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Una derrota y una lección

Era para Bolívar un partido llamativamente cómodo. Y no solo porque el autogol de Mosquera, con apenas cinco minutos de desa-rrollo, le otorgó ventaja, sino en razón a que Deportes Tolima se mostró como un equipo previsible y escaso en materia de recursos. El visitante no pudo liquidarlo a través del primer tiempo, cuando Silva lo evitó ante remate de Ferreira y uno de los verticales devolvió el envío de Justiniano.

En ese periodo del encuentro, el marcado dominio celeste daba claramente para otra distancia numérica.

Bastó el ingreso, tras el descanso, de Cleider Alzate para que el panorama cambiara radicalmente. El hombre de refresco del equipo local no solo empató, sino que participó en la acción del desnivel, culminada por Pérez. Fueron tres minutos de inusitado desconcierto y consecuencias gravitantes.

No es que el dueño de casa se transformara y adquiriera un sorprendente volumen de juego. No. Simplemente, obligado por la circunstancia, empujó, atoró y una vez más Bolívar puso al descubierto —labor urgente y prioritaria para Beñat San José— sus grietas a la hora de defender.

Basta escudriñar en los tantos logrados por el cuadro de Ibagué: el primero como producto de una salida a destiempo de Matías Dituro y el restante luego de un cabezazo sin oposición en plena área chica.

Es cierto que el motor creativo, Gastón Sirino, virtualmente desapareció en el segundo lapso, pero ello no alcanza en función de fundamentar el evidente decrecimiento bolivarista.

Mientras la Academia propone, es factible presumir que el adversario sufra algún dolor de cabeza. Si los papeles se invierten la respuesta dista de la solvencia. Y eso que el anoche ganador no parece reunir grandes atributos colectivos.

Da la impresión de ser un resultado remontable en la todavía lejana revancha. El gol en campo ajeno representa un plus que avala lo señalado, pero Bolívar debió regresar sin las manos vacías. Por como transcurrió la etapa inicial. Porque el oponente no deja de ser discreto. Y, fundamentalmente, porque hay que asumir —incluída la expulsión de Luis Gutiérrez— que los errores pasan factura.