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El Rey Salomón y su corte

Venezuela se mandó un batacazo. A fuerza de convicción. De aplicar un libreto muy bien diseñado y mejor aplicado.

Si Colombia pensó que el tema lo resolvería con la jerarquía de sus figuras, se equivocó rotundamente. Rodríguez, Falcao, Cuadrado, Bacca y compañía no gravitaron porque la pelota les resultó un elemento esquivo. Y eso, en fútbol, representa poco menos que una condena.

La vinotinto de Noel Sanvicente (el DT tuvo una lectura correcta de cómo dañar al adversario) se paró sin complejos. Asumió que la primera tarea era contrarrestar los circuitos del equipo que tenía enfrente y lo logró a base de presión alta, debidamente complementada por su mediocampo. Sin embargo, no todo pasó por ahí. Uno de sus grandes méritos implicó ir, paralelamente, al frente y generar peligro real.

Es decir, trabajó en ambos matices con la misma eficiencia. Y eso sorprendió a los colombianos. Ospina evitó el gol ante Vargas y Guerra. Ocasiones claras, no simples aproximaciones.

El ganador mostró gran despliegue físico. Notable solidaridad (ni siquiera el talentoso Arango se eximió de marcar). Y cuando hubo necesidad de apelar a faltas tácticas, como último recurso, Vizcarrondo y los demás no se achicaron.

El elenco de Pekerman sufrió un tanto nacido de un saque lateral —semejante descuido es imperdonable— que después generó dos cabezazos en el área, el último de los cuales llevó el sello de Salomón Rondón.

Toda una lección futbolística la que recogió Colombia de Rancagua. No le encontró jamás la vuelta. Las modificaciones tampoco surtieron efecto: En síntesis: lo suyo resultó decepcionante. De Venezuela corresponde señalar lo exactamente inverso.

(*)Óscar Dorado es periodista