Orgullo y soberbia (I)
De andar de bajada, nuestro fútbol ha conseguido, a través de la imponderable lucidez de sus dirigentes, pasar a un estado de caída libre. Se diría que esa mezcla de superstición y bobería conocida como Ley de Murphy, se ha establecido aquí con rango de principio inamovible: si algo puede salir mal, de hecho saldrá peor.
A fines de 2017, Marcelo Claure propuso un “concurso” —esa la palabra que usó— para ver quién es el peor periodista deportivo del país. Nobleza obliga, quien escribe esto propone un certamen paralelo para premiar al peor dirigente del fútbol boliviano. Suena a broma, pero lamentablemente no lo es. En él tendrán cabida nuestros dirigentes en funciones, capaces de inflar un torneo de doce participantes, en su mayoría pobres, a catorce (¡!), como también el dueño de BAISA, tan ducho a la hora de fatigar Twitter para armar rifirrafes por aquí y por allí hasta con su propia hinchada.
Vayamos por partes: teníamos —no gozábamos— un torneo anodino de doce equipos que solo en sus estertores se ponía caliente. Hoy, los dirigentes se han ingeniado para reemplazarlo por uno de catorce, lo que lo hará más moroso, mientras obliga a los jugadores a pasar más tiempo en aviones, buses y demás. De manera increíble —como ya señaló Marcas— el equipo que salga noveno ganará el derecho a participar en un torneo internacional. Los que califiquen del cuarto al octavo lugar, no. Así que, desde ya, varios se afilarán para perder lo suficiente y ganar algo a fin de dar en el blanco. Si no es de Murphy, debe ser de Ripley.
Que nuestros torneos son una dispar batahola entre varios clubes pobres y unos pocos pudientes, no es novedad. Lo insólito es que en todo este tiempo se hubiese hecho de todo para agravar el estado demencial de las cosas.
Revisemos un poco: no hace mucho, Guido Loayza contó una anécdota en un congreso futbolero. Un dirigente del interior se puso a vocear “¡escucho propuestas!”. Cuando el dirigente celeste se acercó para mostrarle su proyecto, el hombre le interrumpió: “¡No señor, escucho propuestas económicas!”. En buen español, el dirigente aquel estaba rematando su voto a cambio de dinero para su club. No sé si sea éste el germen del enfrentamiento que ha venido dándose entre los dos grandes de La Paz, pero fueron varias las veces en que tanto Claure como Loayza, y otros dirigentes, se han referido como corrupción al hecho de que el presidente de The Strongest, César Salinas, se hubiese hecho, por la vía de poner publicidad de sus empresas en las camisetas de equipos chicos, de los votos necesarios para llegar a la presidencia de la FBF. Si eso se dio, y Loayza fue testigo, en un momento en que tenía relación con Salinas, ¿por qué no se lo hizo notar? Cuenta la historia que hubo un desayuno entre ambos dirigentes, invitado por Salinas, en el que éste hizo partícipe a Loayza de su intención de ir por el máximo cargo de la FBF. Pero ya en el Congreso, en el que el atigrado creyó que contaba con el apoyo del celeste, éste no solo se apareció con su propio proyecto, sino que cuando Salinas lo interpeló le respondió con un reverendo “no me jorobes”. Las cosas empeoraron ahí mismo, con los dos hombres yéndose a las manos si no los hubiera separado Miguel Ángel Antelo. Pregunto de nuevo: ¿por qué Loayza no le señaló a Salinas su error? La experiencia estaba de su lado frente a un novato que había dado un paso no muy santo que se diga. No. Loayza optó por la retahíla verbal a la que ya me referí en otra oportunidad, y que no es sino un dilatado compendio de discriminación, racismo y odiosidad. No es así como se arreglan las cosas.
Otras épocas. Hubo un tiempo en que éste era un duelo deportivo, con dos hombres como Rafael Mendoza y Mario Mercado que se apreciaban y solían apostar una caja de whisky a sus equipos. Cuando Mendoza, apuntando a la estrategia, tuvo la visión de invertir en Achumani para lo que hoy es el complejo deportivo más grande del país, vino una de esas riadas que en décadas pasadas asolaban la zona. Mercado, que optó por privilegiar la táctica y se decantó por potenciar su equipo y ganar títulos, humoroso como era, declaró: “The Strongest tiene la cancha más grande del mundo. Un arco está en Achumani y el otro en Río Abajo”. A continuación, como alcalde de La Paz, puso instrumentos y recursos para encauzar al veleidoso río, de modo que su amigo y rival pudiese cumplir su sueño. Más: la hermosa avenida que entronca Achumani, y que hoy se llama “Avenida The Strongest”, se debe en gran medida a su empuje. Eran otros días. Hoy, cuando veo a Loayza narrando una y otra vez cuántos campeonatos ganó con “su” Bolívar, cómo llevó a Bolivia al Mundial, cómo se jugó el partido inaugural frente a Alemania, me digo “¿por qué rayos no tiran la estatua de Mario Mercado, de la Arce, y la reemplazan por una de Guido Loayza?”. Entre tanta cantilena soberbia, no le conozco al veterano dirigente una línea de homenaje a los muchachos que ganaron la Eliminatoria con la pelota. Repita despacio el lector estos nombres: Trucco, Borja, Quinteros, Sandy, Cristaldo, Soria, Rimba, Melgar, Etcheverry, Sánchez, Castillo, Ramallo, Baldivieso, Peña… Una constelación inigualable por donde se mire. Pero no. “Fui yo el que hizo funcionar eso”, dice entre líneas y sobre líneas Loayza. Al cuerno con Azkargorta. Fue Loayza, con seguridad, quien sopló para que esa pelota apenas impulsada por Etcheverry se colara a paso de caracol entre las piernas del arquero brasileño Tafarell, en uno de los goles más increíbles de la historia. Ése es uno de los dramas de la soberbia: meterse a empellones en el centro de la foto. Y Loayza incurre en ello una y otra vez. A veces sin respiro.
Que las cosas se urden mal, solo hay que revisar la última visita de Marcelo Claure al país. Dado que su otrora mentor —Loayza— está terciando por el máximo cargo de la FBF, y que ambos han hecho cuestión de Estado ganar la FBF, ¿por qué no se preocupó por presentar al presidente Morales un proyecto impositivo serio que aúne a los demás clubes tras la idea? En lugar de eso se jugó por ligar un perdonazo de impuestos para su club, en exclusiva. Claure alegará que no es su tarea salvar a los demás, y que sus esfuerzos están dirigidos a Bolívar. Pero si de verdad espera que los demás miren el techo mientras el Gobierno da el perdonazo solo a Bolívar —una figura legal conocida como tráfico de influencias—, se equivoca de medio a medio. ¿Será que el “sálvese quien pueda” es lo que se pretende aplicar para gobernar el fútbol boliviano? Qué cosas. Pregunto: ¿Cuántas veces el SIN ha precintado las sedes de clubes, de la FBF, amenazando con rematarlas? Además, no hay que mirar lejos para saber que con un simple perdonazo, incluso a todos, en tres años se estaría de nuevo estirando la mano. Lo que urge —esto lo digo para Claure, Loayza, Salinas, Negrete y quien quiera oír— es lograr la eliminación de los impuestos a los espectáculos de fútbol. Puede hacerse. Junto a eso, sugiero la creación de un impuesto que beneficie por igual a todos los clubes. También puede hacerse.
El orgullo. ¿A quién puede gustarle la manera en que César Salinas trata el triste caso de Diego Bejarano? El menos ilustrado futbolero sabe que a The Strongest no se le da tan bien ni seguido el captar talentos, y quizá por eso duela tanto. Es, en el fondo, un tema de dinero. No es que grandes como Romero, Edwin Sánchez, Etcheverry, Aragonés, entre varios, hubiesen sido tocados en la cuna para ser celestes. No. Es una cuestión de quién paga más. Mario Mercado, como antes el banquero Luis Eduardo Siles, y en un intermedio Jorge Lonsdale, hicieron sentir sus billeteras a una pléyade de presidentes stronguistas: Pando, Peláez, el primero dueño de hoteles en la avenida Perú, el segundo empresario importador, al coronel Oxa Bustos, al capitán Flores Morelli, al médico Jorge Sfeir, al empresario Saavedra Banzer… Pero ésa es harina de otra entrega. Lo que importa aquí es que los jugadores, como cualquier trabajador, deben poder decidir su destino con libertad. Acierta Loayza cuando dice que a eso se refiere la cláusula de rescisión de contrato. De que duele, pregúntenle a Claure y su rabieta por Twitter cuando un club de Chile (“un grande de verdad”, en el tonto decir de Beñat San José) dejó a Bolívar sin técnico. (Fin de 1ra Parte)
(*) El autor es escritor y periodista