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¡Uruguay nomá!

Garra”, es un término que se usa para nombrar las uñas de un animal salvaje, esas que usan generalmente para atrapar, herir y desgarrar a la presa. También se usa para describir el empeño, la tozudez, la determinación (por ejemplo, de la selección uruguaya de fútbol). “Ahí está la garra charrúa”, dicen los comentaristas cuando ven a un uruguayo luchar por la pelota hasta el final, como en el partido de Uruguay contra Rusia el lunes 25, cuando Naithan Nández en el piso se disputaba la pelota con un ruso, tratando de cabecearla en el suelo hasta el pitazo, o cuando Lucas Torreira, también peleando una pelota (un esférico, como le llaman los comentaristas) es lesionado, cae al suelo y se levanta enseguida, en lugar de hacer lo clásico: tirarse al piso a fingir sufrimiento. Garra charrúa es a lo que se atribuye que Edinson Cavani, en ese mismo partido, en que Uruguay ganó tres a cero al anfitrión, intentara una y otra vez meter un gol, sin importar que el partido estuviera ya ganado, que Uruguay estuviera ya clasificada a la siguiente ronda, hasta lograrlo en el minuto 90.

Lo de charrúa, hay que decirlo, es puro cuento. Los charrúas eran un pueblo indígena que ocupaba el territorio que hoy es Uruguay, un pueblo guerrero y luchador que intentó resistir la colonización, que no se sometió jamás y, por ende, fue exterminado. No se puede decir que la sangre charrúa corra hoy por las venas de los uruguayos. Sin embargo, esa es la imagen con la que se identifica al uruguayo, sobre todo desde afuera, sobre todo en el fútbol: la de un salvaje aguerrido que lucha hasta el final. También se puede atribuir la garra charrúa a aquel infame incidente que involucró la dentadura de Suárez y muchos memes de Jaws en el anterior mundial.

Sin embargo, siento que cuando decimos garra, nos referimos a algo menos brutal, algo más noble. El fútbol uruguayo de hoy, ese que ha llevado a esta selección a clasificar segundo en la región, y a ser el único seleccionado sudamericano que ha ganado sus tres partidos en la fase de grupos sin recibir un solo gol en contra, puede dar fe de una garra que se parece más a la perseverancia, a la humildad, a la paciencia, al “lento, pero seguro”.

Porque el fútbol uruguayo de hoy es fruto de un proceso largo que comenzó el Maestro Óscar Washington Tabárez en 2006, luego de que, el 16 de noviembre de 2005, Uruguay perdiera el repechaje rumbo al Mundial de Alemania 2006 ante Australia, quedando fuera de la copa del mundo por tercera vez en quince años. La “nueva” generación de futbolistas que emergieron de ese proceso incluye a jugadores como Fernando Muslera, Diego Godín, Maximiliano Pereira, Edinson Cavani y Luis Suárez. Bajo el nuevo mando, los antiguos que no podían adecuarse a los nuevos lineamientos fueron reemplazados.

Tabárez, nacido en Montevideo el año 1947, fue futbolista profesional, jugando en la posición de defensa central, a la vez que se desempeñaba como maestro de primaria en varias escuelas de barrios humildes de Montevideo. Fue director técnico en varios equipos uruguayos, hasta que el triunfo de Peñarol en la Copa Libertadores de 1987 le otorgó un merecido reconocimiento internacional. A partir de entonces dirigió equipos como Milan, Boca Juniors, Deportivo Cali, Cagliari, Oviedo y Vélez Sarsfield. Dirigió a la selección de Uruguay entre 1989 y 1990, para regresar en 2006 con algo parecido a una revolución: “La palabra sagrada en mi cuerpo técnico es respeto. Lo primero que se le enseña a los chicos de 13 años cuando llegan es a saludar cuando pasan por un sitio donde hay gente, aunque no la conozcan, y luego a agradecer: al que les lava la ropa, al que les sirve la comida…”, dijo el técnico en una entrevista en un programa de televisión uruguaya. La otra parte de su ya famoso proceso era la institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas. A todo esto se llamó “el proceso”, ese que, 12 años después, ya ha rendido frutos: la Copa América de 2011, el cuarto lugar en el Mundial 2010, y un equipo que, en 2018, tiene jugadores legendarios que juegan codo a codo con una camada de jóvenes talentosos, como Nández o Torreira. Porque entre otras cosas, el proceso del Maestro ha garantizado la posibilidad del recambio, un lujo que otros equipos, como el de Argentina, ya quisieran gozar.

Uruguay es un país del Tercer Mundo. Es un país de tres millones de almas, algo así como la población de Santa Cruz y alrededores, que tiene las carencias de todos nuestros países en vías de desarrollo: falta el dinero, falta la infraestructura, faltan recursos. Y, sin embargo, tiene algo que en Bolivia no tenemos, que en Argentina ya quisieran tener: visión y disciplina para trabajar por una meta a largo plazo.

En el libro El cazador oculto, de JD Salinger (ya sé, otra vez Salinger), un profesor le dice a Holden que la marca de un hombre maduro es que no desea morir heroicamente por una causa, sino vivir humildemente por ella.

Hoy Tabárez padece una neuropatía crónica que le afecta la movilidad, obligándolo a usar a veces un bastón para caminar, otras veces incluso una silla de ruedas. Ante la insinuación de que tal vez el Maestro había cumplido su ciclo con la selección, los jugadores cerraron filas y el mensaje fue unánime: él será su entrenador hasta el día en el que él mismo decida lo contrario.

Hoy la garra charrúa representa para mí la perseverancia de una institución que trabaja a largo plazo, siguiendo los lineamientos de un líder humilde que pone los valores humanos por encima de los futbolísticos. Un proceso que ha permitido la formación de un equipo de talentosos que lucha cada pelota como si en ello se fuera el partido, que juega cada partido como si en ello se fuera la vida. Y ya. Todo lo que he escrito arriba es una forma larga y estudiada de decir ¡Uruguay nomá! Así, sin la S.