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El regreso de Pablo Escobar

El retorno de Pablo Escobar a la selección boliviana, el indiscutible líder atigrado de la última década, coincide con la anotación de su gol número 200 en primera división —partido jugado frente a Sport Boys el sábado en el estadio Hernando Siles— y lamentablemente con un esguince en el tobillo derecho, según el reporte preliminar consignado por Marcas, que los stronguistas esperamos pueda superar lo más rápido posible.

Recuerdo siempre la “maradoniana” frase de “no pretendo ser ejemplo para nadie” en sincera y culposa confesión acerca de los avatares de una vida repleta de euforia, fútbol como nunca se vio, alcoholes, drogas y un itinerario sentimental de lo más accidentado con nuevos capítulos cada cierto tiempo, esos que entretienen a las morbosas plateas de la televisión bizarra argentina que usufructúa de la miseria y la excentricidad el golpe bajo y el efectismo escandaloso de una golpiza, una infidelidad o cualquier otro episodio emparentado con el incidente y la violencia física y psicológica.  

El recuerdo viene como anillo al dedo en este caso porque hay futbolistas que probablemente estén en la línea de no querer ser referentes de nada, lo mismo que Diego, mientras aparecen otros que sin proponérselo, tan solo con una distinta manera de vivir, se convierten en modelos a seguir, simple y llanamente porque se trata de personajes públicos muy queridos por la gente, que nada más hacen las cosas normales que debe hacer una persona coherente que aprecia su profesión y cuida su capital de valores humanos para conseguir la mayor expresividad posible en su rendimiento dentro del campo.

Pablo Escobar no parece querer dárselas de profesor o guía espiritual de nadie, pero termina ofreciendo lecciones porque su dedicación al fútbol pasa esencialmente por el compromiso con su familia, y es por ello que no está en programas de televisión de madrugada o trasnoche, circunscribiendo su relacionamiento con los medios de comunicación antes o después de las prácticas en su club y a la finalización de cada cotejo en el que muy frecuentemente es protagonista decisivo de lo que hace The Strongest en la cancha. El “10” atigrado no es un “figureti”, como tantos abundan en la feria futbolera de las vanidades, porque sabe que el aprecio de la gente y el reconocimiento masivo pasan por la calidad futbolística que es capaz de demostrar partido a partido, que el cariño de la curva sur y de todos los atigrados del país, e incluso de quienes no son seguidores del equipo aurinegro, es la natural consecuencia del buen juego, de esos perfectos pases filosos como el que le cedió a Wayar frente a Universidad de Chile para que anotara el segundo, o de la capacidad para definir con oficio y autoridad muy por encima de la media de lo que ofrece rutinariamente la Liga boliviana, como lo hizo con sus dos anotaciones frente al Morelia de México para sellar la clasificación hacia la fase de grupos de la Copa Libertadores.

E s cierto que un futbolero de exquisito paladar reconocerá en Escobar virtudes técnicas y ubicuidad táctica según lo exija cada desafío; pero, en primer lugar, lo que Pablo dejará en el bronce de la historia atigrada es su amor por el fútbol que grita a los cuatro vientos, profundo sentimiento que se expresa por su militancia oro y negro, por su drástico rechazo a la derrota, por su potencia comunicacional para guiar a sus compañeros y empujarlos hacia las puertas de la confianza por donde se ingresa a las jornadas memorables que es capaz de gestar una identidad en la que abundan la mística y los símbolos de todas las épocas que no son otra cosa que expresiones de la historia de la cultura de La Paz, impregnada de vicuñas, chayñitas, negritos de la suerte, próceres como Rafo Mendoza y arengadores de gradería incomparables como lo fueron Marina Azcárraga y Raúl Chupa Riveros.

En el profesionalizado y tantas veces gélido territorio del fútbol actual son cada vez más esporádicas las apariciones de futbolistas comprometidos con una divisa como la de Pablo Escobar, compromiso que se hace extensivo a la Verde, luego de decidirse por la nacionalidad boliviana sin dejar de ser, qué duda cabe, un paraguayo de pura cepa que honra con su temperamento y espíritu de lucha el muy aguerrido y combatiente fútbol guaraní, del que surgió a través de Olimpia, Libertad y Cerro Porteño.

Todos quienes trabajamos duro y parejo para que Mauricio Soria fuera el actual seleccionador de Bolivia estamos convencidos de que el retorno de Pablo Escobar podrá constituirse en factor determinante para generar una identidad que el llamado equipo de todos está requiriendo hace demasiado tiempo. Digo esto en el contexto de una propuesta futbolística de la que el seleccionador está convencido, a través de un método de trabajo con el cual cree poder maximizar las virtudes de los jugadores que convoca y, en ese ámbito, el papel de Escobar podrá tornarse decisivo, dentro de la cancha, de cara al primer desafío que significa enfrentar a México, Ecuador y Chile en la Copa América 2015 a jugarse en territorio chileno.

Por razones personalísimas, Escobar decidió hace un par de años renunciar a la selección. Ahora que las cosas han cambiado durante el transcurso de este tiempo, motivado por su muy buena química con Mauricio Soria, regresa para aportar con sus virtudes futbolísticas y de liderazgo que siempre una selección nacional necesita. Pablo tiene 36 y hasta los más prejuiciosos en esta materia saben que es capaz de rendir más y mejor que un chico de veintipico que no se cuida como él, y que nos ha recordado que existen futbolistas que tienen a la compañera y a los hijos como lo fundamental de su vida, y que son precisamente ellos, desde su casa que cuida como un templo, los que le dan fuerza interior para haber inscrito su nombre, con letras atigradas, en los mejores capítulos de la historia del fútbol boliviano.

(*)Julio Peñaloza Bretel es periodista. Responsable de Historia y Estadística de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF).