La eficacia, antigua receta que no falla
Brasil es un conjunto práctico. Acrecienta, además, su convicción cuando el marcador lo favorece. Luce a momentos. Busca ser funcional, sobre todo en la ruta interior y a la hora de Dani Alves proyectándose también daña por afuera. Está instalado en la gala dominical del torneo que organiza y no hay demasiado que observarle, salvo ciertos vacíos en los que se desprende de la tarea y permite la reacción del rival.

Brasil atesoró lo realizado por Gabriel Jesús. Un gol y una asistencia que valieron el pasaporte a la final. Argentina, en cambio, dispuso de Lionel Messi solo a través de ráfagas —como aconteció durante toda la Copa— y si bien dichas intervenciones permitieron dos rebotes en los maderos no resultó suficiente.
El dueño de casa ganó por eficiencia y la definición supera la frontera de lo simplón: no dispuso de una gran cantidad de opciones —la prueba es que Franco Armani trabajó poquísimo— pero aprovechó las que se presentaron. Una vez en cada periodo. El mejor de los antídotos en función de aplacar a un rival que, en un caso, buscaba hacerse de la pelota; en el otro ofrecía el mejor rendimiento del partido y el empate no parecía cosa del otro mundo.
Todo comenzó con un arresto “canarinho” de intensidad. Una intención de hacer sentir iniciativa y dominio, a fuerza de tenencia de balón, argumento no equiparable mediante otros expedientes.
Hubo una amonestación tempranera (Tagliafico) de parte del árbitro Roddy Alberto Zambrano, quien seguramente se desempeña mejor como chef que en la cancha. La semifinal le quedó grande porque ignoró un claro penal a Otamendi en el área de Brasil —el VAR, anoche absolutamente inactivo, tampoco se dio por aludido— y más tarde le perdonó la vida a Sergio Agüero.
Concluyó dos a cero y la distancia, por lo que se observó, parece algo excesiva. Un tanto era, posiblemente, la diferencia más acorde a lo sucedido.
Circulaba un tanteo sin riesgos cuando Leandro Paredes se animó con un sorpresivo zapatazo de lejos que terminó apenas elevado.
La respuesta verdeamarelha llegó cargada de onda colectiva. Dani Alves se iluminó, Firmino intermedió lúcidamente y Gabriel Jesús resolvió sin dubitar, antes de los veinte minutos.
Argentina aguardaba que Lionel Messi —sin marca asfixiante y relativamente rodeado de oponentes— frotara la lámpara y algo de eso ocurrió cuando sobre la media hora sirvió un tiro libre, Agüero cabeceó, la trayectoria encontró al travesaño y el inmediato pique sobre la línea. Luego volvieron a asociarse y el rebote en Marquinhos alejó el riesgo.
La etapa inicial culminó mostrando al ganador irritado porque Casemiro no daba abasto en la contención y Arthur constituía un compañero cercano poco eficaz en esa misión. Y como Everton casi no intervino le dejó su lugar en el camarín a Willian.
Ahí, en el inicio del complemento, pudo advertirse la mejor expresión del cuadro que conduce Scaloni. Messi se soltó, Tagliafico pasó a desbordar en la franja zurda y un empalme del capitán dio en uno de los verticales.
La presencia de Di María representó la búsqueda de mayor consistencia al ataque porque Martínez estaba más en la borrasca que en el juego. La paridad daba la impresión de surgir en el Mineirao, pero los de Tite explotaron muy bien el adelantamiento adversario y en el contragolpe Gabriel Jesús se la dio a Roberto Firmino —mientras Juan Foyth, estático, no dejaba de reclamar infracción a Agüero— para liquidar el cotejo.
Brasil es un conjunto práctico. Acrecienta, además, su convicción cuando el marcador lo favorece. Luce a momentos. Busca ser funcional, sobre todo en la ruta interior y a la hora de Dani Alves proyectándose también daña por afuera. Está instalado en la gala dominical del torneo que organiza y no hay demasiado que observarle, salvo ciertos vacíos en los que se desprende de la tarea y permite la reacción del rival. El clásico continental volvió a desarrollarse friccionado, conversado y regado de tarjetas amarillas, pero en la verdad irrebatible hubo una preponderancia trasladada a las cifras. También en los factores de decisión: Gabriel Jesús desequilibró, y muy bien, hasta quedarse sin combustible. Lionel Messi no pecó de rendimiento apagado, pero tampoco resplandeció su magia. Argentina volvió a añorarla, como en tantas ocasiones…
Oscar Dorado Vega
es periodista.