Sin euforia, Brasil levantó el telón de la Copa
Brasil no organizaba la competencia desde 1989. Las cuatro veces que Brasil hospedó el torneo (1919-1922-1949-1989) fue campeón. Esa sola estadística lo sitúa como favorito una vez más.
Hasta que no se invente algo verdaderamente nuevo, revolucionario, las fiestas inaugurales de los torneos pasarán así, de largo, casi inadvertidas, más una formalidad que un atractivo, con el público entre la indiferencia y las permanentes consultas al celular. Esta de la Copa América Brasil 2019 no fue muy distinta de otras docenas anteriores, en Sudamérica y alrededores: flojona, insípida. Una gran mescolanza de gimnastas, bailarines de cada país, fragmentos de músicas y danzas nacionales, fuegos de artificio, haces de luz en medio de la oscuridad, las banderas de cada país, niños con las camisetas de las selecciones… Lo habitual.
No emocionan. Lo bueno es que fue breve: 10 minutitos. Y que ya no hay discursos (para evitar una chiflada, la gente abuchea a todo el que represente la autoridad).
Luego nos frotamos las manos esperando que el bautismo futbolero superara ampliamente a la ceremonia. Pero Brasil-Bolivia fue tibiecito, como una prolongación de los cantos regionales. El resultado —Brasil 3 a 0— fue más elocuente que el juego. Los hinchas se guardaron los silbidos de los discursos para el final del primer tiempo. Brasil se retiró abucheado. Fue muy descafeinado lo suyo. Convengamos, ante todo, que se trataba del primer partido para ambos.
Estuvo Jair Bolsonaro en el palco, pero no acudió Evo Morales, políticamente ubicado en la antípoda del brasileño.
Eso fue en el Morumbí de San Pablo. De allí saltamos 2.000 kilómetros al norte. Soteropolitanos… Ese estrafalario apelativo reciben como gentilicio los nacidos en Salvador, capital de Bahía, aunque los compatriotas de otros estados simplifican y los llaman lisamente bahianos (es una nación amante de la concisión). La reina del noreste es la tercera urbe más poblada de Brasil, solo detrás de San Pablo y Río de Janeiro. Con el Gran Salvador reúne más de 4 millones de habitantes y es una de las cinco ciudades sede de la 46° Copa América. Salvador, que aquí estamos, acogió el partido más vibrante hasta el momento: Colombia 2 – Argentina 0.
“¿Hay clima de Copa…?”, nos preguntan. No, lejos de eso. El brasileño es futbolero, aunque menos de lo que se supone. Juegan mucho, lo hablan poco. La pasión no rebalsa. En el aeropuerto, ni un mínimo cartel avisa a los visitantes que aquí se disputarán cinco de los 26 partidos que tendrán en vilo al continente. No hay una guirnalda en las calles o un evento de alguna índole que acompañe la realización de la Copa.
¡Y vaya si hay torcedores en Salvador…! El Esporte Clube Bahía está considerado uno de los más taquilleros del país, con medias altísimas de público; en ocasiones, superiores a los grandes de San Pablo, Río, Belo Horizonte y Porto Alegre. En 1988, en un Bahía 2 – Fluminense 1 por la semifinal del Brasileirao concurrieron al Fonte Nova 110.438 hinchas. Y tiene otras marcas similares. El clima lo fabrica la televisión con centenares de enviados. Hay que llenar horas de programación y por eso la Tv trae ejércitos de noteros y opinadores. Luego, el aficionado le pondrá color desde las tribunas. ¿Mucho color…? Huuuummm… No tanto. Hay preocupación de los organizadores de que los estadios no se llenen. Se indicó que, en promedio, se habían vendido en lo previo el 65% de las localidades. No se nota. En el encuentro bautismal, por tratarse del debut de Brasil, siendo local y amplio favorito, el Morumbí de San Pablo distó mucho de llenarse: se vendieron 46.342 entradas, siendo la capacidad del estadio de 66.795, o sea un 69% de ocupación. No obstante, se alcanzó la taquilla máxima de un partido en Brasil en toda la historia: 5.822.961 dólares. ¿La explicación…? El promedio de cada boleto fue de 125,61 dólares. Salado…
Al día siguiente, con precios más bajos, Perú y Venezuela jugaron en Porto Alegre ante 11.107 hinchas. Para empeorar, son todos estadios gigantescos, que se ven todavía más vacíos. El calor vino de afuera. Lo pusieron Colombia y Argentina, que llevaron 35.572 espectadores. Esa sí ya es una concurrencia apreciable. En abrumadora mayoría, vinieron de sus países. Apenas un puñadito de locales. Desde luego, en algún partido se logrará un lleno, pero no será lo usual.
Brasil no organizaba la competencia desde 1989. Las cuatro veces que Brasil hospedó el torneo (1919-1922-1949-1989) fue campeón. Esa sola estadística lo sitúa como favorito una vez más. Eso y una fuerte selección con un impecable entrenador como Tite, cuyas credenciales ganadoras son abrumadoras. Aunque, según se vio ante Bolivia, sin Neymar es un conjunto muy terrenal, y no hay que descartar que Colombia o Uruguay puedan ganarle si se enfrentan. Igual, la baja de Ney no le mueve el cartel de amplio favorito. El futbolista brasileño no le teme al rótulo de candidato, suele justificarlo.
Una proyección de la Escuela de Matemática Aplicada de la Fundación Getulio Vargas, de alto prestigio en el campo educativo y de la investigación, dio como resultado que Brasil tiene un 51% de posibilidades de coronarse campeón. Los demás quedaron muy lejos: Uruguay 12%, Colombia 11%, Argentina 9%, Perú 6%, Chile 5%, Japón 2%, Catar, Ecuador, Paraguay y Venezuela 1%. Curiosamente, a Bolivia lo dejaron en cero. Con los cuatro primeros estamos muy de acuerdo, en ordenamiento y porcentajes. Argentina, sin Messi, quizás se equipararía con Chile. O menos. Si en la Fundación Getulio Vargas lo hubiesen visto jugar ante Colombia, seguramente bajarían a Argentina al nivel de Japón.
Será una Copa sin Neymar, pero con VAR. El bendito videoarbitraje debutó auspiciosamente en esta edición. Aún de reciente implantación, ya está funcionando muy satisfactoriamente, acaso más rápido de lo que todos esperábamos. En la reciente Liga Española el porcentaje de acierto con la nueva tecnología fue del 96,92%. Altísimo. Incluso más, los jugadores ya lo aceptaron y no se quejan: si lo determinó el VAR, así debe ser. También los árbitros incorporaron la herramienta y se avienen a ella cuantas veces fuere necesario. Les quita presión y los alivia de errores groseros. Ya no se cobran penales insólitos ni goles que no fueron, no se dejan impunes patadas alevosas pasadas por alto. ¿Cómo negarse a un recurso tan justo…? Los que estaban en contra se evaporaron. Además, ahora hay ocho personas para fiscalizar los fallos, cuatro en el campo y cuatro en la cabina del VAR. Es casi imposible que haya una equivocación grave.
En lo poco que llevamos aquí, observamos mucha tranquilidad social, alto nivel de actividad, los centros comerciales atestados, los bares y restaurantes colmados. No condice con las noticias que llegan de Brasil a nuestros países.