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Ver una película repetida amerita un buen cafecito

Argentina cambió de nombres, director técnico incluido, pero reiteró los mismos problemas de anteriores Copas América, clasificatorias y torneos mundiales. Esa, la primera conclusión.

Colombia también cambió, pero ayer, casi siempre, demostró solidez, claridad conceptual, funcionamiento y contundencia. Segunda deducción de lo acontecido en Salvador de Bahía.

Es posible que sea de nunca acabar el debate acerca de las insondables razones por las que la albiceleste, disponiendo del mejor del mundo, no alcance la jerarquía que dicho handicap debería suministrarle. Argumentos, de hecho, sobran. Acaso el más simple se vincule a una cuestión básica: en un deporte colectivo la articulación es imprescindible y supera a cualquier manifestación individual, por más estelar que ésta sea, por más que involucre el apellido Messi.Quedó claro, asimismo, que Carlos Queiroz tuvo una mejor lectura del partido que Lionel Scaloni. Lo ganó de antemano. Ejemplo: la presión que ejerció el cuadro cafetalero —sobre todo aquella sobre los costados— constituyó uno de los ejes para la resolución del juego. Eso implicó restar capacidad creativa al rival en salida y centro del campo. A partir del rol de Wilmar Barrios, bien secundado por Juan Cuadrado, los de casaca azul comenzaron a establecer superioridad —durante la parte inicial se hizo ostensible que existía un conjunto seguro de su rol, que solo careció de poder de definición— y a forzar el error, por lo que Rodríguez, Saravia y Lo Celso, algunos ejemplos del desconcierto, perdieron demasiados balones y la gestación se redujo a niveles preocupantes, al punto, por caso, que la intrascendencia de Di María obligó a su cantada sustitución durante el descanso.

Y eso que la temprana lesión de Luis Muriel obligó a una variante inesperada, pero que no resintió en absoluto el esquema. Al contrario, Roger Martínez ingresó para representar una pesadilla en la última línea; avasalló en cada mano a mano y completó la faena con un golazo, el de la apertura.

No dejó de extrañar, asimismo, que Argentina apele solo a un atacante neto, de área. Es cierto que la confianza sobre el desequilibrio que su capitán es capaz de urdir constituya el quid de la cuestión, pero Agüero denunció falta de compañía dentro de la zona decisiva. Y cuando ingresó Suárez el del Manchester City dejó la cancha. Para entonces el marcador ya era desfavorable y la organización (que en muchos pasajes tuvo más de desorganización) no fue alterada. Es decir, ni siquiera ante la emergencia el a la postre derrotado varió el libreto. No dejó de ser llamativo.

Es verdad que el fútbol despunta paradojas y en plena recuperación rioplatense, cuando un cabezazo de Otamendi exigió a fondo a Ospina y enseguida Messi desvió otro frentazo, Colombia asestó el primero de sus letales golpes. Ahí se puso a prueba el carácter del que sufría la desventaja y las respuestas se restringieron a un intento de Giovani Lo Celso, que pasó cerca del marco adversario. Muy poco.El triunfo lo abrochó Duván Zapata (también partió como suplente), que muy cerca del final, en plena área chica —contando con la pasividad de Pezzella y Otamendi— fusiló a Armani.

Otra vez, como tantas veces en el tiempo reciente, Argentina esparció rostros de desconsuelo, bronca e impotencia. Es que si se juega mal en tres cuartas partes del trámite el precipicio aparece como parada cercana, inminente. Por ahí, frente a un oponente menos compacto disimulaba el déficit, pero le tocó un debut complicado y reveló ostensibles limitaciones a la hora de exhibirse como equipo, como manifestación asociada. No deja de ser sugerente —tema también repetido— el desplome gradual de sus aquilatadas fichas personales debido al escaso grado de acople.

Colombia terminó con una racha que le era esquiva desde hace varios años. Fue incuestionablemente superior en todos los rubros: interrumpió circuitos, avanzó rápido y en bloque, supo replegarse y defenderse. Llegado el momento marcó distancia en dosis doble, para no dejar ninguna duda. Instaló de entrada, no sin esfuerzo, su poderío y arrebató a un siempre candidato —porque la historia así está escrita— la vestidura del que quiere y puede llegar lejos.Óscar Dorado Vega es periodista.