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La importancia del héroe

/ 11 de julio de 2018 / 11:40

Las estrellas encandilan con su fulgor y no nos dejan mirar a los cuerpos opacos que se mueven cerca de ellas haciendo maravillas en el universo; además, si estos objetos tuvieran ojos, seguramente tampoco podrían ver nada más que el resplandor de la estrella. Y no, no estoy hablando de los planetas que, efectivamente, tienen como centro a la estrella, sino de esos fenómenos alucinantes y oscuros que no se dejan mirar. Sucede lo mismo en el fútbol. Los astros que desean iluminar demasiado la cancha, convierten el resto del juego en una mancha oscura y, a simple vista, uniforme que no hace más que servir como lienzo para destacar su brillo.

Ese es el caso de Messi, por ejemplo, que juega lindísimo pero no hace equipo; ese es el caso de Cristiano Ronaldo, que encandila a un equipo lleno de rostros opacos que difícilmente notamos o recordamos. Es la historia de algunos grandes del fútbol que dejaron anonadados a los miembros de su equipo y, en momentos cruciales, no brillaron lo suficiente.

¡He ahí la amenaza del astro!

Sucede que una selección sin su estrella, a veces colapsa.

Croacia tal vez juega contra Inglaterra en las semifinales sin dos de sus hombres, dos de los capos, y eso provoca escalofríos en los que le vamos con todo al Vatremi.

En los últimos minutos del partido de cuartos, jugado contra Rusia, Subasic se lastimó la pierna y nosotros pensamos que ya no iba a jugar más en el partido, pero siguió adelante (aunque dejando ver su dolor). Versaljko, la camiseta 2 del equipo croata y jugador del Atlético de Madrid, también se lastimó; se retiró de la cancha y se fue a descansar. La situación causa vértigo, pues ambos se han lucido en la cancha durante esta Copa y posiblemente no participen en la importante semifinal. El arquero de la selección ha dicho que sí va a jugar porque no es nada grave lo que tiene; pero el lunes no ha estado en el entrenamiento de su selección.

Nos asustamos, se nos eriza la piel, nos da vueltas el mundo y tememos que se repita la historia de siempre: los favoritos de toda la vida a finales y aquellos que llegaron con gotas de sudor y con una barra no tan ampulosa, a pelear por el tercer lugar. Tememos que Croacia no pueda superar su tercer puesto ganado en Francia 98. Y es que ya tenemos antecedentes de lo que significa jugar sin una estrella en la cancha.

Que te quiten el fulgor duele, porque entonces todo se ve opaco y sin brillo.

Recordemos: Mundial 94, roja para Etcheverry, Bolivia pierde y se esfuman las expectativas de avanzar en la Copa; 2017, Perú al Mundial, Guerrero no iba a jugar; no había esperanzas hasta que le quitaron la amonestación; final de Alemania 2006, expulsan a Zidane, ¡dolor de cabeza, jaqueca y la derrota para Francia!; 2014, Neymar se lesiona y 7-1, ¡punto! ¡no hay más que decir! Si la estrella brilla demasiado todos la ven resplandecer y le dan la pelota. “Pasale la pelota a Messi”, publicidad de este año… Argentina fuera. Pero, entonces, si no hay estrella sobre la cual girar, los cuerpos flotan suspendidos en la negrura.

Sin embargo, cuando hablamos de Croacia no hablamos de estrellas; sino de héroes de carne y hueso que se lanzan a la cancha por una bandera.

Ninguno de los jugadores del equipo se deja mirar tanto como para opacar al resto de los cuerpos en la cancha, ninguno hace que todo gire a su alrededor. Modric, el capitán, se equivocó en un tiro libre y no pasó nada, todos adelante sin desmoronarse. Vida metió un gol y festejó quitándose la polera, lo que le costó una amarilla, pero no se condena su impulsividad, se celebra su gol como se hubiera celebrado el de cualquier otro. ¡Ojo! Los goles se celebran, no se endiosan. Subasic defendió el arco, incluso con la pierna mal, y lo defendió bien, pues estaba haciendo su trabajo y tenía que terminarlo. Y ni qué decir de Rakitic, ese capo que se carga todo el peso del partido pateando los últimos penales, lo hace como si fuera su trabajo de todos los días; sus compañeros confían en él y él responde como debe, metiendo gol. Estos chicos en entrevistas hablan de las cualidades de los otros jugadores y todos se sienten afortunados de jugar para su selección.

Son héroes nacionales.

Un héroe defiende a capa y espada, pero sabe que no está solo y realiza sus hazañas en equipo, junto a todos sus compañeros. El héroe en el fútbol suda la camiseta sin buscar que su partido, SU partido, sea inolvidable. El héroe sabe cuál es su lugar en la cancha y sabe cómo hacer bien las cosas desde ahí, desde su puesto; y en caso de que fuera excesivamente necesario, se mueve hacia donde lo dirige el partido, no porque ve una oportunidad de hacerse estrella, sino porque tiene que lucharla. Por eso la selección croata se gana mi respeto, sus jugadores mi admiración y su equipo mi apoyo; porque ellos saben a dónde quieren llegar en el Mundial como país, no como seres individuales.

Muy probablemente Vraljko no juegue la semifinal, pues tiene una esguince de rodilla y eso es cosa seria; tal vez Subasic no pueda defender el arco contra Inglaterra, todavía habrá que ver qué dicen de su estado. Sin embargo, el equipo croata encontrará la forma adecuada de acomodar a sus héroes para jugar otro buen partido defendiendo hasta el final la camiseta. Ojalá puedan jugar ambos, porque se merecen ese instante de gloria que la selección no vive desde Francia 98, pero si no lo hacen… Croacia encontrará la solución.

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‘Seúl, São Paulo’ o la patria esquivada

Una reseña de la novela 'Seúl, São Paulo' (Premio Nacional de la Novela 2019) del autor Gabriel Mamani Magne.

/ 12 de julio de 2021 / 09:16

“Nací un poco en los Andes.
Y mis demás partes nacerán en una isla”.
(Mamani Magne)

Abrimos el libro y, sin dificultad alguna ni resistencia, nos dejamos llevar. Transitamos por los ojos del protagonista hallando los retazos de lo que es (y no es) Bolivia, encontrando pistas de lo que el futuro le deparará (o no) al adolescente que nos guía a través de una historia simple pero potente. ¿Y qué es Bolivia?, nos preguntamos mientras seguimos al joven Pacsi haciendo su servicio premilitar en El Alto, mientras lo acompañamos en su paseo en el cual mira a los adolescentes de la Zona Sur que arrastran dejos del inglés en su español, mientras pensamos en Tunupa –el monolito de la familia Pacsi– para siempre quieto en medio de una sala que quiere modernizarse y en la cual a veces estorba. ¿Y en quién me convertiré cuando sea un adulto?, piensa el protagonista entre todas sus andanzas y nos deja observarlo mientras intenta responderse.

La novela escrita por Mamani Magne (Seúl, São Paulo, ganadora del Premio Nacional de Novela 2019) nos guía a través de una problemática difícil de tratar; pero lo hace de una manera llana, franca y despojada de complicaciones. Y es que su historia es sencilla, entretenida, alejada de almatrostes argumentativos; es una historia que se deja leer fácilmente. No obstante, como ya anunciábamos, el trasfondo que transitamos a través de sus páginas, detrás de las palabras, es complejo y las respuestas que se nos van tejiendo lo son aún más. La historia nos habla de los primos Pacsi. Uno de ellos, el protagonista, es un chico nacido y criado en Bolivia; mientras que el otro, Tayson, es hijo de bolivianos nacido en Brasil y criado hasta cierta edad allí. Ambos tienen diecisiete años, ambos están haciendo su servicio premilitar en la Fuerza Aérea y ambos, a puertas de la mayoría de edad, tienen que pensar en lo que harán próximamente con sus vidas. Ambos habitan Bolivia mientras intentan descifrarla.

Uno de los detalles que llama la atención en la novela, y que salta rápidamente a la vista trayendo a colación el tema de la identidad, es la dualidad que se presenta entre los dos primos. A pesar de ser integrantes en una misma familia, de cuasi compartir techo dada la cercanía de sus hogares y de transitar juntos una misma etapa de vida, los Pacsi presentan grandes diferencias que, con el tiempo, se van haciendo más grandes: Tayson ha crecido en Brasil, el protagonista no ha vivido en ningún lugar fuera de Bolivia; Tayson abandona el servicio premilitar, el protagonista persiste hasta terminarlo; Tayson –en algún momento– tendrá el deseo de escapar a Seúl, el protagonista algún día se embarcará hacia São Paulo. A medida que el tiempo pasa, los caminos del uno y el otro, así como sus identidades, se separan acercándolos cada vez más a la despedida definitiva en la cual cada uno encontrará los atisbos de la adultez, de su propia adultez.

Por otro lado, en esta novela, se muestran también las complejas capas que componen la identidad de todo ser humano. Entre esas capas hallamos algunas abismáticas, carentes de respuesta, capas en las que los personajes quedan suspendidos, abandonados a su suerte, despojados de certezas. “Cuando nos pregunta qué queremos hacer luego de graduarnos, todos dicen que entrarán al Colegio Militar. Yo guardo silencio”, afirma el protagonista en un pasaje en el que Vida, una de las chicas premilitares, pregunta por el futuro. Después de decirlo, se queda pensando, suspendido, dubitativo, buscando un sueño y encontrando, en su lugar, todo aquello que jamás querrá hacer: “No me veo yendo a la universidad. Tampoco trabajando de comerciante”.

Y la capa más compleja de la identidad, quizás, se encuentra en la búsqueda de la bolivianidad. Para entender quién es uno, pues, debe entenderse el semillero del cual brota: los orígenes, las raíces, la patria. Este tema se hace presente casi en toda la novela, aunque de manera un tanto discreta; hasta que Dino –el amigo sociólogo de los primos Pacsi– saca a la luz todos estos retazos de abismo y nos los lanza (a nosotros y a los otros personajes también) en la cara. “¿Bolivia de qué es intento fallido?”, pregunta luego de afirmar que todos los países de Latinoamérica son el intento fallido de algo; responde unas páginas después afirmando: “Bolivia es un intento fallido de no ser Bolivia”.

Bolivia, pues, parece ser el abismo en el que se flota buscando identidad y se encuentra de todo menos eso: identidad. Bolivia se esquiva. “Ni boliviano ni brasileño. Vos, Taycito, eres igual que nosotros: aymara”, afirma Dino cuando le preguntan de dónde parece Tayson, pues la bolivianidad parece no estar ahí, en el aymara. “Vienen de Achumani o Los Pinos, uniformados con sus mochilas Totto, con una lengua que apesta a inglés de CBA, un amaneramiento que parece decir soy boliviano pero no tanto”, piensa el protagonista al ver a los adolescentes de la Zona Sur, pues la bolivianidad tampoco parece estar ahí. ¿Dónde está entonces?

¿Dónde reside la bolivianidad? ¿En la cholita que el protagonista no elige en el prostíbulo “Las Claudinas”? ¿En la Fuerza Aérea donde se forja patriotismo a fuerza de odio hacia el chileno? ¿En las ganas de escapar a donde sea para no quedar atado a la tierra que a todos nos hace extranjeros? Seguramente reside en todos esos lugares, pero quizás reside más en esa sensación de que Bolivia no es Bolivia y el boliviano no es lo suficientemente boliviano. Y ahí, también, reside la identidad del que ha brotado de esta patria.

Seúl, São Paulo traza los problemas más profundos de la identidad, no solo del individuo, sino del boliviano (sobre todo del boliviano). Y lo hace con tal destreza y soltura que, a pesar de sentirse frente al abismo del ser y no ser, el lector no puede parar de avanzar en sus páginas.

Ariadne Ávila es escritora, autora de la novela El laberinto sin paredes (2016).

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Los habitantes del planeta-pelota

Todos y cada uno cambiamos de rostro para irnos por un mes a ese otro mundo.

/ 13 de julio de 2018 / 13:14

Cuando empieza el Mundial, el planeta se convierte en pelota y la vida se hace más emocionante para muchos habitantes de la Tierra (ya sea que su selección haya clasificado o no haya podido lograrlo). Dentro de ese planeta-pelota las realidades del día a día cambian de muchas formas, y todos, los que gritan y los que no gritan gol, se convierten en otros.

¿Quién seré durante la Copa, quién será el vecino durante el Mundial? Las posibilidades son infinitas, pero existe una respuesta que es siempre acertada: “serás otro(a)”. Te guste o no el deporte, te apasione o no el fútbol, la vida en el planeta-pelota te cambiará. No hay absolutamente nada que hacer al respecto. Y es que se respira un ambiente diferente en todas partes, se respira un aire lleno de emociones y movimiento.

El cambio de los más fanáticos es evidente y se nota a leguas. Si no han conseguido el dinero suficiente para irse a ver en vivo los partidos hasta otro país, están dispersos por la ciudad, ausentándose de la Universidad o el trabajo para no perderse nada, hablando a voz en cuello con todos sus iguales, causándose tortícolis de tanto girar la cabeza en almuerzos, reuniones, cumpleaños infantiles y otras actividades similares para tratar de ver ese gol que definirá el destino del planeta-pelota. Ellos son los más enterados de muchas cosas; sin embargo, si de algo no se han dado cuenta es de que el fútbol es muchas cosas, y no todas ellas son fútbol.

Ahora sí podemos hablar de esos grupos grandes que aparecen en la época del planeta-pelota y que no necesariamente gustan del fútbol. Por un lado, están las (y también los) que miran partidos de Alemania, Brasil, Portugal y todos esos equipos que prometen mostrar hombres guapos y atléticos corriendo tras un balón. Saben lo que es un gol y ya está, tal vez le van al equipo de su crush platónico, pero nada más. Estas personas encuentran en el fútbol lo que otros y otras en Miss Universo, entretenimiento estético.

En el planeta-pelota también están los que han comprado un pasaje mental a la luna; esos que se casan justo a la hora del partido, esos que no tienen idea de lo que es el VAR y a los que no les preocupa que goleen a su propio país. No son gente mala, solamente son personas a las que nadie les ha dicho lo vivificante que es mirar a detalle el planeta-pelota. Son distraídos, eso sí. Muy, muy distraídos.

Entre los habitantes no futboleros del planeta-pelota también se encuentran esos que si no se pegan una etiqueta de “no entiendo nada de fútbol” es porque no se dan el tiempo de hacerlo. No son gente mala, pero sí ruidosa y molesta. Son esos que organizan una salida entre amigos justo a la hora de la final (no importa si es desayuno, almuerzo, cena, o comida de madrugada; cualquiera vale con tal de interrumpir el ritmo del planeta-pelota) y se enojan con todo el mundo porque nadie ha ido. No pueden decir que no les gusta el fútbol y ya, tienen que explicar lo espantoso que es habitar en el mundo cuando todos están en el otro mundo, el mundo del Mundial. Sin embargo, no se dan cuenta de que ellos también habitan ese mismo mundo, pero de otra forma, siendo los ruidosos que quieren “salvarnos”, ¿de qué?… No sé.

Un grupo cercano al anterior, pero mucho más complicado, es el de los que han entrado en negación. Sí, esas personas que le gritan al vecino lo horrendo que es el fútbol y lo poco interesante que les resulta; pero que miran de reojo absolutamente todo y se encierran en el baño a llorar cuando su selección (o la de su agrado) es eliminada. Éstos divierten por la notoria contradicción existencial que viven en la época del planeta-pelota.

Si nos vamos al otro extremo de arquetipos, nos encontramos con gente que ha perdido su evolución humana: hooligans, quema-banderas, desubicados y todos esos seres oscuros que mendigan un poco de la adrenalina que no pueden vivir porque no patean la pelota en la cancha. Y es que esa es la razón de tanta rabia, de tanta locura, no tener el control. Existe una locura sana, que consiste en festejar, en llorar, en gritar; pero la que ellos muestran es enferma. Aman a su selección y toman cada partido como una cuestión de vida o muerte.

Este último grupo existe también en el mundo de todos los días, pero es en el planeta-pelota que se encuentran y comienza la guerra mundial.

Otro de los grupos es el de la gente que cambia de rostro durante la época del Mundial sin querer: aquellos que, por una u otra razón, se hacen virales. Es el caso de la chica “Hablo español, pendejo”. Si no la conoces todavía, es una mexicana de padres coreanos a la que un youtuber quiso molestar riéndose de “su equipo”; ella se enojó y le respondió hablándole en español a la cámara del celular. La chica ahora tiene un canal de YouTube en el que solamente hay un video y ya tiene más de 10.000 suscriptores. Se hizo viral y ahora será famosa en el mundo de YouTube.

Así, cada quien, queriendo o sin querer, habita a su manera en el planeta-pelota. Ya sea un amante enloquecido del fútbol, o uno de esos distraídos que parece habitar en Marte, todos y cada uno cambiamos de rostro para irnos por un mes a ese otro mundo. Un ejemplo de ello es que en Rusia se han prohibido los celulares en las iglesias durante las bodas que se celebren a la misma hora que un partido. ¿Quién se casa a la hora de un partido del Mundial?, seguramente un par de distraídos. Sin embargo, ¿quién ignora a su primo el día de su matrimonio?, seguramente una de esas personas que viven en el planeta-pelota con emoción y felicidad.

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El nombre del mundo es Fútbol

¿Qué tal si la Copa se la lleva Bélgica, o si se la lleva Croacia? ¡Sería un golazo! ¡Vamos Croacia!

/ 9 de julio de 2018 / 14:09

Ahora que nos aproximamos al final del Mundial y nos encontramos con dos equipos no tan favoritos entre los que siguen de pie, es hora de hablar de aquello que el mundo necesita: un nuevo campeón cuyo nombre hayamos pronunciado poco.

¿Por qué?

El fútbol es más que un simple deporte, es una pasión y una nueva forma de probar la superioridad de unos sobre otros (veredicto necesario para complacer nuestras necesidades animales). Gestado en diferentes culturas que no tenían ningún tipo de contacto (aztecas, chinos, romanos, etc.), este deporte siempre ha significado mucho más que un juego entre dos equipos con barras. A lo largo de su historia podemos ver las repercusiones que ha tenido, no solamente sobre el ser humano como individuo, sino sobre las relaciones entre los hombres. Los aztecas, por ejemplo, jugaban un deporte similar al fútbol en el que el equipo perdedor era sacrificado. Sí… ¡Sacrificado! En el fútbol de carnaval, practicado en las Islas Británicas, todo se valía para llevar la pelota a la meta contraria, todo menos el asesinato (y si lo prohibieron debió ser porque en alguna época alguien no tuvo remedio en asesinar para ganar el juego); los equipos de éste eran conformados, a veces, por pueblos enteros.

En la actualidad, cuando se pone en juego la camiseta de un país es casi lo mismo (si no lo mismo) que poner en juego la bandera. No juega una selección a sueldo, juega un país entero que pone todas sus esperanzas en ser el mejor y muchas veces juega un continente entero que quiere demostrar que puede; por eso los bolivianos, después del 94, apoyamos a Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia y, este año, a Perú en los mundiales.

Dos repercusiones fuertes son las que ha tenido siempre el fútbol en el mundo: una, el sentimiento de pertenencia que ha creado en sus participantes e hinchas, y otra, las consecuencias de su resultado en el mundo real.

El fútbol se sale de la cancha y se va hasta las venas de la humanidad. Por algo existen las hinchadas y por algo los hooligans realizan peleas organizadas en las que cada bando defiende a los golpes a su equipo. La selección que tiene cada país es la cara física que le muestra al mundo, sobre todo en tiempos de copas, y sus goleadores son héroes nacionales que se ganan el reconocimiento de todos. Paolo Guerrero es el nuevo guerrero peruano, ejemplo de ello son los memes e imágenes que hicieron en Perú después de las inundaciones, en las que pusieron al jugador como salvador de la patria; Messi es el héroe que en este Mundial no luchó a la altura y que por eso se le reprocha; Didier Drogba fue EL HÉROE, no en vano ha sido nombrado como “Embajador de Buena Voluntad”… ¿se acuerdan de Drogba, aquel jugador de Los Elefantes que ha donado una considerable cantidad de dinero a la caridad?, ¿quién no se acuerda de ese grande? ¡He ahí el poder del fútbol! En medio de una guerra civil, Drogba llevó a su país (Costa de Marfil) por primera vez al Mundial. Después de la victoria habló para su gente ante las cámaras pidiéndole que se uniera y dejara la guerra; gracias a él se detuvieron las peleas y un año después se declaró la paz.

¡El fútbol hace al mundo!

Por otro lado, cuando un país que suena poco llega al Mundial es un motivo de celebración y festejo, porque una nación ha subvertido el orden de las cosas en el mundo para posicionarse entre “los grandes”, convirtiéndose así en uno más de ellos. Y, aunque el resto de patrias que no pertenecen al jet set futbolero estén todavía mirando desde afuera, la hazaña se celebra igual, porque en ella está ese susurro que dice “la siguiente nosotros la podemos lograr, nosotros también podemos ser parte de los más capos del mundo y tener nuestro propio goleador/gladiador”.

El mundo necesita a un nuevo campeón porque, hasta ahora, la Copa se la han llevado a casa ocho países que se han ido pasando la pelota entre ellos. Alemania y Argentina, dos de los ganadores de Copas, ya quedaron fuera; Brasil, Uruguay y España también se fueron; Italia ni siquiera se clasificó. Ahora quedan Inglaterra y Francia, dos poderosos equipos. Pero… ¿qué tal si la Copa se la lleva Bélgica, o si se la lleva Croacia? ¡Sería un golazo! Y es que el mundo necesita refrescarse de vez en cuando, encontrar la posibilidad de igualdad, hallar nuevos nombres en el mapa que den certeza de que “todos podemos” y tenemos el mismo derecho a existir y triunfar que aquellos países cuyos nombres, capitales, jugadores de fútbol, etc. conocemos de memoria.

¡Este Mundial, quisiera gritar el nombre de Croacia! Porque es un país que ha jugado bien, con un equipo sólido y cuyo arquero, a pesar de lesionarse en el último partido, ha impresionado. Además, porque los croatas no han podido jugar un Mundial como Croacia hasta Francia 98, cuando ganaron el tercer lugar; antes de eso, varios de los jugadores se tuvieron que poner la camiseta de Yugoslavia, hasta que el 91 lograron ser una república independiente. Merecen reconocimiento por ser un equipo joven. Otro motivo por el que “Croacia” sería un buen campeón es la frescura del equipo. Croacia es un nombre que no se ha gastado en el fútbol y que nos devolvería la fe a aquellos que nos resignamos a mirar la Copa como un sueño lejano.

¡Qué se subvierta el orden del mundo con el fútbol! ¡Vamos Croacia!

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El nombre del mundo es Fútbol

¿Qué tal si la Copa se la lleva Bélgica, o si se la lleva Croacia? ¡Sería un golazo! ¡Vamos Croacia!

/ 9 de julio de 2018 / 14:09

Ahora que nos aproximamos al final del Mundial y nos encontramos con dos equipos no tan favoritos entre los que siguen de pie, es hora de hablar de aquello que el mundo necesita: un nuevo campeón cuyo nombre hayamos pronunciado poco.

¿Por qué?

El fútbol es más que un simple deporte, es una pasión y una nueva forma de probar la superioridad de unos sobre otros (veredicto necesario para complacer nuestras necesidades animales). Gestado en diferentes culturas que no tenían ningún tipo de contacto (aztecas, chinos, romanos, etc.), este deporte siempre ha significado mucho más que un juego entre dos equipos con barras. A lo largo de su historia podemos ver las repercusiones que ha tenido, no solamente sobre el ser humano como individuo, sino sobre las relaciones entre los hombres. Los aztecas, por ejemplo, jugaban un deporte similar al fútbol en el que el equipo perdedor era sacrificado. Sí… ¡Sacrificado! En el fútbol de carnaval, practicado en las Islas Británicas, todo se valía para llevar la pelota a la meta contraria, todo menos el asesinato (y si lo prohibieron debió ser porque en alguna época alguien no tuvo remedio en asesinar para ganar el juego); los equipos de éste eran conformados, a veces, por pueblos enteros.

En la actualidad, cuando se pone en juego la camiseta de un país es casi lo mismo (si no lo mismo) que poner en juego la bandera. No juega una selección a sueldo, juega un país entero que pone todas sus esperanzas en ser el mejor y muchas veces juega un continente entero que quiere demostrar que puede; por eso los bolivianos, después del 94, apoyamos a Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia y, este año, a Perú en los mundiales.

Dos repercusiones fuertes son las que ha tenido siempre el fútbol en el mundo: una, el sentimiento de pertenencia que ha creado en sus participantes e hinchas, y otra, las consecuencias de su resultado en el mundo real.

El fútbol se sale de la cancha y se va hasta las venas de la humanidad. Por algo existen las hinchadas y por algo los hooligans realizan peleas organizadas en las que cada bando defiende a los golpes a su equipo. La selección que tiene cada país es la cara física que le muestra al mundo, sobre todo en tiempos de copas, y sus goleadores son héroes nacionales que se ganan el reconocimiento de todos. Paolo Guerrero es el nuevo guerrero peruano, ejemplo de ello son los memes e imágenes que hicieron en Perú después de las inundaciones, en las que pusieron al jugador como salvador de la patria; Messi es el héroe que en este Mundial no luchó a la altura y que por eso se le reprocha; Didier Drogba fue EL HÉROE, no en vano ha sido nombrado como “Embajador de Buena Voluntad”… ¿se acuerdan de Drogba, aquel jugador de Los Elefantes que ha donado una considerable cantidad de dinero a la caridad?, ¿quién no se acuerda de ese grande? ¡He ahí el poder del fútbol! En medio de una guerra civil, Drogba llevó a su país (Costa de Marfil) por primera vez al Mundial. Después de la victoria habló para su gente ante las cámaras pidiéndole que se uniera y dejara la guerra; gracias a él se detuvieron las peleas y un año después se declaró la paz.

¡El fútbol hace al mundo!

Por otro lado, cuando un país que suena poco llega al Mundial es un motivo de celebración y festejo, porque una nación ha subvertido el orden de las cosas en el mundo para posicionarse entre “los grandes”, convirtiéndose así en uno más de ellos. Y, aunque el resto de patrias que no pertenecen al jet set futbolero estén todavía mirando desde afuera, la hazaña se celebra igual, porque en ella está ese susurro que dice “la siguiente nosotros la podemos lograr, nosotros también podemos ser parte de los más capos del mundo y tener nuestro propio goleador/gladiador”.

El mundo necesita a un nuevo campeón porque, hasta ahora, la Copa se la han llevado a casa ocho países que se han ido pasando la pelota entre ellos. Alemania y Argentina, dos de los ganadores de Copas, ya quedaron fuera; Brasil, Uruguay y España también se fueron; Italia ni siquiera se clasificó. Ahora quedan Inglaterra y Francia, dos poderosos equipos. Pero… ¿qué tal si la Copa se la lleva Bélgica, o si se la lleva Croacia? ¡Sería un golazo! Y es que el mundo necesita refrescarse de vez en cuando, encontrar la posibilidad de igualdad, hallar nuevos nombres en el mapa que den certeza de que “todos podemos” y tenemos el mismo derecho a existir y triunfar que aquellos países cuyos nombres, capitales, jugadores de fútbol, etc. conocemos de memoria.

¡Este Mundial, quisiera gritar el nombre de Croacia! Porque es un país que ha jugado bien, con un equipo sólido y cuyo arquero, a pesar de lesionarse en el último partido, ha impresionado. Además, porque los croatas no han podido jugar un Mundial como Croacia hasta Francia 98, cuando ganaron el tercer lugar; antes de eso, varios de los jugadores se tuvieron que poner la camiseta de Yugoslavia, hasta que el 91 lograron ser una república independiente. Merecen reconocimiento por ser un equipo joven. Otro motivo por el que “Croacia” sería un buen campeón es la frescura del equipo. Croacia es un nombre que no se ha gastado en el fútbol y que nos devolvería la fe a aquellos que nos resignamos a mirar la Copa como un sueño lejano.

¡Qué se subvierta el orden del mundo con el fútbol! ¡Vamos Croacia!

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El peso de ser segundo

Ser Messi no solamente es cargar el peso de ser un gran jugador, sino ser el mejor de uno de los mejores equipos.

/ 2 de julio de 2018 / 11:14

Es 13 de julio de 2014, Argentina llega a la final de la Copa del mundo y pierde. El segundo puesto no es tan malo, pero sí pesa… y mucho. Los jugadores, sin embargo, levantan la cabeza y salen con ese aire de “la hemos luchado hasta el final”. Tienen cierta frustración en el rostro, pero por lo menos llegaron donde llegaron y se ponen la medalla de segundos. Messi, en cambio, sale casi sin mostrar ningún gesto, sin ponerse siquiera la medalla que le corresponde, como si hubiera perdido absolutamente todo, hasta el alma, en ese partido, en el partido que casi, casi le permite tener entre sus manos la Copa del Mundo, pero no…

Cuatro años después, en junio de 2018, Argentina vuelve al mundial y su primer penal es pateado por el ídolo Messi. Todos miramos o escuchamos atentos, expectantes. ¡’La Pulga’ va a patear su primer penal en este mundial! Estamos nerviosos, emocionados, y… ¡Falla! El diez la ha cagado, como se dice en jerga vulgar (que siempre sale cuando uno está atento al fútbol). Hay esperanzas todavía, pero el equipo está jugando mal. Empata.

Inmediatamente, y decir inmediatamente en nuestros tiempos equivale a decir un segundo después, salen los memes de burla, los memes sobre Messi. El partido siguiente, el equipo juega igual o peor, y el mundo se alista para recibir con llanto, aplauso o altanería la salida de Argentina del Mundial. ¡Tal vez ni siquiera llegan a cuartos!

Maradona enloquece, los argentinos le echan la culpa de todo a Sampaoli y a Messi, los menos empáticos esperan con ansias el rostro del diez en todas las redes sociales después de que su país quede fuera de la Copa. Pero, por suerte, mucho más que por mérito, y contra todo pronóstico, Argentina pasa a octavos. La alegría no dura demasiado. ¡El equipo se despide del Mundial en el primer partido de octavos contra Francia!

¿Qué ha pasado con Messi, el diez argentino, ‘la Pulga’? ¿Va a volver a jugar para Argentina? ¿Va a seguir brillando como lo ha hecho hasta ahora? Él no dice nada. Toma un avión solo, sin hablar con la prensa, sin opinar, y desaparece de Rusia. Aquel comportamiento recuerda al Messi que quedó segundo en el Mundial Brasil 2014.

¿Altanería? ¿Falta de empatía con sus compañeros de equipo? ¿Falta de humildad?

Es necesario entender el peso que carga la estrella sobre sus hombros, el peso de ser Messi. Y sí, seguramente habrá quien diga: “También hubo un Maradona”, “También hay un Cristiano Ronaldo”, “También hay un Pelé”. Pero ser Messi no se compara a ser ninguno de esos otros grandes. ¿Por qué?

En primer lugar, y hablando solamente de hoy, los argentinos han buscado a quién señalar con el dedo para echarle la culpa de tal desgracia. No olvidemos que el fútbol es CASI TODO (así, con mayúsculas) para ese país ganador de dos copas mundiales, así que necesitan un chivo expiatorio para quitarse del alma ese fracaso que sabe a plaga. No les ha bastado con señalar a Sampaoli, el nuevo DT que tanto han criticado, han tenido que buscar a alguien más, y ese alguien es Messi. Incluso Maradona ha dicho que sin ‘la Pulga’, Argentina es solamente “un equipito más”. Y sí, lo ha dicho con un afán de glorificar al caído y defenderlo de las amenazas y de las burlas; pero solamente le ha puesto encima toda la mochila que podría llevar encima todo un equipo. Nadie perdona al diez.

Alemania, ganador de la Copa 2014, también se ha ido sin llegar siquiera a octavos, pero nadie crucifica a nadie. Por un lado está la superstición, “todos los campeones desaparecen al principio del siguiente mundial”, pero lo más importante es que no hay nadie a quien apuntarle el dedo porque nadie es Messi. Portugal, que tiene al otro grande del fútbol de hoy en día, también se ha ido y, no obstante, los memes y comentarios que han salido sobre Cristiano Ronaldo, que también los hay, no son tan graves. ¡Nadie le pone el peso del mundo sobre la espalda! Su juego se admira y se disculpa la derrota.

En Argentina, en cambio, está Messi y a él se le puede culpar de todo.

Aquí entra el segundo punto. Ser Messi no solamente es cargar el peso de ser un gran jugador de fútbol, sino ser el mejor jugador de uno de los mejores equipos, y que tiene, además, al fútbol como segunda religión. Por eso es tan complicada la derrota para ‘la Pulga’, porque además de estar bajo el ojo de todo el mundo, está bajo la camiseta de un país, y no cualquier país, sino uno de los más futboleros del mundo.

Por otro lado, y muy a propósito de la nacionalidad, Messi es el sucesor de Maradona, quien sí ha llevado una Copa Mundial a casa el 86. En cambio, Messi, siendo el diez de Argentina y el diez del Barcelona (otro gran equipo), a sus 31 años se ha ido del Mundial sin Copa. El rey se despide sin corona y a la sombra del rey anterior. ¡Eso sí que pesa!

Tal vez, y solamente hablo desde algo parecido a la empatía (o más seguramente la enceguecedora admiración), Messi ha cargado demasiado peso sobre sus hombros, el suficiente como para desplomarse y quedarse para siempre con ese título de Segundo (segundo del mundo y segundo de Argentina).

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