Colista, caótico y en terapia intensiva
Argentina es contradicción pura. Y la situación nace de su dirección técnica, incompetente para sacar provecho del recurso humano. Esa obnubilación se traslada al campo de juego, donde, a la luz de lo hasta ahora observado, el equipo deambula sin consistencia, carente de pases filtrados, nulo en sorpresa y presa fácil de ser frenado.
No alcanzaron los cambios en pro de acceder a la mejoría. Fueron cuatro en relación al debut, pero en varios momentos, como el sábado, la albiceleste aburrió y pecó de ostensible inefectividad.
Para colmo, Lionel Scaloni parece no terminar de reparar en la absoluta necesidad de ubicar a dos atacantes netos. Anoche, en el mejor (o en el menos deficiente) de sus pasajes retiró a Lautaro Martínez y dio lugar a Ángel Di María, tan errático como frente a Colombia. Incomprensible lectura de un entrenador aturdido, turbado y responsable en buen grado —porque su mensaje no es lúcido— de la anarquía que exhiben quienes él conduce o intenta conducir.
El encuentro no colmó la expectativa. De ambos lados hubo contribución para ello. El morbo de advertir si el candidato natural podía recuperar realmente dicha condición persiguió la atención, de punta a cabo, en el Mineirao.
Paraguay privilegió el conservadurismo. Cedió la iniciativa, pero nunca dejó de atender el posible error del adversario. Y así abrió la cuenta, explotando un carrerón de Miguel Almirón —la más importante de sus cartas— , cuyo centro empalmó sin marca Richard Sánchez.
La desventaja posicionó, una vez más, el desconcierto traducido en pases errados, falta de ideas y pelota empleada sin destino certero.
Argentina, luego de dos actuaciones, revela que juega contra su propia inoperancia. Si el oponente crea algo interesante, la estantería se remece y en ese oscurantismo Messi intenta ponerse la estructura al hombro, pero no termina de consolidar la tarea, porque el acompañamiento acertado aparece a cuentagotas, además de encontrarse con una marca escalonada que achica espacios y arrincona su talento.
En el arranque de la segunda fracción —merced a la incorporación de Agüero— el andamiaje superó por un rato la mediocridad. Alcanzó (tras la mejor jugada del encuentro) para arribar a la igualdad, VAR mediante, por mano de Piris, y Lionel desde los doce pasos cruzó el balón y repartió un analgésico de alivio.
No obstante, enseguida, Nicolás Otamendi barrió innecesariamente a Derlis González y Wilson Sampaio no necesitó acudir al video de asistencia. La víctima de la infracción no pudo con Franco Armani. Acción clave, decisiva.
La albirroja gozaba bastante menos de tenencia de pelota, pero irónicamente el recuento le asigna la mejor opción de aproximarse al triunfo: tiro libre de Rodrigo Rojas que motivó una doble tapada de Armani, a la postre el jugador más valioso del onceno.
La sensación es que el punto obtenido representa oxígeno. Y no más que eso.
Paraguay apenas sí necesitó de orden y disciplina táctica. No constituyen ingredientes de magra relevancia, pero bastaron para concluir la faena con nota de regular hacia arriba.
¿Aparecerá en algún momento el potencial que las individualidades le deben a Argentina como enunciado colectivo?
La pregunta no tiene por ahora respuesta fidedigna. Marcado por varios rendimientos indecorosos en relación a antecedentes y sin una línea definida de juego, el horizonte se vislumbra complicado. Y sin ánimo de arrimar pesimismo el chasco está ahí, acecha. No es síntoma nuevo —ya lo referimos el pasado domingo— pero los atisbos de recuperación no despuntan. Alarmas muy encendidas. Críticas por doquier. Ultima. Cuesta arriba por donde se le mire.
(*) Óscar Dorado Vega es periodista