La Copa está en poder del mejor
Los números apuntalan con certeza la campaña del campeón invicto. Anotó trece goles y recibió apenas uno —el de ayer—, desde el punto penal. Concluyentes.
Encaró la final dotado de paciencia. Quizás robustecido mentalmente por el antecedente de haber superado, en el mismo torneo, a Perú de modo aplastante. Es cierto que cada partido representa en sí un episodio distinto, pero la referencia era demasiada cercana. Y seguramente contribuyó a la planificación de Tite y a la ejecución de los suyos.
El cuadro de Gareca intentó repetir lo hecho ante Chile. De entrada pisó campo contrario sin timidez, distribuyó adecuadamente sus piezas, achicó espacios bajo la batuta de Tapia y Yotún. Además, complicó la válvula de salida brasileña poniendo a Cueva encima de Casemiro.
El local —bajo un panorama relativamente complejo— no perdió jamás la línea. Esperó su momento porque seguramente presumía que la oposición adversaria transcurriría en ese contexto y paulatinamente recuperó el balón, que hasta entonces aparecía repartido en posesión.
Brasil, a través de su inmensa historia futbolística, siempre apeló (por encima de los esquemas) a la calidad individual de sus jugadores y en el Maracaná lo ratificó, porque bastó que Gabriel Jesús provocara un zafarrancho (atracción de marcas, incluída) en el carril derecho del ataque y su centro encontró destapado a Everton que, de primera, gatilló enérgicamente.
Entonces, luego de un cuarto de hora más o menos denso, desató el nudo.
Y ahí nació otro cotejo: Brasil se cansó de tocar —generalmente bien— y mostró la funcionalidad de su rotación, que es un movimiento trabajado y por ello efectivo, en el que Arthur y Coutinho desplegaron una dinámica nada desdeñable. De hecho, el del Barcelona estuvo muy cerca del segundo y un frentazo de Roberto Firmino también acechó el marco de Gallese.
Sin embargo, fuera de contexto, Perú consumó un avance profundo, Thiago Silva tocó la pelota en el piso al interceptar un pase de Flores y Roberto Tobar, el árbitro, no dudó (el VAR avaló su decisión) para que Paolo Guerrero estableciera el empate.
Quedaba muy poco para el término de la fracción inicial y si algo deseaba fervorosamente la representación incaica era el descanso. Empero, antes Firmino recuperó (falla de Yotún), Arthur tomó la posta y Gabriel Jesús convirtió de frente al pórtico. El tanto no hizo más que poner en su debido lugar el desarrollo de la etapa.
El segmento final ofreció, nuevamente, el dominio inicial de la canarinha. Coutinho y Firmino —éste último en dos ocasiones— pudieron lograr el tercero, pero no sobrepasaron la frontera de la pretensión.
El conjunto de la banda roja miró el reloj y comprendió que debía acelerar. Lo ayudó la expulsión de Gabriel Jesús (segunda amarilla, mal mostrada) y fabricó dos opciones claras. Alisson desbarató un disparo de Trauco y un zurdazo de Flores terminó apenas desviado.
Richarlison y Milithao salieron del banco para otorgar un nuevo aire y multiplicar la obstrucción ante la inferioridad numérica. El encuentro apuntó hacia la última y desordenada intensidad. Ninguno, en todo caso, conseguía su propósito. El de Brasil era ejercer control y mantener la calma. El de Perú obtener la compuerta hacia la nueva igualdad por cualquier expediente. La batalla no permitió que afloraran ideas claras y, esencialmente, recursos expeditivos.
El epílogo estaba a la vista cuando Zambrano cometió una infracción sobre Everton que dio lugar a la pena máxima que Richarlison cambió por gol, luego de que el juez acudiera a la pantalla del video de asistencia. Tres a uno. Asunto concluído.
Al Brasil poseedor del título las cifras le cierran perfectamente. Lo sustenta su solidez. Por cierto que varias de sus figuras —comenzando por el inacabable Dani Alves— y, aunque no es del todo vistoso, cuando se decide a jugar exhibe transiciones definitivamente solventes, con auténtico destino de receptor destapado. Perú corroboró su desarrollo, constituyó un oponente muy digno pero en Río de Janeiro se impuso no solo el favorito, sino el que acopió lo necesario para inscribir por novena vez su nombre en el trofeo más antiguo del mundo.
(*) Oscar Dorado Vega es periodista.