La FBF, ¿entre Escila y Caribdis?
Corresponde otorgar a cada quien su valor justo, sin fanatismos ni torpezas
El mito cuenta que Escila y Caribdis eran dos monstruos ubicados en las orillas opuestas de un estrecho paso marino. Como estaban a un tiro de flecha de distancia, huir de uno suponía acercarse en demasía al otro. Las posibilidades de destrucción y muerte en uno y otro caso eran harto grandes como para dejarlas a la aventura.
Se pensará que la figura es excesiva para la actual coyuntura del fútbol boliviano, obligado a elegir una cabeza para los siguientes cinco años entre dos posiciones antagónicas.
Me pregunto, primero, si la oposición que suscita la candidatura de César Salinas es por las razones correctas. El olor a discriminación —cuando no racismo— no comenzó ayer ni es imaginario, como supone el señor Percy Luza. La temporada de caza no arrancó cuando Marco Peredo, refiriéndose a Salinas, se mandó aquello de que “quiere mejorar socialmente”, digna de racismo de balcón. Principió cuando Guido Loayza, tiempo atrás, pronunció “no se puede traer las prácticas de la provincia empedrada”, para proseguir con una curiosísima alusión al ser paceño que hubiera sonrojado al propio Alcides Arguedas. Por harto menos, en el actual Parlamento se han ventilado juicios. En nuestro ámbito futbolero, no. Digo, dedicar nuestros afectos a una actividad que implica a 22 sujetos persiguiendo un cuero inflado ¿habilita a decir lo que sea…? Si en su hora las instancias del Gobierno hubiesen cortado por lo sano, quizá hoy tendríamos un debate con actores más mesurados, con mejor acopio de materia gris y sin necesidad de asistir a otra versión absurda del asalto al cielo.
A César Salinas hay que cuestionarlo por razones muy distintas a las mencionadas. ¿Qué tal hacerlo por su gestión como presidente de The Strongest? En primerísimo lugar, ¿ya secó la tinta del acta electoral que hace poco lo consagró como presidente del club aurinegro? El estatuto de esa entidad habla de cuatro años de gestión y yo pregunto: ¿está bien usar a una institución como escalera para llegar a un cargo mayor? Opino que no.
Por desdicha, no es lo único a deplorar en la gestión de Salinas. Menos de dos años atrás ofreció un supermercado y una gasolinera que se constituyeran en fuente de ingresos para el club. Al día de hoy, no se sabe cuántos ladrillos se han puesto en esas no tan magnas obras. Bajo su mando se hizo un sauna en el edificio central, se iluminó la cancha de fútbol siete, se arregló el ingreso… Hace poco, a pedido de los dirigentes, el Gobierno puso iluminación en el estadio Rafael Mendoza. Pero, sostengo, ni siquiera eso se pensó bien. El presidente Morales había visitado el Complejo de Achumani, ofreció ayudar y preguntó “qué necesitan”. Sin hesitar, los dirigentes encabezados por Salinas respondieron “iluminación”. Estupendo, pero, ¿de verdad es lo mejor que se puede hacer allí? Veamos el cuadro completo: desde los días de don Rafo, el estadio que lleva su nombre avanza a los remiendos. ¿No se podía plasmar un proyecto moderno y actualizado para, luego, pedir toda la ayuda posible para construir aunque sea un sector, digamos lo que vendría a ser Preferencia, con palcos, camarines y demás instalaciones? Se privilegió un regalo rápido y poco duradero que, en los hechos, espero sirva para entrenamientos nocturnos o algún juego poco importante.
¿Y la gestión deportiva? En la era Salinas el Tigre participó en cuatro torneos. Ganó uno. No es cosa de compararla con la gestión deportiva de Kurt Reintsch, que ganó cuatro de cinco torneos e implantó un récord inigualable —incluido el único Tricampeonato liguero—, pero tampoco debiera tratarse de recorrer la ruta inversa con tanto ahínco. De ocho clásicos disputados, este The Strongest ganó apenas uno; empató tres y perdió cuatro. Salinas dirá que ganó el más importante, pero… ¿puede presentarse esto como “una gran gestión”? Y el equipo, lo que debería ser la niña de los ojos: más allá de contar con una base heredada estable y el acierto de haber traído a un técnico de alto nivel, son dos torneos en los que se descuidó hasta el abismo el tema de los refuerzos, como si el fútbol no fuese una actividad de gran dinámica en la que en cualquier instante una lesión, una expulsión o un traspaso no pudieran poner al equipo en vilo. El The Strongest de Salinas vive con lo que tiene y quiere publicitarse en la pobreza, cuando todos saben que ningún equipo boliviano ganó tanto jugando la Libertadores. Sin contar el partido que se viene con Lanús, solo en este torneo el Tigre lleva ganados más de tres y medio millones de dólares. Pero la reinversión… aparte de Henry Vaca y un puñado de chicos que apuntan altísimo, no aparece. Se fue Manuel Arteaga, se fue Fabricio Pedrozo y ni se hizo el ademán de traer sustitutos. Tanto se repite la figura de que “con lo que hay es suficiente”, que el sabor ya es de pura y dura tacañería, cuando no mala administración. Solo hay que ver los dos últimos clásicos, casi al hilo, en los que quedó patente que si falta un jugador del peso de Marvin Bejarano, no hay quien pueda sustituirlo. Y en el tema de delanteros, el asunto parece clausurado. En uno y otro clásico, bloqueado el tándem Escóbar-Chumacero, el equipo agonizó nomás sin variantes.
¿Está bien?
Aceptemos que esto es discutible y sujeto a trastocarse. Bien, pero el tren administrativo que apartó a Diego Bejarano del partido con San José ya no lo es. Una cosa es desdeñar las oportunidades para cuajar refuerzos de peso, pero olvidar o negarse a arreglar con un jugador de la talla del lateral… ¿qué será? En cada caso se entrevé una administración lenta, anodina, que no enamora. ¿Esto es lo que se pretende llevar a la federación?
Si se compara la imagen institucional del The Strongest actual con la del Bolívar de Loayza, los resultados tampoco son alentadores para Achumani. Bolívar ocupa espacios, publicidad y ofrece toda suerte de productos para hacerse autosostenible. Ocupa, en fin, un lugar que el club aurinegro, a pesar de gozar de un arraigo popular parecido, ignora a tiempo completo. A ello es imposible no sumar, para este torneo, un diseño de poleras que repite un modelo sencillamente estrafalario de dos años atrás. ¿No hay diseñadores calificados en el país?
Si el mandamás aurinegro parece el remolino Caribdis, no desatendamos los peligros que representa Guido Loayza como el farallón Escila. Es que no es solo el tono odioso que una y otra vez imprime el presidente celeste para referirse a su par gualdinegro. Pegado a ello está, además, el autoritarismo que exhibe en cuanto algún periodista se “atreve” a señalarle los baches de su institución. Sus absurdos enojos alcanzaron el clímax cuando se atrevió a hacer sacar de una conferencia de prensa a un joven reportero cuyo pecado fue hacerle una pregunta punzante, todo ante el silencio del gremio periodístico, que tampoco dijo mus o fus cuando, poco después, fue propuesto para un homenaje de la Conmebol.
No me gusta la penumbra irresponsable con la que trató el manido asunto de las entradas otorgadas a la FBF para el Mundial del 94. Correspondía, corresponde hasta hoy, ofrecer documentación seria, clara, fidedigna y contrastable, y no explicaciones a la rápida como si se tratara de una arroba de papa perdida en el curso de una alegre parrillada. Si Loayza exhibió esa documentación como es debido, no tengo ningún problema en ofrecerle disculpas públicas. Si no lo hizo, es hora de que lo haga.
Convengamos en que no es lo único “raro”, para usar una palabra cara a Beñat San José, al dirigente Iván Monje, que considera que Bolívar debería andar en los 30 títulos, y al propio Loayza. Hubo, el 93 y 94, otros eventos que pintan de cuerpo entero una gestión de la que se exalta en demasía las luces y se olvidan los abusos.
Más allá de que por hoy la Comisión Electoral de la Federación ha puesto paños fríos sobre la candidatura de Loayza, corresponde otorgar a cada quien su valor justo, sin fanatismos ni torpezas. Corresponde que tirios y troyanos traten el asunto con un poco más de sindéresis, altura y responsabilidad. El futuro futbolístico del país está en juego.
El autor es escritor.