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El arte de perder (carta a Micael)

Cuando eras pequeño te costaba mucho perder. Si era un juego de cartas, las tirabas todas al piso y te ibas a tu cuarto, enojado. Si era en un partido de fútbol contra tus tíos, te tirabas al piso en una cólera de patadas y puñetes sobre el pasto. Cuando empezaste a ver partidos de fútbol por la tele y tu equipo iba perdiendo, el berrinche no se dejaba esperar; a veces incluso apagabas la tele, furioso, antes de que terminara el partido. No podrías enfrentarte a la derrota.

El viernes 6 fue, según me dijiste después, el día más triste de tu vida. Estábamos en la Embajada de Uruguay viendo el partido contra Francia y, a medida que se hacía claro que perderíamos, tu desolación se hacía más grande. El gol de Antoine Griezmann, ayudado por el error de Muslera, fue lapidario y extraño, pues Griezmann no festejó su gol y tú y yo nos quedamos perplejos. ¿Te acuerdas cuando mirábamos los minutos finales y Giménez, el jugador del Atlético de Madrid, lloraba en la cancha? ¡Jugaba llorando! Yo me enojé con él, eso no es garra charrúa, dije, ¡no te puedes rendir!

El momento del pitazo final, cuando Uruguay estaba definitivamente fuera del Mundial, te acurrucaste en mis brazos y te soltaste a llorar, igual que Giménez. Y es que teníamos tantas ilusiones, lo sé… desde hace meses que ibas haciendo cálculos de los diferentes escenarios posibles que harían que Uruguay llegara a la final, desde hace meses que te sabes todos los nombres de los jugadores de memoria. Tu juego favorito últimamente ha sido pedirme que te diga un número del 1 al 23, y tú me respondes con el nombre del jugador correspondiente de la selección uruguaya. Sabes las fortalezas y debilidades de cada uno, sabes del proceso maravilloso que lidera el Maestro Tabárez… todo indicaba que este era nuestro Mundial. Teníamos esperanzas. Y, sin embargo, hay que decirlo, perdimos bien. Fue justa la derrota. No nos jugó en contra el árbitro, no nos robaron nada. Perdimos dignamente frente a un formidable adversario.

Si hubiera ganado Uruguay diríamos que “ganamos”. Entonces, ante la derrota, nos toca decir que perdimos, Mica. Perdimos tú y yo junto con nuestro equipo. Y eso es triste, es tristísimo y casi me dieron ganas de llorar contigo sobre la alfombra de la embajada sin importar que los periodistas nos enfocaban con sus cámaras, felices de contar con una imagen tan desgarradora para su noticiero del mediodía: niño de trece años llorando, abrazado de su madre ante la derrota de Uruguay.    

¿Sabes por qué no lloré? No lloré porque eso que dice el Maestro Tabárez, de que el camino es la recompensa, no es puro cuento. No es un eslogan bonito que repetimos para hacernos a los humildes, no es un dicho vacío para fingir grandeza. Es real. Y la derrota nos permite constatarlo de una manera que la victoria no podría. Así es el Universo, a veces no nos da lo que queremos, sino lo que necesitamos.

La vida misma es como un partido de fútbol; jugamos con la ilusión de ganar, pero en realidad “ganar” es relativo, en realidad lo que cuenta es jugar, el placer está en eso, en el juego mismo. Si el Mundial fuera una fiesta solo para el equipo que gana sería un campeonato de la miseria. Si la vida fuera solo para los ganadores, ¿qué sentido tendría? Sé que te enorgulleces de tu mamá escritora, de que lo que escribo se publique en el periódico, de que gane premios y me hagan entrevistas y se vendan mis libros, pero si te soy honesta, el currículum de mis fracasos sería mucho más largo y más sincero, pues son esos los que me han convertido en quién soy; cada carta de rechazo, cada beca no otorgada, cada premio que no me concedieron, cada trabajo que le dieron a otra persona, cada chico que no correspondió mi amor, cada vez que perdí aprendí algo y me hice más resiliente. Esa es la palabra clave, Mica. Resiliencia. Significa ser lo suficientemente flexible para que los golpes, en vez de romperte, te doblen un poquito y te hagan más fuerte.

En realidad la Copa del Mundo es como una utopía: nos ayuda a avanzar, aunque nunca lleguemos a ella. Llevamos adelante procesos de transformación aunque jamás veamos sus frutos, porque comprendemos que esos procesos y esas transformaciones son más grandes que nosotros. Eso es, por lo menos, lo que hacen los hombres grandes, los que cambian el mundo. Y Tabárez es grande. Tal vez el Maestro no viva para ver los frutos de su proceso, tal vez Uruguay no gane por muchos años más una nueva copa del mundo, pero Uruguay y su selección ya han sido transformados. Nosotros mismos hemos sido transformados. ¿Viste lo lindo que fue leer los comentarios de los hinchas que apoyaban a Muslera a pesar de su error, que le decían que una equivocación no borraba las incontables alegrías que le trajo a la selección? Yo te banco, Muslera, decían. ¿Viste esa foto en que Muslera y Godín levantan del piso a Giménez, para que no se rinda ni siquiera en la inminente derrota?  ¿Viste esa hermosa entrevista en que Griezmann declara que su amistad con los jugadores uruguayos del Atlético y su cariño por ese país son los motivos por los que no festejó su gol? Fueron momentos hermosos y aprendizajes que se nos revelan tan solo en la derrota.

Es una paradoja: jugamos (vivimos) por el placer de jugar, aún a riesgo de perder.

Sabes, hay una diferencia entre ganar y vencer: gana el que se lleva la copa (o el premio, o el trabajo, o la beca, o el amor de esa persona), pero vence el que jamás se rinde, el que no pierde el gusto por el juego, el que, ante la derrota, conserva la esperanza y la alegría. Como ese momento, unas horas después del partido, cuando saliste de tu cuarto en el que te habías encerrado para estar con tu tristeza y, mientras almorzábamos, dijiste: “entonces ganaremos la Copa América”.  Y un rato más tarde estabas jugando fútbol en el jardín con tu hermano y yo te escuchaba relatando tu propio partido: “viene Godín, se la pasa a Stuani, viene Laxalt, cabezazo para Cavani, Cavani para Suárez y… ¡GOOOOOOL!”

Esa alegría que recuperaste, esa esperanza que aún atesoras, esas son las pinceladas del arte mayor, el arte de la alquimia que transforma la tristeza en carácter y la derrota en lección; el arte que aprendiste por fin el viernes 6 tras el partido de Francia contra Uruguay por los cuartos de final del Mundial Rusia 2018: el arte de perder.