Dios
Moraleja de hoy: mucha fe, sí. Pero mejor también a jugar limpio, por las dudas.
En Argentina se ha fundado una iglesia que adora a Maradona como su dios. No estoy bromeando, se llama Iglesia Maradoniana, fundada el 30 de octubre de 1998, cuando Maradona cumplió 38 años, en la ciudad de Rosario. Los seguidores de esta religión, que se adhieren a ella desde todas partes del mundo, cuentan los años desde el nacimiento de su ídolo, en 1960. O sea, según ellos, estamos en el año 58 DM (después de Maradona). Sus 10 mandamientos incluyen: 2) declara tu amor incondicional por Diego y el fútbol, 5) difunde los milagros de Diego por todo el universo, 9) ponte “Diego” como segundo nombre, y 10) llama a tu primogénito “Diego”. Tienen hasta su Padre Nuestro, titulado “Diego Nuestro”, que empieza diciendo: “Diego nuestro que estás en la cancha, santificado sea tu pie…” Se estima que la “iglesia” tiene más de 500.000 feligreses (¿?) en todo el mundo.
Por supuesto, la foto aquella que está rondando por las redes que muestra el momento del segundo gol de Argentina cuando un único rayo de sol ilumina a un exaltado Maradona en la tribuna (que, tengo que decir de paso, está igualito a Wálter Mercado) no ayuda a desmitificar al ídolo. Ni lo hacen las fotos de él, con los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos en blanco, como poseído, experimentando un éxtasis tortuoso digno de un santo.
La relación entre el fútbol y la religión es evidente. En 2014, el presentador de televisión John Oliver dedicó un episodio de su programa Last Week Tonight al Mundial, y comenzó evidenciando las similitudes entre el fútbol y una iglesia: desde los millones de fanáticos que endiosan a sus ídolos, como Messi o Beckham, las cantidades de dinero que estas instituciones amasan a costa de ese fanatismo indiscutido, y la pasión irracional que despiertan, tanto el sentimiento religioso como el futbolístico. Una mujer inglesa decía en ese programa: aquí el fútbol es la religión oficial.
Podría parecer una metáfora similar a aquella que equipara el mundo a un gran escenario, pero no. Es más que una metáfora. Lo ves cuando los jugadores árabes, como Mohamed Salah, de Egipto, festejan arrodillándose en dirección de la Meca y tocando el suelo con la frente después de meter un gol, o cuando Messi la mete por fin en el partido contra Nigeria cuando se jugaba su pase a octavos, y corre y se arrodilla y con ambos brazos elevados, los índices apuntando arriba, mira al cielo y ve a Dios (los feligreses de la Iglesia Maradoniana le hubieran dicho que bastaba con mirar a la tribuna, desde donde el “verdadero mesías” festejaba insultando a los nigerianos y haciendo gestos obscenos).
En el fútbol, como en la vida, la superstición se funde y se confunde con la fe. No sé quiénes son peores, si los fanáticos o los futbolistas. De este lado, el de los fanáticos, se habla de maldiciones y cábala, se hacen cálculos y apuestas en base a nociones como la de “la maldición del campeón”. La maldición es así: el campeón del mundo nunca llega a octavos en el siguiente mundial. Por ejemplo, España, que ganó en 2010, no llegó a octavos en 2014; Alemania, campeón den 2014, fue eliminada en la fase de grupos en 2018, etc. Mi madre, hasta hace poco, se rehusaba a ver en vivo los partidos de Uruguay porque, según ella, les traía mala suerte. Muchos fanáticos tienen rituales para asegurar que la buena suerte acompañe a su equipo, o para alejar el k’encherío, como usar siempre la misma polera para ver los partidos. Mi hijo está convencido de que este año Uruguay gana el Mundial porque las dos veces que ganó, Italia no estaba.
Los jugadores, por otro lado, están directamente mal de la cabeza. En un reportaje de la FIFA sobre los rituales supersticiosos de los jugadores profesionales se descubre lo siguiente: el antiguo arquero colombiano René Higuita insiste en usar calzoncillos azules para evitar la mala suerte en cada partido; el delantero alemán Mario Gómez usa solamente el urinal del extremo izquierdo cuando va al baño antes de un partido y se rehúsa a cantar el himno nacional, no sea que la calamidad caiga sobre el equipo; el jugador alemán Julian Draxler tiene que ponerse perfume antes de salir a la cancha; el inglés Dele Alli usa las mismas canilleras desde que tiene 11 años; el famoso Marcelo, de Brasil, siempre entra a la cancha con el pie derecho; los jugadores del equipo francés que ganó la Copa en 1998 piensan que les trajo buena suerte frotar la cabeza pelada de su arquero pajla; y Mario Kempes, delantero argentino que fue crucial para que Argentina ganara la Copa en 1978, lo atribuye a haberse afeitado el bigote (con bigote no goles, sin bigote, sí).
Todo esto nos lleva a preguntarnos: ¿habrá orinado Mario Gómez en el urinal equivocado para que su equipo, actual campeón del mundo, quedara eliminado en la fase de grupos? ¿Será que los problemas de Messi para rendir como se espera en este mundial tienen menos que ver con aspectos técnicos y más con su barba?
Los equipos africanos son conocidos como los más supersticiosos entre los supersticiosos, con rituales, talismanes y conjuros que usan para tener ventaja en cada partido. Algunos equipos africanos locales hasta incluyen a “brujos” en el plantel del club, con ítem pagado, para realizar rituales que ayuden a la victoria. Y, sin embargo, no hubo ritual, conjuro ni talismán que evitara que Senegal, el último de los equipos africanos con esperanzas de pasar a octavos, quedara eliminado. Y no solo eliminado, sino eliminado de manera histórica: por tarjetas amarillas. Por primera vez desde que la FIFA incorporó el tema de “fair play” para definir ganadores en caso de empates hace dos años, la norma se usó para determinar qué equipo quedaba segundo en el Grupo H. Así, Japón pasó por tener dos tarjetas amarillas menos que Senegal. Como una especie de karma, las instancias en que los jugadores de Senegal jugaron sucio en cada partido anterior vinieron a determinar, en el último partido, el resultado final.
Al fin y al cabo, como en la vida, el fútbol también a veces se define no por talismanes y fetiches, sino por valores: por un desempeño un poco más leal, por un esfuerzo un poco mayor. Y esa es la moraleja del día de hoy: mucha fe, sí. Pero mejor también a jugar limpio, por las dudas.