Selección boliviana
Mauricio Soria no descubrió la pólvora ni nada parecido: el martes, ante Argentina, hizo lo más aconsejable, lo fácil, algo que a tantos seleccionadores nacionales que pasaron antes que llegara él no se les había ocurrido; o, si lo pensaron, no se animaron. Con esa fórmula del ahora director técnico, Bolivia ganó hasta con cierta comodidad (2-0).
Mauricio Soria no descubrió la pólvora ni nada parecido: el martes, ante Argentina, hizo lo más aconsejable, lo fácil, algo que a tantos seleccionadores nacionales que pasaron antes que llegara él no se les había ocurrido; o, si lo pensaron, no se animaron. Con esa fórmula del ahora director técnico, Bolivia ganó hasta con cierta comodidad (2-0).
Tomando en cuenta los 3.600 de altitud, Soria decidió mandar a la cancha una formación muy local, con nueve de los 11 jugadores habituados a jugar en la altitud, de ellos ocho de clubes paceños y apenas dos refuerzos extranjeros, aunque con antecedentes que aseguraban que su rendimiento no iba a ser afectado. Con ello consiguió que la mayoría no se sintiera extraña en su propia casa.
El resultado fue favorable: más allá de que Argentina no hubiera contado con su astro Lionel Messi, Bolivia fue muy superior —desde lo físico— y eso que la albiceleste no se sintió menos, dejó de lado sus habituales quejas por la altura, se puso a jugar y vendió cara su derrota.
Soria consiguió, de esa manera, mostrar la segunda cara de la misma medalla: si días antes en Barranquilla, ante Colombia, decidió colgar a la selección del travesaño para que le hicieran el menor daño posible, en La Paz equilibró las líneas y así como atacó bien, en defensa no se quedó atrás cuando fue necesario cuidarse.
La otra parte de la clave fue alinear a jugadores que se conocían de memoria y no le tembló la mano para poner a todo el medio sector de The Strongest. En buenas cuentas, desde el inicio jugaron cinco del Tigre, tres de Bolívar, uno de Wilstermann y dos provenientes de clubes de afuera.
Si bien la selección “es de todos”, no necesariamente todos tienen que estar en ella. Basta con que ese puñado sepa representar bien a la camiseta. Fue como darles un cachetazo a quienes en su momento —como Julio César Baldivieso— se jactaban de reunir en la Verde a futbolistas provenientes de todos los clubes, lo que era solo un discurso para quedar bien con todo el mundo.