. Los equipos ya no van directamente al 0-0 fuera de casa. En 2013 se registró el récord de victorias foráneas en la historia de la Copa: 36. Esto, sobre 138 partidos, supone un 26%. Los locales lograron 75 triunfos (54%). Los triunfos a domicilio vienen creciendo año tras año.

Algo ha cambiado en el fútbol, ¿no…?

En cuanto a goles, entre 1985 y 1994, el promedio más alto de anotaciones en la Libertadores se registró en 1993, con 2,77 por juego. Desde 1995 en adelante se han dado torneos hasta con 3,44 goles por partido (en el 2000, la tercera marca histórica). Sumando los dos periodos (2,457 el primero y 2,893 el segundo), tenemos una apreciable variación de 0,436 gol más por encuentro. Casi un tanto más cada dos partidos.
El video conmemorativo de los 125 años de la Liga Inglesa dedica un homenaje especial a Jimmy Hill por su notable idea de los 3 puntos. Nunca tan justo.

Jorge Bacarreza es periodista argentino