La imagen del fútbol boliviano, venida a menos hace mucho tiempo, ha comenzado a cambiar para bien, se lo debe a la selección nacional Sub-23 que protagonizó una gran participación en el torneo Preolímpico de Colombia.
Después de años un equipo nacional ha recibido en el exterior elogios por su actuación. Si bien no pudo avanzar —pese a que lo merecía— a la ronda final donde se definirán los dos boletos rumbo a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, fue la sorpresa y hasta la sensación.
Jugó bien contra Paraguay, se le subió a las barbas de Uruguay, no tuvo reparos para ponerse cara a cara con Brasil y a Perú le dio una lección táctica. Cada partido fue mejor que el anterior y eso tiene que ver con una evolución constante y rápida.
Hay factores que se unen para ello. El principal es el trabajo en serio, integrado, sin dejar nada al azar cumpliendo lo planificado. Lo otro tiene que ver con la confianza que cada jugador recibe de parte de quien lo dirige, como asimismo influye mucho creer en uno mismo, algo que tiene que ver con abrir la mentalidad de cada futbolista en base al convencimiento.
César Farías, el seleccionador nacional, ha sabido conjugar todo ello. Ajeno a las críticas que le llovieron, ha comenzado a demostrar su labor y eso se refleja en la confianza que le está devolviendo a la afición. Lo ha hecho con un grupo casi desconocido de jugadores cuyos nombres, en cambio, están empezando a ingresar en el firmamento futbolístico gracias a su desempeño.
La Sub-23 es el ejemplo de un buen comienzo. Es una base para el futuro quizás no muy lejano. A la vez, no deja de significar una vara alta para lo que viene. En menos de dos meses comenzarán las eliminatorias rumbo al Mundial de Qatar 2022 y, por los antecedentes más recientes, la afición va a montar una gran expectativa y también una exigencia mayor para con el equipo de todos, con la lógica ilusión de verle cumplir una buena participación que le devuelva el sueño de llegar a un Mundial. El reto de ser mejor está planteado.