¿Comprometidos con el fútbol boliviano?

Hace 26 años, un empresario y político llamado Gonzalo Sánchez de Lozada ganaba las elecciones presidenciales con mayoría relativa, en tiempos en que el segundo o el tercero podían acceder a la Presidencia de la República gracias a la Constitución vigente en la época, y fue así que debió esperar cuatro años para llegar al Palacio Quemado en el plan de continuar con el libreto neoliberal en el que las clases medias despolitizadas creímos, producto de la debacle udepista (1982-1985) y nos tragamos el caramelo de la salvación concebido por Víctor Paz Estenssoro con la ayuda de su socio estratégico, Hugo Banzer Suárez, que tuvo en el harvardiano Jeffrey Sachs a uno sus principales asesores que impulsaron el 21060 para que Bolivia no se nos muriera.
Corregido el rumbo de la economía, neutralizados los escandalosos números de la hiperinflación, vivimos tiempos de discursos ideológicos proscritos en que la verdad única venía dictada por el consenso de Washington, y entonces no cabía en las ciudades otra religión que la de la irrestricta libertad del mercado y el vaciamiento del Estado como instrumento de defensa y protección de los recursos humanos y naturales del país, hasta que el patrimonialismo tan caro a nuestra histórica fisonomía política nos alertaba con que Sánchez de Lozada y los suyos, ya en su segundo mandato, habían decidido que los recursos estratégicos se manejaran desde arriba y desde afuera, hasta que se puso en riesgo de irreversible enajenación y saqueo la riqueza gasífera de la que Bolivia vive hoy, en otras condiciones, bajo otros parámetros y por supuesto que con Goni y algunos de sus amigos finalmente prófugos, viviendo en Washington y en otras ciudades estadounidenses.
Tan grande había sido la catástrofe económica del izquierdismo de principios de los 80 que en Bolivia no cabía la mínima posibilidad de otro recetario para sobrevivir en las desiguales aguas del mercado internacional, que subastar el patrimonio de nuestras venas abiertas al capital transnacional para que los bolivianos termináramos domesticados en la resignación de que como periféricos y tercermundistas que somos debíamos acostumbrarnos a vivir de migajas y que la pobreza y las carencias marcarían sin remedio, y por los siglos de los siglos, nuestro destino fatal.
Sirva el preámbulo anterior para establecer un paralelismo con lo sucedido en materia de políticas deportivas en la historia republicana con énfasis en los logros de 1993 y 1997, exactamente los años de inicio y cierre del primer gobierno gonista, cuando la Academia Tahuichi había promovido durante dos décadas anteriores la formación y promoción de valores que permitieron al fútbol boliviano ofrecer una calidad competitiva sin precedentes con una clasificación para una Copa del Mundo (USA 1994) y la disputa de una final de Copa América (1997 en Bolivia), que vistas las cosas con precisión y detenimiento, se constituye en el mayor logro del fútbol boliviano a nivel de selecciones luego del campeonato obtenido en 1963.
Qué quedó de todo eso? Lamentablemente que la Academia Tahuichi con el deceso de su fundador y principal impulsor, Rolando Aguilera, dejó de producir en cantidad y calidad, futbolistas con potencia competitiva internacional y de esta manera comenzamos a rezagarnos en el espectro sudamericano. Que de ese tiempo pervive un inmueble de cinco pisos, propiedad del ente máximo del fútbol boliviano, pero ni un solo plan estratégico de aquella época, ninguna propuesta que involucrara al Estado a través de sus instancias gubernamentales para aprovechar como era debido la motivación de tener a Melgar, Etcheverry, Sánchez o Baldivieso como referentes en plena vigencia para cambiar, y en serio, la matriz formativa, tratando de multiplicar por todos los rincones el modelo Tahuichi. La herencia fue ésa y a ello habrá que agregar un progresivo incremento de deudas impositivas producto de evasiones sistemáticas que crecieron como una bola de nieve.
Quienes trabajamos en alguna instancia del fútbol boliviano no debiéramos perder de vista que fue a partir de estos antecedentes que comenzó a desandarse el camino hasta llegar a la sencilla y contundente conclusión que un fútbol competitivo es posible solamente con la producción formativa de valores capaces del tú a tú con argentinos, brasileños, uruguayos o colombianos y que mientras estos vecinos han persistido en la senda de enrumbar a chicos y jóvenes hacia los escenarios competitivos internacionales, Bolivia quedó rezagada lenta e imperceptiblemente al extremo de que hoy, ni el futbolero mejor intencionado y más auténticamente comprometido podría afirmar sin lugar a equivocarse que el boliviano es un fútbol que tiene a tal o cual gran jugador y que intentar forzar las cosas sería admitir que la buena voluntad puede ganarle a la realidad objetiva.
Lecturas rigurosas en un amplio horizonte temporal nos dicen permanentemente por qué la brecha se ha ensanchado, aunque como ahora está sucediendo, se estén concretando los mejores esfuerzos para encarar la Copa América Chile 2015 con una muy buena planificación, cerrándole la puerta al espontaneísmo o al voluntarismo. Pasa que a la hora de la competencia, cuando el balón empieza a rodar, ni la planificación, ni las inversiones en mejoras significativas en materia de preparación pueden garantizarnos nada, cuando lo que generalmente termina imponiéndose en un campo es la calidad o falta de ella entre unos y otros. Argentina tiene a Messi, Brasil a Neymar, Uruguay a Cavani, Colombia a James Rodríguez, Chile a Alexis Sánchez y con esos nombres de referencia se podrá comprender más sencillamente por qué están varios peldaños más arriba que Ecuador, Perú, Paraguay, Venezuela o Bolivia.
Sánchez de Lozada le dejó a Bolivia la capitalización y la casi desaparición del Estado. Las distintas gestiones al mando del fútbol boliviano —y ojo que no me refiero solamente a las cúpulas, sino a todos los estamentos que lo componen— poco han podido hacer sin el dinero suficiente, sin alianzas estratégicas con los gobiernos de turno nacionales y subnacionales, sin mirada estratégica en sentido de que producir fútbol no es ir a patear pelota un ratito en una cancha cualquiera, o encontrar fortuitamente valores potenciales en torneos intercolegiales. El fútbol es hoy una empresa mundialmente gigantesca en la que, en distintos niveles de compromiso, intervienen la sociedad —los potenciales jugadores—, el Estado —primer responsable en materia de educación física con los ciudadanos de un país—, y el mercado —aquél en que comienzan a cotizarse los jugadores que acceden a la esfera profesional—.
Sobre este irresuelto asunto, hemos escrito ríos de tinta, en distintos tonos y en distintos sitios, y ahora que la selección boliviana se alista para un nuevo desafío, considero sensato y oportuno recordar que hay una historia, unos antecedentes, unos actores y unos responsables para que nos encontremos en una inocultable inferioridad de condiciones para la gran competencia internacional, convencido como estoy, que Mauricio Soria y su equipo de trabajo están haciendo las cosas de manera rigurosa y profesional para estar en condiciones de dar batalla a sus rivales, y demostrar que el trabajo serio puede compensar en cierta medida, las evidentes ventajas históricas con las que cuentan nuestros vecinos y eventuales adversarios.
Julio Peñaloza Bretel es periodista. Encargado de la Historia y Estadística de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF).