Icono del sitio La Razón

Miente, miente que algo queda… (final)

Un querido maestro, en la literatura y el periodismo —don Mario Frías Infante—, me enseñó una vez que “la mentira tiene patas cortas. No importa cuánto corra, nunca llega demasiado lejos. Y siempre se cae…”.

Propongo, para empezar, una escena de rasgos juveniles: dos amigos se enfrentan a una piscina desde un trampolín. Observan la altura y uno dice “tú primero”. “No, tú”, responde el otro. “Te sigo”, insiste el primero. “Yo te sigo a ti”, retruca el segundo. Debaten quién va antes hasta que ven la solución: “¡Juntos!”, se dicen. Se miran riendo, asienten y…

Salvando diferencias, una escena así, de términos cómplices entre dos amigos, ocurrió entre dos reconocidos personajes de nuestro fútbol: Xabier Azkargorta y Guido Loayza. El vasco venía de ganar un bicampeonato con Bolívar, y de cumplir la mejor faena del club en la Libertadores de 2014… pero, se dice, el ambiente no era de los mejores.

Tras bambalinas, tanto Azkargorta como Loayza estaban hartos con las continuas interferencias de BAISA en su trabajo. En concreto, con Martín Claure, hermano de Marcelo y representante de éste en Bolivia. En ese tren, ya irritados los dos viejos amigos, acordaron renunciar conjuntamente.

Aquí regreso a la escena de la piscina: tras disputar un poco, los dos chicos acuerdan hacerlo juntos. Corren, pero en el borde mismo uno de los dos se frena y mira a su amigo caer al agua. En lugar de seguirlo, como había prometido, se da la vuelta y se va a su casa. Detalles más o menos, eso es lo que ocurrió en el ríspido, frío mayo de 2015. A decir del Bigotón, tras haber acordado renunciar, cosa que tenía que ser un poderoso golpe de efecto contra el manejo desconsiderado de BAISA, Loayza aguardó a que su amigo lo hiciera primero, para luego recular dejándolo solo. La renuncia de Loayza nunca tuvo lugar. Es lógico que, tras eso, Azkargorta se sintiera traicionado. La amistad de los dos hombres más representativos de la aventura del Mundial de 1994 se resintió para siempre.

Hay, entre tantas historias que cubren el 94, una que se niega a permanecer enterrada sin importar cuanta tierra se le tire encima. Varios periodistas y publicaciones se han referido a ella en sendas notas sin que, en ningún caso, se llegue al resultado obvio: que los involucrados aclaren la situación con documentos veraces. Es la historia de las entradas que se compraron ese año para diferentes escenarios del Mundial. En lo que sigue, propongo otra lectura de esa historia, las declaraciones y la escasa documentación que existe.

Todo comenzó en un vuelo comercial entre Estados Unidos y Bolivia, en 1993. Allí, por esas cosas del destino, se sentaron lado a lado Marcelo Claure y Guido Loayza. El altísimo, joven y talentoso profesional que volvía al país tras haber terminado sus estudios, junto al pequeño y vivaz presidente de la Federación Boliviana de Fútbol que vivía días de gloria como dirigente. Bajo su mando, una potente selección nacional había llegado por primera vez, por derecho propio, a un Mundial. “Se necesita cierta verticalidad para manejar la FBF”, solía pregonar a la gente de la Federación que había emprendido la gesta con él, y había que creerle. Donde iba, Loayza destacaba la organización y sinergia del grupo. Habían tenido la lucidez de traer a un técnico español de quilates para dar lugar al sueño y, en poco tiempo, técnico y dirigente eran como uña y mugre.

Pero poco después, con la hazaña ya cumplida, esa aeronave reunió al agua y la sed. Claure era uno de esos talentos financieros capaces de hallar oportunidades hasta en la tela de las arañas. El entonces presidente de la FBF vislumbró esos poderes y lo quiso a su lado. El vuelo no había llegado todavía a destino, pero Claure ya tenía en el bolsillo el primer cargo de importancia de su vida: Gerente Internacional de la FBF.

Poco más adelante, en medio de la vorágine organizativa que vivía la Federación, se propuso comprar entradas para venderlas en Bolivia. Dicho y hecho: se adquirió 12.070 tickets por nada menos que 870.000 dólares, no se sabe si con un ojo en los réditos o solo para favorecer el flujo de hinchas dispuestos a viajar. Empero el tiempo se fue acortando y la fanaticada boliviana no aparecía. La falta de visas más los costos complotaron para que muchos desistieran de hacer el viaje, por lo que, en un giro, se decidió vender las entradas a otro público.

Se impone aquí un corte para leer la versión de Marcelo Claure aparecida en el artículo “Un destape millonario en la FBF”, publicado en la revista iN de noviembre de 2012 con la firma de Mario Roque Cayoja: “El año 1993 fui contratado como Gerente Internacional de la FBF y en la siguiente gestión la Federación decidió comprar 12.070 entradas con un monto de 870.000 dólares, para ello llenamos los formularios de la FIFA…”, dice Claure de inicio, para luego explicar el objetivo de esa compra, y su consiguiente fracaso por el desistimiento de los hinchas bolivianos. Vislumbrando esto, Claure sostiene que se vendió las entradas a una empresa de Massachusetts a fin de que las comercializara, puesto que ellos, como FBF, estaban prohibidos de hacerlo directamente. “Las vendimos a (…) Pat’s Ticket Center (…) se nos pagó el monto (800.000 dólares) el cual depositamos a la Federación”. Sí, el importe de esa venta ya reflejaba una pérdida de la friolera de 70.000 dólares en la operación. Un debut harto malo para el flamante Gerente Internacional. Pero por los mismos días de la declaración de Claure, el 31  de octubre de 2012, como señala el artículo de Roque Cayoja, Guido Loayza afirmó que no sabía nada de la venta de las entradas en Estados Unidos…

A ver si entiendo. La Federación emprendió el que era, a todas luces, su mayor emprendimiento comercial: la compra de un fuerte número de entradas por un monto muy elevado. La operación tocó el fracaso con la pérdida estrepitosa de 70.000 dólares, ¿y el entonces presidente de la FBF, Guido Loayza, afirma que no sabía nada? El hombre que pregonaba que había que tener “cierta verticalidad” —léase autoritarismo— en el manejo federativo, ¿nos dice que Marcelo Claure —a quien conocía de poco tiempo atrás— hizo esas cosas a su espalda? Es un despropósito tan monumental como si de aquí a diez años preguntaran a Evo Morales sobre la demanda marítima, y él sostuviera que no sabía nada de lo que se dijo en La Haya. Es inaceptable. Y lo es porque, en primer lugar, en su declaración Claure dice “hablamos con la FIFA y nos indicaron (que la Federación no podía venderlas)… (…) entonces las vendimos (…) se nos pagó el monto, el cual depositamos a la Federación”, dejando en claro, por el uso del plural, que no estuvo solo en eso. Es del todo inaceptable porque, en segundo lugar, según afirman personeros de la FBF de ese entonces, todo —organización, finanzas, cheques— pasaba por manos del hiperactivo y diligente Guido Loayza.

Hay, en este “desconocimiento” interesado, una gran piedra de escándalo. Como gesto debió ser primicia de lo que, años más tarde, ocurriría con Azkargorta en aquello de renunciar juntos a Bolívar, como habían acordado. En el tema de las entradas, Loayza dejó solo a Claure para afirmar, en otras palabras, que aquella oscura maniobra de mercadeo fue de competencia total del empresario. ¿Irresponsabilidad, mentira a secas o ambas? Venga el lector y escoja.

Mal de males, la auditoría de Berthin Amengual a la FBF en 2014 no muestra partidas como el pago a la FIFA de 870.000 dólares por compra de entradas, como tampoco el pago de 800.000 dólares realizado por la empresa de tickets de Massachusetts que, a decir de Claure, “depositamos a la FBF”. Pero este es un punto en que pediría que expertos, de las autoridades y de Berthin Amengual, emitan juicios más certeros.

Como fuere, si se añade a esto el no-pago de impuestos de esos años y la falta de información sobre otras partidas grandes de dinero, estamos ante un escenario de mentiras, despropósitos y caos sobre el que apenas se comienza a echar luces.
(Final)

(*) El autor es escritor y periodista