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Acuarela do Brasil (2019)

Barra da Tijuca, Río. Frente al hotel, una playa semejante a una inacabable autopista corre vastísima de norte a sur. Junto a la selva amazónica, la maravilla natural de Brasil. Y el sol siempre sonriendo, abrigando. Son 7.491 km de costa atlántica, casi una grosería. Y de ellos, varios miles de arena blanca. Los brasileños suelen decir que Dios hizo a Río para irse de vacaciones. Debe ser. Cuando Gaspar de Lemos, primer portugués en atracar su carabela en la bahía de Guanabara en 1502, vio esto se le habrán torcido los ojos: playas, montañas, lagunas, vegetación, fauna exótica, el Trópico metido en el aire… Algo divino había, sí. Por las mañanas vamos al estudio de televisión de Win Sports ubicado en lo alto de un morro, entre una espesa maraña de arbustos y enredaderas y se nos acercan bandadas de monitos tití, pequeños, huidizos, graciosos, veloces, trepan por cualquier lado. Buscan alimento, les encantan los limones. No se acercan, no agreden.

De la playa para adentro es otra cosa, menos romántico. La hiperpoblación de las grandes ciudades hace lo que hace: estragos. Si Gaspar de Lemos, Pedro Alvares Cabral o Fernando de Magallanes volvieran ahora no estarían tan encantados. “Río era la de antes”, dirían. Y fútbol también, el de antes. Porque como buenos portugueses, gustarían de la pelota. Y como perfectos futboleros, adorarían el pasado. El hincha de fútbol es, en general, un sujeto tecnologizado, que adora el celular, hacer sus operaciones bancarias por internet, pedir pizza por WhatsApp, buscar una dirección a través de Google Map, ver televisión en 4K, leer libros digitales, elogiar la modernidad en China, en Dubái… pero quiere que los partidos sean como en 1920. Vive aferrado a la edad de piedra futbolística. Que no haya VAR, que no cambien las reglas, que las tribunas sean de madera, que desaparezca el carrito de los lesionados, que la pelota pese dos kilos, y cuando llueve, tres.

Son como Jorge Brown, aquel inglesote criollo, nuestro Maradona, nuestro Messi de la prehistoria. Don Jorge (así se le decía, con respeto reverencial), fue el capitán del Alumni y de Argentina entre 1895 y 1911, año más, año menos. Se retiró al asumir como gerente de un frigorífico en el Interior. Un día de 1933 lo invitaron a dar el puntapié inicial de un gran partido en cancha de San Lorenzo y en ese momento aprovecharon para preguntarle: “Sigue viendo fútbol, Don Jorge…?”. Respondió con flema: “No, fútbol era el de antes”. De modo que del 33 al 2019 estuvo de más ir a la cancha, no había nada para ver.

Ese mismo apasionamiento por el pasado puede inducir a los jóvenes chilenos a pensar que en tiempos anteriores había en Chile muchos futbolistas mejores que Vidal. “¿Vidal…? Ja, ja… ¿sabes cuántos Vidal teníamos en mi época…?”. Lo mismo en Uruguay, algún veterano en este momento le estará diciendo a un chico: “Cuando yo era joven había cincuenta como Suárez y Cavani”. Y en Colombia pasará otro tanto con James y Falcao. Lo seguro es que antes hubo jugadores extraordinarios, ahora también.

La adoración de los brasileños por Messi es ya para un estudio sociológico. De chicos y grandes. Sospechamos que admiran al futbolista, pero aman a la persona. Que sea un sujeto simple, tímido, hogareño, siempre rodeado de su esposa e hijos, les encanta. Los seduce el antidivo, el padre de familia que a las 10 de la noche ha terminado de cenar y está viendo algo de televisión en el living con Antonela y los chicos. No terminan de procesar cómo un muchacho de 32 años, que entre junio de 2018 y junio de 2019, ingresó 127 millones de dólares (por salarios y patrocinios) y destronó al exboxeador Floyd Mayweather como deportista con más ganancias, esté siempre vestido con un vaquero y una camiseta normales, unas zapatillas que le da Adidas y tomando mate. Y si Leo ayuda a que Neymar vuelva al Barcelona (que lo hará) y su amigo recupera la felicidad futbolística, Brasil lo querrá más.

Thiago Silva, capitán brasileño, dijo el sábado en conferencia de prensa: “No vi a Pelé ni a Zico, para mí el más grande de la historia es Messi”. Y en su espacio dominical de la Folha de Sao Paulo, Paulo Vinicius Coelho dedica su columna al 10. Hace una defensa encendida y bien argumentada del rosarino. La titula “La era Messi” y escribe: “El fracaso de su selección no es suyo, sí del fútbol argentino”. El gran Tostao dice: “Es tan bueno que creo que hay una parte de la afición brasileña que quiere que gane la Copa él. Le gusta más Messi que la selección brasileña”. Pero Messi no ha aparecido todavía en su dimensión en este torneo. Estamos esperando por el jugador colosal capaz de malabares inimaginables. “No estoy haciendo mi mejor Copa América”, se sinceró.

Se fueron los primeros 22 partidos de los 26 de la Copa. Nivel aceptable de juego, ni uuuuuuuhhh ni decepcionante. Nulo clima de Copa en la población y en las calles brasileñas, incluso en sus medios. Si no juega Brasil no es tapa de los diarios casi ningún día. Se le dio el doble de repercusión al mundial femenino. Se disputa en ciudades enormes que siguen su pulso normal y no miran ni de reojo a la Copa. Si alguien le pregunta al conserje del hotel cuándo juega Brasil, no sabe responder, no tiene la menor idea. Ni se habla de esto. Solo los canales de televisión deportivos alimentan la expectativa. Y los aficionados llegados del extranjero.

Los brasileños, ni enterados. No aportan un hincha a los partidos en los que no juega su selección. La Copa, no obstante, es linda y la organización es buena, reúne los estándares emanados de los grandes torneos de la FIFA.

El superclásico Brasil-Argentina será el primer lleno de la Copa América: han volado los 60.000 boletos. La moneda le dio la suerte al Mineirao de Belo Horizonte. Allí será. Argentina mejoró un pelito, pero sigue siendo un experimento indescifrable, una obra de arte moderno, que uno no sabe si mirarla de frente, de costado o en plano inclinado. Por eso, Brasil sigue siendo ultrafavorito. Es un equipo normal, ya hecho. Con técnico, jugadores y plan.

La otra buena le tocó a Porto Alegre, que recibirá también un choque lleno de tradición: el clásico del Pacífico entre Chile y Perú. Veremos de nuevo al notable conjunto chileno, plagado de veteranos de entre 30 y 35 años, pero con corazón de adolescentes. Chile también es amplio candidato a pasar a la final. Y a nadie extrañe que pueda levantar su tercera copa consecutiva. Contra Brasil y en Brasil. O contra quien sea. Juega mucho La Roja.

Entre nosotros: la cancha de la Arena do Gremio presenta un estado lamentable, llena de pozos, pero no hay que decirlo porque se enoja Romildo Bolzán, el presidente de Gremio.

— ¡Está bárbaro el campo, don Romildo…!