Un sentimiento de hartazgo y frustración embarga a muchos ante el curioso enfrentamiento que llevan adelante las dos instituciones futboleras más arraigadas del país.
Unos, bajo un manto ortodoxo, han hecho causa de Estado el retomar la FBF a cualquier precio. Llamadas a la FIFA, visitas al presidente del Estado Plurinacional, llevan a preguntarse: ¿Qué está en juego? ¿Cuál es el objetivo del señor Guido Loayza para semejante cruzada a estas alturas de su vida, cuando él mismo anunció su retiro años atrás? Es que cada palabra que pronunció en el pasado se le ha convertido en boomerang: desde la anunciada jubilación hasta la sarta de lindezas de tono racial que soltó para menospreciar al presidente de The Strongest, César Salinas. Algo debió rajarse en los cenáculos del poder futbolero del país para que la consigna “cualquiera, menos Salinas” crezca tanto, al extremo de que consiguieron —no preguntemos cómo— que la FIFA envíe un destacamento de urgencia con todo el aire de desembarco virreinal para imponer un poco de orden entre la indiada insurrecta.
Eso sin mencionar lo que conlleva una campaña plagada de despropósitos y menosprecio. Pero ni la ridiculez del espectáculo (¿de verdad no podemos organizar una elección medianamente limpia? ¿O solo queremos elecciones a la medida?) impidió que se rasguen vestiduras y se desentierren las hachas de guerra. ¿Es, como en Macbeth, que “algo hay oculto que hasta los cielos se tapan las narices para no olerlo”?
En una nota previa, sugerí que a César Salinas se lo debía cuestionar por su magro desempeño como presidente de The Strongest. Se lo debería poner debajo de todas las lupas por la forma en que, se dice, obtuvo promesas de votos por aquí y por allí: a través de regalos y publicidad de sus empresas.
Cité las obras nunca realizadas para el Tigre, el manejo poco previsor del equipo y una anémica falta de organización que hace pensar que maneja nomás al club en familia. Este diario no me dejará mentir: ahí está la impugnación que realizó The Strongest tras perder por un gol contra Lanús en Buenos Aires por la presunta mala habilitación de un jugador. En plazo establecido se presentó a la Conmebol un papel tan mal redactado, que debió causar vergüenza ajena. Cosas como ésas son las que había que cuestionar al dirigente aurinegro, y no el color de su piel.
El refrán popular afirma que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer. Contra eso, sostengo que un Guido Loayza muy conocido es harto peor.
94: EL AÑO QUE VIVIMOS EN PELIGRO
Un problema dramático de nuestro ingeniero es que siente que el capital de prestigio que ganó por la clasificación al Mundial de USA, le alcanza y sobra para borrar cuanto pecado cometió esos años, y para replicarlos a perpetuidad. La auditoría solicitada por él mismo a Berthin Amengual, al 30 de septiembre de 1994 (después del Mundial), es puntual. Allí, en el inciso “a” del punto 2 se lee: “La Federación Boliviana de Fútbol no efectuó la declaración y el pago del impuesto al valor agregado IVA ni al impuesto a las transacciones sobre los ingresos obtenidos durante el ejercicio 1993, según lo establecen las disposiciones legales vigentes el monto cuantificado por impuestos no declarados ni pagados alcanza a Bs 1.555.089 importe que no fue contemplado en la preparación de sus estados financieros al 31 de diciembre de 1993 ni al 30 de septiembre de 1994. Esta situación coloca a la institución en una posición de alto riesgo por falta de contabilización y pago de impuestos e incumplimiento de deberes formales, haciéndose pasible a intereses, sanciones y multas”. Dicho y hecho. Ironías de la vida, la persona que pagó casi cinco millones de dólares en impuestos por el carnaval financiero que se inició en la era Loayza, fue… Carlos Chávez.
Hay más de esa especie: ese mismo informe establece que “viáticos, premios, sueldos y primas pagados a jugadores y cuerpo técnico sobre los cuales no se retuvo el 13% correspondiente al impuesto y que alcanza a Bs 367.739 más intereses y multas no cuantificadas por incumplimiento a deberes formales, no contempladas en sus estados financieros al 31 de diciembre ni al 30 de septiembre de 1994”.
Hasta aquí, mi impresión es que la palabra “escándalo” se queda corta para entender el manejo financiero en la gestión Loayza durante ese dichoso periodo. Pero donde el informe comienza a alzar vuelo es en lo referente a los ingresos obtenidos por la FBF por su clasificación al Mundial. En un primer momento, se procedió con la misma soltura de cuerpo a la hora de la retención (y pago de impuestos) por ingresos de diversas fuentes relacionadas con el Mundial entre enero y septiembre de 1994. Pero en el siguiente punto (numeral 3), el informe de Berthin Amengual toca el meollo que durante todos estos años, habiendo comenzado castaño, ya se tornó bien negro. Dice (textual): “No nos fue posible establecer en su totalidad la razonabilidad de los ingresos provenientes de la participación de la Selección Boliviana en el Campeonato Mundial de Estados Unidos 1994 mediante la aplicación de otros procedimientos de auditoría, debido a que no se nos proporcionó documentación que acredite los importes definitivos desembolsados por la Federación Internacional de Fútbol Asociado “FIFA”, estos ingresos alcanzan a Bs 9.182.465. Mencionamos, además, que no hemos recibido respuesta a nuestra solicitud de confirmación de la Federación Internacional de Fútbol Asociado, sobre los importes entregados a la Federación Boliviana de Fútbol por su participación en el Campeonato Mundial, aspecto que podría incrementar el superávit del periodo con el equivalente de 600.000 Francos Suizos” (un poco más de 460.000 dólares de la época). Éste es el tema que ha tenido a mal traer a tanto periodista y dirigente durante años por su persistente manto de misterio. Eso porque ni Guido Loayza, ni Marcelo Claure —las dos personas que manejaron esos recursos en forma de fondos y entradas— se han pronunciado con descargos serios y demostrables. ¿Raro…? ¿La algarabía épica que vivió el país abrió las ventanas de Jauja para dar lugar a una discrecionalidad financiera que hoy sigue pasando factura?
GANAR O GANAR. ¿POR QUÉ NO?
No solo fue un periodo que cubría a punta de sonrisas el desbarajuste. Fue también una época de abusos. Dos no pequeñas perlas de muestra: The Strongest y Bolívar venían representando al país en la Copa Libertadores, como campeón y subcampeón. Obtenida la clasificación contra los venezolanos, era necesaria una definición entre ambos a fin de decidir quién avanzaba a la siguiente fase. El tiempo apremiaba. El vasco Azkargorta trinaba porque sus planes de preparación eran picoteados de continuo por los dos clubes que requerían a sus seleccionados para sus partidos. No había acuerdo para disputar los dos juegos establecidos y el mal ambiente entre los dos clubes volvía a atizarse por otro mal paso unos meses atrás: el penoso caso del futbolista Juan Carlos Ríos, un pase que levantó olas y ronchas por doquier. Ríos era un jugador joven que despuntó con creces en Ciclón de Tarija. Tiempo antes, su padre, cuando el chico ya era algo más que una promesa, había reunido dineros para comprar el pase de su hijo al club tarijeño. Pagó diez u once mil dólares por ello. Más adelante, y en ese entendido, The Strongest se acercó al hombre y le compró el pase. Hasta ahí, todo parecía bien. Pero Ciclón tenía algo entre manos. Ocurre que transcurrido un año tras la compra del pase por parte del padre, se había dado un error pequeño: el hombre olvidó firmar un papel que ratificaba la posesión. Y como el chico había seguido jugando en Ciclón, ese club decidió por “resolución de directorio” recuperar el pase y desconocer la venta realizada al padre. Para ello se apoyó en que faltaba una firma…
Un “tecnicismo”, juzgaron abogados y comentaristas de la época, que en el espíritu de la ley y lo pactado no debía haber tenido peso legal. Peor si la resolución de Ciclón fue unilateral. Pero ahí fue que apareció otro actor: Bolívar, que se acercó a Ciclón y le compró el pase. Saltaron las tapas, temblaron cielos y tierra y se profirió toda la maledicencia del caso. “The Strongest no aprende. Así no se hacen las cosas”, dijeron en el bando académico a la cabeza de Mario Mercado. “Es cuestión de respeto, de ética”, pronunciaron en el lado aurinegro. El jugador habló: quería jugar en The Strongest. Su padre escribió una dramática carta en la que pidió al presidente de Bolívar que dejara sin efecto la compra del pase de su hijo, y que respetara su voluntad de jugar donde quería. No se oye, le respondieron. El caso fue a parar a los tribunales de la FBF, dirigida por Loayza. Allí, en las diferentes instancias, se dio lugar al “tecnicismo” de la falta de la firma del padre que hacía que el pase retornase a propiedad de Ciclón y, por ende, se diese por válida la transferencia a Bolívar. El exjugador y dirigente de The Strongest Eduardo Angulo alzó el grito al cielo: “esclavismo” dijo. Eso ocurrió en Bolivia el año 1993. En Europa, el año 1995, tras cinco años de batallas legales, el Tribunal Europeo de Justicia, a raíz del caso del jugador Jean Marc Bosman, a quien se pretendió hacer jugar donde no quería, falló a favor del jugador y cambió las reglas del juego de transferencias para siempre. Es que ayer, como hoy, se trataba de personas, no de mercadería… Demás decirlo, no fueron pocos los stronguistas que vieron la mano de Loayza en aquel fallo.
En ese ámbito enrarecido los dos clubes debían definir quién avanzaba en la Libertadores. Hasta eso, la selección ya iba camino de España de la mano de Azkargorta, a terminar su preparación. Tras varios intentos de negociación, finalmente Guido Loayza pudo sentar en una mesa a Jorge Sfeir Byron, presidente de The Strongest —quien todavía tenía la sangre en el ojo—, y a Mario Mercado Vaca Guzmán, presidente de Bolívar. Loayza lucía apurado porque en unas horas debía abordar el avión. La reunión transcurrió en absoluta reserva. El caso es que, con relativa rapidez, salió humo blanco en forma de un comunicado de cinco puntos. Los dos primeros aludían a las fechas de los dos partidos y las localías. El tercero establecía que… para el segundo partido Bolívar podía traer “a su costo” a cuatro de sus seleccionados. Es decir, se fijó que The Strongest jugaría ambos partidos sin sus cuatro seleccionados, a la sazón sus dos zagueros centrales Óscar Sánchez y Gustavo Quinteros, además del mediocampista Milton Melgar y el arquero suplente Gustavo Torrico.
Para la posteridad se puede decir que semejante extravagancia fue posible por la reputada habilidad de empresario de Mario Mercado, mientras quedó patente la pésima capacidad negociadora de Sfeir Byron. Sí… pero también cabe esta otra posibilidad: que Sfeir Byron hubiese decidido honrar a rajatabla el compromiso, tantas veces cacareado por ambos bandos, de apoyar a pleno a la selección incluso si eso pasaba por la debacle futbolística para su club: el primer partido —sin refuerzo alguno— lo ganó Bolívar por dos a uno. El segundo, 10 días después, y con un Bolívar reforzado por Julio Baldivieso —a la sazón la figura del partido—, Vladimir Soria, Miguel Ángel Rimba y Luis Cristaldo, es decir, toda su columna vertebral, se saldó con hecatombe: cuatro a cero a favor de los celestes. ¿Qué diría don Beñat San José de rarezas como ésta?
Lo que está claro es que esa argucia se plasmó durante la gestión de Guido Loayza, en una reunión a la que Mercado fue en compañía de Germán Jordán, mientras que Sfeir Byron acudió solo. Loayza, esa mañana, no fue presidente de todos los clubes bolivianos. No fue la persona que impusiera algo así como un “fair play”. Fue, siempre lo ha sido, un bolivarista más. Un microscópico sentido de justicia indicaba que ambos clubes debían jugar con sus equipos completos o no jugar. No podía ni debía considerarse como argumento el que Bolívar aportaba una mayoría de seleccionados. ¿Es que el dinero tenía y tiene que dictar el fondo y la forma…? Si iban a venir cuatro jugadores celestes, ¿por qué no podían venir todos? Eran días en que cada columna periodística, cada persona en la calle, cada medio e incluso los propios presidentes de ambos clubes, afirmaban a los cuatro vientos que debía ponerse a Bolivia primero y privilegiar al equipo del Bigotón. Pero a la hora de la hora, solo un club no temió a la derrota para cumplir eso. Y Loayza estuvo ahí para refrendarlo.
En Bolívar suele decirse, entre sus barras, que “Bolívar es Bolivia”. Me pregunto, le pregunto a Guido Loayza, ¿quién fue Bolivia esa mañana del 8 de abril de 1994 en el ex Sheraton? ¿Quién aceptó ser sacrificado, futbolísticamente hablando, para no perjudicar al seleccionado?
Éste es el tipo de salto para el que hoy se nos quiere imponer una sumisión casi canina. Y para colmo, al vacío.