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Fórmula ganadora reiterada cuando más era necesaria

Colombia aseguró la clasificación con el mismo expediente que le sirvió para deshacerse de Polonia: tiro de esquina preciso a cargo de Juan Fernando Quintero y cabezazo furibundo de Yerry Mina. Así destrabó un cotejo que durante buen trecho se le hizo cuesta arriba, al punto de poner en jaque el pase a octavos de final.

Y es que durante todo el primer tiempo si hubo un equipo cercano al gol éste fue Senegal.

La exclusión de James Rodríguez luego de media hora de trámite (por lo visto ingresó lejos de la plenitud física) complicó el andar de los de Pékerman, vacíos de creación y, además, desbordados ante la velocidad y peso físico de un cuadro africano decidido, aunque sin poder de concreción.

Mané, Baldé y Sabaly se transformaron en un problema insoluble, aunque el principal de los escollos radicó en un elemento básico: los de camiseta amarilla veían pasar el balón y sufrían en la tarea —urgente, apremiante— de recobrarlo.

Se jugaba como los del DT Aliou Cissé pretendían.

Y de no ser que el VAR modificó una decisión inicial del árbitro serbio Mazic la cuenta pudo abrirse desde los doce pasos, a favor por cierto del hasta ese momento superior.

Enfrente, Radamel Falcao participaba poco y nada en razón a un tema ya advertido en presentaciones anteriores: la magra disposición a ser convenientemente asistido, con lo que su gravitación distaba de ser significativa.

En suma: Colombia contenía escasamente y elaboraba menos.

De no ser la evidente impericia nigeriana la igualdad con la que arribaron al descanso no hubiera existido.

Dicho sea de paso el encuentro transcurría, en ambos frentes, con la mira puesta en Volvogrado, donde Japón y Polonia también dilucidaban el destino del grupo.

El finalmente ganador modificó la actitud luego del entretiempo. Luis Fernando Muriel, para citar un caso, elevó su protagonismo, coincidente con un cierto conformismo de los “Leones de Taranga” en sentido de aferrarse al cero a cero como pasaporte a la siguiente etapa. Lo lamentarían.

Todo varió en las inmediaciones de la media hora. El ímpetu del zaguero central del Barcelona sorprendió a Niang y Kouyaté. El valor, una vez más, de la pelota quieta debidamente aprovechada.

Posteriormente Niang, Mané y Sarr dispusieron de oportunidades para emparejar, pero David Ospina —sobrio, serio, solvente— respondió como la circunstancia exigía.

Ha sido la colombiana una campaña en ascenso. Lograr el primer lugar de la serie refrenda la aseveración, más aún si el arranque fue con caída, frente al elenco nipón.

Sin embargo, deberá subsanar más de un aspecto. Ya no podrá permitirse regalar tramos de partido que le obligan a remar contra corriente. Asimismo, corresponderá afinar los circuitos, fundamentalmente aquellos referidos a las transiciones que demanda el proceso de defender y engarzar la faceta ofensiva. Del mismo modo tendrá que posibilitar un mejor desenvolvimiento de Falcao García y está claro que el camino pasa por integrarlo (sin que retroceda) al colectivo a partir de asociaciones efectivas, no aisladas a riesgo de disminuir —como ya se ha observado— su innegable instinto y bagaje de delantero punzante.

No deja de ser revelador que haya concluido la fase grupal identificando la eficacia de un defensor como la gran carta de peligrosidad.

Cuenta con atributos, individuales y colectivos, para exhibir otras facetas. Y cuando las recupere su abanico de potencialidad dará lugar, de seguro, a menor sufrimiento y, claro, a una proporcional inquietud adversaria.

Las victorias no dejan de incorporar lecciones. Y Colombia debe saberlo y asimilarlo.