Los penales y la maldición de comenzar disparando
Perú se instaló en la semifinal sin quemar jamás las manos del arquero Muslera. ¿Legítimo? Por supuesto que sí. Apostó sin disimulo a la instancia última, llegado el caso la encaró con absoluta efectividad de sus ejecutantes, tuvo un arquero que contuvo el remate del mismísimo Luis Suárez y mandó a casa a uno de los grandes favoritos..
Al margen, no inició la serie desde los doce pasos y —tal como antes lo sufrieron Paraguay y Colombia, que partieron rematando soñando convertir y terminaron eliminados— en Salvador desató la euforia tras la pelota final que Edison Flores hizo tocar con la red. Anécdota o no, así aconteció.
Y vaya que el fútbol concede revanchas. Hace exactamente una semana, el plantel de Ricardo Gareca era vapuleado por Brasil y Pedro Gallese resultó uno de los jugadores más criticados. Bastaron siete días para que las mieles inversas acariciaran a la banda roja y a su guardameta. La realidad transportada de un polo al otro sin estaciones intermedias.
El partido de ayer ofreció un primer lapso que no superó la barrera de lo discreto. Y eso representa escribir que las oportunidades de gol escasearon. Probablemente, la más clara se situó en un cabezazo elevado de Suárez, asistido por Valverde.
Uruguay se encargó de no dejar nunca solitario a Paolo Guerrero. Responsabilidad de José María Giménez y dicha precaución coartó virtualmente toda posibilidad peruana de generar verdadero peligro.
Vimos un juego en el que la generación era desplazada por la lucha en el centro del campo. Ahí se batalló con desorden y sin tregua. De Arrascaeta, por ejemplo, recién asomó en el último trecho del periodo y el equipo del Maestro partió al descanso con la sensación de cierta superioridad, pero, al mismo tiempo, seguro de estar debajo de sus reconocidas capacidades.
Ganó en atracción el segmento complementario. Uruguay optó por volcarse en campo ajeno y obligó al retroceso patente del rival. Valverde exigió a Gallese en un tiro libre: aviso primario. Godín, uno de los centrales, encarnó el talante charrúa y en una acción colectiva desvió a centímetros del área chica.
Hubo dos tantos (Cavani y Suárez) anulados por finas posiciones de adelanto y dentro de ese entorno la selección peruana identificó la manera de desembarazarse, capitalizando los naturales espacios originados en el adelantamiento celeste. Guerrero procuró desequilibrar, pero no obtuvo rédito, sobre todo porque careció de compañía, pero eso no restó a lo suyo la etiqueta de amenaza.
Y en la medida que el encuentro avanzó el a la postre eliminado pagó precio —físico y mental– al desgaste efectuado. Constituye casi una tónica la deformación estructural al cabo de un esfuerzo agudo y, además, sin resultado favorable.
Se produjeron varios lanzamientos de esquina, Uruguay descolgó artillería pesada, pero los defensores incaicos se dieron maneras de salir airosos. El noventa por ciento de la fracción tuvo como escenario la parcela del elenco que concedía prioridad a la faceta de resistir. Ello no modificó el cero.
Es muy posible que el más campeón del certamen necesitara de otra variante en ataque. Cierto es que los dos emblemas que normalmente presenta se las arreglan y hacen diferencia, pero —en el plano de la especulación y habida cuenta de la fisonomía del choque— la entrada de Cristhian Stuani supo a tardía.
Bastó que de entrada Gallese contuviera el envío de Suárez. De ahí en más toda la extrema ronda definitoria avanzó impecable. Uruguay excluido es la gran noticia de la Copa. Sin embargo, si se lo quiere apreciar desde otro punto de vista, los cuatro que ahora permanecen acreditan títulos que la actualidad de estos días se encargará de refrescar.
Cada partido es una historia. Y la escrita en el Arena Fonte Nova dirá que una aventura riesgosa —la de construir y fortalecer una trinchera cuasi permanente— culminó en éxito. Perú logró consumarla y celebra. Uruguay la sufre sin encontrar el esclarecimiento que insufle consuelo.
Oscar Dorado Vega
es periodista.