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Pruebas de fuego

Siempre he sentido que The Strongest ha sido y es una cultura más que un mero club de fútbol, aunque apostaría mi cabeza a que ninguno de los chicos que fundaron la entidad —con el afán de jugar al foot ball, el juego que a fines del siglo XIX y comienzos del XX revolucionaba el mundo— ni en el más delirante de sus sueños concibió los baños de fuego que ese pequeño conglomerado, esa reunión de amigos que tenía por costumbre encontrarse en un quiosco de la plaza Murillo, iba a sufrir con el correr del tiempo.

Las historias de cómo en un día se cambió de “Strong Foot Ball Club” a “The Strongest Football Club” —el club de fútbol más fuerte, en traducción literal, y luego “Club The Strongest”—, o cómo se eligió los colores amarillo y negro en franjas verticales, son harto conocidas. La flamante institución encontró arraigo pronto entre la juventud de aquel entonces. El hecho de llegar bailando a las canchas, la alegría que desparramaban junto con la calidad de juego hicieron que desde su nacimiento The Strongest protagonizase los partidos más espectaculares y esperados de la época: primero con Nimbles, luego con Col Mil, más tarde con Universitario y, finalmente, con Bolívar.

El signo de la guerra —el más terrible de la humanidad— impuso a The Strongest su primera marca de fuego. La Guerra del Chaco estalló en septiembre de 1932 y, hasta su final en 1935, arrastró a Bolivia y Paraguay a una cruenta conflagración entre países pobres que solo en nuestro campo dejó unos 60.000 muertos. Es conocida la participación de los jugadores stronguistas en aquella guerra, pero no se ha destacado lo suficiente la participación del club mismo: desde el inicio, no solo los jugadores estuvieron entre los primeros en alistarse, sino que lo hicieron llevando la camiseta del club de sus amores debajo de la chaqueta de guerra. Fueron las madres, esposas y hermanas de esos stronguistas quienes organizaron colectas y en varios casos se alistaron como enfermeras para ir al frente. Cañada Strongest, la batalla que cambió el curso perdidoso de la guerra para llevarla a un empantanamiento, cuenta la participación de varios oficiales stronguistas en el centro de mando del teatro de operaciones, uno de los cuales, el día previo, dijo que había que actuar con la decisión y la valentía que mostraba The Strongest en la cancha para poder alzarse con la victoria. La reunión se cerró entre gritos de algarabía junto a vivas a Bolivia y a The Strongest. Es una historia cuyos detalles nos han sido narrados mejor por nuestros abuelos, que por la historiografía oficial. Pero el solo hecho de que la batalla misma, el más resonante triunfo boliviano en la guerra, fuese llamado para la posteridad como la Batalla de Cañada Strongest, puso al club boliviano de fútbol en un sitio inalcanzable para cualquier otro, incluso a escala planetaria.

Ese día, The Strongest sufrió su transformación más radical: de simple club de fútbol a una cultura de rasgos míticos, a una forma de ser, a una manera espiritual, mental y física de luchar y sobreponerse ante la adversidad. Las pérdidas del equipo fueron tantas, que la institución tuvo que pedir licencia del campeonato de fútbol del momento. Más tarde, terminado el conflicto, el heroísmo stronguista fue premiado con la cesión de terrenos en lo que hoy es el complejo de la Tomás Frías.

La adversidad no ha sido tacaña con The Strongest. Apenas habían pasado 18 años desde el final de la Guerra del Chaco, cuando, en 1953, un accidente de coche se llevó a tres jugadores, poniendo otra vez al club en vilo y ante la misión de reconstituirse.

Otros 16 años, y The Strongest volvió a sufrir otro terrible baño de fuego. El 26 de septiembre por la tarde, tras disputar un torneo en Santa Cruz, el avión que transportaba a casi la totalidad del equipo y cuerpo técnico, junto a otra gente, cayó en Viloco, en un sector llamado, como una ironía trágica, La Cancha. Corrían tiempos difíciles en el país. Ese mismo día, el general Alfredo Ovando Candia había lanzado su golpe de Estado contra el presidente Luis Adolfo Siles Salinas. La coincidencia horrible dio lugar a rumores que nunca fueron confirmados.

A The Strongest le tocó renacer por tercera vez, una tarea titánica en la que todos pusieron el hombro. Desde su máximo rival —Bolívar—, hasta instituciones del exterior, entre las que sobresalió Boca Juniors, cuyo presidente, Alberto J. Armando —nombrado presidente honorario stronguista y luego reputado como el mejor presidente de los xeneizes: solo recordemos que el nombre oficial de La Bombonera es “Alberto J. Armando”—, no solo colaboró con dinero, sino con jugadores que pronto insuflaron calidad al naciente equipo: Luis Fernando Bastida, el temible Zorro, y Víctor Hugo Romero, Romerito.

Más adelante, como un reconocimiento que el fútbol suele hermanar, en el primer clásico después de Viloco, la hinchada bolivarista se unió a la stronguista para gritar “¡The Strongest… The Strongest…!” en una tarde única.

Mi frase de inicio, la que dice que The Strongest es una cultura al interior de la boliviana, no pretende ser gratuita. Siento que las tragedias signaron a una institución que cayó varias veces de la manera más grave, solo para levantarse fortalecido. El hecho de que esos sucesos —tatuajes de fuego en el alma y el corazón del más fuerte— hubieran llevado primero a la muerte y luego al renacimiento, han conferido a cada stronguista una forma un ser y de amar distinta al club. Hay un orgullo, tan contenido como legítimo, —logrado a través de los hechos más duros imaginables: “porque el Señor al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere”, se lee en el Libro de los Proverbios— que se plasma cada año en libros y más libros, como ningún otro club de fútbol. Hay una celebración tan ruidosa como íntima en cada victoria futbolera. Pero sobre todo hay el reconocimiento que, como el mejor hierro, The Strongest ha sido templado una y otra vez en la forja. Como para pensar que nuestra camiseta, concebida más de un siglo atrás, no iba a representar el oro y negro, sino las pruebas de fuego que se venían.(*) El autor es escritor.