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Mario Martínez, La ‘jugada’ que nunca debió hacer

Lejos del deporte que fue su pasión, hoy a sus casi 58 años (nació en La Paz, el 12 de septiembre de 1961) afronta el peor momento de su vida, recluido en la penitenciaría de Desoto Annex en la Florida, EEUU.

/ 8 de agosto de 2018 / 16:14

Mario Emilio Martínez Guzmán es considerado el mejor tenista boliviano de la historia. En 1983 llegó al puesto 34 del ranking de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP), nunca nadie más del país pudo estar tan alto.

Lejos del deporte que fue su pasión, hoy a sus casi 58 años (nació en La Paz, el 12 de septiembre de 1961) afronta el peor momento de su vida, recluido en la penitenciaría de Desoto Annex en la Florida, Estados Unidos, sentenciado por abuso sexual a su pupila.

Su carrera en el tenis comenzó a los cinco años y su crecimiento fue codeándose con la obtención de campeonatos nacionales y sudamericanos. Su jerarquía tenística, un golpe de derecha agresivo y un revés con mucho efecto topspin, lo llevaron a la grandeza del deporte blanco mundial.

A los 19 años dio sus primeros pasos como profesional, entonces llegó hasta los cuartos de final del torneo Ribeiro Preto en Brasil de la ATP Challenger Tour, donde derrotó al colombiano Carlos Behar (6-3, 2-6 y 6-4), al chileno Beloux Prajoux (6-3 y 6-1) y al brasileño Cassio Motta (6-1, 4-6 y 6-4), aunque perdió contra el argentino Carlos Gattiker (1-6, 6-3 y 2-6).

En 1980 consiguió el primero de sus tres trofeos de la ATP World Tour —competencia que se situaba un peldaño menos que los Master 1000 donde juegan los mejores 50 del mundo, similar a un Challenger— en Bordeux, Francia, el 22 de septiembre. Los otros dos los obtuvo en Italia, el 5 de julio de 1981 en Venecia y el 31 de octubre de 1982 en Palermo.

Un año después inscribió su nombre en los libros históricos del deporte blanco al participar en Roland Garros de Francia, el segundo Grand Slam del año, donde perdió en la primera ronda contra el español Ángel Giménez por 4-6, 5-7 y 2-6.

Hasta 1984 jugó seis Grand Slams: cuatro en Francia (81, 82, 83 y 84) y dos en Estados Unidos —el US Open (81 y 82)—.

En sus cuatro primeras intervenciones fue derrotado en primera ronda y en las otras el deseo de avanzar más allá fue truncado por el exnúmero uno del mundo, el checo nacionalizado estadounidense Ivan Lendl. Primero en la tercera ronda en 1983 y luego en la segunda en 1984 con los parciales de 6-1, 6-0 y 6-1 que propulsaron a “Ivan el terrible” para obtener su primera copa de las ocho “grandes” de su carrera.

  • El sistema del departamento correccional de la Florida muestra en su lista de prisioneros al extenista Mario Emilio Martínez Guzmán.

Una lesión en la rodilla y el codo hicieron que Martínez tuviera que retirarse a los 24 años de los torneos profesionales, aunque por su desbordante talento todavía jugó como parte del equipo boliviano de la Copa Davis contra Cuba en 1988. Al caer por 3-2 la selección descendió al grupo II de la zona de las Américas en el torneo mundial.

Ya retirado, el tenista optó por dar clases particulares a niños y adultos en la Florida, en la ciudad de Boca Ratón, en el club Aaronson South County Regional Park.

En marzo de 2013 una de sus exestudiantes lo acusó de “tocarla inapropiadamente” y “obligarla a que él le hiciera sexo oral”, según el reporte de la oficina del ayudante de sheriff de Palm Beach, escribió el diario estadounidense Sun Sentinel.

El abuso sexual empezó cuando la muchacha tenía 15 años en 2006, según los registros penitenciarios, y siguió hasta sus 17. El padre de la menor dijo a los oficiales de la Policía que él también entrenaba con Martínez y lo conocía por décadas, de acuerdo con el periódico Palm Beach Post.

La defensa legal de Martínez en libertad fue después de pagar una fianza de 300.000 dólares. Pero luego fue condenado a 10 años de privación de libertad por los cargos de abuso sexual a un menor con el agravante de abuso de autoridad al ser su profesor.

De esa manera fue admitido en el instituto correccional Desoto Annex en Arcadia el 9 de noviembre de 2017 para cumplir con una sentencia que se contabiliza desde el momento de la acusación del fiscal, el 22 de enero de 2014.

En la prisión viven más de 1.000 condenados clasificados en la categoría de mínima seguridad, uno de ellos es Martínez. En sus instalaciones hay espacios para practicar el fútbol, fútbol americano, básquet y aparatos para hacer gimnasia.  

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La posta en los 5.000, de Pérez a Toroya

Después de 34 años, la posta de los 5.000 metros planos pasó de mando de Jhonny Pérez al de Daniel Toroya que consiguió un tiempo de 14 minutos, 00 segundos y 97 milésimas en el Campeonato Iberoamericano de atletismo en Trujillo, Perú.

/ 5 de septiembre de 2018 / 18:28

Después de 34 años, la posta de los 5.000 metros planos pasó de mando de Jhonny Pérez al de Daniel Toroya que consiguió un tiempo de 14 minutos, 00 segundos y 97 milésimas en el Campeonato Iberoamericano de atletismo en Trujillo, Perú, el 25 de agosto, superando los 14’06’’73 que parecían imbatibles.

Toroya, que proviene de una familia humilde, nació el 15 de marzo de 1992 en la provincia Guadalupe, Oruro.

De niño se dedicó al fútbol, pero sus aptitudes de resistencia y velocidad salían a relucir cuando en el colegio Gualberto Villarroel lo elegían para el juego de capturar la bandera.

“Desde un principio elegí las pruebas de fondo, en los 1.500 metros gané más de cinco medallas en los Juegos Plurinacionales”, recuerda.

Bajo la tutela de la destacada entrenadora orureña Nemia Coca, su técnica fue pulida como un diamante en bruto para soñar con alcanzar los Juegos Olímpicos Río 2014.

“Estaba a punto de lograr mi meta, pero al regresar de la Carrera Internacional de San Silvestre en Sao Paulo, Brasil, en 2013, me lesioné el tendón de Aquiles izquierdo”.

Aún los caminos de Toroya y Pérez no se iban a cruzar, pero ambos compartían en común entrenar con una lesión antes de escribir sus nombres en la historia boliviana de atletismo. Toroya por su tendón y Pérez por sus espolones en los talones derecho e izquierdo.

Pérez rememora que ser becado a Alemania para mejorar su técnica fue clave para conseguir la marca de los 14’06’’73 en el torneo Orlando Guayta de Santiago de Chile en 1984. “Obtuve la presea de bronce, fue difícil tener que pensar en el dolor y el tiempo en ese momento”, dice.

En cambio, Toroya al ingresar a la pista en Perú tenía dos objetivos trazados: el récord y la medalla de oro, que no le dejaron pensar en su lesión.

“En las últimas vueltas vi el reloj y que era posible mejorar el tiempo del gran Jhonny Pérez, ya no busqué lo segundo porque sino reventaría por la velocidad que se estaba imprimiendo”, comenta Toroya que no alcanzó el podio por un puesto, pero sí el récord.

Los 34 años fueron demasiados para que la posta pase de manos, dice Pérez, que expresó alivio al mencionar que ahora un joven será quien guíe a los atletas bolivianos a revolucionar el atletismo.

  • Lucrecia y Daniel Toroya, en la provincia de Guadalupe, en Oruro. Foto: Daniel Toroya

El cochabambino aún conserva el mejor tiempo en los 10.000 metros, con 29’05’’75 que logró el 28 de octubre de 1984, y en los 3.000 m con obstáculos de 08’58’’06, del 3 de noviembre de 1979.

Sobre esa vigencia si bien el presidente de la Federación Atlética de Bolivia, Marco Luque, argumenta que son marcas extraordinarias, éstas no han sido superadas porque los deportistas hacen una temprana transición de la pista a la calle —para participar en los maratones— por los premios económicos.

“La pista requiere técnica, analizar en qué curvas mantener la velocidad y en cuáles subirla; en cambio, en la calle solo aplicas la resistencia, sin la capacidad de convertirte en un atleta completo como lo era Pérez”, apunta Luque.

Toroya también es uno de los deportistas que ha optado por los maratones, tiene programado participar en la carrera de 10 kilómetros en Cochabamba, Santa Cruz y Pando de este año. Incluso entrenó en la laguna de Alalay faltando tres semanas para el Iberoamericano en Perú.

“Me estoy dedicando exclusivamente al deporte, no trabajo ni tengo ingresos de patrocinadores. Estar en esas carreras me ayuda a sobrevivir, pagar por mi comida y financia mis competencias nacionales e internacionales”, dice el oriundo de Guadalupe.

La necesidad se volvió un arma de doble filo para el orureño, que durante toda su vida se preparó primero en los caminos de piedra y rocas en su natal Guadalupe, para luego pasar a las pistas improvisadas de arcilla, aún no reglamentarias, y después a las plataformas aprobadas por el ente internacional de atletismo. Ahora nuevamente corre en el asfalto, que mejora su resistencia, pero descuida su velocidad.

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La familia Sarabia, talento sobre el pedal

Montados sobre sus bicicletas, los Sarabia dejan su huella por donde pasan. Rodar en familia primero surgió como una necesidad para transportarse y de a poco nació el talento que derivó en más de 100 trofeos.

/ 22 de agosto de 2018 / 16:27

Montados sobre sus bicicletas, los Sarabia dejan su huella por donde pasan. Rodar en familia primero surgió como una necesidad para transportarse y de a poco nació el talento que derivó en más de 100 trofeos obtenidos en competencia, el más reciente logrado por la más pequeña de la familia, Abigail, de 16 años, oro en la prueba de contrarreloj de ruta del Panamericano Juvenil de Ciclismo el 11 de agosto.

“Empecé a entrenar a mis 13 años, pero recuerdo que desde pequeña mi papá me llevaba sobre su bicicleta. El ciclismo es una pasión familiar”, dice la campeona panamericana que superó a las favoritas colombianas Erika Botero y Yésica Hurtado.

Ese resultado no fue casualidad, aunque la propia Abigail se sorprendió en la meta por su tiempo menor al de todas sus contrincantes.

“Entrenamos con mi papá dos meses antes en el Circuito Bolivia (cerca de la laguna Alalay, donde se llevó a cabo la prueba), él me corregía la forma de encarar la carrera, en qué tramos debía aumentar la velocidad y en qué curvas obtener los impulsos”.

La historia ciclística de los Sarabia comenzó por una necesidad, ya que José, el padre, tenía que trasladarse a su trabajo en la fábrica Duralit desde su casa en Quillacollo, por lo que se compró una bicicleta Robinson para recorrer los 14 kilómetros en total de ida y vuelta.  

Por curiosidad se inscribió a la competencia de ruta Vuelta a Quillacollo, que luego la ganó siete veces.

“Siempre me gustó el ciclismo, pero no de forma competitiva. Si bien conseguí buenos resultados, al final lo tuve que dejar para priorizar el bienestar de mi familia”, indica José.

Los torneos se cruzaban con sus horarios de trabajo y al final dejó las competencias, pero conservando una bicicleta para transportarse.

Al empezar el nuevo milenio, José se rehusaba a transmitir sus conocimientos a sus hijos José, Rebeca, Micaela  y Sharon, aunque solo las mujeres tenían curiosidad por la disciplina, pues el varón se abocó al fútbol.

“El ciclismo es un mundo muy competitivo, lleno de sacrificios durante el entrenamiento, la financiación que recibes es poca. Estás solo y tienes que pagarte por todo, incluso cuando tienes buenos resultados”, lamenta José.

Rebeca fue atraída por los trofeos que su progenitor tenía en la sala, por lo que fue la primera en seguir sus pasos. Sin consultarle y sin entrenar, se inscribió a un torneo municipal en Quillacollo.

“Ella no me dijo nada, eran solo tres niñas en competencia ,por lo que clasificó a la final que fue dos semanas después de la ronda preliminar. Así que desempolvé mi Robinson, salí a correr con ella y me convertí en su entrenador”, rememora su padre.

Rebeca ganó varios campeonatos municipales y ostenta más de tres torneos Nacionales en ruta.  

  • Abigail sarabia muestra en su mano derecha las medallas que ganó en el Panamericano. Foto: Fernando Cartagena

Después se sumaron al equipo Micaela y Sharon para “rodar” junto con su padre todos los días desde las 06.00 hasta las 12.00.

“Rebeca empezó todo, a mí me atrajo dar una continuidad a los sueños de mi padre que tuvo que dejarlos por nosotros, y después se volvieron los míos”, comenta Micaela, que tiene trofeos de los torneos municipales, de los Juegos Plurinacionales en ciclismo y dos Nacionales en ruta y pista.

Sharon aprecia, como todas sus hermanas, el sacrificio que su progenitor hizo por ellas para conseguirles las bicicletas y entrenarlas.

“Mi papá se pidió una licencia de su trabajo para estar con nosotras en la preparación para los Panamericanos, mía y de Abigail”, cuenta Sharon. 

El secreto de los Sarabia siempre fue conocer la ruta antes de cada competencia, por eso José acompaña a las cuatro muchachas cada vez que tienen que competir, ya sea en su auto o en su bicicleta, y de paso las protege.

“Los autos no tienen consideración con los ciclistas, uno de ellos me arrinconó y me caí cuando estaba en Sucre. La recuperación fue difícil, pero más fue estar alejada de mi bicicleta. No puedes proseguir sin levantarte”, dice Micaela.

Por eso y por otras circunstancias entrenar en familia tiene sus ventajas, cuenta Sharon, pero se saca más provecho en las competencias ya que la que tiene más resistencia de las cuatro —que generalmente es Rebeca— las lidera y para no desgastarse sola intercambian el liderato entre las cuatro, sobre todo cuando es una competencia de ruta.

Es así que la familia ha generado sobre los pedales un vínculo que fortalece sus lazos y les permite crecer como deportistas. 

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La familia Sarabia, talento sobre el pedal

Montados sobre sus bicicletas, los Sarabia dejan su huella por donde pasan. Rodar en familia primero surgió como una necesidad para transportarse y de a poco nació el talento que derivó en más de 100 trofeos.

/ 22 de agosto de 2018 / 16:27

Montados sobre sus bicicletas, los Sarabia dejan su huella por donde pasan. Rodar en familia primero surgió como una necesidad para transportarse y de a poco nació el talento que derivó en más de 100 trofeos obtenidos en competencia, el más reciente logrado por la más pequeña de la familia, Abigail, de 16 años, oro en la prueba de contrarreloj de ruta del Panamericano Juvenil de Ciclismo el 11 de agosto.

“Empecé a entrenar a mis 13 años, pero recuerdo que desde pequeña mi papá me llevaba sobre su bicicleta. El ciclismo es una pasión familiar”, dice la campeona panamericana que superó a las favoritas colombianas Erika Botero y Yésica Hurtado.

Ese resultado no fue casualidad, aunque la propia Abigail se sorprendió en la meta por su tiempo menor al de todas sus contrincantes.

“Entrenamos con mi papá dos meses antes en el Circuito Bolivia (cerca de la laguna Alalay, donde se llevó a cabo la prueba), él me corregía la forma de encarar la carrera, en qué tramos debía aumentar la velocidad y en qué curvas obtener los impulsos”.

La historia ciclística de los Sarabia comenzó por una necesidad, ya que José, el padre, tenía que trasladarse a su trabajo en la fábrica Duralit desde su casa en Quillacollo, por lo que se compró una bicicleta Robinson para recorrer los 14 kilómetros en total de ida y vuelta.  

Por curiosidad se inscribió a la competencia de ruta Vuelta a Quillacollo, que luego la ganó siete veces.

“Siempre me gustó el ciclismo, pero no de forma competitiva. Si bien conseguí buenos resultados, al final lo tuve que dejar para priorizar el bienestar de mi familia”, indica José.

Los torneos se cruzaban con sus horarios de trabajo y al final dejó las competencias, pero conservando una bicicleta para transportarse.

Al empezar el nuevo milenio, José se rehusaba a transmitir sus conocimientos a sus hijos José, Rebeca, Micaela  y Sharon, aunque solo las mujeres tenían curiosidad por la disciplina, pues el varón se abocó al fútbol.

“El ciclismo es un mundo muy competitivo, lleno de sacrificios durante el entrenamiento, la financiación que recibes es poca. Estás solo y tienes que pagarte por todo, incluso cuando tienes buenos resultados”, lamenta José.

Rebeca fue atraída por los trofeos que su progenitor tenía en la sala, por lo que fue la primera en seguir sus pasos. Sin consultarle y sin entrenar, se inscribió a un torneo municipal en Quillacollo.

“Ella no me dijo nada, eran solo tres niñas en competencia ,por lo que clasificó a la final que fue dos semanas después de la ronda preliminar. Así que desempolvé mi Robinson, salí a correr con ella y me convertí en su entrenador”, rememora su padre.

Rebeca ganó varios campeonatos municipales y ostenta más de tres torneos Nacionales en ruta.  

  • Abigail sarabia muestra en su mano derecha las medallas que ganó en el Panamericano. Foto: Fernando Cartagena

Después se sumaron al equipo Micaela y Sharon para “rodar” junto con su padre todos los días desde las 06.00 hasta las 12.00.

“Rebeca empezó todo, a mí me atrajo dar una continuidad a los sueños de mi padre que tuvo que dejarlos por nosotros, y después se volvieron los míos”, comenta Micaela, que tiene trofeos de los torneos municipales, de los Juegos Plurinacionales en ciclismo y dos Nacionales en ruta y pista.

Sharon aprecia, como todas sus hermanas, el sacrificio que su progenitor hizo por ellas para conseguirles las bicicletas y entrenarlas.

“Mi papá se pidió una licencia de su trabajo para estar con nosotras en la preparación para los Panamericanos, mía y de Abigail”, cuenta Sharon. 

El secreto de los Sarabia siempre fue conocer la ruta antes de cada competencia, por eso José acompaña a las cuatro muchachas cada vez que tienen que competir, ya sea en su auto o en su bicicleta, y de paso las protege.

“Los autos no tienen consideración con los ciclistas, uno de ellos me arrinconó y me caí cuando estaba en Sucre. La recuperación fue difícil, pero más fue estar alejada de mi bicicleta. No puedes proseguir sin levantarte”, dice Micaela.

Por eso y por otras circunstancias entrenar en familia tiene sus ventajas, cuenta Sharon, pero se saca más provecho en las competencias ya que la que tiene más resistencia de las cuatro —que generalmente es Rebeca— las lidera y para no desgastarse sola intercambian el liderato entre las cuatro, sobre todo cuando es una competencia de ruta.

Es así que la familia ha generado sobre los pedales un vínculo que fortalece sus lazos y les permite crecer como deportistas. 

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Bolivia es cuarto en el Mundial de ráquetbol

Es la primera vez que Bolivia gana una medalla de oro desde sus participaciones en los mundiales. En Corea del Sur 2004 solo obtuvo la plata. El equipo nacional recibió el reconocimiento de la afición.

/ 20 de agosto de 2018 / 13:05

Con la presea de oro histórica de las bolivianas Yazmine Sabja y Valeria Centellas en dobles damas, y el bronce en varones de Roland Keller y Conrrado Moscoso, la delegación boliviana logró el cuarto puesto del XIX Mundial de Ráquetbol en San José de Costa Rica. 

En individuales, Sabja y Moscoso perdieron en cuartos de final, mientras que Carlos Keller y Jenny Daza no pudieron pasar los octavos. El resto se quedó en la ronda de 32 jugadores. 

El total de puntos acumulados de Bolivia llegó a 420, muy por debajo de México, que sumó 820, mientras Estados Unidos llegó a 620 y Guatemala a 430.  

En el Mundial de 2016, con 430 unidades Bolivia alcanzó el podio detrás de México (824) y Estados Unidos (670).

Es la primera vez que Bolivia gana una medalla de oro desde sus participaciones en los mundiales. En Corea del Sur 2004 solo obtuvo la plata.

En Costa Rica, las damas de Bolivia no eran las favoritas en dobles, ya que Sabja hizo equipo con Centellas recién después de los XI Juegos Suramericanos, en los que Centellas formó dupla con Daza.

La dupla nacional se clasificó como segunda del Grupo D al perder contra las colombianas Cristina Amaya y la boliviana naturalizada cafetera Adriana Riveros.

En la siguiente ronda, que fue de eliminación directa, comenzaron a encontrar el ritmo ideal de defensa y ataque para imponerse por dos sets a cero a las chilenas Carla Muñoz y Josefa Parada en octavos de final, y a las estadounidenses Khonda Rajsich y Sherryl Lotta en cuartos.

 El torneo se puso más complicado en las semifinales y las bolivianas cedieron el primer set con las guatemaltecas Ana Martínez y María René Rodríguez, pero consiguieron dar vuelta el marcador.

Lo mismo sucedió en la final contra las mexicanas Monserrat Mejía de la Torre y Alexandra Herrera, al entregar el primer parcial por 8-15. Desde ahí cada jugada se tornó tensa favoreciendo a las bolivianas que sumaron 15-14 y 11-2 para subir a lo más alto del podio.

“Tuve un día malo, es normal, aunque pude recuperarme para los dobles. Bolivia ha demostrado estar nuevamente en los sitiales altos del ráquetbol mundial”, dijo Moscoso, quien regresó ayer a Bolivia.

Moscoso junto a Roland estaban entre los favoritos junto a los mexicanos Daniel de la Rosa y Álvaro Beltrán, además de los estadounidenses Rocky Carson y el cinco veces campeón mundial individual Sudsy Monchik.

Tras un partido vertiginoso, los aztecas al final vencieron por 15-14 y 15-8.

Bolivia recibió el reconocimiento de la afición por la entrega de sus jugadores.

(20/08/2018)

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Nadadoras que vencen a la discriminación

Los logros y las medallas hacen que en Bolivia la natación sea una potencia gracias a atletas mujeres como Karen Tórrez, Katerine Moreno y Katerine Quintanilla.

/ 15 de agosto de 2018 / 18:29

A base de esfuerzo, tres generaciones de nadadoras: Karen Tórrez, Katerine Moreno y Katerine Quintanilla han puesto a su disciplina en lo más alto en el país y a nivel internacional superando discriminaciones por su género.

“Siempre hay el estigma de que al ser mujeres somos más frágiles”, indica Moreno, aunque ella durante su carrera no fue marginada gracias a los logros que obtuvo en el ámbito nacional e internacional de la natación.

Desde sus 14 años, Moreno tuvo un lugar privilegiado al ser la primera atleta boliviana en ir a unos Juegos Olímpicos, Seúl 1988, donde fue una de las más jóvenes y una de las primeras mujeres en competir en la disciplina, ya que antes solo los varones lo hacían.

 Esa vez el género le dio este destaque que en 2013 le valió un reconocimiento otorgado por el Comité Olímpico Internacional (COI) y un lugar en el museo del ente deportivo.

 Tórrez está consciente de que los varones obtienen más fácil el patrocinio de las empresas y tienen más protagonismo en la televisión.

“Con cada medalla, es más fácil que te consideren. Antes había menos muchachas en los entrenamientos, pero ahora somos más y estamos obteniendo mejores resultados que los varones”, menciona la valluna. 

  • (De izq. a der.) Katerine Quintanilla, Katerine Moreno y Karen Tórrez

 Ella comenta que antes de conseguir sus primeros podios sus padres la querían sacar de la natación debido a que le crecía la espalda.

Ese aspecto es una de las razones para las deserciones de las mujeres en el deporte, coinciden Moreno y su hija Katerine Quintanilla, ya que a los 14 y 16 años solo el 30% de las féminas continúa el camino para ser profesionales, según documental de televisión de la cadena ESPN W, en la que aparecieron las tres nadadoras bolivianas, en junio.

“Éste es mi reto como profesora, evitar estas deserciones porque son muchas chicas que tienen gran potencial pero simplemente lo dejan”, dice Moreno, quien desde hace 15 años es profesora del Club Samix en Santa Cruz. 

 Su hija Katerine acepta estos cambios físicos porque le otorgan halagos de sus compañeros de colegio.

“Me encanta tener mi cuerpo atlético, mis piernas torneadas y este físico de nadadora”, manifiesta. 

Sostiene que las bromas y las burlas de sus compañeros a veces cohiben su rendimiento durante los entrenamientos.

“Al ganarles a los muchachos, ellos se enojan y a veces no te quieren hablar. Por eso a veces no soy tan veloz como debería para darles el gusto, pero eso no me afecta en la competencia porque ahí pongo todo de mí”, explica la cruceña de 19 años.

Ellas se apoderaron de la natación y son consideradas como referentes y heroínas en la disciplina que en Bolivia gana cada vez más protagonismo cuando cada una de las sirenas destaca en las competencias. 

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